Índice de Elecciones y anarquismo de Saverio Merlino y Errico MalatestaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Sociedad autoritaria y sociedad anárquica

Sin duda, Merlino dice muchas cosas justísimas que también decimos nosotros; pero al afirmar ideas generales sobre las necesidades de la vida social, pierde de vista -a nuestro parecer- Ia diferencia entre autoritarismo y anarquismo y las razones de dicha diferencia. De modo que todo su argumentar podría servir muy bien para sostener la necesidad de un gobierno y, por tanto, la imposibilidad de la anarquía.

Establezcamos rápidamente cuáles son los puntos en los que estamos de acuerdo, de manera que, ni Merlino ni otro a quien plazca polemizar con nosotros, pierda el tiempo en combatimos a causa de ideas que no sustentamos, y sólo logre así desperdiciar sus energías en cerrar puertas que están abiertas.

Nosotros pensamos que en muchos casos la minoría -incluso cuando está convencida de tener razón- debe ceder a la mayoría, porque de otra manera no habría vida social posible, y fuera de la sociedad es imposible toda vida humana. Sabemos muy bien que los casos en que no se puede alcanzar la unanimidad y que es necesario que la minoría ceda, no son los casos de menor importancia, sino que son, especialmente, los de importancia vital para la economía de la colectividad.

No creemos en el derecho divino de las mayorías, pero tampoco creemos que las minorías representen, siempre, la razón y el progreso. Galileo tenía razón contra todos sus contemporáneos; pero hay todavía quienes sostienen que la Tierra es plana y que el sol gira a su alrededor, y nadie dirá que tienen razón porque se han convertido en minoría. Por otra parte, si es verdad que los revolucionarios son siempre una minoria, también están siempre en minoria los explotadores y los esbirros.

Así estamos de acuerdo con Merlino en admitir que es imposible que cada hombre haga todo por sí mismo, y que, incluso si fuera posible, sería sumamente desventajoso para todos. Por tanto, admitimos la división del trabajo social, la delegación de las funciones y la representación de las opiniones y de los intereses propios confiada a otros.

Y sobre todo rechazamos como falsa y perniciosa toda idea de armonía providencial y de orden natural en la sociedad, porque creemos que la sociedad humana y el hombre social mismo son el producto de una larga y fatigosa lucha contra la naturaleza, y que si el hombre cesara de ejercitar su voluntad consciente y se abandonara a la naturaleza recaería pronto en la animalidad y en la lucha brutal.

Pero -y aquí está la razón por la que somos anarquistas- queremos que las minorías cedan voluntariamente cuando así lo requiera la necesidad y el sentimiento de solidaridad. Queremos que la división del trabajo social no divida a los hombres en clases y haga a unos directores y jefes, exceptuados de todo trabajo ingrato, y condene a los otros a ser las bestias de carga de toda la sociedad. Queremos que delegando a otros una función, esto es encargando a otros de un trabajo dado, los hombres no renuncien a la propia soberanía y que, donde sea necesario un representante, éste sea el portavoz de sus mandantes o el ejecutor de sus voluntades, y no ya quien hace la ley y la hace aceptar por la fuerza, y creemos que toda organización social no fundada sobre la libre y consciente voluntad de sus miembros conduce a la opresión y a la explotación de la masa por parte de una pequeña minoría.

Toda sociedad autoritaria se mantiene por coacción. La sociedad anarquista debe estar fundada sobre el acuerdo mutuo: en ella es necesario que los hombres sientan vivamente y acepten espontáneamente los deberes de la vida social y se esfuercen por organizar los intereses discordantes y por eliminar todo motivo de lucha intestina; o al menos que, si se producen conflictos, éstos no sean nunca de tal importancia como para provocar la constitución de un poder moderador, que con el pretexto de garantizar la justicia a todos, reduzca a todos a la servidumbre.

Pero ¿si la minoría no quiere ceder? Dice Merlino, ¿si la mayoría quiere abusar de la fuerza? Preguntamos nosotros.

Es claro que en un caso como en el otro no hay anarquía posible.

Por ejemplo nosotros no queremos policía. Esto supone naturalmente que pensamos que nuestras mujeres, nuestros hijos y nosotros mismos podemos andar por las calles sin que nadie nos moleste, o al menos que si alguno quisiera abusar de su fuerza superior con nosotros, encontraremos en los vecinos y en los paseantes una protección más válida que en un cuerpo de policía pagado para ello.

Pero ¿si en cambio bandas de malhechores van por las calles insultando y apaleando a los más débiles y la población asiste indiferente a tal espectáculo? Entonces naturalmente los débiles y aquellos que aman la propia tranquilidad invocarían la institución de la policía y ésta no dejaría de constituirse. Se podría quizá sostener que, dadas esas circunstancias, la policía sería el menor de los males; pero no se podría decir, ciertamente, que se vive en anarquía. La verdad sería que cuando hay tantos prepotentes de un lado y tantos bellacos del otro, la anarquía no es posible.

Más bien es que el anarquista debe sentir fuertemente el respeto de la libertad y del bienestar de los otros, y debe hacer de este respeto el objetivo preciso de su propaganda.

Pero, se objetará, los hombres hoy son demasiado egoístas, demasiado malos para respetar los derechos ajenos y ceder voluntariamente a las necesidades sociales.

En verdad, nosotros siempre hemos encontrado en los hombres, incluso en los más corrompidos, una tal necesidad de ser estimados y amados y, en circunstancias dadas, tanta capacidad de sacrificio y tanta consideración por las necesidades de los otros como para esperar que, una vez destruidas con la propiedad individual las causas permanentes de los más grandes antagonismos, no será difícil obtener la libre cooperación de cada uno al bienestar de todos.

Sea como sea, los anarquistas no somos toda la humanidad y no podemos ciertamente hacer solos toda la tarea para la realización de nuestros ideales intentando eliminar la lucha y la coacción en la vida social.

Y después de esto ¿tiene razón Merlino al sostener que el parlamentarismo no puede desaparecer completamente y que deberá quedar algo incluso en la sociedad que nosotros anhelamos?

Creemos al llamar parlamentarismo o proyecto de parlamentarismo a ese intercambio de servicios y a esa distribución de las funciones sociales sin las cuales la sociedad no podría existir, es alterar sin razón el significado aceptado de las palabras y no puede sino oscurecer y confundir la discusión.

El parlamentarismo es una forma de gobierno; y un gobierno significa poder legislativo, poder ejecutivo y poder judicial; significa violencia, coacción, imposición por la fuerza de la voluntad de los gobernantes a los gobernados.

Un ejemplo esclarecerá nuestro concepto.

Los varios Estados de Europa y del mundo están en relación entre ellos, se hacen representar los unos ante los otros, organizan servicios internacionales, convocan congresos, hacen la paz o la guerra, sin que haya un gobierno internacional, un poder legislativo que haga las leyes a todos los Estados y un poder ejecutivo que se imponga a todos.

Hoy las relaciones entre los diversos Estados están todavía en gran parte fundadas sobre la violencia y sobre la sospecha. A las supervivencias atávicas de las rivalidades históricas, de los odios de raza y religión y del espíritu de conquista, se agrega la competencia económica, y cada día los grandes Estados hacen la violencia a los pequeños.

Pero ¿quién osaría sostener que para remediar este estado de cosas sería necesario que cada Estado nombrase representantes, los cuales, reunidos, establecieran entre ellos, por mayoría de votos, los principios de derecho internacional y las sanciones penales contra los transgresores y que poco a poco legislaran sobre todas las cuestiones entre Estado y Estado y tuvieran a su disposición una fuerza para hacer respetar sus decisiones?

Esto sería el parlamentarismo extendido a las relaciones internacionales; y lejos de armonizar los intereses de los diversos Estados y destruir las causas de los conflictos, tenderia a consolidar el predominio de los más fuertes y crearía una nueva clase de explotadores y de opresores internacionales. Algo de este género existe ya en germen en el concepto de las grandes potencias y vemos sus efectos liberticidas.

Y todavía dos palabras sobre el concepto de abstencionismo electoral.

Merlino sigue hablando de la actividad propagandística que se puede desplegar por medio de las elecciones; pero no piensa en lo que se podría hacer si, rechazando la lucha electoral, se llevase esa actividad sobre otro campo más consonante con nuestros principios y nuestros fines.

Merlino no cree en la conquista de los poderes públicos; pero nosotros no querríamos esa conquista, ni para nosotros ni para los demás, ni aún si la creyésemos posible. Somos adversarios del principio de gobierno y no creemos que quien fuera al gobierno se apresuraría luego a renunciar al poder conquistado. Los pueblos que quieren la libertad demuelen las Bastillas; los tiranos en cambio, piden entrar y fortificarse, con la excusa de defender al pueblo contra los enemigos. Por tanto nosotros no queremos que el pueblo se acostumbre a mandar al poder a sus amigos, o pretendidos tales, y a esperar la emancipación de su ascensión al poder.

La abstención para nosotros es una cuestión de táctica; pero es tan importante que, cuando se renuncia a ella, se acaba por renunciar también a los principios. Y esto por la natural conexión de los medios con el fin.

Merlino se lamenta de no estar completamente de acuerdo ni con nosotros ni con los socialistas democráticos; pero dice que no se puede desdecir. No le pedimos ciertamente que se desdiga. contra sus convicciones y contra su conciencia. Pero nos permitimos hacerle una observación.

Una táctica, por buena que sea, no vale sino cuando es captada por aquellos que deberían practicarla. Ahora, con razón o sin ella, nosotros y todos los anarquistas no queremos saber nada de la táctica propuesta por Merlino. ¿No es mejor que él esté con nosotros, con quienes tienen ideales comunes y medios principales de lucha también comunes, mejor que gastar sus fuerzas en una tentativa que permanecerá estéril, estamos seguros, a menos que él renuncie a la anarquía y busque sus partidarios entre los adversarios nuestros y suyos?

Malatesta

De, L'Agitazione, del 28 de marzo de 1897.

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