Indice de la edición cibernética El anarquismo expuesto por Kropotkin de Edmundo González BlancoCapítulo primero - La vida de KropotkinCapítulo tercero - La obra de KropotkinBiblioteca Virtual Antorcha

El anarquismo expuesto por Kropotkin
Edmundo González Blanco
Capítulo segundo
La personalidad de Kropotkin



Yo, antianarquista, confieso que no simpatizo, ni puedo simpatizar, con Kropotkin como revolucionario. Y, sin embargo, necesito hablar de él como hombre, por la misma razón que me lo hace antipático, esto es, porque, como observa Papini (1), la filosofía de toda mentalidad revolucionaria no es cosa independiente del hombre, sino la expresión emotiva, racional y moral de lo que el hombre, como ser viviente completo, tiene de más profundo.

Pero, en realidad, Kropotkin no es un hombre, sino dos hombres, y no cabe olvidar ni por un instante la existencia y la persistencia de este desdoblamiento de su personalidad a través de su vida.

Como en los pechos de Tolstoi y de Bakunin, albergábanse dos almas en su pecho. Hay un Kropotkin aristócrata y un Kropotkin mujik, un príncipe ruso y un plebeyo espiritualizado. Lo que late en él de aristócrata le lleva a cultivar los elevados quehaceres de la investigación científica, y lo que late en él de sansculotte le impulsa a soñar un día y otro en la revolución social.

Por su nacimiento y por su educación pertenecía a la espuma de la nobleza rusa, y su padre había mantenido relaciones estrechas con la familia imperial. Kropotkin mismo refiere, en su autobiografía, que, a la edad de ocho años y durante un baile en palacio, se había dormido sobre las rodillas de Alejandro I.

Admitido en el Cuerpo de pajes archiaristocráticos, fue destinado a servir en la Guardia palatina. Y este hombre, retoño de una de las más grandes familias de Rusia, paje del rey más querido, como el Gerineldos del romance, y que podía aspirar a las más elevadas posiciones, cambia todos estos bienes por el destierro, la pobreza y la prisión, a fin de trabajar por la libertad del pueblo. Ello es, sin duda, cosa poco frecuente, mas no cosa distinta del fanatismo de todos los agitadores en todos los tiempos, es decir, del sentimiento eminentemente individual de obedecer al móvil más obsesionante y que procura la satisfacción más viva.

El colectivista Naquet (2), amigo y admirador de Kropotkin, reconoce que la pasión de rebeldía que indujo a éste a despreciar honores y bienandanzas en San Petersburgo, y a verse expulsado de su patria y obligado, como tantos otros revolucionarios rusos, a pedir hospitalidad en países extranjeros, respondía a la misma ley de la atracción más fuerte que conduce al criminal a robar o a matar por amor al bienestar o por horror al trabajo. Manifiesta, sin duda, una belleza moral superior, pero en ello no hay más mérito que el que tiene una mujer hermosa, que presenta el tipo de la belleza física más perfecta.

Llegado a la obsesión de sobreponerse al dolor y a la muerte, el amor al prójimo no deja de conservar por esto su carácter de pasión personal. Goce áspero, pero goce íntimo, sentía Kropotkin en los calabozos, goce igual al sentido por otros antaño en las hogueras o bajo el hacha del verdugo. Encarcelado, primero en Rusia y después en Francia, a buen seguro que. no hubiese trocado su suerte por la de los grandes de la tierra, entre los cuales, por su cuna y por su abolengo, tenía un lugar, y experimentaba allí, sufriendo por el género humano, una satisfacción inmensa, que se sobreponía a los martirios de la carne, y aun a los del espíritu.

Y es que el egoísmo (o el egotismo, si se prefiere esta expresión de Stendhal, para evitar todo equívoco) es siempre lo que guía, en sus acciones, al altruísta más puro. Falta saber si este egoísmo, digno de veneración cuando, favorable al desenvolvimiento social, se convierte en el principal factor del progreso y en el mejor lazo para unir a los hombres, no es digno de execración cuando, como en el caso de Kropotkin, se convierte en superstición anarquista y en azuzamiento a las masas para emprender contra la ley, contra la autoridad, contra el Estado, contra la sociedad entera, una lucha temeraria e insensata, en la que no tienen ni la más remota probabilidad de triunfo.

Como todos los maniáticos, Kropotkin no fue nunca joven. Desconoció la alegría del vivir, que caracteriza a la juventud, y de la pubertad pasó a la madurez, sin sentir esas preocupaciones inmediatas, individuales, candorosas, que se hallan al margen de todo pesimismo. En su adolescencia, la terrible situación de los siervos campesinos, que había visto de cerca, le sume en un mar de confusiones sobre la legitimidad de las diferencias de clase y de fortuna. En una edad en que nadie piensa más que en divertirse, él se dedica autodidácticamente a un cultivo intensivo de senilidad, emprendiendo por sí mismo un curso acelerado de vejez.

A los dieciocho años es ya un revolucionario, y lee a escondidas folletos rebeldes y libros prohibidos. Todo le indispone con el ambiente en que había nacido y en que se había criado. Tiene pocos amigos, y su vida se desliza triste, solitaria e independiente.

Con temperamento tal, se comprende que, en la corte, todo le fuera odioso, especialmente un régimen tan ingrato como el del Ejército moscovita en aquella época.

Promovido a oficial, pide su alejamiento de San Petersburgo, y obtiene su incorporación a un regimiento de cosacos siberianos. Todos los aspectos malos del alma humana se le aparecen en la deplorable vida a que se resignan los habitantes de Siberia, y, desentendiéndose de sus quehaceres militares, y mientras se inician sus aficiones a la geología y a la geografía, se siente a la vez ganado por el impulso reformador, y emprende a mejorar las condiciones de existencia local en que reside accidentalmente. Se consagra a estudios serios sobre las riquezas inmensas de la Rusia asiática, y recorre, disfrazado de mercader, toda la Mandchuria, que en aquella época era una tierra incógnita (3).

Más tarde (1883 a 1886), durante su prisión en Clairvaux, Kropotkin hace una serie de observaciones acerca del efecto del régimen de la cárcel sobre los presos, que le dan asunto para un estudio de propaganda publicado posteriormente (4).

A medida que se van conociendo mejor los detalles biográficos de la carrera revolucionaria de Kropotkin, aparecen con una evidencia cada vez más convincente las características de su personalidad, que pueden resumirse así: amor al vagabundaje, inadaptación al medio, desplazamiento de la actividad profesional a otras esferas, cálida simpatía por los sufrimientos ajenos, rencor hacia los opresores, incapacidad para discernir que hay gente de todas clases (il y a fagots et fagots), necesidad irresistible de anunciar la verdad y de aportar la salvación a los hombres.

Todos los grandes supersticiosos y todos los grandes fanáticos de las épocas pretéritas han tenido estas mismas características. De aquí que su obsesión se transforme fácilmente en impulsión, y que su impulsión acabe por convertirse en crueldad.

¿Qué importa la muerte de unos cuantos seres humanos esclavizados al Estado, si con ella se afirma el individuo libre? ¿No es conveniente que algunos anarquistas valerosos se sacrifiquen y cometan a su riesgo propio esos actos de violencia que tienen por objeto aterrorizar al burgués y al gobernante?

Con la saña de un fanático empedernido, Kropotkin aconseja que el anarquismo se realice prácticamente por medios criminales, singularmente por la revolución violenta, por la propaganda por el hecho, por la táctica de la fuerza bruta.

En esta obra aniquiladora y subversiva, el instinto de la destrucción, tan natural y tan legítimo, por cuanto es al mismo tiempo instinto de la innovación, encontrará pleno campo donde satisfacerse (5).

Pero es preciso disponer de la fuerza necesaria para ello, y a este efecto hay que despertar el espíritu de la rebelión, estimular el sentimiento de la independencia y provocar la audacia salvaje, sin lo cual no se verifica revolución alguna (6).

¿Qué formas debe tomar la propaganda?

Todas las que aconsejen las ocasiones, la disposición de las cosas y las inclinaciones de cada uno (7).

En determinados momentos, bastará hacer objeto de burlas, de insultos y de amenazas a los propietarios, a los abogados y a los políticos. Unas veces convendrá conspuir a las autoridades y mantener al pueblo en las calles, enseñándole a desafiar a la policía y al ejército. Otras, se multiplicarán los actos de venganza y las declaraciones de guerra a la actual sociedad, excitando el odio del proletariado contra el clero y contra la burguesía, demoliendo los templos, destruyendo los monasterios, incendiando los graneros y los almacenes de los acaparadores, quemando las aduanas fronterizas o matando a sus empleados para apoderarse de ellas, prendiendo fuego a las listas cobratorias de las contribuciones, a los libros de contabilidad, a los archivos municipales y menudeando los hechos de rebeldía para desatar la revuelta por doquiera (8).

Tales son los métodos que Kropotkin propone para echar abajo a los Gobiernos, cuya fuerza no juzga temible, por cuanto al primer empuje de las masas caen por tierra en seguida, paralizándose la máquina del Estado en un par de horas, mientras que los funcionarios públicos, turbados y confundidos, no saben qué hacer ya, y los soldados pierden la confianza en sus jefes (9).

Para que las nuevas ideas se abran camino, y para que la justicia triunfe, se necesita toda esa terrible tempestad, que barra la podredumbre civil y política, que vivifique con su aliento a las almas cansadas y que devuelva a la sociedad envejecida, caduca, en descomposición, la virtud de la abnegación, del sacrificio y del heroísmo (10).

En otros términos: se necesita la revolución social, la apropiación por el pueblo de todos los bienes de la comunidad y la abolición de todos los poderes (11).

El advenimiento de la anarquía no se conseguirá con el reposo, sino con la velocidad, y el espíritu revolucionario debe ser un instrumento de guerra contra la propiedad privada y de destrucción del Estado, desde su base hasta su cima, guerra y destrucción que deben llevarse a cabo con la mayor rapidez.

El fanatismo optimista de Kropotkin no le permitía suponer que, en cuanto sus ideales intentasen realizarse, descendiendo de la pura utopía doctrinal al mundo tangible de la vida humana, encontrarían obstáculos sin número. Para él, estos obstáculos se removerán fácilmente, y no encuentra razón alguna para detenerse ante ellos desde el momento en que la revolución social suprima la propiedad privada y obligue a la colectividad a organizarse en comunismo anarquista.

No se preguntó, ni por un instante, si la revolución social, caso de llevarse a efecto, no sería mucho más rica en sorpresas que las revoluciones políticas. Su cerebro, como si fuese de amianto, no podía prescindir de la creencia supersticiosa en un próximo porvenir libertario y acrático en toda su extensión.

Incapaz de la menor duda, como buen fanático, Kropotkin se las prometía muy felices, con relación al éxito de su partido.

Ya en 1879 y en Chaux-de-Fonds decía, en la reunión general de la Federación del Jura:

Hubo un tiempo en que se negaba a los anarquistas el derecho a la existencia. El Consejo General de la Internacional nos trataba de facciosos; la Prensa, de soñadores; casi todo el mundo, de extravagantes. Pero ese tiempo ha pasado, por fortuna. El partido anarquista ha probado su vitalidad, atravesando obstáculos de todas clases, que se oponían a su desenvolvimiento, y hoy es aceptado. Para ello ha sido necesario, ante todo, patentizar que el anarquismo sostiene una lucha en el terreno teórico, establecer el ideal de la sociedad futura, demostrar que este ideal es el mejor y que no es el producto de ensueños de gabinete, sino que deriva directamente de las aspiraciones populares y que concuerda con el progreso histórico de la cultura.

Errada cuanto risueña apreciación, porque el anarquismo, sistema utópico por excelencia, lejos de haber sido nunca popular, ni científico, sólo ha sido admitido hasta de ahora por obreros que no han roto todavía sus lazos con la vida del régimen burgués, y por intelectuales desplazados, que se dejan llevar de los impulsos soñadores de su fantasía. Y, siendo así, como quiera que sin la asimilación orgánica a las verdaderas necesidades del proletariado moderno, y sin noción clara de los métodos de la ciencia social contemporánea, no sean posibles ni concepciones económicas que merezcan el nombre de tales, ni procedimientos que eficazmente obren, ni programas susceptibles de ser aplicados con fruto, ¿qué linaje de edificios podrá levantarse sobre tan livianos cimientos?

Cegado por su optimismo, Kropotkin, aun reconociendo que los anarquistas de su época eran todavía una minoría, afirmaba que, como su número crecía diariamente, la víspera de la revuelta constituirían mayoría, y obtendrían la victoria, apoyados por las sociedades secretas y por los organismos revolucionarios (12).

Y ni aun necesitarán estar en mayoría para lograr el triunfo, si hemos de juzgar por algunos ejemplos que nos ofrece la historia. ¡Qué triste espectáculo el que ofrecía Francia algunos años antes de su gran revolución, y cuán débil era la minoría de aquellos que pensaban en abolir el feudalismo y la monarquía! Pero ¡qué cambio, tres o cuatro años después, cuando aquella minoría comenzó la revolución y se llevó tras de sí a las masas! (13).

Una misión histórica (14) semejante competirá al partido anarquista en el momento de hacer su revolución, que, queramos o no, se realizará, independientemente de nuestra voluntad (15).

Destruída la vieja organización de la sociedad capitalista, en pocos días no será posible organizar el nuevo sistema de producción de los bienes, principalmente porque, de propósito, no ha de estallar la revolución en toda Europa al mismo tiempo (16).

Alemania está más cercana a ella de lo que se piensa (17). Pero, comience por Alemania, por Francia, por España o por Rusia, lo indudable es que concluirá por ser una revolución europea. Se extenderá con la misma rapidez que la de nuestros predecesores, los héroes de 1848, y pondrá en ignición a Europa (18).

No se limitará a un territorio reducido, ni será un alzamiento de pocos días tampoco, sino un período de tres, cuatro o cinco años, que se prolongará hasta que se consiga la transformación de las relaciones patrimoniales y sociales (19).

Durante este tiempo habrá germinado, florecido y fructificado lo que al presente hemos sembrado, y los que hoy todavía son personas indiferentes, se convertirán en partidarios convencidos de la nueva doctrina (20).

Tal y tan fantástica era la fe de Kropotkin en que la revolución se avecinaba, que llegó a anunciar su estallido para antes del fin del siglo XIX.

La revolución social del anarquismo está a las puertas, es inminente a la terminación de este siglo, vendrá dentro de algunos años (21).

El siglo terminó, han transcurrido después treinta años, y la anarquía, no sólo no está más avanzada que en 1880, fecha de las estultas y ridículas profecías de Kropotkin, sino que lo está muchísimo menos. La revolución social del anarquismo no se ha producido, y la guerra de 1914 la hizo imposible de todo punto. En los pueblos vencedores reina, como nunca, el capitalismo mundial, y en los pueblos vencidos, el socialismo, implantado en sustitución de las monarquías imperialistas, es mero socialismo de nombre y de forma, que se halla en estrecho y prolongado contacto con los partidos burgueses.

Sólo en Rusia, y como caso único en el mundo y excepción insólita en la historia de la humanidad, se apoderaron del Poder los socialistas intransigentes de las izquierdas, después de echar por tierra el primer ensayo de sistema republicano. Pero el anarquismo ¿qué influencia tuvo en ello? Absolutamente ninguna. Tasin (22) recuerda que, cuando estalló la revolución en San Petersburgo, acá y allá se veía, entre las banderas rojas, alguna que otra bandera negra. Eran los anarquistas, que anunciaban que iban a emprender la lucha sin cuartel contra el régimen de las libertades burguesas. Eran los cuervos negros, que, con sus gritos lúgubres, daban una nota triste en el festín de la libertad. Con los gritos de ¡Viva Rusia libre! se mezclaban los de ¡Viva la anarquía!. Parecía ello el presagio de futuras controversias.

Pero la multitud no hacía caso de los anarquistas, y los bolcheviques prescindieron de ellos por completo, tan pronto derribaron el Gobierno de Kerensky.

Lejos de favorecer a la anarquía, ni siquiera de apoyarse provisionalmente en sus prohombres, Lenín y Trotski se apresuraron a ponerle fin, a restablecer el orden, a salvar las conquistas revolucionarias, a imponer al pueblo ruso la dictadura de los Soviets. ¡Adiós los sueños libertarios de Kropotkin, que consideraba el comunismo incompatible con la presencia de todo centro y de toda dirección! El comunismo de Lenín y de Trotski convirtió el Soviet en centro de toda autoridad (de aquella autoridad tan execrada por Kropotkin), y le dió la dirección de la vida pública. En vez de la acracia, la sovietocracia.

El nuevo Estado comunista anquilosó la acracia para siempre. El edificio tan penosamente levantado por Kropotkin quedó sin base, y se derrumbó.

Los comunistas dieron de mano a todo ideal de individualismo libertario. Ya, en lo sucesivo, no se volvió a oír hablar más de anarquía, ni de anarquismo.

He aquí por qué los comunistas de Rusia, vencedores, y los de Alemania, que esperan vencer, no tratan con demasiada aspereza a los anarquistas de la escuela de Kropotkin, que ahora están considerados, ni más ni menos que su veterano e iluso maestro, como hombres pasados de moda y de ideas anticuadas.

Es que los bolcheviques actuales comprenden que el tránsito de la organización burguesa al comunismo hubiera sido extremadamente difícil, casi imposible, si se lo hubiera querido conciliar, como pretendía Kropotkin, con la anarquía. Por eso, los comunistas, cuando no persiguen a los escasos anarquistas que van quedando en el mundo, se limitan a despreciarles con indulgencia algo satírica y un si es no es bufamente paternal.

En la antigüedad, el judío llamaba al pagano perro. Pero Jesucristo, más benévolo, mitigó esta expresión, sustituyéndola por el diminutivo perrillo. Para los burgueses de otrora, los primeros anarquistas fueron perros, monstruos, fieras, a quienes había que extirpar de raíz. Pero actualmente se le va ya mirando y tratando con más lenitud, como perrillos muy propensos a la rabia, y no iban a ser los comunistas quienes extremasen sobre esos infelices todo género de rigores, antes de que la sociedad nueva les echase la pastilla. Porque esta sociedad nueva o comunista, con su calma alemana, acabó por perdonarles, pero sin olvidar una cosa, y es que, en algunos idiomas, y precisamente entre ellos se cuenta el alemán, la misma palabra vergeben se emplea para decir perdonar y envenenar. El resultado de la conducta y del procedimiento seguidos por los comunistas triunfantes con los anarquistas fracasados ha sido, en efecto, la progresiva intoxicación de los últimos por la magna lección que enseña el espectáculo increíble de un bolcheviquismo que dura y que se mantiene sin pedir auxilio a las naciones occidentales de Europa, no echando de ver los que de tal se pasman que ello sólo demuestra que la resignación humana no tiene fondo, ni límites. Y, como observa Manuel Bueno, no es eso lo peor, sino que, pese al optimismo real o simulado de ciertos majaderos, el bolcheviquismo está invadiendo el globo y reclutando adeptos en las personas de muchos anarquistas, amigos antes de la táctica de la violencia individual, y hoy perfectos comunistas, que, sin abjurar de sus antiguos sentimientos y de sus viejas opiniones en absoluto, los han reformado, se han pasado al leninismo, se hallan convencidos de toda la doctrina y de toda la acción del nuevo método social, y apoyan, por encima de todo, el régimen soviético.

Podría citar multitud de ejemplos de estos cambios ideolÓgicos y tácticos. Mas, para no aducir más que un caso, recordaré el de nuestro tristemente célebre Casanellas, antaño anarquista rabioso, y que hogaño, refugiado en Rusia y piloto aviador del Ejército rojo, pone especial empeño en señalar la ineficacia del atentado personal, por el que tuvo preferencias tan evidentemente demostradas como en el caso Dato.

Así nos lo asegura Acevedo (23), que le vió en Rusia y que habló largamente con él en Moscou, con motivo de haber asistido aquél al Cuarto Congreso de la Internacional Comunista.Salía yo (nos informa Acevedo) de una sesión del Congreso, y al llegar a la sala de San Jorge, Casanellas me cogió del brazo y me incitó a pasear por ella. La conversación derivó pronto hacia las preocupaciones de su espíritu y hacia el cambio que se iba operando en su mente al contacto de una realidad revolucionaria. Me confesó que él había vivido equivocado, y que el ambiente de Cataluña, de Barcelona sobre todo, le había extraviado lamentablemente. No implica tal mudanza criteriológica una disminución de su energía, pues sigue con su temperamento revolucionario, más revolucionario que nunca, y yo aseguro que, si Casanellas tuviese que realizar alguna acción militar, como miembro del Ejército rojo, la acometería con temerario ímpetu, y saludaría a la muerte con la sonrisa en los labios. Pero la revolución la ve ya de modo distinto a como la veía antes de ir a Rusia. ¡Yo soy ahora un comunista convencido!, me declaró con orgullo. Y, es claro, el ser comunista excluye la táctica de la violencia individual, que, erigida en sistema, aparta a las masas de las acciones que propiamente les corresponden. Violencia, sí, pero colectiva y organizada, es decir, violencia de multitudes. De esta manera, y de ésta tan sólo, es cómo ha de darse el asalto a la fortaleza capitalista.

¡Singular ilusión, por lo demás, la de pretender atenuar o neutralizar los efectos criminosos y repugnantes del anarquismo de acción, con un cambio de táctica, que les abre la más anchurosa puerta!

¿Es que el hodierno anarquismo sindicalista de los pistoleros es más humano y más noble que el viejo anarquismo activo de los atentados? Prescindiendo del pistolerismo barcelonés de 1918 a 1923, recordemos el pistolerismo andaluz, cuyas hazañas terroríficas fueron inmediatamente posteriores a la proclamación de la República en España. Ese pistolerismo siguió la misma táctica y obtuvo los mismos resultados que el bandolerismo vengativo e igualitario de la Andalucía del pasado siglo, e infundió a los elementos neutrales aquella mezcla de terror y de simpatía, proporcionadora de albergue seguro en el descanso y de parapeto eficaz en la pelea.

La propaganda demoledora y anarquizante de los sindicatos tenía por lema el de la Confederación Nacional del Trabajo: Los hambrientos serán nuestros soldados, y puso su máximo empeño en organizar la miseria en tierra andaluza, aprovechando las cualidades raciales de sus hijos, exaltadas y embravecidas por predicaciones perturbadoras. Así, la población de la capital y de los campos mostraba por los pistoleros la misma atemorizada afección que antiguamente sentía por los bandoleros.

Bastos, gobernador de Sevilla durante aquellas luctuosas jornadas de insensato revolucionarismo, presentó, en apoyo de mi tesis, hechos y razones en abundancia.

He aquí los puntos más salientes de su informe:

Los sindicalistas manejaron con habilidad innegable el estado general de las imaginaciones, y, organizados formidablemente, se convirtieron en los monopolizadores del movimiento revolucionario total. Empezaron por completar el número de sus afiliados, persiguiendo, en todas formas, al socialismo organizado de la provincia, y coaccionando con fuerte número de pistoleros indígenas y extraños a los obreros individualistas del país. Estos trabajos preliminares envolvían la imposición dominadora de los ciudadanos revolucionados contra todos los demás, saltando por encima de la autoridad, sin reconocimiento siquiera de la existencia de ésta, y disponiendo en su favor de los elementos oficiales del partido, para una batalla decisiva, a la que por entonces se aprestaban. El enorme número de huelgas, absurdamente planteadas, sin más finalidad que la huelga por la huelga misma, tenían por objeto buscar un momento oportuno de actuación. La rapidez con el gobierno acordó abordar el problema agrario de Andalucía, y circunstancialmente los auxilios que concedió para remediar el tremendo conflicto del hambre por el paro, con el bienestar que ello habría de acarrear al campesino y el aumento de prestigio para el Poder público, constituían un peligro para aquella actuación, y, en su vista, presentaron combate antes de que llegase el dinero de los créditos prometidos por' dicho Poder. El barrenamiento constante de huelgas insensatas llevó a su plenitud la realización de lo fundamental de su táctica subversiva. El pistolero era el más temido de los revolucionarios, el que más se imponía, el que inspiraba más miedo. Los bárbaros actos de saboteo, el abandono y la dispersión de millares de cabezas de ganado, las cosechas desatendidas en plena recolección, las acequias y las canalizaciones destruídas para conseguir las pérdidas de las plantaciones de regadío, los incendios y toda clase de atropellos a cosas y personas, formaron la situación deseada de generalización de la miseria. Al mismo tiempo, los extremistas, convertidos en paladines de los parados, encontraban sencillísimo hacer ver a éstos que su hambre no tendría fin hasta la consecución de un cambio completo de la estructuración política española. Podían, además, encender en sus almas el mesianismo vengativo y simpatizante con el pistolero, convertido de este modo en causa y efecto a una. Y, si no cejaban en su empeño, era porque no les importaban las víctimas propias, porque les bastaban unos cuantos pistoleros para impunemente continuar su obra, cada día más fácil, y de la que habían recorrido la mitad más difícil de camino, y porque, arruinando al pueblo, para mejor dominarlo, continuaban su carrera nefasta de devastación y de muerte con el amparo de los derechos y de las libertades existentes, y con el propósito criminal de violentamente destruirlos. De acuerdo con lo que han escrito en sus libros y practicado en todas ocasiones, los sindicalistas prosiguen, cada vez más acentuada, su táctica de perturbación, con la que logran destruir la riqueza. apoyando después los nuevos ataques en la miseria creada, para contar, por último, con el ejército de los hambrientos. E, independientemente de los deseos legítimos de mejoramiento y de justicia, fomentan en las masas un ansia vengativa y destructora, que la República no podrá satisfacer sino en coincidencia con su suicidio.



Notas

(1) Il crepuscol dell filosofi, 8.

(2) L'anarchie et le colectivisme, VII.

(3) Tasin, La revolución rusa, 134.

(4) Zoccoli, L'anarchía, IV, I.

(5) Paroles d'un révolté, 342.

(6) Paroles d'un révolté, 285.

(7) Paroles d'un révolté, 264.

(8) Paroles d'un révolté, 288, 293. 304.

(9) Paroles d'un révolté, 166, 246.

(10) Paroles d'un réVolté, 280.

(11) Paroles d'un révolté, 261.

(12) Les temps nouveaux, 54

(13) Paroles d'tm révolté, 92, 95.

(14) Un siecle d'attente, 32.

(15) L'anarchie dans l'évolution socialiste, 29.

(16) La conquéte du pan, 7S, 8S.

(17) PhilosoPhie et ideal de l'anarchia, 26.

(18) L'anarchie dans l'évolution socialiste, 26.

(19) Revolutionary studies, 23.

(20) Paroles d´un révolté, 263.

(21) L'anarchie dans révolution socialiste, 28. Es de advertir que Kropotkin no anda, en este punto muy de acuerdo consigo mismo, Su tesis general es que el instante en que desaparecerá la sociedad actual está próximo, y que vendrá muy pronto (Paroles el'un révolté, 264). Pero, ora afirma que esto acontecerá a fines del siglo XIX, ora dentro de algunos años (L' anarchie dans l' évolucion socialiste, 29). En cierto escrito (Revolutionary studies, 26) llega a decir: No debemos olvidar que, acaso ya dentro de uno o dos años, hayamos de ser llamados a resolver sobre todas las cuestiones referentes a la instauración de la sociedad nueva. En estas almas de profetas y de visionarios, subyugados por su creencia fanática, y que no viven en la realidad de los hechos, no cabe previsión posible de que el porvenir burle sus deseos fervorosos.

(22) La revolución rusa, 76.

(23) Impresiones de un viaje a Rusia, 72. Acevedo, compoblano y amigo mío, es uno de los agitadores más seríos y de los propagandistas más doctos con que cuentan las organizaciones obreras de España. Afiliado desde su juventud al colectivismo de Pablo Iglesias, se hizo comunista después del triunfo de los bolcheviques en Rusia, y se adhirió a la Tercera Internacional, abandonando el socialismo de los que se mantienen en los contérminos del programa de la Segunda, y que, según él, forman en los cuadros de los que colaboran con el capitalismo mundial.
Indice de la edición cibernética El anarquismo expuesto por Kropotkin de Edmundo González BlancoCapítulo primero - La vida de KropotkinCapítulo tercero - La obra de KropotkinBiblioteca Virtual Antorcha