Índice de Del artesanado al socialismo de José María GonzálezAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Ante un cadaver o ante una fiera

La triste situación en que se halla la clase obrera a consecuencia de la miseria general, nos obliga continuamente a llamar la atención de los que son la causa del malestar de aquellos que no cometen más crimen que ser trabajadores; no porque estemos convencidos de que nuestra débil voz despierte sentimientos generosos en el corazón de los egoístas, supuesto que no poseen esos sentimientos, sino porque comprendan que a pesar de nuestro abatimiento, de nuestra aparente indiferencia, no nos conformamos con un presente lleno de amargura, ni con un porvenir sombrío, sino que protestamos hasta donde nos es posible contra la criminal conducta de los que son la causa de que el obrero tenga hambre por falta de trabajo.

Se nos hace increíble que en un país tan rico como el nuestro, en donde los metales preciosos abundan, en donde hay terreno sobrado para multiplicar la propiedad, en donde las materias primas se desperdician, en donde, en fin, la industria haría millonarios a los que hoy son mendigos; increíble, repetimos, se nos hace que haya miseria, hambre, y aún puede asegurarse que el pauperismo sea hoy el patrimonio del pueblo trabajador.

Y sin embargo, nada hay más cierto, nada más positivo, que en nuestra pobre República, el bienestar general es desconocido, y que la miseria, reunida a la desesperación, es el elemento destructor que nos va conduciendo al abismo.

¿Por qué?

Triste es decirlo, pero nuestra conciencia nos obliga a no callar; porque, a excepción del pueblo trabajador, el resto de los mexicanos carece de patrimonio.

Y no exageramos.

Nuestra patria no podrá engrandecerse mientras su pueblo trabajador tenga hambre; y este pueblo no podrá dejar de tener hambre, mientras sus gobernantes no dejen de ser bribones, y sus ricos no dejen de ser egoístas.

Mientras los que nos gobiernan antepongan el bien general; mientras no procuren más que enriquecerse a costa de los sacrificios del que trabaja; mientras no comprendan su misión; mientras no sean realmente mexicanos y patriotas, la situación del país no mejorará, sino que por el contrario, día a día empeorará hasta que llegue, como elemento disolvente, a hacer desaparecer a México del catálogo de las naciones independientes. Con respecto a los ricos, creemos que mientras no dejen de ser estúpidos y rutineros; mientras no se alejen del agio, que es a lo que dedican sus capitales; mientras el espíritu de empresa no los anime; mientras conserven en sus corazones el odio infundado que le tienen al pobre; mientras no se inspiren en el amor que deben tener al suelo en que vieron la primera luz, serán un auxiliar poderoso para consumar la ruina de nuestra patria.

El vicio y la criminalidad aumentan, nos dicen continuamente, y es en la clase trabajadora en quien se nota ese mal, nos repiten. Esto es lógico. Si la clase trabajadora no tiene más patrimonio que el trabajo, y éste le falta, es natural que vaya a la miseria, y de la miseria al vicio y al crimen. Así como el gobernante, el empleado, el militar, etc., cuando por un accidente dejan de comer del erario, no quieren trabajar, y se convierten en revolucionarios, o cuando menos en caballeros de industria; de la misma manera el obrero, cuando se ve sin trabajo se convierte en criminal, o, cuando menos, en vicioso.

Y no se nos diga que así como se convierte en criminal o vicioso podría permanecer siempre honrado, porque en esto no habría justicia.

¿Qué hace, por ejemplo, el obrero que no tiene trabajo y que está obligado a llevar pan a sus hijos? Empeñará, venderá, pedirá prestado a sus amigos inmediatamente que carezca de trabajo; pero como tiene tan poco que empeñar y que vender, y su crédito también es poco, llega un día en que todo le falta, menos sus necesidades, ¿y qué hace? ¿Pide limosna? ¿Se muere de hambre con sus hijos?

Contesten por nosotros los que son causa del mal.

¿Qué hacer? nos preguntamos los obreros, ¿cómo remediar nuestros males? ¿a quién acudir? Si aceptamos con paciencia esta situación creen que estamos conformes con ella, y nunca, los que pueden, harán nada en nuestro favor; si nos desesperamos y queremos romper este mal, tenemos que hacer la revolución social, y esta revolución tal vez violente la ruina de México. ¿Qué hacer? repetimos a cada momento; y cansados, desalentados, tristes, nos perdemos en un mundo de ideas funestas, y poco a poco vamos aborreciendo a los que debíamos amar.

Cuando nos gobernaba el señor Lerdo estábamos mal, la revolución de Tuxtepec, llena de promesas seductoras, nos hizo creer que triunfando destruiría ese mal. Pues bien, la revolución ha triunfado y el mal existe; nuestras esperanzas se han desvanecido como el humo, una nueva decepción ha venido a acibarar más nuestra existencia social, y no vemos, ¡qué tristeza! el término de nuestra desventura.

Algo desconsolador, algo desagradable se nota en la sociedad; parece que han tocado a muerto y que todo el mundo está triste; y es que el corazón del cuerpo social padece horriblemente; su mal no es ya físico, sino moral.

Una nueva revolución se inicia, revolución que va a hacer correr la sangre mexicana, revolución que va a engendrar nuevos odios, a ejercer nuevas venganzas, revolución que nos va a debilitar más, que va a hacer brotar nuevas aspiraciones, a crear nuevos verdugos y a dejar más millares de huérfanos, que son un contingente seguro para el vicio y para el crimen.

¿Cómo ha de ser?

¿Y qué quiere esa revolución?

El pretexto es la legalidad, pero lo positivo es nuestro mal.

¡La legalidad y la usurpación!

He aquí dos principios políticos fraz, a los ambiciosos; he aquí dos que nos tienen sumidos en la miseria.

¿Qué conseguiremos con que el señor Lerdo vuelva a gobernarnos? El mal.

Y si mal estamos con los dos, ¿qué hacer?

Lo repetimos; mientras el patriotismo no guíe a nuestros gobernantes, nunca, nunca hemos de ser felices.

¡Los ricos!

Para comprender lo que tenemos que esperar de ellos, baste saber que tienen en sus despachos el plano de la República y el de las ciudades, y que tienen marcados los premios que deben ganar sus dineros cuando se prestan sobre las propiedades, es decir, que sus negocios se reducen al agio.

¿Y con tales gobernantes y tales ricos podremos progresar?

No, mil veces no.

Esta es la situación; ¡miseria y hambre!

¿Y la moralidad, y la instrucción pública, y la religión, y el progreso, dónde están?

Si han huido de los grandes, con más razón han huido de los pequeños.

Pobre México, pobre clase obrera; vosotros sois los desheredados del bienestar social.

Pero cuidado, gobernantes y ricos, porque quizá no esté lejano el día en que os halléis, o ante un cadáver o ante una fiera; de uno u otro modo vosotros perderéis y los obreros ganarán.

El Hijo del Trabajo. Año III. Época segunda. Núm. 88, México.

Marzo 31 de 1878, p. 1.

José María González

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