Índice de Del artesanado al socialismo de José María GonzálezAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Velad

Nosotros fundamos un Estado, no para que una clase particular de ciudadanos sea muy dichosa, sino para que el Estado mismo lo sea, teniendo en vista la felicidad de todos y no la de un pequeño número.

Nadie podrá negar esta verdad dicha por un hombre, por un gran escritor, verdadero amigo de la humanidad. En pocas palabras manifiesta lo que debe ser la sociedad; y es necesario convenir en que todo lo que sea desviarse del camino que indica, es vicioso, es imperfecto, y por consiguiente, fuera del orden regular que aconseja la sana razón.

Porque efectivamente: desde el momento en que el hombre se asocia sacrifica una gran parte de su libertad individual en bien de la comunidad, y desde el momento en que se sujeta a la ley o leyes que esa sociedad se dé, leyes que se comprende luego deben estar basadas en la más estricta justicia, tiene el derecho de exigir la parte de beneficio que le corresponde como miembro del cuerpo social; y así, y sólo así se concibe la compensación del sacrificio individual por el bien particular y común. Mas, si rompiendo el convenio, si nulificando el pacto, si prostituyendo la justicia, base de toda sociedad moralizada, los que dirigen o gobiernan a la sociedad conceden a unos lo que niegan a otros; si hacen distinciones odiosas queriendo obligar a unos a ser tributarios de los otros, entonces no hay obligación de obedecer, no hay obligación de ceder una parte de la libertad individual, no hay obligación de trabajar en beneficio ajeno con menoscabo de la dignidad del ser racional; entonces se forman dos Estados que no caben dentro de uno, y viene, naturalmente, la guerra odiosa de las distinciones, la guerra de los soberbios y de los humildes, de los fuertes y los débiles, de los ricos y los pobres.

Si, pues, el lazo más fuerte e indestructible que debe unir a los hombres es la fraternidad, y este lazo se rompe, entonces no existe la sociedad tal como la aconseja la sana razón, sino como la que forman el lobo y el coyote, o en otros términos, como la que forman la hipocresía y el crimen.

Pues bien; en este caso nos hallamos. El pueblo mexicano forma un Estado, pero un Estado imperfecto, un Estado imposible desde el momento en que las leyes son absolutamente favorables a una clase y desfavorables a otra; no hay equidad, no hay justicia, no hay, por consiguiente, pacto perfecto, hay dos Estados en uno, y esto no puede subsistir desde el momento en que no es lógico.

¿Pero es cierto que en México existen esos dos Estados?

Sí lo es.

¿Es cierto que las leyes son absolutamente favorables a unos y desfavorables a otros?

Sí lo es.

¿Es cierto que la felicidad no es común?

Sí lo es.

¿Por qué?

Porque el rico, el empleado, el militar, el caballero de industria, el vago que vive en las cantinas y que se llama gente decente, gozan de los beneficios de las leyes, tienen garantías, forman un Estado privilegiado, Estado de verdugos y ladrones; mientras la clase benemérita, la clase que trabaja, la que todo lo anima y lo engrandece por medio del trabajo, no tiene garantías, no tiene leyes que la protejan, es desgraciada, tiene hambre y frío y carece de instrucción, porque así conviene a la otra clase: este es el segundo Estado compuesto de hombres honrados y víctimas.

¿Pueden caber estos dos Estados en uno?

Imposible.

Por eso vive en continua revolución.

Cualquiera puede decirnos que es posible en una sociedad que todos sean ricos o todos sean pobres; que todos gobiernen o todos sean gobernados, y al que tal nos diga le contestaremos:

Los que nos honramos con el título de socialistas no pretendemos la nivelación absoluta de la felicidad sino por la nivelación relativa de cada individuo y de cada clase, y esta nivelación la trae la ley sabia que derrama su benéfica influencia sobre todos los miembros de una corporación. No creemos que la felicidad consista en el mayor número de monedas que cada uno posea, ni en la más elevada o más baja posición social en que cada quien se halle colocado, sino en el bienestar que cada cual tenga con su fortuna o con su posición social.

El millonario será dichoso desde el momento en que su capital esté garantizado por la ley, y el que trabaja será feliz desde el momento en que su libertad individual sea perfecta y su trabajo permanente; el uno ganará miles de pesos diariamente y los disfrutará a su sabor, el otro ganará un jornal de treinta y siete centavos, pero los ganará según sus necesidades.

Esto es el principio fundamental del socialismo que profesamos.

Pero este socialismo no se realizará en México, porque desgraciadamente hay dos Estados que se hacen la guerra; y decimos que no se realizará, en el sentido pacífico, porque en el sentido contrario se realizará, y pronto, y de una manera terrible quizá, no porque el obrero lo desee, sino porque la mano poderosa del pauperismo lo empuja, lo lleva con precipitación al terreno de los hechos.

Y este obrero ¿será culpable el día en que pida la liquidación social?

No.

Cúlpese entonces a los bandidos que se han unido por un pacto criminal para robar al obrero su libertad y su trabajo; cúlpese entonces a los que le han apagado la luz de la instrucción, dejándole sumido en las tinieblas de la ignorancia; cúlpese entonces a los que han formado un Estado independiente de privilegiados contra la justicia, contra la humanidad, contra la naturaleza.

El día de la liquidación social el desgraciado dirá al poderoso: Tú y yo somos átomos materiales animados por átomos divinos; tú y yo somos iguales al nacer lo mismo que al morir; ambos lloramos, como ambos tenemos dolores; la Anatomía no dice que tú tienes un hueso, una fibra, una entraña más que yo; somos iguales, perfectamente iguales en naturaleza; ¿ por qué, pues, nos diferenciamos en el artificio?

Contesta, miserable; y si no puedes, yo lo haré por ti.

Porque tú eres el soberbio, el inicuo, el depravado, el que me has robado mi libertad y mi trabajo; y yo soy el humilde, el honrado, el débil que me he convertido en tu tributario.

¿Por qué?

Callemos por hoy, y tiemblen los culpables.

No es extraño que los socialistas mexicanos sean enemigos de todo gobierno. Ven que nadie se interesa por ellos, que ninguna ley los protege, que ningún lazo los une a los que con toda propiedad pueden llamar sus verdugos; por consiguiente, se creen independientes, se convencen de que forman un segundo Estado enemigo del primero, y de que sólo la guerra o una transacción conveniente puede restablecer la armonía.

¿Es esto posible?

¡Quién sabe! El tiempo lo dirá.

Mientras, gobernantes pigmeos y miopes, gobernantes ambiciosos, sin pudor, gobernantes que ayer teníais hambre y hoy, gracias a nuestro trabajo, estáis convertidos en gastrónomos; mientras, ricos egoístas y ladrones, hombres que tenéis metalizado el corazón y la cabeza, vosotros que no tenéis Dios, familia ni patria, vampiros insaciables que chupáis el trabajo del desheredado; mientras, militares venales que blasonáis de honor sin conocerlo, que ponéis vuestra espada a los pies no del derecho ni de la justicia, sino de la audacia y de la traición; mientras, empleomaniáticos desgraciados, salidos gran parte de vosotros de la clase obrera, infelices que ayer os moríais de hambre y andábais llenos de harapos y de insectos asquerosos, humillados, esclavos en toda la acepción de la palabra, y hoy que el erario os arroja con desprecio un mendrugo de pan por vuestro servilismo y complicidad nos miráis sobre el hombro y nos desprecíais porque os creéis superiores a nosotros; mientras, periodistas tránsfugas, apóstatas de la inteligencia libre, traidores a vuestras creencias confesadas en letras de molde, cobardes e ilusos porque os espanta la fanfarronada de un Quijote y os deslumbra el brillo del oro de los ricos, y por eso vendéis vuestra pluma, que siempre debía estar consagrada a la defensa del que sufre; mientras, todos los que creéis que formáis el primer Estado, Estado de privilegios y de infamias, Estado compuesto de una pléyade de Caín y de Lamek, mientras, fijaos en estas palabras de un hombre que sabía más que vosotros y nosotros, y no las olvidéis: Cuando una ley excluye del gobierno a una clase de ciudadanos; cuando el derecho de elegir, o de ser elegido se le quita a los pobres; cuando la República se hace el dominio de ciudadanos privilegiados, sea por nacimiento, sea por la fortuna, sea por el domicilio, el enemigo no está lejos. ¡ Velad!

El Hijo del Trabajo. Año III. Época segunda. Núm. 89, México.

Abril 7 de 1878, p. 1.

José María González

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