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A la sociedad de artesanos de Oaxaca

Hermanos, Salud

En el número 71 de La Victoria, periódico oficial de vuestro gobierno, apareció un remitido vuestro, en el cual aceptáis en todas sus partes la refutación que de un artículo escrito por mí, intitulado: ¡De rodillas, miserables! y publicado en el número 55 de El Hijo del Trabajo, hizo el Sr. D. Luis Santibáñez, socio honorario de vestra Corporación, en cuyo remitido protestáis enérgicamente contra los principios disolventes que encierra, no sólo ese artículo, sino todos -a juzgar por el plural- los que salen de mi humilde pluma.

Vosotros, honorables hermanos, tenéis derecho para aceptar o desechar mis conceptos; tenéis derecho para analizarlos, disentirlos y aun anatematizarlos, porque están bajo el dominio del público, desde el momento que públicos son mis conceptos; pero quien carece de ese derecho, quien en vez de censurar debía aplaudir, es el Sr. Santibáñez, porque, no sólo yo, sino un número respetable de artesanos mexicanos, fuimos, aunque poco tiempo, discípulos de ese señor.

Recuerdo que un día, hace un año poco más o menos, mis compañeros de redacción y yo recibimos una cita del editor de El Hijo del Trabajo, para asistir con puntualidad a las siete de la noche de ese mismo día a la imprenta del Sr. D. Epifanio Orozco, con objeto de celebrar una sesión extraordinaria para organizar los trabajos de la Redacción, trabajos que iba a dirigir el Sr. Santibáñez. Fuimos presurosos a la hora citada -seríamos como veinte los citados y todos asistimos- deseando que aquella organización fuese un hecho, y tuvimos la gran satisfacción y la inmerecida honra de ser presentados al Sr. Luis Santibáñez quien nos trató con exquisita fineza, y nos habló por más de dos horas, con un lenguaje tan persuasivo, tan entusiasta, que no vacilamos en aceptar una proposición que nos hizo, cuya proposición fue esta: vivo en el callejón de López, tengo mi pieza independiente, poseo una pequeña biblioteca de autores socialistas que pongo a la disposición de ustedes y espero que desde mañana nos veamos allá, en la noche, a las siete, para que empecemos nuestros trabajos.

Fue tal el entusiasmo de los concurrentes, que el Sr. D. Trinidad Espíndola, hombre serio y quizá de mayor edad que cuantos estábamos allí, no pudo menos que extemar sus ideas socialistas y suplicamos que no dejásemos de concurrir a la casa del Sr. Santibáñez para aprovechar el bien que nos iba a resultar.

Al síguiente día asistimos a la casa indicada, y lo primero con que se abrió la sesión, más bien dicho, la cátedra, fue con la lectura de una obra de Proudhon; después de leer algo, comenzó la explicación, y tuvimos el gusto de oír una digresión del Sr. Santibáñez sobre la propiedad, en cuya digresión nos explicó con claridad cuáles habían sido las razones en que Proudhon se fundó para decir que la propiedad era un robo, razones que, a juicio del expresado Sr. Santibáñez, eran justas y aceptables!

¿Vais comprendiendo, honorables hermanos, cuál era el camino por donde nos iba a conducir vuestro socio honorario?

Como os he dicho, el primer autor socialista que se puso en nuestras manos fue Proudhon; y al separamos esa noche, me fue entregado aquel libro precioso para que, en compañía de algunos redactores del Hijo que viviesen por donde yo vivía, lo leyesen, sacasen notas, etc., para entregarlo después a otros compañeros.

Así continuamos algunas noches, haciéndome yo notable por la prontitud con que leía aquel libro, y por mi exactitud en concurrir a las lecciones.

A quien más se dirigía el Sr. Santibáñez cuando hablaba, era a mí, y aun me hizo varias preguntas, seguramente con el objeto de cerciorarse de si aprovechaba yo, o no, sus lecciones.

Una noche nos dijo:

Señores, un pueblo de propietarios es un pueblo de esclavos; mientras la propiedad esté acumulada en manos de unos cuantos ricos, México será pobre, y su pueblo siempre tendrá hambre. Es necesario que el que habita una vivienda, un cuarto, una accesoria, le diga al propietario: ¿cuánto vale mi habitación? te la voy a pagar por anualidades dándote mientras el tanto por ciento que la ley señala. El agio, que es el cáncer de nuestra sociedad, debe ser combatido con ardor; costará mucho trabajo matarlo, porque el gobierno es el primero que lo protege en sus negocios. Lo tengo por experiencia ahora que he desempeñado un destino que el señor Lerdo me dio, pero no hay que desesperar; constancia y valor civil es lo que se necesita, y creo que a ustedes no les faltan estas dos virtudes.

Para terminar, nos dijo todavía, después de una larga pausa, que yo interpreto por puntos suspensivos:

No, es necesario convencernos; el gobierno no puede hacer lo que he indicado a ustedes; el pueblo, y sólo el pueblo, haciendo uso del derecho de propia conservación, y con una energía que imponga a los ricos, es quien debe proceder a efectuar su bienestar; y si no lo hace por medio de la revolución social, siempre sufrirá y él solo se entregará en los brazos del pauperismo.

Otro recuerdo.

Una noche nos mostró el Sr. Santibáñez un diploma muy elegante que le acordó la Sociedad de Artesanos de Tepic, y llorando, nos refirió el recibimiento que le hicieron aquellos hijos del trabajo; nos describió con palabras elocuentes lo ocurrido en un baile con que lo obsequiaron los miembros de aquella Corporación, y nos hizo especial mención de un panadero que llevó la palabra a nombre de la Sociedad; panadero que, a juicio del Sr. Santibáñez, hubiera eclipsado a Marat, si en aquel tiempo hubiera existido.

Muchas más cosas podría referiros, honorables hermanos, si El Hijo del Trabajo tuviese más columnas de que disponer, pero con lo expuesto os pruebo que mis ideas son fruto de las lecciones del Sr. Santibáñez; que este señor, desde el momento en que ponía en nuestras manos a Proudhon, que aceptaba sus doctrinas, que nos indicaba el modo de repartir la propiedad, que nos decía quién debía ser el repartidor y por qué medios; que nos citaba a Marat, comparándolo con un panadero; desde ese momento, repito, el Sr. Santibáñez era comunista y pretendía que los que éramos sus discípulos, fuésemos también comunistas.

Desde que se fundó El Hijo del Trabajo escribo en él; todas mis producciones, buenas o malas, tienden a un fin, a la defensa de la clase obrera, a la que pertenezco; la buena fe me guía; no aspiro a ninguna colocación del gobierno ni a ninguna protección de los obreros; sé trabajar y mi trabajo me proporciona la independencia y la dignidad. No quiero sorprender nunca la buena fe de los artesanos, ni la de ningún trabajador; quiero sí, que la atención pública se fije en la cuestión social tan olvidada de los gobiernos y de los ricos; me duele la situación del trabajador en general, porque siendo él el productor, es él el que se muere de hambre para que unos cuantos holgazanes disfruten de la vida a su sabor; no odio a los ricos por su riqueza, sino por el abuso que de ella hacen; no quiero que se destruya sino que se aumente esa riqueza, pero en bien de la sociedad; me indigna ver al trabajador siempre humillado, siempre calumniado hasta por los extranjeros; no puedo ver con indiferencia la tiranía que se ejerce con los que tienen necesidad de recibir el trabajo en una fábrica, tiranía que llega al grado de prohibir al operario que, lea.

¡Comprendéis, honorables hermanos, cuánto vale esa tiranía! ¡Sólo falta que pretendan que el trabajador se convierta en eunuco, para que de esa manera no tenga familia y puedan disponer de él por un montón de huesos como si fuese perro, para que el dinero le sea innecesario!

Me sorprende, y mucho, que el Sr. Santibáñez haya cambiado de ideas en tan poco tiempo, y que siendo él quien me inició en el socialismo, ahora se espante de mis producciones, las refute, las ponga a discusión, y os obligue a anatematizarme, poniéndome frente a vosotros como a vuestro más terrible enemigo. Si el Sr. Santibáñez no quiere desmentir su caballerosidad, confesará ante vosotros que cuanto he dicho es cierto, y que ha sido injusto conmigo e inconsecuente con sus ideas. El mismo Sr. Santibáñez pudo hacer una crítica de mi artículo en cuanto a la forma, la gramática, la lógica, etc., porque realmente no soy literato ni tengo siquiera los conocimientos más indispensables para escribir al público; pero lo que no sólo no pudo ni debió, fue criticar la esencia, la idea emitida en mi artículo, porque repito, soy su discípulo.

Honorables hermanos: no veáis en mí a un enemigo sino a un amigo; soy trabajador, como ha dicho muy bien el Sr. Santibáñez, y nunca podré traicionar a los trabajadores; os he dicho antes y os repito ahora, que escribo para mis hermanos, guiado por el amor que les tengo; creo que el fruto de la lucha que otros escritores obreros y yo hemos emprendido, no es para nosotros sino para nuestros hijos. Deseo, lo mismo que mis colegas, que leguemos a la naciente clase obrera toda la dignidad que a nosotros nos niegan; que no sigan siendo esclavos; que se les remunere convenientemente su trabajo; que se les dé el lugar que deben tener en la sociedad; que el rico no vea en ellos al esclavo sino al socio; que el gobierno los respete y los proteja. Éstas son las aspiraciones y los deseos del Hijo del Trabajo, aspiraciones y deseos que nada tienen de criminales sino que se distinguen por el noble sentimiento del bienestar del obrero.

Si hay quien pretenda abusar de vuestra buena fe; si hay quien quiera explotaros y poneros en ridículo, no son ciertamente los escritores socialistas, porque ellos tienen como doctrina, la democracia; como capital el trabajo, como bandera, a Jesús enclavado en la Cruz.

No dudando ni por un momento que aceptaréis mis francas explicaciones, espero que digáis al Sr. D. Luis Santibáñez lo que dijo el Redentor a la muchedumbre que le presentó a la mujer adúltera:

El que se considere sin culpa, que le tire la primera piedra, o de otra manera : Vos que empeñásteis vuestro crédito para abrir la primera tienda en favor de la sociedad Cooperativa Oaxaqueña, y que por nosotros, os arruinasteis, no denigréis al hermano que no tiene crédito que empeñar, sino una pluma muy humilde que escribe en El Hijo del Trabajo la defensa del desheredado.

Honorables hermanos, os desea Paz y Trabajo, vuestro humilde hermano.

El Hijo del Trabajo. Año II. Época segunda. Núm. 63, México.

Octubre 7 de 1877, p. 1.

José María González

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