Índice de Elecciones y anarquismo de Saverio Merlino y Errico MalatestaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Colectivismo, comunismo, democracia socialista y anarquía

Con este título y con el subtítulo tentativa de conciliación, Saverio Merlino ha publicado en la Revue Socialiste de París, un artículo que la dirección de aquella revista llama una contribución a la síntesis de las doctrinas socialistas.

Contribución a dicha síntesis quizá lo sea, ya que todo estudio de las diversas doctrinas aclara el tema, tiende a eliminar las disensiones que no tienen razón de ser y puede llevar a la conciliación si llega a establecer que no existen diferencias sustanciales. Pero el fin práctico que Merlino se proponía, el de demostrar que las doctrinas de los socialistas democráticos y de los socialistas anárquicos, lejos de ser inconciliables, se corrigen y se completan recíprocamente, ciertamente ha fallado, dado que él confunde doctrinas y partidos de una manera que maravilla realmente en un hombre de mente tan lúcida y tan bien informado como es Merlino.

El artículo se divide en dos partes. En la primera, Merlino habla de la diferencia entre comunismo y colectivismo, tomando estas palabras en el sentido, digamos clásico, que éstas tenían para todos en tiempo de la Internacional: vale decir, comunismo, como el sistema en que todo, instrumentos y productos del trabajo están a disposición de todos, sin calcular la contribución de cada uno a la obra colectiva, conforme la fórmula de cada uno según sus posibilidades, y a cada uno según sus necesidades; colectivismo como el sistema en que, establecida la igualdad de condiciones, garantizado a todos el uso de las materias primas y de los instrumentos de su trabajo, cada uno es patrón del producto de su trabajo. Él sostiene que tanto el comunismo como el colectivismo, si se los interpreta de una manera ajustada, absoluta, son uno y otro imposibles o no satisfactorios, y hace muchas observaciones justas, que también hemos hecho nosotros en este diario o en otros. Y concluye que con la adopción contemporánea de un sistema y el otro -haciendo distinción entre relaciones sociales necesarias y fundamentales y relaciones voluntarias y variables entre los individuos- se puede llegar a una buena organización social que no sofoque la energía del individuo quitándole toda iniciativa y toda libertad de acción, y al mismo tiempo asegure el funcionamiento armónico de las actividades individuales o, en otros términos, que concilie la libertad individual con la necesaria solidaridad social.

La cuestión es muy interesante y puede ser, y ha sido, objeto de útil discusión; pero no tiene nada que ver con las diferencias que dividen a demócratas y anarquistas. Puede haber, y ha habido y hay, anarquistas colectivistas y anarquistas comunistas, a la par que demócratas colectivistas y demócratas comunistas.

En los últimos años los socialistas democráticos, llamándose insistentemente colectivistas, han logrado casi identificar el colectivismo con la democracia socialista; pero en este sentido el colectivismo más que un sistema de distribución de los productos del trabajo es el sistema de la organización socialista por obra del Estado y no es más el colectivismo de que discute Merlino en parangón con el comunismo.

Para los anarquistas, la síntesis y la conciliación entre colectivismo y comunismo se puede decir ya como un hecho cumplido, dado que nadie más interpreta aquellos sistemas de manera estrecha y absoluta; y lo prueba el hecho de que, al menos como partido militante, ellos se denominan generalmente con el apelativo compresivo de socialistas anárquicos, dejando a las discusiones teóricas de hoy y a los experimentos prácticos de mañana la elección entre los varios modos de organización del trabajo y de distribución de los productos.

En la segunda parte de su artículo, Merlino habla de la necesidad de una organización permanente de los intereses colectivos, y de las formas que asumirá tal organización; y llega a una conciliación verbal, que en realidad deja la cuestión en el punto de partida.

Él habla de los grandes intereses sociales, que exceden el interés y la vida misma del individuo y a los que debe proveer la colectividad; busca cuál es la forma política que puede dar una más sincera expresión de la voluntad colectiva y evitar mejor todo peligro de opresión, y concluye:

Ni gobierno centralizado ni administración directa. La organización política de la sociedad socialista debe consistir en el reconocimiento de los derechos y libertades intangibles del individuo (derecho al uso de los instrumentos colectivos de trabajo, derecho de asociación, de instrucción, libertad de pensamiento, de palabra, de elección de trabajo, etc.) y en la organización de los intereses colectivos por delegación a administradores capaces, revocables y responsables, que obren bajo el mandato directo del pueblo, le sometan sus actos más importantes (referéndum) y permanezcan separados e independientes uno de otro a fin de que no haya coalición para el ejercicio de una autoridad similar a la autoridad gubernativa actual. La esencia de la democracia está en la ausencia de una tal coalición y en la búsqueda de las formas de administración que dejen lo menos posible al arbitrio de los administradores. En este sentido no hay diferencia sustancial entre democracia y anarquía. Gobierno del pueblo -nada de oligarquía- significa en su sustancia no gobierno. El gobierno de todos en general (democracia) equivale al gobierno de ninguno en particular (anarquía).

Otra vez Merlino se sale de la cuestión.

El modo de organizar o administrar los intereses colectivos es una cuestión importantísima y demasiado descuidada, como justamente observa Merlino, por los socialistas de todas las escuelas. Pero si se pretende parangonar las soluciones de los demócratas con las de los anarquistas, en vista a una posible conciliación, es necesario remontarse a la diferencia sustancial que divide las dos escuelas, y no ya detenerse a discutir sobre el valor relativo de los varios sistemas representativos, del referéndum, del derecho de iniciativa, del gobierno directo, del centralismo, del federalismo, etc. Y la diferencia sustancial es ésta: autoridad o libertad; coacción o consentimiento, obligatoriedad o (perdónense los neologismos) voluntariedad. Es necesario entenderse sobre esta cuestión fundamental del supremo principio regulador de las relaciones interhumanas. o al menos, discutir, entre demócratas y anarquistas; dado que, si no hay entendimiento sobre ella, no puede haber entendimiento sobre cuestiones especiales de organización, e incluso cuando se llegase a un acuerdo de palabra como aquél al que ha llegado Merlino, se descubriría pronto que el acuerdo se ha hecho usando las mismas palabras con diferente sentido.

Descendamos a la práctica. Supuesto que mañana el pueblo fuera dueño de sí (no se alarme el fisco, ya que se trata de simples suposiciones) ¿deberá tomar un poder constituyente que decretará una nueva constitución, que hará la ley, que organizará la nueva sociedad? ¿O bien la nueva organización social deberá surgir, de abajo hacia arriba, por obra de todos los hombres de buena voluntad, sin que a ninguno le sea dado el derecho de mandar o imponer? En otros términos, para servirnos de la frase consagrada ¿es necesario conquistar o bien abolir los poderes públicos?

Se puede ser partidario de uno u otro método, se puede incluso buscar algo intermedio, como parece que desearía Merlino, pero no se puede, cuando se intenta llegar a una conciliación entre demócratas y anarquistas, callar lo que constituye la diferencia fundamental.

Y por hoy basta. Volveremos sobre las doctrinas y sobre las tendencias de Merlino cuando nos ocupemos, en uno de los próximos números, de su reciente libro: Pro y contra el socialismo.

Malatesta

De, L'Agitazione, del 6 de agosto de 1897.

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