Índice de Elecciones y anarquismo de Saverio Merlino y Errico MalatestaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Concepción integral de la anarquía

Merlino está aprendiendo un modo curioso de discutir. Elige una frase aislada, la estira, la retuerce y logra, dado que no tiene en cuenta el contexto, hacerse decir lo que él quiere. Además, no contesta nunca a tus preguntas y a tus refutaciones, sino que se agarra a un ejemplo tuyo o a un argumento incidental y discute éste sin recordar más la cuestión principal, de modo que el objeto de la polémica a cada réplica se convierte en otro.

De hecho, ¿quién podría adivinar que nosotros estábamos discutiendo si el parlamentarismo es compatible o no con la anarquía?

Continuando así podríamos discutir un siglo, pero no lograremos saber ni siquiera si estamos de acuerdo o no.

De todas maneras sigamos a Merlino en su terreno.

¿Por qué dice Merlino que nos estamos acercando?

¿Porque nosotros admitimos la necesidad de la cooperación y del acuerdo entre los miembros de la sociedad y nos plegamos a las condiciones fuera de las cuales cooperación y acuerdo no son posibles? Pero esto es socialismo, y Merlino sabe que nosotros siempre hemos sido socialistas y por ello siempre muy cercanos.

La cuestión ahora es si el socialismo debe ser anárquico o autoritario, vale decir si el acuerdo debe ser voluntario o impuesto.

¿Pero si la gente no quiere ponerse de acuerdo? Entonces habrá tiranía o guerra civil, pero no anarquía. Por la fuerza la anarquía no se hace; la fuerza puede y debe servir para abatir los obstáculos materiales, para poner al pueblo en condiciones de elegir libremente cómo quiere vivir, pero más no se puede hacer.

¿Pero si un puñado de matones o neuróticos o incluso un solo individuo se obstina en decir no, entonces no es posible la anarquía?

¡Diablos! No falsifiquemos. Estos individuos son libres de decir no, pero no podrán impedir a los otros actuar, y más bien deberán adaptarse lo mejor que puedan. Y si luego Ios matones o los neuróticos fueran tantos como para poder perturbar seriamente la sociedad e impedirle funcionar pacíficamente, entonces ... sin embargo, no estaríamos todavia en la anarquía.

Nosotros no hacemos de la anarquía un edén ideal, que por ser demasiado bello, se deba postergar para las calendas griegas.

Los hombres son demasiado imperfectos, demasiado habituados a rivalizar y a odiarse ente sí, demasiado embrutecidos por los sufrimientos, demasiado corrompidos por la autoridad, para que un cambio de sistema social pueda, de un día para otro, transformarlos a todos en seres idealmente buenos e inteligentes. Pero cualquiera que sea la extensión de los efectos que se puedan esperar del cambio, el sistema es necesario cambiarlo y para cambiarlo es necesario que se realicen las condiciones indispensables de dicho cambio.

Nosotros creemos que la anarquía es posible, porque creemos que las condiciones necesarias para su existencia están ya en los instintos sociales de los hombres modernos, a pesar de la continua acción disolvente, antisocial, del gobierno y de la propiedad. Y creemos que como remedio contra las malas tendencias de algunos y contra los intereses creados de otros no es un gobierno cualquiera, que al estar compuesto de hombres no puede sino hacer inclinar la balanza de la parte de los intereses y de los gustos de quien está en el gobierno, sino la libertad, que, cuando tiene por base la igualdad de condiciones, es la gran armonizadora de las relaciones humanas.

Nosotros no esperamos para ser aplicada la anarquía que el delito, o la posibilidad del delito, haya desaparecido de los fenómenos sociales; pero no queremos la policía, porque creemos que ésta, mientras que es impotente para prevenir el delito, o reparar las consecuencias, es luego por sí misma fuente de mil males para la sociedad; y si para defenderse hubiera necesidad de armarse, queremos estar armados todos y no constituir en medio de nosotros un cuerpo de pretorianos. Nosotros nos acordamos demasiado de la fábula del caballo que se hizo poner el bocado y montar la grupa al hombre para mejor cazar al ciervo; y Merlino sabe bien qué mentira es el control de los ciudadanos, cuando los controlados son aquellos que tienen en mano la fuerza.

Merlino es también inexacto cuando se sirve de nuestro ejemplo del concierto europeo. Nosotros no hemos dicho que en las relaciones actuales entre los Estados haya igualdad y justicia, ni hemos negado la necesidad de una organización federativa y libertaria de los intereses internacionales. Hemos dicho solamente que la prepotencia y la injusticia que prevalecen hoy entre los Estados, no las remediaría un gobierno y un parlamento internacional. Grecia sufre hoy la oposición de las grandes potencias y resiste; si ella tuviera un representante en un parlamento internacional y se hubiera empeñado en respetar las resoluciones de la mayoría de dicho parlamento, sufriría una igual o mayor prepotencia y no tendría ya el derecho de resistirse.

Y luego, ¿qué pretende Merlino cuando dice que nosotros estamos a medio camino entre el individualismo y el socialismo?

El individualismo, o es la teoría de la lucha: cada uno para sí y mueran los débiles, o bien es aquella doctrina que sostiene que pensando cada uno en sí mismo y haciendo a su modo sin preocuparse de los demás resulta, por ley natural, la armonía y la felicidad de todos.

En un sentido o en el otro nosotros estamos en las antípodas de los individualistas, tanto cuanto puede estarlo Merlino. La diferenciación entre nosotros se refiere a la autoridad y a la libertad y, francamente, a nosotros no nos parece que él esté o, mejor, haya retornado, a medio camino entre el autoritarismo y el anarquismo.

Y ahora la cuestión de la táctica.

Merlino se maravilla de que nosotros nos hayamos alegrado del triunfo de los socialistas. La maravilla nos parece extraña realmente.

Nosotros nos alegramos cuando los socialistas democráticos triunfan sobre los burgueses, como nos alegraríamos de un triunfo de los republicanos sobre los monárquicos, y hasta de uno de los monárquicos liberales sobre los clericales.

Si hubiésemos podido convertir al anarquismo a aquellos que han votado por los socialistas y obtener que éstos no hubieran tenido ni siquiera un voto, nos habríamos alegrado aún más. Pero en el caso concreto, si los más de cien mil electores que han votado por los socialistas no lo hubieran hecho, no es porque hubieran sido anarquistas, sino porque hubieran sido o conservadores de varios grados o bien que se abstenían por indiferencia o votaban por quien pagaba o amenazaba más. ¿Merlino se maravilla de que nosotros prefiramos saberlos socialistas, o medio socialistas?

El bien y el mal son cosas relativas; y un partido, por reaccionario que sea, puede representar el progreso frente a uno más reaccionario todavía.

Nosotros nos alegramos siempre que vemos un clerical volverse liberal, un monárquico hacerse republicano, un indiferente convertirse en algo; pero de ahí no deriva que debamos hacernos monárquicos, liberales o republicanos nosotros, que creemos estar mucho más adelante.

Por ejemplo, visto el estado presente de las provincias meridionales, habría sido un óptimo síntoma si hubieran triunfado aunque sólo fuera los cavallottianos; y nosotros nos habríamos alegrado, como creemos que se habrían alegrado también los socialistas democráticos. Pero no por esto socialistas y anarquistas habrían debido defender a los cavallottianos en el sur. Al contrario, los socialistas meten sus candidaturas en todas partes, incluso si esto disminuye la capacidad de éxito del candidato menos reaccionario, y nosotros predicamos en todas partes la abstención consciente, sin preocuparnos si ésta puede favorecer a un candidato o a otro. Para nosotros no es el candidato el que importa, porque no creemos en la utilidad de tener buenos diputados; lo que importa es la manifestación del estado de ánimo de la población; y entre los curiosos estados de ánimo en que puede encontrarse un elector, el mejor es el que le hace comprender la inutilidad y los daños de ser diputado en el parlamento y lo empuja a trabajar por la que desea, asociándose directamente con todos aquellos que tienen sus mismos deseos.

En fin, ¿por qué Merlino ha querido cerrar su carta con insinuaciones que, vistas las relaciones en que en este momento se encuentra él con los anarquistas, son por la menos de mal gusto? Merlino se dice siempre anarquista y se esfuerza por hacernos concebir la anarquía como la entiende él y por hacernos aceptar la táctica suya; y está en su derecho. Pero, ¿por qué adopta un tono que se puede quizás emplear con el adversario que no nos importa ofender, pero que no conviene con los compañeros que se quiere convencer y atraer?

Hace ya tiempo, respondiendo en el Messaggero a Malatesta que había hablado de la incipiente reorganización del partido anarquista, Merlino se burlaba, cuando él sabía que los anarquistas se reorganizaban realmente, y habían ya obtenido resultados, modestos sí, pero bien reales. Ahora cita a los anarquistas que se dicen abstencionistas y votan y nos echa a la cara a Azzaretti, que nosotros mismos hemos denunciado en estas columnas.

Y bien, si hay abstencionistas que votan -y de hecho, sabemos que los hay- esto quiere decir o que no tienen conciencia completa de las opiniones que profesan, o bien que no encuentran en medio de los anarquistas la fuerza suficiente para resistir a las influencias de fuera, y el remedio no es renunciar todos al programa, o aumentar las causas de confusión y de debilidad, sino acrecentar la conciencia de los individuos y reforzar la organización del partido.

Y si además hay también matones que se venden, no hay sino que descubrirlos y echarlos.

Malatesta

De, L´Agitazione, del 19 de abril de 1897.

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