Índice de Cartas sobre la educación de los niños de Johann Heinrich PestalozziCarta TerceraCarta QuintaBiblioteca Virtual Antorcha

CARTA CUARTA

18 de octubre de 1818.

Mi querido Greaves:

Cuando una madre ha observado en su hijo la primera señal de desenvolvimiento, se le plantean nuevas cuestiones: ¿Cómo se dirigirán estas facultades que se ensanchan? ¿Cuál de ellas pedirá una atención más diligente y que pueda seguir su curso natural sin requerir ningún peculiar cuidado prestado a su propio crecimiento y regulación? ¿Cuál tiene, también, más importante significación en el bienestar futuro del niño?

La cuestión última se decidirá unánimemente, supongo, en favor del corazón. No creo que haya una madre tan ciega, moral e intelectualmente, que conscientemente decida atender al beneficio externo y temporal del niño a expensas de su bienestar interior y eterno. Pero puede, no obstante, confundirse respecto de la importancia relativa de las facultades a su cargo y la consiguiente proporción de atención que separadamente demandan.

El corazón tiene, verdaderamente, una pretensión predominante a su atención. Pero, ¿no está el niño dirigido y aconsejado por la voz interior de la conciencia? ¿No es capaz de decidir la gran cuestión de lo justo y de lo injusto, oyendo simplemente esta voz, sin ninguna instrucción particular de cualquiera otra? ¿Y no habrá llegado el momento, cuando reciba las verdades de la religión, de confirmar aquella voz interior y darle aquella elevación moral, cuya verdadera idea está, al presente, muy lejos de su alcance?

No sería difícil responder a estas preguntas y poner la materia entera a plena luz. Pero yo no ofrecería a una madre ningún plan detallado para su guía, considerando como muy especial que no se sienta aprisionada por algo semejante a un sistema cuyos principios, no siendo suyos, sólo pueden prejuzgar y confinar sus opiniones y su práctica sin convencerla de ninguna suficiencia o adaptación en los medios dados para el fin propuesto. ¿Por qué no habría de ser su espíritu más que el reflejo de otro, cuyos puntos de vista no pueda ella, quizá, ni sondear ni apreciar? ¿No es ella madre? ¿Y podría su Creador, al proporcionarle la continuación de la vida natural para sus hijos, no haberla dotado para administrar aquella vida intelectual que es el fin verdadero y la esencia de todo ser? Teniendo su relación con la humanidad un carácter tan responsable, ¿no habría de concentrar su inteligencia y su energía sobre este foco? ¿No será absorbida toda su inteligencia en este exaltado propósito e incansable esfuerzo para realizar el fin de su creación? La naturaleza, la benevolencia y la religión, lo reclaman así, y tan unánimemente, que puede darse la cuestión como resuelta.

Yo pediría a toda madre que procurase lograr una visión general de la vida en todos sus variados aspectos; y cuando se presente la felicidad; no meramente en semejanza, sino en sustancia, detenerse entonces y examinar, si es posible, cómo está constituida esta felicidad y cuál es su origen.

Es más que probable que se sienta más bien disgustada con los resultados de su primera investigación; encontrará casi imposible, en medio de tal multiplicidad de propósitos y de caracteres, seleccionar modelos sobre los cuales puedan reposar sus ojos, como si procedieran de una indagación escrutadora, y hacer una luz verdaderamente ilustradora sobre la materia. Querría retirar su contemplación de esta escena de confusión y dirigirla otra vez por los antiguos canales, para reforzar con un deleite puro por aquel ser de todos sus afectos. Pero ese niño querido, ¿es para ti, madre imprudente? Con más urgencia insistiría yo para que examinases aquella vida en que habrá de ser lanzado un día. ¿La encuentras llena de peligros? Tienes que preservar tras de un escudo su inocencia. ¿Le encuentras en un laberinto de error? Tienes que mostrarle aquella mágica nube que lleva a la fuente de la verdad. ¿Le encuentras sin vitalidad, muerto, bajo todas sus apariencias atareadas? Tienes que procurar nutrirle con aquel espíritu de actividad que mantendrá vivas sus potencias y le impelirá hacia adelante para mejorar, aunque todo lo que le rodea deba perderse en el mecanismo habitual de un estéril estancamiento. Además, y como consecuencia, averigua lo que la experiencia de la vida puede proporcionarte. Observa por un momento a aquellos que se han distinguido del resto de su especie. Seguro que no desearías que tu hijo fuese uno de los muchos de quienes nada puede decirse, sino que han vivido y muerto, pasando por la vida sin pena ni gloria y sin caracterizarse por ninguna cualidad ni acción que pueda dignificar la humanidad. Tu hijo no puede pertenecer a una clase social en la que no pueda alcanzarse la distinción más honorable. El árbol más fértilmente desarrollado, por bajo que pueda ser el valle en que crece, no es menos acogedor para el cansado caminante que encuentra sus frescos frutos y su agradable sombra.

Aun en las situaciones inferiores, encontraréis muchos que se han distinguido realmente por el ingenio y la energía desplegada en su empleo por pequeña que pueda ser la dignidad intrínseca de éste; pero su habilidad y perseverancia les han ganado y asegurado la atención y, quizá, el respeto de sus vecinos y sus superiores.

Llamarán vuestra atención otras personas colocadas en los más elevados puestos de la sociedad y cuyos sorprendentes rasgos de inteligencia parecerán casi sobrenaturales. Ocasionalmente, les podréis observar persiguiendo fines extraordinarios con medios ordinarios y aun limitados, y aun dirigiendo con facilidad el timón del poder de la nación o regulando las decisiones de la sabiduría nacional o navegando por las corrientes de la política; y en éstas o en otras variedades de su carácter y de su acción, admiraréis el triunfo del espíritu.

Estos actores preeminentes sobre el escenario de la vida, suelen ser para un gran número de seres, cuyo destino parece estar bajo su poder, objetos de terror, pero difícilmente se encontrará algunos dispuestos a rendirles el tributo de admiración debido a sus dotes apacibles. Sus personas son miradas con respeto y aun, quizá, con temor, por los demás de su especie. Encontraréis también otros individuos que inspiran a los que les observan y tratan, un sentimiento de amor: esta bondad natural de disposición y su invariable atención benévola, nunca deja de producir este efecto apropiado: siendo bondadoso con los demás hombres ha obtenido el secreto de lograr el afecto de todos.

Entre vuestros conocidos habréis encontrado el original de un individuo por lo menos de cada una de estas tres clases.

¿Son ellos igualmente felices o lo es alguno superlativamente?

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