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A LOS INCONSCIENTES

Todavía hay personas que nos urgen a que hagamos los liberales causa común con Francisco I. Madero. Creemos que algunas de esas personas obran de buena fe, y, por eso, escribimos este artículo.

Todos los pueblos de la tierra están divididos en dos clases forzosamente antagónicas: la clase rica y la clase pobre, la clase que tiene bienes de fortuna y la clase que no cuenta más que con sus brazos y su cerebro para proporcionarse la vida. Hay, pues, verdadera desigualdad social en todos los pueblos de la Tierra, y esta desigualdad es provechosa solamente a la clase rica, que es la que de hecho gobierna a los pueblos.

A la clase rica le conviene que haya pobres, porque el trabajo de éstos asegura a esa clase una existencia descansada, libre de sobresaltos y humanamente dichosa. Si no hubiera pobres, o, mejor, si los pobres no tuvieran necesidad de alquilar sus brazos, sino que pudieran trabajar para ellos mismos, los ricos se verían forzados a trabajar, a empuñar igualmente la herramienta, a regar con sudor los campos, a encallecerse las manos en los talleres. El interés, pues, de la clase rica, es que haya pobres, esto es, esclavos que trabajen por un determinado salario, para que ella pueda seguir viviendo en la holganza.

El interés de la clase pobre es completamente distinto del interés de la clase rica. La clase pobre quiere independizarse de la clase rica, quiere trabajar para sí misma, quiere gozar del producto íntegro de su trabajo. La clase pobre entiende ya que si la maquinaria y la tierra no estuvieran en poder de la clase rica, sino en poder de todos los que quisieran trabajar, los beneficios del trabajo quedarían exclusivamente a favor de los trabajadores, y no habría ya miseria, no habría ya crimen, moriría la prostitución.

El interés de la clase rica es que continúe la humanidad dividida en dos clases; el interés de la clase pobre es que termine esa división de clases y no quede más que una: la de los trabajadores, y esto solamente se conseguirá cuando los pobres tomen posesión, por medio de la fuerza, de la tierra y de la maquinaria que tienen en su poder los ricos.

Hay, pues, dos clases sociales: la de los ricos y la de los pobres, cuyos intereses son completamente antagónicos. El pueblo mexicano, como cualquier otro pueblo de la Tierra, está dividido en dos clases sociales: la de los ricos y la de los pobres. Cada clase tiene interés en hacer triunfar sus principios, pues de ello depende el bienestar de los individuos que la componen. Los ricos tienen interés en que triunfe el principio de la propiedad individual; los pobres tienen interés en que triunfe el principio de la propiedad colectiva o de todos.

No se puede imaginar siquiera la fusión de estos dos intereses, no pueden darse la mano; una alianza entre ellos sería igual a una alianza entre el lobo y el cordero. El triunfo de uno de esos intereses significa la derrota del otro.

Ahora bien: el partido maderista representa los intereses de la clase rica, porque no quiere otra cosa que la caída del tirano Díaz, poner en vigor la Constitución política de 1857; en una palabra, dar al puebIo la libertad política. El pueblo tendría entonces la libertad de votar, de reunirse, de manifestar sus pensamientos; pero la miseria quedaría en pie, porque ¿qué ley puede abolir la miseria?

La libertad política, como lo hemos probado con anterioridad, no aprovecha a la clase trabajadora, porque la dirección de los trabajos políticos no está en las manos de esa clase, sino en las manos de la clase rica o de los políticos profesionales, cuyo interés es idéntico al de la clase rica. Los políticos se acuerdan del pueblo solamente en tiempos de elecciones. Entonces, para conquistar los votos de la clase trabajadora hacen a ésta ofrecimientos que no han de realizarse; pero que dan el resultado apetecido: una curul en la Cámara de Diputados, un puesto en algún Ayuntamiento, el puesto de juez o de magistrado, o bien la gobernación de algún Estado, o el mismo sillón presidencial.

Las masas obreras votan por el que les presenta el programa más halagüeño, que siempre se reduce a reformas, pero sin tocar el fondo de la cuestión, que es la abolición del derecho de propiedad individual, derecho que, mientras se le deje en pie, constituirá el fundamento sólido del pesado edificio de la tiranía política.

Se engañan los que creen que Díaz es el verdadero tirano que ha hecho la desgracia de los mexicanos. Porfirio Díaz es el representante de la clase rica, como lo es todo gobernante; pero se me dirá: si Díaz es el representante de la clase rica, ¿por qué Madero, que es rico, está contra Díaz? Es fácil contestar a esa pregunta.

Bien sabido es que un determinado número de individuos lograron acaparar en México todos los mejores negocios. Esos individuos son designados con el nombre de los científicos. Por ese hecho se verificó en el seno de la burguesía misma una división. Los burgueses, a quienes no tocaron ningunos negocios o les tocaron los más malos, se rebelaron contra los burgueses que habían atrapado los mejores, que son los llamados científicos.

Mientras los científicos no habían hecho el monopolio de los grandes negocios, Madero y todos los burgueses que están con él en el actual movimiento revolucionario no habían pensado siquiera en hacer una oposición pacífica a Porfirio Díaz, que es el instrumento de los científicos. Madero explotaba tranquilamente a los desdichados peones de sus haciendas; Vázquez Gómez vivía a sus anchas explotando su profesión de médico y obteniendo sueldos, del dictador; Sánchez Azcona disfrutaba de sueldo como diputado; Carranza explotaba a la clase trabajadora de Cuatro Ciénegas y hasta era senador, y por el estilo los burgueses maderistas pasaban vida tranquila explotando a la clase trabajadora, ora como dueños de fábricas, minas o haciendas, ora como comerciantes o como simples sanguijuelas del Erario de la Nación y de los Estados; pero como los científicos no solamente acapararon los mejores negocios, sino que gracias a la influencia que ejercían sobre el dictador, acapararon para sus favoritos los mejores puestos de la Administración pública de la Federación y de los Estados, la burguesía y los políticos que no podían medrar a sus anchas rechazaron los huesos que se les tiraban e hicieron la oposición primeramente a los científicos y, sin tocar para nada al dictador, a quien, por el contrario, colmaban de adulaciones, muchas de ellas las más bajas. Le rogaban al dictador Díaz que se desembarazase de esa gavilla de ladrones de frac -así llamaban a los científicos en sus periódicos- que lo tenían dominado. Desconocían los prohombres del ahora maderismo, que fue en su tiempo reyismo, una verdad que sólo conocemos los libertarios: que los gobernantes no son otra cosa que el juguete de los capitalistas. Madero mismo, en su mamarracho conocido con el nombre de La Sucesión Presidencial, adulaba rastreramente al viejo mentecato contra el cual está ahora en abierta rebelión.

Díaz, naturalmente, no les hizo aprecio, y los científicos continuaron dominando los negocios y la política. ¡Entonces despechados los burgueses que no lograban las mejores tajadas en el desbarajuste dictatorial, la emprendieron también contra Díaz. Recuérdese que todavía en 1906, cuando el compañero Prisciliano O. Silva fue a ver a Madero en su casa de San Pedro de las Colonias para que le facilitase armas con qué tomar a Torreón, Madero se espantó y habló acerca de Díaz en términos encomiásticos, diciendo, además, que le repugnaban los derramamientos de sangre. Es que todavía entonces abrigaba la esperanza de que Díaz diera un puntapié a los científicos.

Esto demuestra que los maderistas no se están sacrificando por el bienestar del pueblo, sino por el bienestar de su clase: la rica. Mientras tuvieron negocios e influencia sobre el dictador, eran sus perros más fieles. Los científicos les arrebataron de los hocicos las lonjas más ricas, y no tuvieron otro recurso que la rebelión. Es historia de todas las revoluciones netamente políticas: una parte de la burguesía que se vuelve contra la otra parte más privilegiada.

Y la burguesía, en todos los tiempos, se ha aprovechado del descontento que siempre existe entre la clase pobre, para arrastrarla a los campos de batalla. La burguesía se cuida bien de decirle a la clase pobre: tú sufres. No lo dice sino cuando tiene necesidad de la sangre y del sacrificio de los humildes. Pero si dice a los humildes que sufren, no presenta, en cambio, una fórmula clara de redención. La burguesía habla en general de libertad, de tiranía, de injusticia, de felicidad-; pero no dice a las pobres masas populares que su sufrimiento proviene de la desigualdad social, esto es, del hecho de que haya ricos que tienen todo lo necesario para la vida y aún lo que no es necesario, en abundancia, mientras los pobres carecen de lo más indispensable para satisfacer las necesidades más imperiosas. Eso sí, no lo dice la burguesía, sencillamente porque lucha por el beneficio de su clase y no por el beneficio de la clase trabajadora.

La clase pobre no debe seguir a Madero. La clase pobre debe unirse bajo la bandera roja del Partido Liberal Mexicano. Si los trabajadores se unen a Madero, no hacen otra cosa que sacrificarse por el interés de la clase rica. El Partido Liberal Mexicano es el único que lucha por el interés de la clase pobre, porque es el único que está resuelto a arrebatar la tierra y los instrumentos de trabajo de las manos de los ricos para dárselos a los pobres.

Muchos dicen: Tiremos a Díaz, que ya después, bajo un Gobierno bueno, iremos conquistando mejoras para la clase trabajadora. Esos individuos o son unos ignorantes de marca mayor, que no conocen lo ilusorio de las mejoras, o unos charlatanes a quienes hay que dar la espalda.

Para alcanzar una mejora, por ejemplo el saneamiento de las fábricas, talleres, minas y otros lugares de trabajo, se necesitan largas campañas por medio de la prensa, en el Congreso, en el club, y, al ponerse en vigor las mejoras, los burgueses se dan maña para sobornar a los inspectores que envíe el Gobierno para darse cuenta del estado de esos lugares de trabajo, y resulta que todos están en el más perfecto orden; pero suponiendo que los inspectores fuesen honrados, cosa difícil de realizarse entre los funcionarios públicos, y que los burgueses tuvieran por fuerza que sanear sus antros de explotación, entonces se vengaría de sus obreros rebajándoles los salarios para no perder lo que hubieran gastado en cumplimiento de la ley.

¿Se consigue un decreto sobre alza de salarios y disminución de las horas de trabajo? Entonces los burgueses se desquitan subiendo el precio a las mercancías. ¿Se decreta la rebaja de los precios de las mercancías? Entonces lo adulteran todo para sacar ventaja. Y asi, contra cada decreto paternal, se opondrían la astucia y la voracidad de la burguesía.

Las leyes económicas no pueden ser destruidas con decretos gubernamentales. Mientras se reconozca el derecho de propiedad individual, el proletariado sera esclavo de las clases ricas e intelectuales.

Hay, pues, que ir directamente al objeto: tomar la tierra y los instrumentos de trabajo para que sean de todos. Y hay que comprender, además, que ningún Gobierno podrá verificar ese milagro, porque los Gobiernos son los representantes de la burguesía. Tenemos, los desheredados, que tomar posesión de lo que nos pertenece por medio de la fuerza.

Ricardo Flores Magòn

(De Regeneración, 15 de abril de 1911).


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