Índice de Del artesanado al socialismo de José María GonzálezAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

El pueblo esclavo

Mientras en la sociedad no impere la ley moral del amor mutuo, ardientemente predicado por Jesucristo; mientras no se extinga la preocupación de que unos nacieron para ser felices y otros para ser desgraciados; mientras haya amos y siervos, no dejará tampoco de existir el pueblo esclavo, compuesto precisamente del mayor número, número productivo, no de ahora, sino desde el principio de la sociedad.

¿Y quién forma esa mayoría?

El pueblo pobre.

¿Y quién forma la minoría?

El pueblo rico.

¿Por qué es esclava la mayoría?

Porque no tiene dinero.

¿Por qué es ama la minoría?

Porque tiene dinero en abundancia.

¿En qué consiste que la minoría puede sobreponerse a la mayoría?

En que la minoría tiene unos aliados poderosos.

¿Quiénes son?

Los frailes y los soldados, es decir, la hipocresía, la maldad, encubiertas con el manto de la conciencia; la fuerza bruta, encubierta con el manto de la ley.

¿Por qué la mayoría se deja subyugar de la minoría?

Porque la mayoría tiene que buscar el pan cotidiano a fuerza de trabajo; y cuando termina ese trabajo ya no hay fuerza para nada, sólo se busca el descanso, y hay necesidad de dejar obrar a los holgazanes, de dejarlos conspirar contra el trabajador, de fortalecerlos con la importancia de la mayoría.

¿Y este mal no tiene remedio?

Sí lo tiene.

¿Cuál es?

La revolución social.

¿Cuál es el objeto de esa revolución?

Extinguir el proletariado.

¿Entonces el gobierno puede expedir leyes que tiendan a ese fin?

El gobierno no puede nada.

¿Por qué?

Porque es el primer esclavo.

¿En qué consiste?

En que es el más pobre, quizá el verdadero miserable, que no puede vivir sin el dinero del rico, robado con diferentes pretextos al pobre.

Pues qué ¿no es el rico quien saca de sus arcas el dinero que da al gobierno?

No.

¿De quién es, pues, ese dinero?

Del proletario.

Pero si el proletario no tiene propiedad, es pobre, ¿cómo da dinero?

Porque le roban gran parte del producto de su trabajo.

¿Cómo se lo roban?

Con las contribuciones indirectas y con el pago miserable de su trabajo.

¿Cómo cesará esa explotación?

Uniéndose.

¿De qué le servirá la unión?

De hacerse fuerte.

¿Para qué?

Para romper las cadenas de la esclavitud social y arrojarlas, juntas con una sonrisa burlona, a la cara de sus verdugos.

Terrible es la sentencia, pero necesaria.

El pueblo verdaderamente esclavo en nuestra patria es el indígena; él siembra la semilla, la cuida, la recoge y no la disfruta. Y el hacendado, y el fraile, y el gobierno son los amos de ese pueblo esclavo ... ¡Malditos sean los amos!

Lamennais dijo, hablando del labrador.

Un sol brillante se eleva majestuosamente en la bóveda del cielo; su luz descendía como límpidos arroyuelos por las pendientes de las montañas, penetraba a través de las negras sombras de los bosques, y reflejaba por el líquido polvo que cubría las plantas; lanzaban mil destellos a través de la impalpable y aérea gasa extendida sobre los campos; frescos aromas, aliento de los genios de la tierra, embalsamaban un aire tranquilo; voces misteriosas, que se oían a lo lejos, murmuraban sonidos inusitados, que apenas percibía el oído, eco postrero de los sueños de la noche.

¡Cuán grande sois, Señor, en todas vuestras obras!

Y vi salir de las cabañas que había esparcidas en una y otra ladera y en los valles, hombres ancianos y otros más jóvenes, pálidos, flacos y encorvados con el peso de sus instrumentos de labranza; caminaban con lentitud, como si arrastrasen algún peso interior, y a veces se paraban a contemplar aquellas divinas magnificencias.

¡Y sin embargo, estaban tristes!

Llenos de una savia fecunda, los árboles les decían: ved estas flores, que bien pronto se transformarán en frutos, frutos que madurarán para vosotros.

¡Y sin embargo, estaban tristes!

La vid les decía: Yo prepararé en secreto un líquido fortificante que os reanimará en el invierno, calentando vuestros miembros helados.

¡Y sin embargo, estaban tristes!

Las praderas les decían: Nosotros hemos preparado un banquete para vuestros rebaños y vuestras vacadas, traedlos, y os entregarán en cien formas diversas lo que nosotros les habremos regalado.

¡Y sin embargo, estaban tristes!

Y los sembrados les decían también: ¿Están abiertos vuestros graneros? porque estamos trabajando día y noche para llenarlos. Nada temáis, ni por vosotros, ni por vuestras mujeres, ni por vuestros hijos. Dios nos ha encargado que proveamos abundantemente a sus necesidades.

¡Y sin embargo, estaban tristes!

La naturaleza entera les decía: Venid todos a mí, que soy vuestra madre; venid a saciaros en la inagotable fuente de mis pechos.

¡Y sin embargo, estaban tristes, y se veía dilatarse y comprimirse su pecho angustiosamente, y caían de sus ojos gruesas lágrimas!

¿Qué es esto? ¿Qué misterios hay en el fondo del corazón del hombre?

Están tristes, porque los frutos no madurarán para ellos; porque el licor de la vid no les fortificará en el invierno; porque nada les tocará, ni de la lana de sus carneros, ni de la leche de sus ovejas, ni de la carne de sus vacas; porque serán otros quienes segarán las mieses que ellos habrán regado con el sudor de su frente; porque ya oyen a sus tiernos hijos gritar llorando: ¡tengo hambre! y ven anegarse en llanto el corazón de los que les dieron el ser; porque una raza maldita sin amor y sin piedad, se ha colocado entre ellos y la madre común, y no consiente que sus labios se acerquen a sus inagotables pechos.

¿Y vuestra justicia, Señor?

Ella vendrá en su día, no lo dudéis, y será un día santo en el cielo y de inmenso gozo en la tierra.

¡Dios mío, tened piedad del proletario!

¿Qué decís de la idea vertida por Lamennais con respecto al proletario, señores hacendados mexicanos? ¡Mentira! Los mexicanos no son tan infames. Los que cometen infamias contra el indígena y todo trabajador, no tienen patria. ¿Qué respondéis a las lágrimas, al martirio de esos infelices que a las cuatro de la mañana cantan el alabado para ir a labrar la tierra, y a las siete de la noche vuelven a cantar el mismo alabado para ir a dormir como cerdos, en un chiquero? ¡Y todo esto por real y medio al día, y eso de nombre!

Lo mismo decimos a los amos, a los patrones, y a todo aquel, que tiene, por el hambre, a los pobres trabajadores a su disposición.

Día llegará en que imploréis misericordia, y, llorando -miserables- mostréis a vuestras esposas y a vuestros hijos para ablandar el corazón de los que tienen tarde o temprano, que hacerse justicia. Entonces, esos jueces también os mostrarán a sus esposas pálidas, flacas, verdaderos espectros, y a sus hijos harapientos, también pálidos y flacos, e ignorantes, embrutecidos por vuestra tiranía, y os dirán: ¿Tuviste misericordia de los míos, que con los mismos derechos que los tuyos, también tenían aspiraciones?

Quizá te perdonen, amo, porque la nobleza, la caridad, el verdadero cristianismo reside en el alma del pueblo esclavo.

El Hijo del Trabajo. Año II. Época segunda. Núm. 64, México.

Octubre 14 de 1877, p. 1.

José María González

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