Índice de Elecciones y anarquismo de Saverio Merlino y Errico MalatestaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

De una cuestión de táctica a una cuestión de principios

Nota de Malatesta: Bajo este título hemos recibido de Saverio Merlino el artículo siguiente, que publicamos con placer.

Merlino puede estar seguro de encontrar siempre en nosotros la serenidad y el amor sin límites por la verdad, que él desea. Por otra parte, convenimos con él en que a menudo los anarquistas nos hemos mostrado intolerantes y demasiado inclinados a la ira; pero no es necesario por ello, en el entusiasmo de los mea culpa, cargar con todos los errores y olvidar que el ejemplo y la provocación, a menudo han venido de los demás. Sin remontarnos a los tiempos de Bakunin y a las calumnias infames y mentiras desvergonzadas que todavía se cuentan a los jóvenes que no conocen nuestra historia, nos basta con recordar la manera en que los socialistas demócratas se han conducido en los últimos congresos internacionales respecto a los anarquistas, así como ciertos artículos aparecidos, no hace mucho, en la prensa socialista democrática de varios países.

De todas maneras, en lo posible, buscamos ser justos, a pesar de cuanto hagan y digan nuestros adversarios.

He aquí el artículo de Merlino:


Veamos si es posible continuar discutiendo serenamente, sin iras ni sospechas, tal como hemos comenzado. Sería una cosa casi nueva y de tan buen augurio, que debería alegrarme haber ofrecido a mis amigos la oportunidad de demostrar que el partido anarquista comienza a educarse en la observancia de los principios que profesa.

Y, antes que nada, ¿soy yo anarquista?

Respondo: si la abstención es dogma de fe anarquista, no. Pero yo no creo en el dogma. No creo que la defensa y el ejercicio de nuestros derechos, ni siquiera de los mínimos, sean contrarios a nuestros principios. No creo que ejerciendo el derecho al voto, que nos es concedido, renunciemos a otros mayores, que se nos niegan y que debemos reivindicar.

Creo que la agitación electoral nos ofrece modos y oportunidades de propaganda. a los cuales sería locura renunciar -especialmente en este momento en Italia, donde prácticamente nos está prohibida toda afirmación- y creo también que no se extrae todo el provecho posible cuando se sostiene la abstención. Esto lo hemos probado aquí en Roma en estos días, cuando por medio de la candidatura de Galleani hemos podido hacer manifestaciones, difundir manifiestos, ganarnos la simpatia de muchos que eran hostiles o indiferentes, como no habríamos podido hacerlo nunca si hubiéramos permanecido abstencionistas. Por otra parte, no creo en la conquista de los poderes públicos, sostengo que la lucha, tanto por la libertad como por la emancipación económica, debe ser librada principalmente fuera del parlamento. La obra de los diputados obreros, socialistas y revolucionaríos la considero útil pero no por sí misma sino como apoyo a la lucha extraparlamentaria. Y si pensando así no me encuentro perfectamente de acuerdo ni con los anarquistas ni con los socialistas-democráticos, lo lamento sinceramente, pero, ¿puedo desdecirme?

En pro y en contra de la participación en las elecciones, me parece que se ha dicho poco más o menos todo cuanto se podía decir. Me complace que la disputa haya sido llevada por Malatesta a la esfera de los príncipios (y, también por esto, no me arrepiento de haberla suscitado).

Es innegable que en torno a nuestros principios -que son verdaderos, si se los interpreta rectamente- han pululado muchos errores y muchos sofismas.

Algunos de éstos dicen que los hombres deben hacer todo por sí, individualmente; que un hombre no debe hacerse nunca representar por otro; que las minorías no deben ceder ante las mayorías (siendo más probable que se engañen éstas y no aquellas); que en la sociedad futura los hombres se encontrarán milagrosamente de acuerdo o, de lo contrario, los disidentes se separarán y cada uno actuará a su guisa; y que toda otra conducta sería contraria a nuestros principios.

Querría repetir aquí, palabra por palabra, las muy justas y lúcidas consideraciones que formula Malatesta en el número 1 de L'Agitazione (y no por primera vez), contra ese modo de entender la anarquía. Concluye diciendo:

Por tanto, en todas aquellas cosas que no admiten varias soluciones contemporáneas, o en las cuales las diferencias de opinión no son de tal importancia que valga la pena estar divididos y actuar cada fracción a su manera, y cuando el deber de la solidaridad impone la unión, es razonable, justo, necesario que la minoría ceda a la mayoría.

Sin embargo, creo disentir con él en dos puntos: en primer lugar, Malatesta parece creer que las cosas en las cuales -por varias razones que expone- se hace necesario estar de acuerdo, son todas de poca monta. Esta impresión surge de los ejemplos que emplea. Voy a un café, encuentro ocupados los mejores lugares; debo resignarme a estar en una corriente de aire o irme. Veo personas hablar bajo: debo alejarme para no ser indiscreto, etc. Yo en cambio creo (y quizá Malatesta también, pero no lo dice) que entre las cuestiones en la que convendrá el acuerdo -y, si éste no es posible, habrá que buscar un compromiso- las hay de índole muy grave, y tales son justamente las cuestiones referentes a la organización general de la sociedad y a los grandes intereses públicos. En la sociedad puede haber alguien que considere justa la venganza, pero la mayoría de los hombres tiene derecho a considerarla injusta e impedirla. Puede haber una minoría que prefiera organizar los transportes por ferrocarril según un modelo cooperativista, colectivista, comunista o de cualquier otra manera; pero, al no poder adoptar más que un tipo de organización, es necesario que prevalezca el parecer de la mayoría. Puede haber, incluso, quien considere como una vejación determinado procedimiento adoptado para impedir la difusión de una enfermedad contagiosa, pero la sociedad tiene derecho a defenderse de las epidemias.

La segunda diferencia entre Malatesta y yo consiste en que yo creo poder profetizar que en la sociedad futura la minoría, siempre y en todos los casos, se rendirá voluntariamente al parecer de la mayoría. Malatesta, en cambio, dice: Pero este ceder de la minoría debe ser efecto de la libre voluntad, determinada por la conciencia de la necesidad.

¿Y si esa voluntad no existe? ¿Si esta conciencia de la necesidad no existe en la minoría? ¿Si más bien la minoría resistiendo está convencida de cumplir con su deber? Evidentemente, la mayoría -no queriendo sufrir la voluntad de la minoría- hará la ley, dará a su propia deliberación (como dice Malatesta a propósito de los congresos), un valor ejecutivo.

Malatesta dice más aún; y, a propósito de quién encuentra ocupado el lugar preferido de un café o de quien se debe alejar de una conversación confidencial, manifiesta, si procediera de otra manera, aquellos a quienes incomodo me harían pronto darme cuenta, de un modo u otro, de las consecuencias de mi grosería. ¡Coacción! Y se trata sólo de relaciones individuales con escasas consecuencias. ¡Figurémonos si se tratara de un grave asunto de interés público, como aquellos a que me he referido más arriba!

Está bien que la coacción deba ser mínima -y posiblemente más bien moral que física- que se deban respetar los derechos de las minorías e incluso admitir, en algunos casos, la separación de la minoría disidente. Pero, en suma, es sólo cuestión de más o menos; de modalidad y no de principios.

En los casos en que resulte útil y necesario -digo yo- no es contrario a los principios anarquistas ni el llegar a una votación ni el proceder a la ejecución de las deliberaciones tomadas; y cuando no puedan hacerlo los interesados directamente (por razones de número o de capacidad), tampoco es contrario a los principios anarquistas que -tomadas las debidas precauciones contra los posibles abusos- dichas funciones sean delegadas.

Por tanto, concluyo:

O se cree en la armonía providencial que reinará en la sociedad futura, y entonces está equivocado Malatesta y tienen razón los individualistas; o Malatesta tiene razón, no se tiene derecho a decir que toda representación todo acto mediante el cual el pueblo confíe a otros el cuidado de sus intereses, es contrario a nuestros principios.

Me parece difícil esquivar este dilema.

Merlino

De, L´Agitazione, del 28 de marzo de 1897.

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