Índice de Del artesanado al socialismo de José María GonzálezAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Estamos justificados

La cuestión indígena ha sido tratada por nosotros con una constancia poco común, y para convencerse de ello no hay más que recorrer las columnas de nuestro Semanario, y se verá que hace algunos meses no deja de aparecer en este mismo Semanario algo relativo a esa cuestión.

Nuestros primeros artículos, dedicados a la cuestión indígena, fueron censurados acremente por algunos de nuestros colegas, y hasta se nos inculpó diciendo que alentábamos la Comuna.

Resignados sufrimos la inculpación y el epíteto de comunistas, porque estábamos ciertos de que decíamos la verdad, y de que los hechos y el tiempo vendrían en nuestro auxilio para justificarnos.

Con verdadero placer hemos visto que esos hechos y ese tiempo han llegado, y que ellos con una lógica inflexible dicen que el que sufre y escribe en defensa de los que sufren, nunca miente ni va guiado por ruines pasiones. El Federalista, El Combate, El Monitor y algunos otros periódicos, todos caracterizados, traen con frecuencia largos artículos, o párrafos de gacetilla relativos a la cuestión indígena, artículos y párrafos en que se denuncian abusos y crímenes cometidos por los hacendados, y en que se llama la atención del gobierno hacia una cuestión de fatales consecuencias si no se trata con prudencia y atiende con justificación.

¡No es la primera vez que en la República se agita esta cuestión; pero nunca ha tomado las proporciones que hoy, y esto porque nunca han sido engañados los indígenas de una manera tan baja como ahora!

Se asegura, y no puede ponerse en duda, que el general Díaz, para hacer sublevar a los indios en contra de la administración del Sr. Lerdo y a favor del Plan de Tuxtepec, les ofreció, por conducto de sus agentes, devolverles los terrenos que les han robado los hacendados sin litigio, sin dificultad alguna; y como el tiempo ha pasado, y en vez de cumplir aquella promesa, el gobierno parece que ha hecho causa común con los hacendados, resulta necesariamente que los indígenas, al verse burlados y entregados sin defensa en manos de sus enemigos, han perdido la esperanza de una solución pacífica, y maldicen una y mil veces al que los engañó para hacerlos defensores de un absurdo, de un crimen político, de un plan que vino a destruir la constitucionalidad de nuestro gobierno y a entronizar el militarismo revolucionario en el sentido más retrógrado.

El Estado de Hidalgo está siendo actualmente el teatro de abusos y crímenes que horrorizan, y el Estado de Hidalgo será también, a no dudarlo, el teatro donde se represente el espantoso drama de la guerra de castas.

Si estarán o no los indígenas en su derecho, si a tal extremo llegan, no lo podemos decir nosotros; pero desde ahora confesamos que nuestra creencia es que ellos obran en defensa propia.

¡Las represalias!

Este va ser el resultado de la cuestión indígena.

¿Y todo por qué?

Porque un pequeño número de usurpadores quieren retener en su poder lo que no les pertenece, y porque un soldado ambicioso, ávido de poder, hiciera una promesa que jamás podría cumplir.

El robo de unos cuantos y la mala fe de un revolucionario van a traer la guerra de castas, o cuando menos el asesinato de centenares de hombres útiles para la agricultura.

Mas no importa; porque todos estos acontecimientos no son más que combustible que están aglomerando para arrojarlo más tarde a la hoguera de la revolución que pronto tal vez cambie la faz de México.

Se ríen muchos cuando vaticinamos la revolución social, creyendo que soñamos; que se rían, que no se preparen, que desprecien nuestros vaticinios, que el día que tal suceda nos tocará la revancha siendo nosotros los que riamos.

Y no se crea que hay un plan premeditado, ni jefes que están organizando esa revolución, ni depósitos ocultos de armas y de pólvora, ni inteligencia entre los pueblos todos de la República; porque si tal sucediera, no sería una revolución social, sino un pronunciamiento vulgar sin principios políticos o religiosos; no, la conciencia del pueblo, sus sufrimientos, el hambre que lo agobia, su desnudez, su desesperación, son los agentes activos que lo están conmoviendo; sus armas son las armas que arrancan a sus adversarios; su plan es: la felicidad de la Patria; su grito de guerra: ¡Libertad!

Y ríanse los incrédulos, búrlense los poderosos, sigan robando los ricos, continúen esquilmando al pueblo los gobernantes, insistan los frailes en fanatizar a los ignorantes, que quizá no esté lejano el día en que todos esos miopes lloren y pidan perdón.

Por fin es un hecho que se reconoce la infamia de los hacendados y la justicia de los indígenas; por fin se comprende que los que hemos tomado a lo serio la defensa de esos desheredados no somos impostores ni comunistas; pues de la misma manera se comprenderá dentro de poco, que no somos exagerados cuando denunciamos a cada momento el malestar general de los obreros, y cuando vaticinamos la revolución social.

La cuestión indígena está enlazada con esa revolución, la primera sangre ha corrido; aún puede conjurarse la tempestad, quizá más tarde sea imposible.

Que el gobierno abra los ojos y vea, que deje ese estado automático que guarda, que se mueva, que obre con entera justificación; que los hacendados dejen de ser usurpadores y devuelvan lo que se han robado; que los periodistas ilusos traten de buena fe la cuestión indígena y la social generalmente, y todo se habrá salvado; de lo contrario, el peligro está próximo y el mal que de él se origine nos envolverá a todos.

Cuando iniciamos la cuestión indígena e indicamos lo que había de suceder, se rieron de nosotros; hoy que periódicos caracterizados confiesan que los indígenas son víctimas de la avaricia de los hacendados y de la infamia de los gobernantes, estamos justificados.

El Hijo del Trabajo. Año III. Época segunda. Núm. 92, México.

Abril 28 de 1878, p. 1.

José María González

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