Índice de Del artesanado al socialismo de José María GonzálezAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

A los poderosos

Os dedica estas líneas un obrero, es decir, un hijo del trabajo, un ser igual a vosotros en cuanto a la naturaleza y los derechos, aunque distinto en cuanto a la posición social.

Os voy a hablar en nombre de la humanidad, de la civilización, del cristianismo, de México, nuestra patria.

Vosotros estáis arriba, nosotros abajo: vosotros nos véis como a pigmeos, nosotros os vemos como a soles; por consiguiente no nos conocemos. Algunos de los nuestros que han subido hasta vosotros, os han dicho que nos separa una inmensa distancia, un precipicio quizá; pero algunos de los vuestros que han descendido hasta nosotros, nos han dicho que estamos tan cerca, que nos tocamos ambos por nuestros puntos de contacto.

¿Será esto cierto?

Responded vosotros, os cedemos la palabra.

Por nuestra parte nos inclinamos a creer que estamos con vosotros en continuo contacto.

¿Por qué? Os lo vamos a decir.

Vosotros poseéis la riqueza, es cierto; con ella compráis cuanto os exige el capricho, cuanto imagináis. Nosotros poseemos el arte, la industria, y eso es lo que vosotros compráis; se comprende inmediatamente que ambos nos necesitamos: he aquí el contacto.

Hasta aquí parece que es imposible la desunión de la mutua conveniencia; pero no, pmsadlo bien.

Vosotros necesitáis palacios para vivir; a nosotros nos basta una choza, una barraca tal vez: vosotros tenéis necesidad de magníficos alimentos; nosotros comemos legumbres: vosotros no os podéis pasar sin una gran servidumbre; nosotros nos servimos solos; debéis estar vestidos de paño, de seda, de lino; a nosotros nos basta el algodón; vosotros, en fin, necesitáis la vida artificial; a nosotros nos basta la natural.

Y no nos echéis en cara nuestra condescendencia al vivir asociados con vosotros, porque os contestaremos que, siendo racionales, y a pesar de nuestra ignorancia, comprendemos que de los dos estados en que el hombre puede vivir, el más conveniente es el de sociedad, y por eso nos alejamos del estado salvaje.

Y si porque tal convencimiento tenemos; y si porque nos prestamos gustosos a ceder una gran parte de nuestros derechos, de nuestra natural libertad en beneficio de la sociedad, vosotros abusáis de la ventajosa posición que os dan vuestras riquezas, y creéis que debemos sujetamos a la tiranía que desde tiempo inmemorial ejercéis sobre nosotros, convencéos que hacéis mal, y que llegará un día, quizá no muy remoto, en que, rompiendo los lazos de humanidad, os dejemos solos para castigar vuestros desmanes y vuestro orgullo.

¿Qué haríais, decidnos con franqueza, el día en que os vieseis abandonados, con vuestras riquezas improductivas, sin tener quien fabricara vuestros palacios, ni cultivara vuestras haciendas?

Vosotros nos preguntaréis también lo que haríamos sin el apoyo de vuestros capitales; pero nosotros os contestaríamos luego: si nuestro patrimonio es el trabajo, si nuestro alimento es frugal, si nuestra habitación es menos lujosa que vuestras caballerizas, si nuestra ropa es más humilde que la de vuestros lacayos, si nuestro saber es tan miserable como el vuestro; tanto nos dará habitar en las montañas del Sur, como en los desiertos del Norte; tanto nos importará la blusa del obrero como el harapo del salvaje; al fin somos extranjeros en nuestra propia patria, y poco nos importará ser cosmopolitas ...

¡Ah, poderosos de la tierra! despreocupaos un poco, haced a un lado vuestro orgullo, convertíos un momento en hijos de la naturaleza, veréis que somos iguales.

La razón natural nos dice, que el primer derecho es vivir, y el primer deber, trabajar. Nosotros cumplimos con ambos preceptos; vosotros sólo con uno; luego os llevamos ventaja.

Primero por tradición y después por la historia, sabemos que sois descendientes de nuestros verdugos; que de generación en generación se os ha trasmitido el vicio, la soberbia, la usurpación, el asesinato, el crimen en toda la acepción de la palabra; que vuestros ascendientes fueron pobres al nacer y ricos al morir (quizá por eso se dice que la propiedad es un robo) que esos mismos ascendientes llegaron en una época de soberbia a disfrazarse con el ropaje del sacerdote de Cristo, para decirle al mercenario: ¡mata, mata, que Dios lo quiere y el rey lo manda!, que fueron señores de horca y cuchillo, dueños de vida y hacienda; que establecieron el derecho de conquista, la Inquisición, el agio y todo aquello que degrada, que envilece a la humanidad: os conocemos así, criminales, monstruosos, repugnantes, y sin embargo, todo lo olvidamos, todo lo perdonamos.

A nosotros nos conocéis siempre humildes, siempre sufridos, siempre trabajadores; pero no nos habéis estudiado, no habéis penetrado en nuestro cerebro. En él germinan hace muchos siglos ideas que poco a poco van desarrollándose: por eso habéis visto que los pueblos conquistados se han hecho independientes; que por esas ideas se ha establecido la democracia, se ha comprendido el socialismo, se ha proclamado el derecho al trabajo, se ha conocido la ineptitud del gobierno, Yo se ha establecido la Internacional que poco a poco y sin sentido va minando los cimientos de la nobleza de la sangre, de la nobleza del dinero y de la nobleza de la empleomanía.

Los obreros mexicanos estamos atentos a esos trabajos, porque, aunque pueblo independiente por la topografía del continente americano, somos dependientes del resto de la humanidad, y por consiguiente, si ella viene buscando la solidaridad, más tarde también seremos solidarios. No os fijamos época, pero llegará a pesar de vuestros esfuerzos por retardarla.

¡Poderosos!, ¡poderosos!, pensad un momento en lo que os decimos; despejad vuestro cerebro de la embriaguez que os produce vuestro orgullo y venid a nosotros, que siempre magnánimos, olvidamos los errores de nuestros enemigos.

Desde las primeras edades del mundo habéis sido nuestros verdugos, dejad de serlo y las víctimas os perdonarán: de lo contrario por vuestro egoísmo criminal, por vuestro orgullo insensato, por vuestros crímenes, por las humillaciones que nos imponéis, por el hambre con que matáis; por el abuso que hacéis de vuestras riquezas, os maldeciremos y os diremos con Esquiros:

¡Ay de aquellos que por una resistencia insensata se ponen fuera de la ley común, fuera de la opinión pública, fuera de la sociedad; día vendrá en que implorarán la justicia que han desconocido, y en que la encuentren muda!

El Hijo del Trabajo. Núm. 22, México.

Septiembre 17 de 1876, pp. 1 y 2.

José María González

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