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NO QUEREMOS LIMOSNAS

Siempre ha sucedido lo mismo. Cuando la burguesía siente que le falta el apoyo de las masas populares para asegurar su dominio; cuando siente el vacío alrededor de ella, se decide a descender un poco, a bajar hasta donde el proletario vegeta para sonreirle, pasarle la mano por la espalda y decirle: Soy tu amigo, me preocupan tus penas, siento deseos de aliviar tus dolores. Y, regularmente, el proletariado se doblega, se adormece con el canto de las sirenas políticas y olvida la humillación de que ha sido objeto desde hace muchos miles de años por parte de sus amos orgullosos.

¡Todos los políticos son buenos conocedores del alma popular: el que quiere vivir sobre el pueblo, no tiene más trabajo que adularlo, aplaudir sus pasiones, festejar sus vicios, fomentar sus preocupaciones. Esto, naturalmente, se hace cuando se necesita el apoyo del pueblo, en momentos anormales en que las masas pasivas comienzan a estremecerse mordidas por la rebeldía, pues, en tiempos normales las masas son tratadas a puntapiés y latigazos.

Porfirio Díaz y Francisco I. Madero sienten en estos momentos la necesidad de reunir, en torno suyo, a las masas populares. El primero ha sido una bestia salvaje que ha sostenido su dominio degollando a la raza mexicana; el segundo ha sido un negrero hacendado que ha acumulado millones y más millones explotando a los peones de sus haciendas del Estado de Coahuila. Pues bien, estos dos tipos de opresores -el opresor político y el opresor económico- tratan de arrastrar a las masas ofreciéndoles aliviar su triste condición; pero hay que fijarse en que hacen esto precisamente en los momentos en que los trabajadores comienzan a despertar y a darse cuenta de las dos iniquidades que sufren: el despotismo político y la tiranía económica. Mientras los trabajadores soñaban con la panacea del sufragio efectivo; mientras tuvieron fe en la bondad de los legisladores y de los gobiernos paternales, no se preocuparon, ni Díaz ni Madero, por estudiar el medio que pudiera aliviar la situación de los trabajadores. Pero el Partido Liberal ha hablado alto; el Partido Liberal ha abierto los ojos a los trabajadores, ha explicado con claridad que ningún Congreso puede trabajar en favor del proletariado, porque no son los proletarios los que forman los Congresos, sino los burgueses, y los burgueses tienen interés en que el proletariado permanezca esclavizado. El Partído Liberal ha demostrado, con la Historia, que los movimientos encabezados por las clases directoras de la sociedad, esto es, por los intelectuales y los ricos, podrán llevar al pueblo al matadero, pero no a la libertad, precisamente porque los intereses de los intelectuales y los ricos son diametralmente opuestos a los intereses de los trabajadores. Lo más que se ha obtenido con los movimientos revolucionarios que registra la Historia en todos los países, ha sido los ya bastante desprestigiados derechos del hombre, que, como lo hemos probado en artículos anteriores, todo lo garantizan, menos lo que es esencial: la subsistencia del ser humano. Véase la Constitución política de 1857, y en ninguna parte de ella se encontrará una linea siquiera que garantice el derecho de vivir, siendo eso así porque la burguesía ha garantizado todo aquello de que puede aprovecharse ella; pero no todo aquello que puede aprovechar a la clase trabajadora, pues todo aquello que verdaderamente tienda a su emancipación y dignificación ha sido olvidado por los legisladores, y ya que los políticos se olvidan del pueblo, hora es que el pueblo trabajador, por su propia cuenta, haga un movimiento que tienda directamente a establecer la igualdad social, para tener garantizado el derecho de vivir, derecho que solamente podrá existir cuando la tierra esté en poder de todos y cada uno de los habitantes de México.

La propaganda de tan sanos ideales ha dado por resultado el robustecimiento rápido del Partido Liberal Mexicano. En un poco más de seis meses de propaganda llevada a cabo por Regeneración, se han palpado los resultados más que satisfactorios de la misma. Por centenares se cuentan las adhesiones al Partido cada mes; los cupones de adhesión son firmados todos los días por compañeros y compañeras convencidos de la necesidad de emplear la ACCIÓN DIRECTA para tomar posesión de la tierra, desconociendo el sagrado derecho de propiedad.

El porfirismo y el maderismo, al comprobar la fuerza creciente del Partido Liberal Mexicano, se han acordado del pueblo para bajar hasta él y decirle: También nosotros somos tus amigos, vamos a darte la tierra.

Díaz ha dicho que va a emplear ochenta millones de pesos en la compra de tierra a los ricos para dársela a los pobres. Madero tiene la misma cosa; pero ya no es tiempo de que se nos engañe, compañeros. Ante la actitud resuelta de los liberales, Díaz afloja la garra y el burgués Madero hace otro tanto.

Ni Díaz ni Madero pueden cumplir su ofrecimiento de dar tierras al pueblo. Para que pudieran hacerlo, necesario sería que desconocieran el derecho de propiedad, porque pretender comprar la tierra es un sueño que sólo puede caber en el cerebro de un loco. No hay capital en el mundo para comprar la tierra de México. ¿Cómo, pues, van a comprarla Díaz y Madero con los humildes recursos del Erario Nacional? Los presupuestos de ingresos y de egresos, en tiempos normales, siempre están en conflicto. Las entradas son inferiores a las salidas y si esto sucede en tiempos normales ¿cómo estarán esos presupuestos cuando el país salga de esta guerra? Los negocios paralizados, la miseria, el hambre por todas partes; ¿de dónde van a sacar recursos Madero y Díaz para comprar la tierra a los ricos y dársela al pueblo?

Si en tiempos normales no bastan las rentas del país para sostener los gastos de la Administración pública y es necesario recurrir a los empréstitos para sostenerlos, menos se podrán hacer esos gastos después de la actual insurrección. Apenas habrá para que Madero o Díaz se reembolsen de los gastos que han hecho. Es, pues, por lo tanto, materialmente imposible comprar la tierra a los ricos, y cuando hablan de ello los maderistas y los porfiristas, engañan miserablemente a los trabajadores porque ofrecen lo que es imposible hacer.

Lo que debe hacerse no es comprar, sino arrebatar, de las manos de los ricos, la tierra, y no hay que esperar a que un Gobierno misericordioso lo haga, sino que debemos tomarla desconociendo el derecho de los ricos a retener para ellos solos la tierra que nos perlenece a todos.

Tanto los maderistas como los porfiristas ocurren al pueblo, como lo hacen todos los farsantes cuando necesitan su fuerza. Esto ha ocurrido siempre, y seguirá ocurriendo hasta que el pueblo abra bien los ojos y despache en hora mala a sus eternos embaucadores. La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos. No esperemos a que nos den: ¡tomemos! No alarguemos la mano para recibir una limosna. ¡Hagámonos el propósito de deberlo todo a nuestra propia fuerza!

Con el hecho de que Madero o Díaz den alguna tierra a algunos cuantos, no se resuelve el problema del hambre. La tierra debe ser para todos, y no vendida como pretenden Diaz y Madero teniendo que pagarla el pueblo a plazos. Eso sería reconocer el pretendido derecho de propiedad. Que respeten los burgueses ese derecho: los pobres no debemos hacerlo porque es un derecho inicuo. La tierra no debe ser para unos cuantos, sino para todos.

Compañeros: éste es el momento en que debemos mostrarnos más intransigentes en nuestras demandas. Ya la burguesía y el Gobierno tiemblan ante la posibilidad de verse destronados. No nos detengamos, no vacilemos. Seamos ahora más enérgicos. Mientras Diaz y Madero reconozcan el derecho de propiedad; mientras este derecho subsista, no esperéis vuestra liberación. Hay que reconocerlo con entereza; no os arredréis porque los burgueses y sus lacayos nos llamen bandidos. Ellos son los bandidos; ellos, que han vivido a costa de la sangre, del sudor, de las lágrimas, del dolor, de la desesperación de mil generaciones de trabajadores. Ellos son los bandidos; ellos, que no han tenido para los trabajadores sino maltratos, desprecios, jueces, polizontes, carceleros, patíbulos. No olvidemos los agravios: la burguesía es nuestra enemiga: ¡derribémosla! La sangre está corriendo a torrentes: que sea para redimir al proletariado y no para elevar a otro bandido.

Seamos firmes en nuestros propósitos de convertir este movimiento político en una revolución social. No pidamos la tierra: ¡tomémosla!

La revolución liberal gana terreno. Tengamos confianza en que, dentro de un año, la bandera roja ondeará soberana en todo México. No quiero decir con esto que la revolución va a durar un año. Ese tiempo es muy corto para una verdadera revolución. Díaz va a caer en menos de un año; pero la revolución continuará su curso porque con la caída de ese tirano no ganará el pueblo su libertad: se necesita la caída del sistema económico, político y social. Que se retiren de nuestras filas los cobardes y los que esperan medrar después de un triunfo fácil; que se marchen del seno del Partido Liberal Mexicano los que quieran ser gobernadores, diputados o simples alguaciles. Quedémonos los que queramos la instauración de un medio que garantice a todos el pan, la tierra y la libertad.

¡Adelante!

Ricardo Flores Magón

(De Regeneración, 10 de abril de 1911).


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