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Están divorciados

El pueblo y el gobierno caminan por distintas vías, y cada paso que avanzan se alejan más uno de otro, debiendo ser al contrario.

Cuando ambos lleguen al término de su viaje, estarán tan distantes que no les será posible no sólo oírse, pero ni verse; entonces el gobierno buscará pueblo a quien gobernar y se hallará solo, mientras el pueblo, al verse sin gobierno, se dará el que mejor le convenga.

¡Triste resultado, por cierto, el de un gobierno que en vez de rodearse de su pueblo para manifestarle un cariño paternal, lo aleja a fuerza de ejercer el oficio de verdugo!

Pero el alejamiento del pueblo no es un acto de ingratitud, sino un derecho ejercido en fuerza de la imperiosa necesidad que ordena al individuo, lo mismo que a la familia y al pueblo a defenderse del que ataca su propiedad y su existencia.

Desgraciadamente para el pueblo mexicano ha llegado la época en que unos cuantos ambiciosos han roto los lazos que deben unir a gobernantes y a gobernados, y hoy, que más que nunca debía haber armonía entre esas dos entidades, cada una va, como dijimos al principio, por distinta vía, sin pretender reanudar los lazos que al principio los unían.

Notable es la diferencia de aspiraciones del gobierno y el pueblo; el uno, es decir, el gobierno, ansía caminar con velocidad para alcanzar al prófugo y avasallarlo nuevamente para seguirlo esquilmando, y el otro, es decir, el pueblo, ansía alejarse lo más pronto posible de su verdugo para llegar el primero al fin de su camino, que es la revolución.

Convengamos en que ambos caminan con velocidad, pero convengamos también en que el primero tiene por término de su camino el precipicio, mientras el segundo tiene la salvación.

Y este desenlace tan contrario tiene su origen en la perfidia de los hombres de Tuxtepec, que han engañado al pueblo de una manera miserable; y este desenlace tan contrario proviene de aquellos que, tan sólo por ambiciones personales, han roto la constitucionalidad del gobierno, han pisoteado las leyes de reforma; han destruido la preciosa garantía del amparo por consejo de un abogado extranjero, y por ineptitud, y casi por malicia, de un ministro retrógrado que en nada aprecia los cruentos sacrificios del pueblo mexicano para apartarse del retroceso y entrar por la vía de la civilización y del adelanto; y este desenlace tan contrario es buscado por los inconformes que están colocando en los puestos más interesantes a los amigos del convento y a los partidarios, a los defensores de los fueros y el cuartel; y este desenlace tan contrario es consecuencia lógica de ese pacto de hambre que han formado los actuales gobernantes y los ricos.

Por eso vemos a muchos bribones jefecillos, que porque tienen como coroneles el mando de un cuerpo, no sólo se niegan a dar libertad a los ciudadanos a quienes ampara la justicia federal, sino que para hacer más sangrienta la burla siguen tomando de leva a honrados y pacíficos ciudadanos, como ha sucedido últimamente en Coahuila, a donde un jefe insolente llamado Pedro de León, plagió a quince labradores que volvían a sus ranchos después de haber trabajado todo el día; por eso vemos vagar continuamente por las ciudades y los campos, a millares de obreros y de obreras buscando trabajo, y no hallando más que miseria y hambre; por eso vemos a multitud de hombres útiles convertidos en ladrones y asesinos, y a multitud de doncellas y casadas irse a inscribir en el registro de las prostitutas; por eso vemos concurridas las casas de juego y los empeños; por eso vemos que el comercio, las artes, la industria, las carreras profesionales, la agricultura y la minería están muriendo, mientras el agio, la terrible usura, el robo sancionado por la ley, es el que poco a poco va absorbiendo las fortunas grandes y pequeñas de aquellos que acuden a él; por eso vemos la desmoralización social, el desprecio a las leyes y la burla a los gobernantes; por eso vemos en fin, que la desesperación avanza y precipita el momento de la justicia popular.

Y no os quejéis cuando ese momento llegue, gobernantes ambiciosos y perjuros; no os quejéis cuando el padre os pida cuenta de sus hijos extraviados por el hambre, y la madre os reclame la honra de su hija perdida por vuestra criminal conducta; no os quejéis cuando el pueblo os reclame sus derechos ultrajados, su constitucionalidad hecha pedazos por vuestro maldito plan de Tuxtepec, y su riqueza agotada porque vuestra torpeza ha segado las fuentes del trabajo.

¡Ay de vosotros, ambiciosos vulgares, que todo habéis destruido sin construir nada nuevo!

Habéis llegado al término de vuestra obra; vosotros y el pueblo estáis divorciados.

Nada, ¿lo entendéis? nada os volverá a unir.

Vosotros, para no perder vuestra presa, alistáis ya vuestras bayonetas y vuestros cañones; el pueblo no os tiene miedo y sólo alista, como arma poderosa, su voluntad.

Seguid tomando de leva.

Publicad vuestra ley de amparo.

Proteged más los garitos, Colocad en los puestos públicos a los reaccionarios y traidores.

Continuad prostituyendo la prensa con vuestros escritos comprados con el dinero del pueblo.

Seguid haciendo una burla del sufragio libre.

Autorizad más a vuestros jefecilIos para que se constituyan nuestros verdugos.

Proteged más y más a los hacendados para que no sólo sigan poseyendo los terrenos robados a los indígenas, sino que ordenen a vuestros soldados que sigan asesinando a los apoderados de los pueblos, como ha sucedido en el Estado de Hidalgo.

Seguid matando de hambre a la clase obrera.

Seguid, seguid por vuestro torcido camino, que al fin no tenéis otro recurso.

Habéis, como Hernán Cortés, quemado vuestras nao ves, y no os queda más que sucumbir, supuesto que no podréis vencer.

El pueblo ha sido engañado.

Le prometisteis la libertad del municipio, y nunca el municipio es más esclavo.

Le prometisteis gloria y le dais infierno.

¡Magnífico!

Vosotros solos habéis justificado con anticipación la conducta futura del pueblo.

El Hijo del Trabajo. Año III. Época segunda. Núm. 96, México.

Mayo 26 de 1878, p. 1.

José María González

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