Índice de Del artesanado al socialismo de José María GonzálezAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

De rodillas miserables

Vosotros los que coméis y sois ricos por lo que le robáis al trabajador, pronto estaréis de rodillas implorando misericordia de los que hoy son vuestras víctimas. Verdugos implacables: ¡pensad bien lo que hacéis!

Estáis coligados para atormentar y humillar a los obreros, creyendo que sois fuertes, y no sabéis que vuestra fuerza es ilusoria.

Miserables: especuláis con el trabajador; el sudor que cae de su frente amasa el pan que coméis, y a pesar de eso no lo consideráis como a hermano; vestís con lujo, ostentáis ricas alhajas, paseáis en elegante carruaje, tenéis una numerosa servidumbre, os divertís, os reís estrepidosamente, apuráis el placer, y no os acordáis de que una muchedumbre de desheredados se cansa, se fatiga, se muere por proporcionamos todas esas comodidades.

Todo se os puede perdonar porque sois necios y estáis llenos de orgullo y de preocupaciones; pero lo imperdonable, lo que merece un castigo severo, severísimo, es el crimen que estáis cometiendo con los trabajadores de las fábricas del Valle.

Os habéis declarado feudales, y mandáis en vuestros feudos como los antiguos señores de horca y cuchillo, dueños de vidas y haciendas.

Ya no queréis que vuestros siervos, vuestros villanos, vuestros pecheros, lean, y por eso les prohibís la lectura de cualquier periódico; tenéis vuestra policía bien organizada que denuncia a los obreros que murmuran de vuestra tiranía, o que expresan con franqueza sus ideas progresistas, e inmediatamente, les quitáis el trabajo y les despedís de la fábrica; y como para esto contáis con la protección algo sospechosa de las autoridades, consumáis vuestra obra tranquilos y seguros de la impunidad.

Bien, muy bien.

Sois dueños de vuestro dinero, y por consiguiente sois poderosos.

Esa multitud de obreros de la fábrica Hércules, que emigraron de Querétaro a vuestro dominio, se están muriendo de hambre, y es tal vuestra indolencia que no sólo no queréis, sino que ni siquiera pensáis en darles trabajo.

La abyección y el hambre, ¿a qué pueden conducir a esa multitud que trabaja en vuestras fábricas?

Qué, ¿no oís el eco aterrador de millones de voces de obreros norteamericanos que ya no piden pan sino sangre?; qué, ¿no comprendéis que la Internacional ha tenido mejor acogida en América que en Europa?

Sí, la Internacional (no cambiéis de color ni frunzáis el ceño) ¡la Internacional que es vuestro juez y que os pide cuentas del trabajo de los pobres!

¡Con que no queréis que vuestros operarios lean! ¡Qué monstruos, qué inicuos, qué infames sois!

Ya se ve, podéis hacerlo; dáis un trabajo mal remunerado por un gran capital de envilecimiento.

¿Y en el último tercio del siglo XIX se permite tal ultraje a la civilización y a la democracia?, ¿y en el último tercio del siglo XIX hay gobierno que tolere tal infamia y escritores públicos que no denuncien ante el pueblo mexicano un hecho tan escandaloso, y no griten y no clamen hasta obtener justicia?

Pobre pueblo obrero: Tienes muchos que te adulen para alucinarte y obligarte a que los eleves para hacerse ricos por gobernarte muy mal, pero tienes muy pocos que te defiendan, y más pocos todavía que se sacrifiquen por ti; pobre pueblo obrero, eres mártir.

Que no te culpen mañana, si haciendo a un lado a ese fantasma que se llama gobierno, te gobiernas por ti mismo; que no te culpen mañana, si, despreciando a esa meretriz que se llama justicia, te haces justicia por tu mano.

Tiempo es ya de que seas solidario: así, y sólo así serás fuerte ...

En defensa de los trabajadores de las fábricas del Valle diremos a sus propietarios y a todos los que los imitan:

¡Los obreros son mártires!

Y no creemos que puedan llamarse de otra manera los hijos del trabajo, porque desde que nacen hasta que mueren su compañero constante es el dolor.

Mártires, porque teniendo deseos no los pueden satisfacer; mártires, porque teniendo aspiraciones no las pueden realizar.

Los hijos del trabajo han sido considerados en todas las naciones como un pueblo errante, como un pueblo de gitanos; y sin embargo, sin ese pueblo desgraciado la civilización hubiera sido un sueño, una quimera.

Destruyendo hoy, y edificando mañana, talando los campos en un momento de desesperación, y cultivándolos después; empuñando el arma fratricida para destruirse en el combate, y luego cantando himnos a la paz; unas veces triunfante, otras vencido; de transición en transición, el pueblo trabajador nunca se ha estacionado, sino que ha seguido adelante lleno de fe y de vigor, conquistando poco a poco sus derechos y comprendiendo perfectamente sus deberes.

¿Por qué?

Porque tiene la conciencia de que es útil y necesario para abrir las puertas del perfeccionamiento a la humanidad, porque cumple su misión de amor aquí en la tierra.

Ama y perdona, y de aquí proviene su dolor; es humilde y resignado, y de aquí proviene su desgracia.

No lo comprenden, porque no lo estudian, no lo consuelan, porque no lo aman, no lo estimulan, porque lo desprecian.

Y así lo llaman vicioso y criminal, y así lo abruman con la calumnia y la miseria, y así lo maldicen y le arrojan inmundas salivas a la cara.

¡Pobre pueblo trabajador!

¿Quién de tus verdugos tiene piedad de ti? ¿Quién de tus calumniadores te hace justicia? ¿Quién de esos virtuosos desciende hacia ti y con la palabra y el ejemplo te enseña el camino de la virtud? Nadie, ¿es verdad?

Todos te explotan, todos te enflaquecen, todos te humillan.

Pues bien, señores propietarios: todo tiene límites en la vida; no esperéis a que el sufrimiento del obrero llegue al límite, porque tan grande como ha sido su martirio será su venganza, poned inmediatamente remedio al mal y os habréis salvado, pues de lo contrario, os perderéis irremisiblemente.

Si algún día en vez de fábricas contempláis ruinas, en vez de telares veis cenizas, en vez de riquezas tenéis miseria, en vez de pisar en alfombra pisáis sangre, no preguntéis por qué.

Vuestros operarios todavía hoy son ovejas, mañana tal vez serán leones, y ¡ay de vosotros! que provocáis su cólera; entonces, ellos tan humildes, tan resignados, tan envilecidos os dirán el día de la justicia:

¡De rodillas, miserables!

El Hijo del Trabajo. Año II. Época segunda. Núm. 55, México.

Agosto 12 de 1877, pp. 1 y 2.

José María González

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