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ARTÍCULOS POLÍTICOS 1914

Ricardo Flores Magón

Selección de Chantal López y Omar Cortés

MARGARITA ORTEGA



Es difícil seguir paso a paso la acción de los compañeros que en México luchan por encauzar el movimiento revolucionario hacia el comunismo anárquico. No hay que contar con vías de fácil comunicación: las líneas de ferrocarril están destruidas; los puentes han sido volados; en los pasos de las montañas vigilan por igual soldados huertistas y soldados carrancistas, libertarios y zapatistas o gente armada de cualquiera otra facción. Aparte de todo esto, las contingencias de la lucha obligan a las diferentes fuerzas combatientes a cambiar de posiciones, a cortar las comunicaciones telegráficas o a guarecerse en el corazón de las montañas y de los bosques.

Por todas estas razones llegan muy retrasadas las noticias, cuando llegar pueden, pues con frecuencia los mensajeros son fusilados antes de llegar a su destino, o de cualquiera otra manera se ven imposibilitados de llevar a cabo su empresa. No es de extrañar, por lo mismo, que tan tarde hayamos podido comprobar la muerte de la grande anarquista que en vida se llamó Margarita Ortega.

Esta mujer extraordinaria era miembro del Partido Liberal Mexicano, cuyos ideales comunistas-anarquistas propagaba por medio de la palabra y de la acción. En 1911 Margarita fue el lazo de unión entre los elementos combatientes del Partido Liberal Mexicano en la Baja California. Hábil jinete y experta en el manejo de las armas de fuego, Margarita atravesaba las líneas enemigas y conducía armas, parque, dinamita, lo que se necesitaba, a los compañeros en el campo de la acción. Más de una vez su arrojo y su sangre fría la salvaron de caer en las garras de las fuerzas de la tiranía. Margaríta Ortega tenía un gran corazón: desde su caballo, o detrás de un peñasco, podía tener a raya a los soldados del Gobierno, y poco después podíase verla cuidando a los heridos, alimentando a los convalecientes o prodigando palabras de consuelo a las viudas y a los huérfanos. Apóstol, guerrera, enfermera, todo a la vez era esta mujer excepcional. Ella no podía ver con tranquilidad que alguien sufriese en su presencia, y a muchos les consta cómo ella se quitó de la boca un pedazo de pan para dárselo al que tenía hambre.

Mújer de exquisitos sentimientos, amaba entrañablemente a su familia; pero su familia estaba compuesta de personas inconscientes, de burgueses y de proletarios aspirantes a ser burgueses, y estas personas nunca pudieron comprender cómo una mujer dotada de tan extraordinario talento, de tan inagotable energía, y que poseía substanciosos bienes de fortuna, pudiera hacer causa común con los desheredados, y por ese motivo la odiaban, la odiaban como odian los corazones vulgares a los espíritus nobles y puros que constituyen un obstáculo a sus mezquinas ambiciones.

Margarita contaba con bienes de fortuna que le hubieran bastado para pasarse una vida regalona y ociosa; pero ella no podía gozar de la vida cuando sabía bien que había millones de seres humanos que luchaban penosamente por ganar su subsistencia. Con la energía que solamente se halla en personas convencidas, Margarita dijo en el mismo año de 1911, a su inconsciente compañero:

Yo te amo; pero amo también a todos los que sufren y por los cuales lucho y arriesgo mi vida. No quiero ver más hombres y mujeres dando su fuerza, su salud, su inteligencia, su porvenir para enriquecer a los burgueses; no quiero que por más tiempo haya hombres que manden a los hombres. Estoy resuelta a seguir luchando por la causa del Partido Liberal Mexicano, y si eres hombre, vente conmigo a la campaña; de lo contrario olvídame, pues yo no quiero ser la compañera de un cobarde.

Las personas que presenciaron esta escena aseguran que el cobarde no quiso seguirla. Entonces, dirigiéndose Margarita a su hija, Rosaura Gortari, le habló en estos términos:

¿Y tú, hija mía, estás resuelta a seguirme o a quedarte con la familia?

A lo que respondió la otra heroína:

¿Yo separarme de ti, mamá? ¡Eso nunca! ¡Ensillemos los caballos y lancémonos a la lucha por la redención de la clase trabajadora!

Al alcanzar el Poder el maderismo fueron expulsadas Margarita y Rosaura, de Mexicali, por orden de Rodolfo Gallegos. Para hacer más penosa la situación de las mártires, Gallegos ordenó que se las encaminase al desierto y se las hiciera marchar por los arenales inmensos, bajo un sol abrasador, sin agua, sin alimentos y a pie, con la advertencia de ser pasadas por las armas si volvían al pueblo. Por espacio de varios días se arrastraron las pobres víctimas del sistema capitalista sobre los ardientes arenales. La sed las devoraba; el hambre las hacía desfallecer. Ni un viajero qua les prestase ayuda, ni un arroyo que calmase su sed. Rosaura decaía visiblemente, haciendo más triste la situación de Margarita. Por fin, a pesar de su extraordinaria energía, Rosaura sufrió un desmayo, cayó por tierra y cerró los ojos ... Margarita creyó que la hija de su corazón había muerto y, loca de dolor, trató de suicidarse; pero al aplicarse el revólver a la cabeza vio que su hija la miraba, y, turbada por la emoción, corrió en busca de agua que dar a la paciente. Afortunadamente esa vez sí la consiguió.

Llegaron a Yuma, Estados Unidos, y allí fue arrestada Margarita por los inspectores de inmigración. Una mujer como Margarita, honra de la humanidad, espléndido ejemplar de la raza humana, no podía residir en este país de la vulgaridad y de la estupidez. Para que una persona pueda entrar en los Estados Unidos necesita creer en la Ley y en la Autoridad. Libertaria Margarita, conforme a las imbéciles leyes de los Estados Unidos, no podía ser admitida, y tenía que ser deportada a México. Gracias a los buenos servicios de excelentes camaradas, Margarita logró escapar de las garras de los inspectores de inmigración, y con Rosaura fue a refugiarse a Phoenix, Arizona, donde adoptó el nombre de María Valdés para despistar a los esbirros; Rosaura adoptó el nombre de Josefina.

Rosaura quedó enferma a consecuencia de las penalidades sufridas en el desierto, y todo su anhelo era volver a México, pero con las armas en la mano, para morir luchando por Tierra y Libertad. Ella no quería morir en su cama, sino en el campo de batalla, cambiando vida por vida, y cuando ya la enfermedad se agravó hasta el extremo de no permitirle abandonar el lecho, decía a Margarita:

Mamá: no quiero morir aquí; llévame a la calle, donde se reúnen los trabajadores mexicanos. Quiero morir en medio de ellos, de mis hermanos, hablándoles de sus derechos como productores de la riqueza social.

Poco después moría la dulce niña sin arrepentirse de haber dejado las comodidades de la vida burguesa por la vida agitada, llena de peligros y de miserias de los verdaderos revolucionarios.

Margarita quedó sola. Su hija y compañera de lucha no compartiría más con ella las penalidades, los sinsabores, las miserias que son el premio de los luchadores sinceros; pero no por eso dejó de trabajar con el empeño de siempre la noble sembradora de ideales. Con el compañero Natividad Cortés emprendió la tarea de organizar el movimiento revolucionario en el Norte del Estado de Sonora, teniendo como base de operaciones el pueblecillo de Sonoyta, de dicho Estado. Esto ocurría en octubre del año pasado. Ambos compañeros trabajaron con ardor, poniendo de acuerdo a los compañeros que residen en territorio mexicano, cuando Rodolfo Gallegos, que esta vez era carrancista y tenía la misión conferida por su amo de vigilar la frontera, tropezó con ellos por casualidad. El compañero Natividad Cortés fue fusilado en el acto, y Margarita llevada prisionera hasta la Baja California, donde Gallegos mandó dejarla en un lugar en que forzosamente tenía que ser vista y aprehendida por los huertistas, dejando de esa manera a éstos la tarea de asesinarla.

Margarita fue arrestada el 20 de noviembre del año pasado, cerca de Mexicali, por los huertistas, y puesta en un calabozo con centinela de vista. Los felones que la dragonean de autoridades aguzaron el ingenio para martirizarla. No tuvo miedo de confesar que era miembro del Partido Liberal Mexicano, y que, por lo mismo, luchaba contra la hidra de tres cabezas: Autoridad, Capital, Clero; pero no delató a ninguno de los compañeros que estaban de acuerdo con ella para lanzar el grito de Tierra y Libertad en el Norte del Estado de Sonora. Entonces se la sujetó a tortura, como en los negros tiempos de la Inquisición. Sus cobardes verdugos la querían obligar a que descubriera a los compañeros que estaban comprometidos a rebelarse; pero todos los esfuerzos se estrellaron contra la voluntad de bronce de la admirable mujer.

¡Cobardes! -gritaba- haced pedazos mi carne, resquebrajad mis huesos, bebeos toda mi sangre, que jamás denunciaré a mis amigos!

Entonces los sicarios de la tiranía la condenaron a estar en pie de día y de noche, en medío del calabozo, sin permitirle sentarse o apoyarse contra la pared. Rendida por el cansancio, a veces vacilaba y tenía que apoyarse en el centinela que vigilaba: un empellón y un puntapié la ponían en medio del calabozo. Otras veces caía por el suelo, desfallecida y agotada por tanto sufrimiento: a culatazos se la hacía ponerse nuevamente en pie.

Cuatro días con sus noches duró ese suplicio, hasta que las autoridades de Mexicali la sacaron del calabozo el 24 de noviembre para fusilarla. Se formó el cuadro de la ejecución en un lugar desierto, por la noche, para que nadie se enterara del atentado. Margarita sonreía. Los verdugos temblatan. Las estrellas titilaban como sí forcejearan por descender para coronar la cabeza de la mártir.

Una descarga cerrada hizo rodar por tierra, sin vida, a la noble mujer, cuya existencia ejemplar debe servirnos de estímulo a los desheredados para redoblar nuestros esfuerzos contra la explotación y la tiranía.

(De Regeneración, N° 192 del 13 de junio de 1914)

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