Índice de Elecciones y anarquismo de Saverio Merlino y Errico MalatestaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Incompatibilidad

Merlino nos escribe de nuevo y se lamenta del tono poco amistoso de nuestro artículo. Pero al hacerlo toma un tono tal que impide que nosotros, que realmente queremos permanecer tranquilos, publiquemos integramente su respuesta. Nos esforzamos, por otra parte, en contrarrestar, con sus mismas palabras, todos sus argumentos.

Merlino está ofendido porque decimos que él había hecho insinuaciones. Insinuaciones no siempre significan mentiras; y nosotros por otra parte advertíamos que sabíamos lo que Merlino decía. Pero lamentábamos que él viniese con acusaciones generales e impersonales a turbar la serenidad de la discusión.

Ahora Merlino nos viene a hablar de gente que ha trabajado para Zuccari entre los anarquistas, de uno que ha tomado cien liras de un candidato monárquico y de otras porquerías. Nosotros conocemos demasiado a Merlino para poder pensar que miente; pero ¿qué significa introducir la sospecha entre nosotros, cuando luego no menciona los nombres y no nos pone en condiciones de poder distinguir los buenos compañeros de los falsos, los convencidos de los vacilantes?

Que Merlino nos mande hechos y nombres; que nos autorice a publicarlos bajo su responsabilidad y le estaremos agradecidísimos. Queremos ante todo ser un partido de gente limpia.

Pero lo que es realmente extraño es que Merlino encuentra que este fango electoral, que arroja sus salpicaduras en medio de nosotros, es la consecuencia de la táctica ... abstencionista. A nosotros nos parecen en cambio una razón más para hacer del abstencionismo electoral un punto importante de nuestro programa y por ello somos hostiles también a las candidaturas-protesta. Y pasemos a otra cosa.

Merlino dice que él no sabía, cuando escribió al Messaggero, que los anarquistas se reorganizaban. Y le creemos; pero nos preguntamos entonces si Merlino, antes de mostrar al público su nueva táctica, no habría hecho bien en ponerse un poco más en contacto con sus viejos compañeros. Merlino agrega que en la reorganización no cree tampoco ahora, esto es asunto suyo. A todos los compafteros les toca darle, con los hechos, una elocuente respuesta.

Y ahora a los argumentos, Merlino escribe:

La defensa social (escribís vosotros) debe estar al cuidado de toda la sociedad; y si para defenderse hubiera necesidad de armarse, queremos estar todos armados. Razonando así, la administración de la riqueza pública debe estar al cuidado de toda la sociedad; y si para administrarla fuera necesario hacer proyectos, compilar estadísticas, estudiar ciencias técnicas, bien, esas cosas queremos hacerlas todos. La educación y la instrucción de los niños debe estar al cuidado de toda la sociedad. ¿Quién no sabe lo peligroso que es confiar a pocos individuos la educación de las nuevas generaciones? Por tanto, hagámonos todos profesores. Y de esta manera, se niega el principio de la división del trabajo, se llega al concepto kropotkiniano de que el pueblo en masa distribuirá las casas, los víveres, el trabajo, hará todo.

Si le dijéramos a Merlino que, para refutarnos, nos asigna ideas que él debería saber que no son las nuestras, se ofendería, y nosotros no queremos ofenderle.

Admitimos, ciertamente, la división del trabajo y apreciamos sus ventajas; pero conocemos también los daños y los peligros. La división del trabajo ha sido una de las causas de la sujeción de las masas al dominio de las castas privilegiadas. Y con el principio de la división del trabajo se puede tentar la justificación de todas las monstruosidades sociales: división entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, división entre el trabajo de dirección y el de ejecución, división entre el trabajo de producción y el de defensa de los productores ... que luego se resumen y se concretan en la división entre el trabajo de consumir y el de producir, entre el trabajo de apalear y el de hacerse apalear. Menenio Agripa conocía ya este argumento.

Nosotros creemos que es carácter esencial, no sólo del anarquismo, sino del socialismo en general, el querer que ciertas funciones deban pertenecer indistintamente a todos los miembros de la sociedad, a pesar de las ventajas técnicas que podría haber en confiarlos a una clase especial. Por tanto, que se divida el trabajo hasta el límite de lo posible para aumentar la producción y facilitar el funcionamiento de la vida social, pero estén a salvo ante todo el desarrollo integral y la igual libertad de todos los individuos.

Entre las funciones que, según nosotros, no se pueden confiar sin grandes inconvenientes a una clase especial de individuos, están aquellas en que podría haber necesidad de emplear la fuerza física contra un ser humano.

Así, por ejemplo, podría, no lo negamos, haber una ventaja técnica en tener un cuerpo de especialistas encargados de diagnosticar la locura peligrosa y llevar a los locos al manicomio; pero ¿qué queréis? Nosotros tenemos miedo a que los señores doctores y enfermeros juzguen locos a todos aquellos que no piensan como ellos. Lombroso enseñó que nos encerraría a todos. ¡incluido Merlino! Para la policía propiamente dicha, peor que peor, adiestrad a un hombre a cazar hombres y tendréis, técnicamente hablando, un buen agente de policía; pero al mismo tiempo habréis apagado en él todo sentimiento de simpatía humana, habréis apagado al hombre y no encontraréis más que al esbirro.

Y no nos extendemos sobre este tema porque, polemizando con Merlino, no pensábamos discutir sobre los mejores modos de satisfacer las necesidades de la sociedad, sino sobre la cuestión específica de las elecciones y del parlamentarismo. Los varios problemas que se pueden presentar en la vida social pueden ser resueltos, bien o mal, de diversas maneras. La cuestión que tratábamos era más bien el modo de resolverlos: autoridad o libertad, delegación de poder o delegación del trabajo, gobierno parlamentario o anarquía, y sobre esta cuestión nos parece que con Merlino, a pesar de su ruidosa protesta, hay acuerdo.

Merlino continúa:

La divergencia entre nosotros está en el modo de entender la anarquía.

Vosotros decís: la anarquía será cuando los hombres sepan vivir de acuerdo. ¿Cuándo? Yo digo: la anarquía será cuando los intereses colectivos de la sociedad estén organizados, no ya absolutamente sin coacción; sino, aunque sea con el mínimo de coacción moral, económica o física que es inevitable, sin aquel poder constituido en medio de la sociedad, armado de leyes y de bayonetas y árbitro de los bienes y de la vida de los ciudadanos que se llama gobierno.

Vale decir que Merlino, no creyendo posible la anarquía completa -la organización sin coacción- querría acercarnos la más posible. Y está bien, nosotros ya hemos dicho que no siendo nosotros la humanidad, no podemos -y justamente porque somos anarquistas, no pretendemos- hacer solos toda la historia humana.

La humanidad camina según la resultante de las mil fuerzas que en varios sentidos la solicitan. Nosotros no somos sino una de estas fuerzas. La cuestión a discutir es si, posibilitando nuestro programa, obtendremos un resultado más ventajoso, vale decir más rápido y más cercano a nuestro ideal, que combatiendo por la actuación del programa pleno y entero.

Nosotros creemos que no.

En fin, Merlino vuelve sobre la cuestión de la táctica, pero no hace sino repetir lo ya dicho muchas veces. Nosotros no querríamos repetirnos, por tanto cerramos aquí la polémica.

Ahora los compañeros y todos aquellos que se han interesado en la discusión ya han oído lo suficiente para hacerse una opinión propia.

Malatesta

De, L'Agitazione, del 25 de abril de 1897.

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