Índice de Del artesanado al socialismo de José María GonzálezAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Axiomas

Toda fuerza pública es enemiga de la Libertad.

México sostiene hoy una fuerza pública superior a la que puede mantener.

Si con la que se cree que es necesaria para la conservación de la paz y para la respetabilidad de la nación en el exterior siempre hace sacrificios, ¿qué nombre se dará a los que hace en la actualidad para sostener a la excedente?

Con razón México está más pobre que un mendigo.

Si con la misma fuerza que legalmente debe tener, su libertad siempre está amenazada ¿cómo no lo estará hoy que tiene una fuerza (léase ejército) extraordinaria?

Con razón México no es libre.

Los gobiernos fundados en el derecho no necesitan soldados.

Como el gobierno actual es un gobierno de asalto, de motín, de ... necesita la fuerza armada para sostenerse; luego ese mismo gobierno no está fundado en el derecho.

Luego México se halla en verdadero estado de revolución.

Preciso es escoger, o la Libertad sin las armas, o las armas sin la Libertad.

Esta disyuntiva es terrible.

Nosotros hemos escogido ya; pero nosotros no somos todo el pueblo; él escogerá lo que más le agrade; le aconsejamos únicamente que escoja la Libertad por las armas, aunque para ello tenga que deshacerse de muchos bribones.

¿Cómo?

Él sabe, mejor que nosotros, de qué manera.

La primera ley social es la que garantiza a todos los miembros de la sociedad el medio de existir; todas las demás leyes están subordinadas a ésta.

Desde que México es nación libre (?) ningún gobierno de los que ha tenido ha dado la ley que garantice a todos los miembros de la sociedad el medio de existir.

¿Por qué?

Si lo dijésemos, perderíamos la insignificante libertad de que gozamos; el pueblo lo sabe y no está lejano el día en que lo diga.

Los males de la sociedad jamás vienen del pueblo; vienen del gobierno; el interés del pueblo es el bien público: el interés del hombre colocado, es un interés privado. Para ser bueno el pueblo no necesita más que preferirse a sí mismo a todo lo que no es él; para ser bueno es menester que el magistrado se inmole al pueblo. (¡Herejía!) (¡Horror!) (¡Maldición!) (¡Pestes!) (¡Cañonazos!) (¡Mi caballo!)

El Estado soy yo.

Que el pueblo se inmole a mí.

¡Silencio!

Hasta aquí el arte de gobernar no es más que el arte de esclavizar y despojar al mayor número en provecho del menor, y la legislación, el medio de reducir a atentados ese sistema.

Si en rigor lógico hay quien desmienta esta verdad, entonces renegamos del socialismo.

Las revoluciones sólo tienen una falta: ¡la de tener miedo a su obra! Desde el día siguiente de su triunfo, tratan de hacerse perdonar la audacia que han tenido de nacer.

¿A quién vendrá este saco?

Seguramente a los revolucionarios que necesitan del catecismo del P. Ripalda para disculparse.

No nos culpéis: somos obreros. Tenemos hambre sabiendo trabajar; somos esclavos habiendo nacido en un país libre (?).

No tenemos propiedad, porque somos honrados.

Nuestra libertad está limitada al pensamiento, que es lo único que los déspotas no pueden avasallar.

Nuestras aspiraciones están anatematizadas; ¡se nos apellida ladrones, comunistas!

Y sin embargo, amamos, sí, amamos, porque si no amásemos tiempo ha que todo hubiera cambiado de aspecto.

¿Qué harían sin nosotros los hipócritas que nos prometen libertad para darnos tiranía?

¿Qué harían sin nosotros los inicuos que nos ofrecen gloria para darnos infierno?

¿Qué harían sin nosotros los que nos ofrecen trabajo y nos dan miseria?

¡Ya no existieran!

Pero todo tiene fin en la vida.

Ya nos cansamos de amar y de sufrir.

Buscamos el remedio a nuestros males, y lo hemos hallado.

¿Cuál es?

El Socialismo.

No os espantéis, que no queremos el petróleo y el puñal; no queremos destruir, sino reconstruir; no queremos retrogradar, sino avanzar.

A nuestros enemigos damos este consejo:

El verdadero medio de calmar las divisiones, de conjurar los azares de la guerra civil, no es el adormecer el fuego, sino apagarlo, derramando sobre él las reformas y las mejoras sociales.

Si desprecian el consejo, si necios, pretenden seguir su camino lleno de errores y de infamias, les anticipamos esta sentencia:

¡Ay de aquellos que por una resistencia insensata se ponen fuera de la ley común, fuera de la opinión pública, fuera de la sociedad! Día vendrá en que implorarán la justicia que han desconocido, y en que la encuentren muda.

El Hijo del Trabajo. Año III. Época segunda. Núm. 90, México.

Abril 17 de 1878, pp. 1 Y 2.

José María González

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