Índice de Del artesanado al socialismo de José María GonzálezAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Negocio color de suelo de cocina

La Sociedad Artístico-Industrial sigue llamando la atención del pueblo obrero por el despojo que sufrió del edificio que un gobierno de derecho le cedió; y sigue llamando la atención, porque día a día se va conociendo lo asqueroso de este negocio. En él figuran personas elevadas, tales como el Presidente (?) de la República, el ministro de Justicia y un regidor, sin contar a las personas de menos elevación, que son las que realmente han puesto en evidencia a esos altos funcionarios: se nos olvidaba decir que también los ministros de Relaciones y Fomento representan su papel en el sainete.

Es el caso, que los señores Vallarta y Riva Palacio opinaron porque en el edificio del ex colegio de San Gregario no debían reunirse las sociedades, y el señor Tagle, que siempre se adhiere al voto de la mayoría opinó del mismo modo, dando por resultado, que a este último (por supuesto como a representante del Ministerio de Justicia) se le cediera el edificio en cuestión para la Instrucción Pública. Aquí empieza a ensuciarse el negocio. Hay un regidor, hechura del señor Protasio Tagle, que tiene las comisiones de Fomento, Industrial, protección, etc., etc., etc., etc., etc., etc., de los artesanos y ese regidor pensó, y estuvo en su derecho para pensar, en que había llegado el tiempo de la regeneración de la clase obrera, y en que él sería el Mesías de los trabajadores; pidió el edificio al ministro, pero antes de pedirlo consultó con sus compadres los del Círculo de Obreros grandes, grandísimos, y éstos le dijeron que sólo ellos eran dignos de poseerlo; en consecuencia, al Círculo de Obreros fue hecha la nueva concesión. Continúa ensuciándose el negocio.

Una orden seca, tiránica, como emanada de la cabeza de la justicia de nuestro país, intima al representante de la Sociedad artístico-Industrial para que entregue al presidente del Círculo de Obreros (?) el edificio, y con esta extraordinaria combinación, el ministro y el regidor consuman un despojo digno de los hombres de Tuxtepec. La Sociedad Artístico-Industrial se queda anonadada, boquiabierta, patitiesa, y ni siquiera llora, porque no tiene lágrimas que derramar; pero se le pasa el susto, se espereza, recobra algo la razón y resuelve dirigirse al sublime ministro de Justicia, lleva a efecto su resolución y se presenta humilde y ceremoniosa ante el gran hombre de la patria, y le expone su queja; el dispensador de todos los bienes dice que lo han sorprendido, y ofrece retirar su orden, porque no quiere vulnerar derechos anteriormente adquiridos, y llena de miel los labios de la pobre Artístico- Industrial.

Contenta, ufana, ancha, anchísima vuelve esta desgraciada a su dominio, y se encuentra con que todo fue política del gran político. El Círculo Grande se ríe de la credulidad de aquélla a quien dio zancadilla, y expide su convocatoria, y nombra su comisión reglamentaria, entre cuyos miembros se cuenta el compadre, el grande y buen amigo del infortunado Ignacio Comonfort, y el ínclito Pa ... ga ... ¡zape! por poco decimos una barbaridad. Al verse burlada la Artístico, insiste en hacer valer sus derechos, y resuelve dirigirse al Presidente (?) de la República. Llega a palacio, sube las escaleras, se sacude el polvo, se compone el pelo y la corbata, se quita el sombrero, tose, escupe, y pide una audiencia; se le concede, se presenta temblorosa ante el Gran Oriente de la Masonería Tuxtepecana y le dice: Señor, Señor, Señor, Señor ... y el Gran Oriente le contesta: Señora, el ministro, el ministro, el ministro ...

Aquí sí que el negocio se va poniendo tan sucio que ya casi es negro.

La Sociedad Artístico-Industrial no sabe qué hacer, la han burlado; ella discute, habla y habla y habla y no se cansa de hablar, pero nada más de hablar.

En su última sesión un socio presentó una proposición concebida poco más o menos en estos términos: La Sociedad nombrará una comisión que se dirija al C. Presidente (?) de la República para manifestar nuevamente la injusticia que se ha cometido con ella, y en caso de no tener una solución satisfactoria, la misma comisión queda autorizada para devolver al gobierno el edificio y la subvención, o a destinar ambas cosas al establecimiento de un orfanatorio para hijos de obreros.

Al oír esta proposición el Presidente de esa Sociedad, se levantó como impulsado por un resorte oculto, y protestó y amenazó con negar los derechos de socio al que aprobase esa descabellada idea: ¡Qué tal sería de descabellada la amenaza de ese Presidente, pues un amigo de él pidió la palabra y lo contrarió disculpándolo, eso, porque su juventud, su amor a la clase obrera lo habían obligado a cometer un acto impolítico y fuera de reglamento!

Aquí sí quedó el negocio más que sucio, negro como el suelo de una cocina de figón.

Hagamos a un lado el sarcasmo y hablemos con seriedad.

Nada importaba a los ministros de Relaciones y Fomento que las sociedades se reunieran en el ex Convento de San Gregorio, y no podían, por más que nos digan, disponer de ese edificio, que no es suyo sino de la nación (ya se ve, dirán como Luis XIV: El Estado soy yo), y aun concediéndoles el derecho de disponer a su antojo de aquel local desde el momento en que la cedían a la Instrucción Pública, no era el ministro de Justicia quien podía disponer de él para darlo a un regidor que lo pedía a nombre del Círculo de Obreros, sino que tenía que aprovecharlo en el establecimiento de un colegio, de un asilo, de una biblioteca o de cualquiera otra cosa relativa a la Instrucción Pública; no lo hizo así, y ha merecido la censura y el ridículo por no saber conducirse como ministro.

El regidor que solicitó el local para una corporación, sabe perfectamente que ese local tiene un poseedor anterior legalizado por la ley (por eso todos los Congresos le acuerdan en el presupuesto general de la nación, una cantidad en calidad de subvención), y que no al ministro, sino al poseedor, debió dirigirse para hacerle proposiciones; no lo hizo así, sino que de un modo contrario, y por esto merece la calificación de hombre de mala fe, y de parcial; quiso entrar a ese edificio, no por la puerta común, por donde nadie se excusa, sino por la puerta falsa, por donde entran los que desean ocultarse.

¿Qué importa que haya ofrecido a los obreros la planteación de talleres y de un jardín, si esta oferta venía envuelta en una acción nada decente?

Después del despojo, el señor ministro de Justicia se ha llamado, perdón por esta frase vulgar, a que lo engañaron y ofreció revocar su orden, ¿lo ha hecho? ¡No!

Esto es indigno de un ministro y de un hombre de honor.

El Sr. Presidente de la República ha dicho a la comisión de la Sociedad Artístico-Industrial que el ministro ha obrado de motu proprio ¿es esto creíble? ¡No!

Esto nos indica alguna de estas dos cosas: o que el señor Presidente no tuvo la entereza necesaria para sostener la alcaldada de su ministro de Justicia, o que hace poco caso e ignora, por desidia, lo que hacen sus Secretarios.

El Círculo de Obreros, si realmente no sabía que un regidor trabajaba por obtener para él la primacía en las sociedades, debió al recibir la orden del ministro, devolverla y protestar contra la injusticia, si quería honrar la bandera que le regaló la familia Juárez, y llevar adelante la máxima de aquel grande hombre: El respeto al derecho ajeno es la paz.

No hizo esto, sino que se convirtió en cómplice de un regidor, y digno de censura y de des ... confianza: sé más cauto.

El presidente de la Sociedad Artístico-Industrial ha mostrado que es un tirano, ignorante del reglamento que rige a esa sociedad, y sólo así se concibe que amenazara de un modo tan ridículo a los socios que hacían uso de un derecho que la Constitución otorga a todo ciudadano. Ese presidente se declaró, por su amenaza, o que tiene compromiso con el Círculo de Obreros de destruir a la Sociedad que preside, o que fue uno de los que hablaron al oído al ministro de Justicia; una o ambas cosas sólo se quedan para hombres vulgares y sin conciencia.

La Sociedad Artístico-Industrial no ha sabido mostrar energía en este negocio, y parece que para ella la dignidad es sólo una palabra y no un sentimiento de todo ser libre y racional.

Recuerde esta Sociedad que su actual presidente renunció, hace un año poco más o menos la honra de ser socio de la Artístico, y que lo hizo por medio de un documento que apareció impreso en El Hijo del Trabajo, cuando éste era propiedad de don José Muñuzuri; por consiguiente, un individuo que renuncia su puesto de socio en una sociedad, mal puede ser su presidente.

Debe, por lo mismo, la Artístico, nombrar un presidente de entre sus socios y desconocer al que hoy indebidamente tiene. Debe también aprobar y llevar adelante la proposición de que antes hablamos, o dejar de existir, pero con honra.

Toda la prensa de la República está conforme en que el actual ministro de Justicia es inepto para desempeñar un ministerio tan interesante, y por eso no dudamos de que haya cometido una injusticia con la Sociedad Artístico-Industrial, despojándola de lo que legalmente debe poseer.

Nuestros informes respecto al regidor intruso y a los manejos de los directores del Círculo de Obreros, son venidos por conductos fidedignos; pero si así no fuese, nos habremos equivocado en algunos detalles, pero en la esencia del negocio, no.

Hablemos sinceramente, no nos guía la pasión; declaremos otra vez, que poco nos importa que el engrandecimiento de la clase obrera se deba a tal o cual persona, o tal o cual sociedad; pero declaramos también, que siempre que ese engrandecimiento venga acompañado de la humillación, de la chicana, de la porquería (otro perdón por esta vulgaridad), seremos los primeros en desaprobarla y condenarla; si no lo hiciésemos así, mereceríamos que el idiota más grande del mundo se riese de nosotros, y nos arrojase a la cara, con desprecio, la pluma con que escribimos.

El Hijo del Trabajo. Año III. Época segunda. Núm. 82, México.

Febrero 17 de 1878, p. 1.

José María González

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