Índice de Elecciones y anarquismo de Saverio Merlino y Errico MalatestaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Imposibilidad de un acuerdo

Hemos publicado la respuesta que Merlino nos ha mandado a la crítica que hicimos de un artículo suyo publicado en la Revue Socialiste, para que los lectores se puedan formar su propia opinión más facilmente.

Replicaré lo más brevemente posible, para no comenzar una nueva y larga polémica, ni para dar base a argumentos sobre los cuales deberemos volver continuamente, porque son la materia de nuestra propaganda, sino simplemente para poner en su lugar cosas que Merlino, según nosotros, ha movido.

Avancemos una observación.

Nosotros no sabemos bien si Merlino continúa o no llamándose anarquista. Lo cierto es, y nos duele, que si él se dice anarquista, no entiende ya el anarquismo como lo entienden los anarquistas, entre quienes él militaba hasta no hace mucho tiempo. Y por ello el nosotros y el nuestro, que Merlino emplea todavía, es acogido con reserva.

Habiamos creído que Merlino habría logrado formar un tercer partido, intermedio entre los marxistas y nosotros -algo como los alemanistas franceses- y nos habríamos alegrado, dado que ello habria dado una organización propia a aquellos elementos que están a disgusto en el partido socialista italiano y habria señalado un paso adelante en la evolución del socialismo en Italia, mientras por otra parte aquellos anarquistas que hubieron podido adherir al nuevo partido no habrían sido, en general, sino individuos ya a punto de abandonarnos y que habriamos perdido de todas maneras. Pero comenzamos a temer, por síntomas múltiples y variados, que también ésta era una ilusión. Merlino, cuando haya perdido toda esperanza de convertir a los anarquistas y de hacerles aceptar, con atenuaciones que según nosotros no tienen ningún valor práctico, las ideas y el método de los socialistas democráticos, pasará sin más a las filas de estos últimos. Y entonces quizá, sufriendo la sugestión del nuevo ambiente, dirá que los anarquistas ... no existen.

¡Ojalá me equivoque!

Y ahora respondemos a Merlino, intentando seguir su texto, párrafo por párrafo.

Merlino dice que nosotros nos esforzamos por exagerar nuestro disentimiento con los socialistas democráticos.

La acusación seria mucho más justa si fuese al revés. Son los socialistas democráticos quienes continuamente -y deshonestamente- se esfuerzan por desnaturalizar nuestras ideas para luego poder decir que no somos socialistas y negar el parentesco intelectual y moral que los une a nosotros. Todavía el otro día el Avanti! negaba toda relación entre anarquismo y socialismo y decía de nosotros lo que hubiera podido decir de un partido de pequeños burgueses que se rebelase violentamente contra el aumento de los impuestos y la competencia de los grandes capitalistas: ¡De modo que uno podria tomar por anarquistas a los patronos carniceros y panaderos de Nápoles y Palermo cuando protestan y resisten contra las tasas municipales! Y el Avanti! es todavia uno de los órganos menos intolerantes del partido socialista democrático.

Queremos ser un partido separado, no por el placer de distinguirnos de los demás, sino porque realmente tenemos ideas y métodos diferentes de los otros partidos existentes. Y rechazamos absolutamente la suposición de que nosotros exageramos en un sentido para equilibrar las exageraciones opuestas de los otros. Sostenemos lo que sostenemos porque creemos que es la verdad y no por otra razón. Si nos diéramos cuenta de que en nuestro programa hay una parte de error, nos apresuraríamos a desembarazarnos de ella; y cuando también los otros modificaran sus ideas para encontrarse con nosotros, entonces ... nosotros y los otros constituiríamos naturalmente un solo partido. Hoy por hoy, las ideas son diferentes, y es justo y necesario que haya partidos diferentes.

Nosotros no queremos solamente resistir a la posible tiranía de los socialistas en el poder, nosotros queremos hacer que el pueblo se niegue a nombrar o a reconocer nuevos gobernantes y piense por sí mismo en organizarse local y federalmente, sin tener en cuenta las leyes y los decretos de un nuevo gobierno y resistiendo con la fuerza contra quien quisiera imponerse por la fuerza. Y si, por falta de fuerza suficiente, no pudiésemos alcanzar pronto esta nuestra finalidad, entonces, en espera de hacernos más fuertes, ejercitaríamos aquella acción moderadora o activadora según los casos, que ejercitan los partidos de oposición cuando no se dejan corromper y absorber. El consejo de Merlino de entrar en el partido socialista democrático para poder prevenir la tiranía de los socialistas en el poder equivale al de convertirse, por ejemplo, en monárquicos o republicanos para evitar que la monarquía o la República sean demasiado reaccionarias. Este último consejo sería justificado, si se le diera a quien esté dispuesto a acomodarse con la monarquía o la República, como estaría justificado el de Merlino si nosotros aceptásemos el principio de un gobierno socialista y nos llamásemos anarquistas sólo con la finalidad de prevenir que ese gobierno fuese demasiado autoritario. Pero ese no es el caso.

Dice Merlino que muchos anarquistas se llaman hoy genéricamente socialistas y no ya comunistas o colectivistas, no porque quieran un sistema mixto como lo desea Merlino, sino porque, o están inciertos o no dan importancia a la cuestión, o no quieren hacer de ella una razón de división, es cierto. Nosotros mismos somos propiamente comunistas, con la sola condición (sobreentendida, porque sin ella no podría haber anarquía) de que el comunismo sea voluntario y organizado en modo que admita la posibilidad de vivir según otros sistemas. Pero como el colectivismo de los colectivistas anarquistas es también (necesariamente, o no sería anarquista) sometido a la misma condición, la diferencia se reduce a una cuestión de organización práctica que debe ser resuelta mediante acuerdos, y no puede dar lugar a la constitución de dos partidos separados y adversos. Sin embargo esto, como decíamos, no tiene nada que ver con las diferencias entre socialistas anarquistas y democráticos, que son las que aquí nos interesan.

El colectivismo de los socialistas democráticos, a diferencia del colectivismo de la Internacional, no prejuzga la cuestión del modo de distribución de los productos, dado que hay muchos socialistas democráticos que se llaman colectivistas y quieren que dicha distribución sea hecha en razón de las necesidades.

Merlino dice que nosotros confundimos a los socialistas democráticos con los socialistas de Estado, y nosotros en efecto creemos que son tales, aunque no los confundimos por cierto con aquellos burgueses que se llaman también socialistas de Estado y quieren hacer solamente un poco de socialismo con fines fiscales o con el objetivo de alejar o conjurar el peligro del socialismo verdadero. Los socialistas democráticos combaten ese falso socialismo; y si, para evitar equívocos, rechazan (y no todos) el nombre de socialistas de Estado, esto no incluye que ellos quieren que la nueva sociedad esté organizada y dirigida por el Estado, vale decir por el gobierno.

Merlino tiene un modo curioso de conciliar las opiniones. Expresa aquello que deberíamos pensar nosotros y lo que deberían pensar los socialistas democráticos, y llega fácilmente al acuerdo, dado que en realidad dice lo que piensa él según se coloque en diferentes puntos de vista, y no ya lo que pensamos nosotros o los socialistas democráticos.

Así él dice que Ios socialistas democráticos tienen la equivocación de hacer creer que ellos quieren ni más ni menos que un gran Estado etc. Pero ¿es solamente una sospecha? Nos gustaría oírselo decir a los socialistas democráticos auténticos.

Y así en adelante, dice que nosotros no representamos el principio de libertad, porque él (Merlino) cree que voluntariedad, libertad, consenso, son principios incompletos que no nos pueden dar por sí solos, ni ahora ni por muchos siglos a venir, toda la organización social. Hasta donde dice que nos equivocamos, está bien; pero decir que no pensamos de esa manera, que no representamos las ideas que defendemos, porque él las cree equivocadas, es una lógica singular. El hecho sí es que nosotros creemos justamente que toda la organización puede y debe -ahora, no dentro de muchos siglos- surgir de la libertad, y que más bien la diferencia entre nosotros y los socialistas democráticos permanece entera, hasta que Merlino no nos persuada de que estamos equivocados y nos haga abandonar el programa anarquista. Por ahora la diferencia disminuye sólo entre Merlino y los socialistas democráticos, a medida que aumente entre Merlino y nosotros.

Es necesario que los intereses colectivos indivisibles sean administrados colectivamente: estamos de acuerdo. La cuestión está en el modo en que esta administración puede ser conducida sin lesionar el derecho de igualdad de cada uno y sin servir de pretexto y de ocasión para constituir un poder que imponga a todos la propia voluntad. Para los socialistas democráticos es la ley, hecha por los diputados elegidos mediante sufragio universal, la que debe proveer a la necesaria administración de los intereses colectivos; para nosotros es el libre pacto entre los interesados o, en su caso, la libre aquiescencia a las iniciativas que los hechos muestran útiles a todos. Nosotros no sólo no lo queremos, sino que no creemos posible un método de reconstrucción social intermedio, que no sería otro que la acción dictatorial de un gobierno fuerte.

Pero Merlino nos invita a descender de las empíreas esferas de los principios abstractos y a discutir las modalidades de la organización social. Nosotros no pedimos nada mejor y por ello queríamos comenzar por convenir cuál debe ser prácticamente el punto de partida de la nueva organización: ¿La elección de una constituyente o la negación de todo poder constituyente delegado? ¿La conquista de los poderes públicos o su abolición?

Los socialistas democráticos miran a un futuro parlamento, o a una futura dictadura, que haya abolido las leyes existentes y haga otras nuevas; y por ello son lógicos cuando habitúan a la gente a considerar el voto como un medio omnipotente de emancipación. Nosotros en cambio queremos la abolición de los parlamentos y de toda otra clase de poder legislativo, y por ello queremos, para los fines actuales y para los futuros, que el pueblo se niegue a nombrar y reconocer legisladores. Si Merlino nos convence habrá hecho un trabajo de Hércules ... pero nosotros creemos que pierde el tiempo.

El acuerdo con los socialistas democráticos, y también con los simples republicanos, lo querríamos también nosotros, pero no en el sentido de cada uno a una parte de sus ideas y fundir los varios programas en un programa intermedio. Querríamos el acuerdo en aquellas cosas en que los varios partidos pueden actuar juntos sin renunciar a sus ideas particulares, como serían, en el caso concreto, la organización económica, la resistencia popular contra el gobierno.

Sobre este terreno Merlino ya ha prestado servicios y, si renunciase a la extravagancia de convertirse al parlamentarismo (dado que en el fondo, es siempre ésta la cuestión) podría prestarlos mucho más grandes.

Malatesta

De, L'Agitazione, del 19 de agosto de 1897.

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