Indice de la edición cibernética El anarquismo expuesto por Kropotkin de Edmundo González BlancoSegunda parte de la IntroducciónCapítulo segundo - La personalidad de KropotkinBiblioteca Virtual Antorcha

El anarquismo expuesto por Kropotkin
Edmundo González Blanco
Capítulo primero
La vida de Kropotkin



En Moscou y en 1842 vino al mundo Pedro Alejovitch Kropotkin, de noble cuna, pues sus antepasados fueron príncipes de Smolensko, y, en 18S7, ingresó como cadete en la Escuela del Cuerpo de Pajes del Zar, en San Petersburgo. Hasta 1861 permaneció en aquel establecimiento, donde debieron apuntar sus primeros conatos de rebeldía, porque la todavía reciente muerte del emperador Nicolás I había saturado la sociedad rusa de un ambiente liberal y democrático, que trascendía, no sólo a las esferas civiles, sino que también a los mismos centros militares.

Terminada su carrera, la ejerció, durante un año, primero como sargento del Cuerpo de Pajes, y luego como paje de cámara del Zar. De 1862 a 1867 fue oficial de Cosacos en el Amur, y, en estos cinco años, recorrió gran parte de Siberia y de la Mandchuria, viajes que ejercieron una gran influencia en 1a formación de las ideas y del carácter del joven Kropotkin.

El mismo nos lo revela en su autobiografía (1), por el tenor siguiente:

Los cinco años que pasé en Siberia me fueron de gran utilidad para el conocimiento de la vida y de los hombres. Vime en contacto con toda clase de personas, buenas y malas. Conocía de cerca a las que estaban colocadas en lo alto de la escala social, y a aquellas otras que vegetan entre las heces del pueblo, vagabundos y criminales considerados como incorregibles.

Tuve, además, numerosas ocasiones de observar los usos y las costumbres de los ciudadanos, en su vida de todos los días, y me hallé en condiciones de juzgar la poca ayuda que podía prestarles la Administración del Estado, aun suponiéndola animada de las mejores intenciones.

Por otra parte, estudió el funcionamiento de las formas complejas de organización colectiva que aquellos pueblos en estado de naturaleza habían elaborado fuera del contacto con la civilización, y de este análisis directo sacó la impresión honda de cuán importante ha sido el influjo ejercido por las masas anónimas de la sociedad en los grandes acontecimientos históricos, empezando a apreciar la diferencia entre lo logrado con el mando y con la disciplina, y lo obtenido mediante la libre inteligencia entre todos los interesados.

Aunque entonces (habla el propio Kropotkin) no formulé mis observaciones en términos extraídos de las luchas de los partidos, puedo decir que perdí en Siberia mi fe en la necesidad social del Estado, hallándome, por ende, perfectamente preparado para convertirme en un anarquista.

En efecto: de las anteriores declaraciones se infiere que Kropotkin se inclinaba ya a caer en el escollo de la tesis central, que constituye la esencia de todo anarquismo, conviene a saber: el optimismo rousseauniano sobre el estado de naturaleza, como opuesto a la civilización, consecuencia del cual es la hipótesis de no darse el principio de solidaridad, bien constituído y practicado, más que en las instituciones sociales de las tribus primitivas.

Más tarde (1902) completó este punto de vista en su Mutual aid, uno de sus mejores libros en el orden erudito y doctrinal, aunque viciado, en sus partes generales, por un sistema exclusivista y por un criterio estrecho.

No ejerció como militar más que seis años. Todo lo que observaba en el Ejército le producía un hondo disgusto, y, hastiado de él, dimitió su grado y marchó a vivir a San Petersburgo, donde cursó matemáticas en la Universidad, de 1867 a 1871.

En este tiempo actuó también como secretario de la Sociedad Geográfica, que le encomendó el estudio de los gladares de Finlandia y de Suecia.

Por cuenta propia, investigó la orografía del Asia septentrional, sobre la que publicó más adelante (1873) una Memoria, con atlas y estados comparativos.

Fue asimismo en aquella época cuando llamó su atención un hecho que no había dejado de observar en sus anteriores excursiones por Siberia y por la Mandchuria, y que rectificó sus ideas acerca de la lucha por la existencia, cuya fórmula darwinista completó por la ley natural del apoyo mutuo, constante en multitud de aspectos de la vida animal, y confirmada por lo que sabemos de los períodos primitivos del desarrollo humano.

En este mismo período, Kropotkin recogió una serie de materiales geográficos, a que después había de dar forma científica en buen golpe de disertaciones publicadas en el Geographical Journal de Londres, en Nineteenth Century, de la misma ciudad; en Eclectic Magazine, de New York, y en Littell's living age, de Boston. Porque Kropotkin, además de escritos referentes a materias de filosofía económica, jurídica y política, dió a luz obras geográficas y relatos de viajes, y debo confesar que aquí estuvo su fuerte como sabio ejemplar y como ameno y exquisito narrador.

Tan eminente geógrafo como sociólogo infeliz, es de lamentar que, entre todos los caminos que se abrían ante él, eligiese el camino revolucionario, y que, de todas las carreras que hubiera podido ejercer con competencia y con utilidad, se dedicase definitivamente a la carrera revolucionaria, prefiriendo a una existencia pacífica y honrosa la llena de privaciones y de sufrimientos de un anarquista perseguido por la policía. Pero esta casta de hombres paradójicosabundó mucho en Rusia. Baste recordar a Tolstoi, a Bakunin, a Martoff, a Lenín y a tantos otros de ilustre raza o de acomodada familia, que despreciaron títulos nobiliarios o profesiones liberales, para convertirse en aventureros y para soportar, impávidos, detenciones, encarcelamientos, tormentos, deportaciones y calamidades de toda índole, impulsados por un fanatismo ciego.

Admírenles otros. Yo de mí sé decir que esos apóstoles y esos mártires del nihilismo ruso me han inspirado siempre la más profunda repugnancia.

En 1872, Kropotkin viajó por Suiza, y, en Zurich, se afilió a la Asociación Internacional de los Trabajadores.

Al contacto con los revolucionarios y con sus producciones socialistas, que consultó ávidamente, Kropotkin tomaba, al fin, la ruta decisiva, que iba a orientar su labor futura.

Todo un mundo de nuevas relaciones sociales y de nuevos métodos de pensamiento y de acción surgió en mí de aquella lectura, que me descubrió lo que no había encontrado en otra parte, y en particular la hondura y la fuerza moral del movimiento, mostrándome hasta qué grado estaban penetrados aquellos hombres de sus teorías, prontos a aplicarlas a diario y dispuestos a padecer y aun a morir por ellas (2),

Pero no se contentó con el conocimiento de las doctrinas, y, en Ginebra, se mezcló con los obreros, tomando parte en sus trabajos, en sus fiestas, en sus intimidades, en sus preocupaciones.

La observación directa de este ambiente le hizo ver que las personas ilustradas, que se decían defensores de la causa e intereses de la clase trabajadora, eran, en su mayoría, unos cucos que sólo iban en busca de su propio medro. Ello le disgustó en gran medida, y, apartándose de la fracción moderada de la Internacional, se consagró a estudiar de cerca el programa de la fracción avanzada.

Hay que advertir que, aunque la Internacional no sucumbiese definitivamente hasta 1876, hallábase ya, en 1872, en descomposición plena y dividida por un cisma. Y es que el proletariado no existía todavía sino como proyección teórica de una necesidad, que la historia realizaría en lo futuro, cuando naciese el proletariado de hecho, es decir, cuando todas las clases oprimidas se unieran en permanente revolución para destruir la infraestructura social, como en el caso de la caída del feudalismo (3).

De todos modos, Kropotkin hubo de elegir entre las dos fracciones de la Internacional: la de aquellos que, antes de haberse difundido la denominación de colectivistas, eran conocidos con el apelativo de marxistas, y la de aquellos que, antes de haberse difundido la denominación de anarquistas, eran conocidos con el apelativo de bakuninistas.

La separación de los partidos de Marx y de Bakunin habíase iniciado en Londres y en septiembre de 1871. Kropotin marchó a Neuchatel, y pasó algunos días con los relojeros, cuando la Federación del Jura empezaba a rebelarse contra el Consejo General de la Internacional, que buscaba pretexto para expulsar de su seno a Bakunin, a quien Marx odiaba cordialmente.

En el Congreso de La Haya (1872), Bakunin quedó, por fin, excluído de la Internacional. Los partidarios de Marx le dirigieron la triple acusación de haber formado, con el nombre de Alianza Secreta, una organización contraria a la Internacional (4), de haber realizado varias estafas, y de haber ejercido actos de coacción para evadir el cumplimiento de los compromisos que contraía (5).

La Federación del Jura acogió esta despedida con una indignación general, y por primera vez constituyó un núcleo de positivo anarquismo, organizado bajo las banderas de Bakunin.

Aunque Kropotkin no llegó a conocer personalmente a éste (quien vivía por aquel tiempo en Locarno), se pronunció por el ideario y por los métodos de su partido. Si por acaso habían germinado, aunque débilmente, en la mente y en el corazón de mi biografiado algunas semillas de dogmatismo positivista y de pesimismo marxiano, fueron ahogadas por su trato con los redactores del Boletín de la Federación, y luego, en Sorvilliers, con otros rebeldes y revolucionarios de la escuela de Bakunin, cuyas enseñanzas sirvieron, en lo sucesivo, de guía a su entendimiento y a su voluntad (6).

Sorprendíale mucho a Kropotkin el advertir que aquellos hombres eran ajenos al desaliento, y se adhirió a su credo sin la menor vacilación.

Los principios de igualdad que encontré en las montañas del Jura, la independencia de pensamiento y de lenguaje que veía desarrollarse entre los obreros, su constancia ideológica sin desmayos, su devoción absoluta a la causa del partido, ejercieron un intenso influjo sobre mis sentimientos, y, al abandonar aquellas montañas, después de permanecer una temporada entre aquellos hombres, mis opiniones acerca del socialismo estaban fijadas. Era anarquista (7).

Tras de una breve estancia en Bélgica, Kropotkin regresó a Rusia, el mismo año de 1872.

Ya he insinuado que hacía diez años que una gran corriente liberal, provocada por la guerra de Crimea, había penetrado hasta los mismos recintos de las academias militares. Pero, después del atentado de Karakosoff contra Alejandro II (16 de abril de 1866), el Gobierno efectuaba numerosas detenciones de propagandistas, la flor de la juventud moría en las prisiones y en las estepas siberianas, y los individuos sospechosos de tendencias avanzadas vivían en continuo temor de encarcelamiento. Hacia fines del año 1873, las medidas de represión llegaron a ser rigurosísimas, la policía política (Ojrana) se mezclaba en todos los negocios públicos, y su vigilancia hacía insoportable la existencia (8). A pesar de ello, existían círculos revolucionarios en todos los grandes centros de población. Uno de estos círculos era el que actuaba bajo los auspicios de Chaikovsky, y cuyos colaboradores, llamados los tschaikowzen, tenían por contraseña la ida hacia el pueblo, al cual deseaban llevar la educación jurídica y la cultura científica.

Kropotkin no quiso permanecer fuera de este movimiento, y se hizo miembro de aquel pequeño grupo de formidables campeones de rebeldía, cuya orientación no tenía carácter político, sin embargo, El repertorio de verdades generales de los tchaikowzen resultaba pobre, corto y estéril. Que el pueblo perece de hambre; que son muchos más los que sufren que los que gozan; que el dinero es una fuente de injusticias; que el hombre ha nacido para amar a sus semejantes; que el orden económico presente es monstruoso; que los más no deben ser esclavos de los menos, etc.: he aquí todo.

A ideario tan simplista y sumario correspondía una actuación teórica e inofensiva.

En aquella sociedad secreta se estudiaban los problemas sociales, se leía a los sociólogos alemanes y franceses y se discutían interminablemente las bases de una sociedad nueva, en que el hombre sería libre, y en que gozaría, en plena independencia, de todas sus facultades.

Aunque semejante asociación clandestina no se pareciese en nada al partido terrorista (Narednaya Volía), las autoridades, al descubrirla, en 1874, la trataron como si fuese un equivalente suyo.

Un año después, en 1875, Kropotkin fué arrestado y reducido a prisión en la fortaleza de San Pedro y San Pablo.

Cuando Alejandro II se enteró del suceso, exclamó, rojo de cólera:

¿Es posible? ¿También él?

Al día siguiente, Kropotkin recibió en su celda la visita del hermano del zar, que era su amigo de la infancia, y que le dirigió un diluvio de reproches, diciéndole:

Tú, el príncipe Kropotkin, el ex paje del zar, ¡aparecer mezclado a la agitación de los descamisados! ¡Qué escándalo y qué vergüenza! (9).

Toda la familia imperial se llenó de indignación, y el zar, furioso, dió orden de que se le vigilase estrechamente, sin guardarle consideración alguna.

Pero varios meses más tarde, a mediados de 1876, habiendo caído enfermo, y con ayuda de un su amigo, que le prestó su pasaporte, realizó una evasión sensacional desde el hospital militar del castillo, atravesó la Islandia, y, dirigiéndose al Norte, llegó a un pequeño puerto, en el que embarcó para Suecia, y de allí marchó a Inglaterra, y en Londres permaneció varios meses de incógnito.

En 1877 pasó otra vez a Suiza, donde volvió a colaborar activamente con los amigos personales de Bakunin.

En Chaux-de-Fonds conoció a Reclus, uno de los varios miembros de la Commune allí refugiados, hombre de talento, geógrafo de vasta cultura, tipo del verdadero puritano en el modo de vivir, mentalidad muy influída por las ideas religiosas, científicas y artísticas del siglo XVIII francés, y cuyo anarquismo, según Kropotkin (10), era el resumen de su amplio y profundo conocimiento de las manifestaciones de la vida humana, bajo todos los climas y en todas las épocas de la civilización.

Kropotkin tomó parte muy activa en los trabajos, así teóricos como prácticos, de los prohombres del bakuninismo, pero sin dejar de formarse una ideología para sí propio y una metodología para su uso particular.

Poco a poco (declara) (11) llegué a comprender que la anarquía representaba algo más que una mera concepción de una comunidad libre y un simple modo de acción colectiva para traerla, y me convencí de que correspondía a una filosofía natural e histórica, en cuyo desenvolvimiento había que atenerse a criterios enteramente distintos de los metafísicos o dialécticos empleados hasta de entonces en las ciencias sociales. Vi que la doctrina del anarquismo debía construirse con los mismos procedimientos que las ciencias físicas, no fundándose, como Spencer, en la base movible de la inferencia analógica, sino en la base sólida de la inducción aplicada a las instituciones humanas, e hice todo lo posible para laborar en tal sentido.

Nuevamente pasó de Suiza a Bélgica, para asistir al Congreso de Gante (1877). No bien allí, sus camaradas le informaron de que se había ordenado a la policía su detención, por haber dado un nombre falso en el hotel, conforme al uso de los revolucionarios rusos, a quienes las persecuciones políticas obligaban a cambiar el nombre, y de aquí que casi todos los agitadores nihilistas, que obraron bajo el régimen de los zares, llevasen dos, tres y más seudónimos, en sus largas peregrinaciones por Europa.

Advertido y medroso de la noticia, Kropotkin se dirigió a Londres sin tardanza. No mucho después, recaló en París, donde conoció a Luisa Michel, a Costa, a Guesde., a Malon y a otros anarquistas notorios y socialistas revolucionarios. Por su parte, se declaró anarquista acérrimo, combatiendo el socialismo de Estado y predicando la libertad completa del individuo y de la comunidad.

Como el número de colectivistas y de comunistas aumentase, el Gobierno francés inició una campaña persecutoria, y Kropotkin fue señalado como hombre peligroso para el orden público. Varios de sus amigos fueron detenidos, y él escapó por una equivocación de la policía, y se refugió otra vez en Ginebra.

En febrero de 1879 empezó a publicar allí el periódico quincenal Le Revolté, redactado, casi por completo, por él solo, y que ejerció entre los anarquistas profunda influencia.

El periódico acabó componiéndose en la Imprimerie Jurassienne, propiedad del partido, y de la que salieron numerosos escritos de propaganda (12).

Tres años más tarde (13 marzo 1881) ocurrió el asesinato de Alejandro II, y el Gobierno ruso se apresuró a pedir al Consejo Federal Helvético la expulsión de Kropotkin, quien, compelido a salir de Suiza, se acogió a Thonon, en Saboya.

Mientras tanto, en Rusia, una liga secreta, fundada para proteger la vida de Alejandro III, condenó a Kropotkin a morir fusilado, si hemos de dar crédito a las propias atestaciones de éste.

Por algún tiempo, residió alternativamente en Francia y en Inglaterra. Los atentados organizados en la primera de estas naciones, en 1882, dejaron ver con claridad cuáles eran las intenciones de los anarquistas, y se acusó a Kropotkin, por pertenecer a una sociedad secreta y por colaborar en la Internacional, como complicado en la explosión de dinamita ocurrida, el 20 de diciembre de aquel año, en la plaza de Bellecour, de Lyon.

A comienzos de 1883 se le condenó a cinco años de prisión, que sufrió en ClaK-vaux hasta 1886, indultándosele luego. A partir de entonces vivió tranquilamente en Inglaterra, entregado a sus trabajos (13). Había acabado, para él, la vida de afanes, privaciones, fatigas y peligros, mas no por ello renunció a su propaganda.

Primero en la revista mensual Freedom, y, desde 1889, en la colección editorial Freedom pamphlets, donde, además de trabajos suyos, aparecieron otros de Grave, Etiévant, Caserío, Malatesta, etc., Kropotkin continuó defendiendo con gran ardor las ideas libertarias y comunistas. Asimismo, colaboró asiduamente en La Révolte de París, periódico sucesor de Le Revolté de Ginebra, pero esta vez abandonando en gran parte el tono crítico y dando más lugar a los elementos constructivos de la acracia. Sin perjuicio de seguir atacando a la sociedad burguesa y de predicar incesantemente la revolución, se esforzaba en procurar a ésta un fundamento positivo, y empezaba a entenderla, no en el sentido de una guerra entre diversos partidos políticos, sino en el de una transformación radical y profunda del edificio social (14).

Hubiera podido creerse que, al estallar la conflagración europea, Kropotkin, viendo su quimera anarquista desvanecerse al soplo de la realidad, y advirtiendo cuán equivocada había sido su persuasión de que los obreros organizados contra los capitalistas imposibilitarían las guerras en lo futuro, se habría desatado en apóstrofes contra la humanidad entera, y estigmatizado a todos los beligerantes, sin distinción de naciones. Hubiera podido esperarse, por lo menos, que hubiese emprendido una campaña pacifista, e invitado a los soldados de una parte y de otra a tenderse los brazos a través de las fronteras. Pero ocurrió todo lo contrario. Siempre vulgar e incomprensivo, cayó en la necia convicción seudodemocrática de que los aliados defendían la causa del derecho, de la justicia, del progreso y de la civilización, mientras que los austroalemanes representaban la fuerza, el despotismo, la reacción y la incultura. Así, desde los primeros días de la guerra, hizo públicas y terminantes declaraciones en pro de la Entente y en contra de los Imperios centrales.

Indignado ante la invasión de Francia por Alemania y ante los triunfos de la última en Rusia, predicó a sus compatriotas la defensa nacional hasta el fin. Para él, debía repelerse a ultranza la agresión extranjera, y no soltar las armas de la mano, en tanto no quedasen destruídos los ejércitos y los Gobiernos de la Europa central.

Miraba la derrota de los pueblos multienténticos como la derrota de la libertad del mundo.

La revolución rusa de 1917 abrió las puertas de su patria al viejo emigrado político, después de haber permanecido desterrado de ella tantos años.

Setenta y tres tenía cuando volvió a Rusia, y el espectáculo que contempló a su regreso constituyó, para su espíritu, una tremenda decepción.

Kerensky era, como él y como muchos socialistas (Plekhanoff, Burtzeff, Brechkowskaya, etc.), partidario ardiente de la continuación de la lucha. Pero el pueblo, cansado, desorganizado, agotado y hambriento, quería la paz a todo trance. A mayor abundamiento, advino Lenín, derrotista encarnizado desde los primeros días de la guerra, y que opinaba que, para que la revolución triunfase, era necesario que las tropas rusas fuesen vencidas.

En oposición a Kropotkin, creía que tan sólo una derrota podía acabar con la autocracia moscovita, y que, si el Gobierno ruso saliese victorioso de la guerra, su poder se consolidaría y la revolución quedaría aplazada.

En vano Kropotkin insistía en afirmar que la lucha con los teutones era la lucha por la libertad. El pacifismo ambiente ahogó su voz, y aquel veterano de la revolución rusa, como tantos otros, cayó en el olvido. Las masas, mirándole como un apóstol anticuado, le volvieron la espalda, le abandonaron, no le oyeron, y se precipitaron en seguimiento de nuevos jefes, que habían declarado la guerra a la guerra, que les habían prometido la terminación del período de sangre, y que habían ocupado, por ello, un puesto más íntimo en su corazón.

Y Kropotkin todavía conoció decepciones más crueles.

Los anarquistas que se decían de su escuela cometían diariamente, en nombre de las ideas que él había predicado toda su vida, crímenes contra la propiedad y contra las buenas costumbres. Eran, con frecuencia, criminales de derecho común, escapados de las prisiones, y que se alistaban bajo la bandera anarquista.

El pobre Kropotkin tuvo que protestar contra estos energúmenos que invocaban su nombre y los principios que le eran tan queridos.

Y cuando su indignación adquirió tonos enérgicos, los supuestos anarquistas le acusaron de traición a sus antiguos ideales.

El templo que había construído durante varios años de esfuerzo, lo vió profanado por gentes sin decoro (15).

De ordinario, éste es el castigo de los agitadores políticos y sociales, cuando llegan a viejos.

Advierten entonces que, al triunfar las teorías que otrora propugnaran, tropiezan con las durezas e impurezas de la realidad, y se dan cuenta de que aquello de que antaño estuvieran tan firmemente convencidos, no era más que una ilusión de su juventud.

Afortunadamente, Kropotkin no rumió demasiado tiempo su desengaño. Después de sufrir desdenes sin cuento de los bolcheviques, atropellos de los guardias rojos e injurias de la Prensa soviética, murió, en Moscu, el 8 de febrero de 1921.



Notas

(1) Autour d'une vie, 173, 222.

(2) Autour d'une vie, 281.

(3) El proletariado, en efecto, no existía. Había clases obreras y había un impulso de rebelión. Pero aún no se veía lo que constítuye verdaderamente la acción del proletaríado, esto es, la unión simplificada de elementos sociales diversos, desintegrados por la presión capitalista, y coordinados, finalmente, por el largo ejercicio de prácticas revolucionarias, aprendidas en la historia del movímiento burgués, en lo que éste había tenido de antifeudal, antimonárquico y antíclerical. Después de la Commune y de los fracasos de la acción proletaria en los años siguientes, Marx comprendió que la iniciativa de la Internacional debía quedar como un recuerdo o como una tradición, que podría ser invocada más tarde. (Pereyra, La Tercera Internacional, 16.)

(4) En España, Cánovas, desde su punto de vista conservador, extendió la acusación a la Internacional misma, por el tenor siguiente: Es la Internacional una sociedad a un tiempo pública, como se dice, y secreta, aunque se calla. ¿Quién es el que puede informar sobre cuáles son las secretas deliberaciones y los secretos fines del Consejo general, que reside en Londres, y que aprobó previamente y gestionó vivamente la realización de la Commune y de todos los hechos que en la capital francesa tuvieron lugar? Véase mi Ideario de Cánovas, 173.

(5) La determinación del Congreso de La Haya provocó protestas en todas partes. En Suiza y en Bélgica, y muy particularmente en Italia, abundaron los grupos y las asambleas que tomaron la defensa del acusado. El Congreso de Saint-Imier, celebrado más tarde, hizo justicia rehabilitativa al gran agitador y le compensó debidamente. (Luaces, La dramática vida de Bakunin, 44.)

(6) Véase en sus memorias (Autour d'une vie, 295), el edificante juicio que Kropotkin emite sobre Bakunin, y el caluroso elogio que hace, tanto de su persona, como de la de sus secuaces.

(7) Autour d'une vie, 293.

(8) En sus memorias (Autour d'une vie, 257), Kropotkin hace una animada pintura de aquel período, en que las reformas que habian constituído la gloria del comienzo del reinado de Alejandro II se habían detenido para dar lugar a disposiciones reaccionarias. Ni que decir tiene que, no obstante hallarse entonces engolfado como nunca en sus investigaciones geológicas y geográficas, semejante estado de cosas aprovéchalo Kropotkin para recaer en la vieja sensiblería sociológica, que sirve de soporte o de armadura al comunismo anarquista, y para proclamar que, en aquella época, un hombre de corazón no podía dedicarse con tranquilidad a las tareas de la ciencia.

(9) Tasin, La rvolución rusa, 135.

(10) Autour d´une vie, 404.

(11) Autour d'une vie, 416.

(12) Zoccoli, L'Anarchia, IV, I.

(13) Gozaba en la Gran Bretaña de la consideración general. Los ingleses comprendieron fácilmente que aquel furibundo enemigo de las injusticias sociales era un varón muy humano y muy dulce, que nada tenía de común con los anarquistas de acción. Más que como un vengador, mirábanle como un mártir. (Tasin, La revolución rusa, 136.)

(14) Autour d'une vie, 519.

(15) Tasin, La revolución rusa, 137.
Indice de la edición cibernética El anarquismo expuesto por Kropotkin de Edmundo González BlancoSegunda parte de la IntroducciónCapítulo segundo - La personalidad de KropotkinBiblioteca Virtual Antorcha