Índice de Del artesanado al socialismo de José María GonzálezAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Temores

Los eternos sufrimientos de la clase obrera, hacen que continuamente nos ocupemos de ella y busquemos el remedio que cure radicalmente esos sufrimientos, para indicarlo a nuestros hermanos.

Concebimos muchos medios que pudieran ser adoptables para hacer cesar el malestar de los trabajadores; pero cuando nos ponemos a discutir sobre si serían realizables esos medios, nos encontramos con que la situación política de nuestra patria, en estos momentos es tan delicada, y por lo mismo tan tirante, que nos aterra la idea y el temor de ser contribuyentes indirectos, sin quererlo, a la precipitación de nuestra ruina social. Por otra parte: es tanta la miseria, tal la desesperación, y tal la proximidad de la clase obrera al pauperismo, que no dudamos de que el Gobierno sea quien precipite el desenlace de una situación tan anómala. En esta difícil disyuntiva, sea él el autor responsable de ese mal que siempre lamentaremos y no los que, guiados por la mejor buena fe, y llenos de grandes deseos por la próspera felicidad del trabajador, dedican las pocas horas de descanso, a indicarle, por medio de sus pobres escritos, aquello que en su concepto puede, si no cortar el mal de raíz, al menos aminorarlo en gran parte.

Hemos dicho antes, que la clase obrera se acerca al pauperismo, y creemos no equivocarnos, desde el momento en que le falta trabajo y crédito al obrero; desde el momento en que su familia y él tienen hambre y están desnudos; desde el momento en que se consideran felices con hacer siquiera la mitad de una comida al día. En esto no exageramos, porque hay pruebas innegables en los empeños y en las casas de vecindad de los barrios; si alguien duda de esto que decimos, que se dedique a andar algunos días por las calles apartadas del centro de la ciudad, y se horrorizará al contemplar la infinidad de hombres, mujeres y niños que tienen el semblante desencajado, casi cadavérico, revelando hambre y deseos de adquirir el alimento por cualquier medio posible; que penetre a las casas de vecindad de esas calles, y verá también otra multitud de personas enfermas y desnudas, sin una medicina que poder aplicarse, sin un pedazo de pan con que alimentarse, sin un poco de fuego que les dé calor.

Si se visitan los empeños, allí se verá que no solamente hay objetos que constituyen el lujo del obrero, sino herramientas y hasta las prendas más indispensables para cubrir el cuerpo. Se comprende perfectamente que a donde no hay un pobre lecho, ni ropa, ni muebles, ni fuego, ni alimentos, allí está la miseria en grado superlativo.

Y no se crea que los que en tal situación están, son gente inútil y perezosa; no: ellos son honrados y trabajadores; en esa multitud de desgraciados, hay artesanos, industriales, jornaleros, y todo aquello que puede constituir al obrero, propiamente dicho, al que alguien ha llamado: el hombre máquina.

Pues bien, si esa situación se prolonga, si se llega a comprender que todos tenemos derecho a la vida, y que que por consiguiente, es necesario conservarla, ¿qué sucederá?, ¿qué hará el Gobierno y los ricos, el día en que una multitud hambrienta demande a ese Gobierno y a esos ricos, trabajo para comprar pan, y que al ver que se les niega, invadan la propiedad ajena para proporcionárselo? ¿La ametrallarán? ¿La asesinarán sin remordimiento, haciendo caer sobre ella el anatema de la sociedad, apellidándola ladrona y prostituida? ¡Quién sabe!, pero mucho lo tememos, porque ...

Y mientras el hombre honrado y trabajador se muere de hambre; mientras se ve privado hasta del vergonzoso recurso de la mendicidad, hay hombres tan ricos, que no saben, no tienen cuenta de lo que poseen; ha habido y seguirá habiendo gobiernos tan criminales, que en vez de pensar en el bienestar de la clase obrera, de la que produce, de la que proporciona al rico las comodidades y las riquezas, la abaten, la destruyen, la matan.

Las leyes favorables, siempre son para el rico; para el pobre, todo adverso.

Quizá en ninguna parte del mundo la propiedad tenga un valor tan fabuloso como en México; quizá en ninguna parte del mundo el agio sea tan escandaloso como en nuestro país. ¿Y con tales elementos, podrá la clase obrera engrandecerse y perfeccionarse? Es muy difícil.

Sin embargo, lo hemos dicho otras veces y lo repetimos ahora: que la clase obrera se una; que forme sus compañías cooperativas; que haga el último esfuerzo para destruir esa influencia maléfica y maldita del Gobierno y del capital, y habrá, aunque sea tropezando con mil obstáculos difíciles, llegado a realizar su ideal: el aseguramiento del trabajo. Pero para esto es necesario que olvide la pólvora y el fusil, el odio y la venganza; que se haga digna hasta de su revolución.

¡Gobierno! ¡Ricos! ¡No esperéis a que el trabajador os pida pan; porque el día que tal cosa suceda, quién sabe si se acuerde del 93 en Francia ...

El pauperismo ha asomado su repugnante cabeza en la pobre morada del obrero; no esperéis a que entre, porque entonces ... Ni os riáis con desprecio, ni os mostréis incrédulos, porque lo que os decimos, es la verdad; descended un poco de vuestra altura; informaos con calma de las necesidades, de la miseria que os denunciamos, y entonces, estamos seguros, el primero, es decir, el Gobierno, protegerá a la clase obrera con las leyes sabias y protectoras, y los segundos, es decir, los ricos, no abusarán como hasta aquí, de su capital; ni seguirán extorsionando al desheredado con el agio escandaloso que entorpece las grandes y pequeñas transacciones.

Obreros: las compañías cooperativas son vuestra salvación, creedlo, os lo decimos de buena fe.

El Hijo del Trabajo. Año l. Primera época. Núm. 21.

México. Septiembre 10 de 1876, pp. 1 y 2.

José María González

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