Índice de Poema pedagógico Capítulo 9
Transfiguración
Capítulo 11
El primer haz
Biblioteca Virtual Antorcha

LIBRO TERCERO

Capítulo 10

Al pie del Olimpo

Los meses de mayo y de junio en Kuriazh estuvieron insoportablemente llenos de trabajo. Yo no quiero hablar ahora de este trabajo con palabras de entusiasmo.
Si abordamos serenamente el tema del trabajo, nos veremos obligados a reconocer que haya muchos trabajos pesados, desagradables, poco interesantes, que muchos trabajos exigen una gran paciencia, el hábito de superar sensaciones dolorosas y deprimentes en el organismo; muchos trabajos son, en general, posibles tan sólo porque el hombre está acostumbrado a sufrir y a resistir.
La gente ha aprendido hace ya tiempo a superar el peso del trabajo, su fealdad física, pero hoy día no siempre nos satisfacen los motivos de esta superación. Condescendientes para con las debilidades de la naturaleza humana, también ahora toleramos ciertos motivos de satisfacción personal, motivos de bienestar propio, pero invariablemente tendemos a educar amplios motivos de interés colectivo. Sin embargo, muchos problemas de esta índole aparecen muy confusos, y en Kuriazh tuvimos que resolverlos casi sin ninguna ayuda exterior.
Alguna vez la verdadera pedagogía estudiará este problema, investigará la mecánica del esfuerzo humano, indicará el lugar que ocupan en él la voluntad, el amor propio, la vergüenza, la sugestión, el espíritu de imitación, el temor, la emulación y cómo todo ello se combina con los fenómenos de la conciencia pura, del convencimiento, de la razón. Mi experiencia, dicho sea de paso, afirma resueltamente que la distancia entre los elementos de la conciencia pura y los gastos musculares directos es bastante considerable y que se impone en absoluto cierta cadena de elementos de aglutinación más simples y materiales.
El día de la llegada de los gorkianos a Kuriazh fue resuelto con mucho acierto el problema de la conciencia. La muchedumbre de Kuriazh se vio obligada, en el transcurso de un solo día, a convencerse de que los destacamentos recién llegados le ofrecían una vida mejor, que a Kuriazh habían llegado gentes dotadas de experiencia y capaces de ayudar, que era preciso seguir en lo sucesivo a su lado. Aquí el factor decisivo no fueron ni siquiera consideraciones de conveniencia; aquí se produjo, naturalmente, una sugestión colectiva; aquí no fueron los cálculos los que resolvieron la cuestión, sino los ojos, los oídos, las voces y la risa. Y como resultado del primer día todos los muchachos de Kuriazh sintieron invencibles deseos de ser miembros de la colectividad gorkiana, aunque sólo fuese porque la colectividad era, para ellos, una cosa todavía no probada en su vida.
Ahora bien, yo me había ganado sólo la conciencia, y esto era terriblemente poco. Al día siguiente, esta circunstancia se reveló en toda su complejidad. Ya desde el anochecer habían sido formados destacamentos mixtos para los diferentes trabajos señalados en la declaración del Komsomol. Casi todos los destacamentos tenían adscritos educadores o gorkianos mayores; el estado de ánimo de los kuriazhanos era excelente desde por la mañana, y, sin embargo, a la hora de comer se puso en claro que habían trabajado muy mal. Después de comer, muchos, escondidos no sé dónde, no volvieron ya al trabajo, y otros, fieles a su vieja costumbre, se marcharon a la ciudad y a Rizhov.
Yo recorrí personalmente todos los destacamentos mixtos: la situación era igual en todos ellos. El número de gorkianos era insignificante en todas partes, la preponderancia de los de Kuriazh saltaba a la vista, y podía temerse que también comenzara a preponderar su estilo de trabajo, sobre todo porque entre los gorkianos había muchos novatos e incluso había el riesgo de que ciertos veteranos, diluyéndose en el insípido líquido de Kuriazh, desaparecieran simplemente como fuerza activa. Era peligroso recurrir a las medidas disciplinarias exteriores, que obran con tanta belleza y tanta fuerza de expresión en una colectividad cuajada. Había muchos infractores, meterles en cintura era un asunto complicado, que exigía mucho tiempo y que, además, no era eficaz, porque toda medida de castigo surte efecto sólo cuando expulsa de las filas generales al culpable y es sostenida por la condena rotunda de la opinión pública. Además, las medidas exteriores son las que actúan más débilmente en la organización del esfuerzo muscular.
Un hombre menos experto que yo se habría consolado con estas consideraciones: los muchachos no están habituados al esfuerzo físico, no tienen maña, no saben trabajar, no tienen costumbre de equipararse en el esfuerzo de trabajo a sus compañeros, carecen de ese orgullo del trabajo que distingue siempre al miembro de una colectividad; todo esto no se puede forjar en un día, para esto hace falta tiempo. Desgraciadamente, yo no podía consolarme así. En este terreno me atormentaba una ley ya conocida por mí: en el fenómeno pedagógico no existen dependencias simples; aquí son, sobre todo, imposibles las fórmulas silogísticas, el breve esbozo deductivo.
El desarrollo lento y gradual del esfuerzo de trabajo, en las condiciones que imperaban en Kuriazh por el mes de mayo, amenazaban con forjar un estilo general de trabajo, expresado en las formas más grises, y poner punto final al afán y al entusiasmo de los gorkianos en el trabajo.

La teoría pedagógica ha desdeñado siempre el terreno del estilo y del tono, y, sin embargo, éste es el sector más importante y esencial de la educación colectiva. El estilo es la cosa más delicada, la que antes se echa a perder. Hay que cuidar de él, observarlo cotidianamente; el estilo exige el mismo insistente desvelo que un macizo de flores. El estilo se crea muy lentamente, porque es inconcebible sin una acumulación de tradiciones, esto es, de principios y de hábitos, aceptados no ya por la conciencia pura, sino por el respeto consciente de la experiencia de las generaciones adultas, del gran prestigio de una colectividad íntegra, existente en el tiempo. El fracaso de muchas instituciones infantiles se debe a que en ellas no se había elaborado el estilo ni se habían formado las costumbres y las tradiciones y, cuando empezaban a formarse, los diversos inspectores del Comisariado del Pueblo de Instrucción Pública las aniquilaban regularmente, impelidos a ello, no obstante, por las más laudatorias consideraciones. Gracias a esto, los niños de la educación socialista han vivido siempre sin la más leve sombra de tradición y no sólo de las seculares, sino ni siquiera de las anuales.

La conciencia vencida de los kuriazhanos me permitía entablar relaciones más próximas y confiadas con los muchachos. Pero eso era poco. Para un verdadero triunfo me hacía falta ahora la técnica pedagógica. En el terreno de esta técnica yo estaba igual de solo que en 1920, aunque ya no era tan cómicamente analfabeto como entonces. Esta soledad era una soledad de tipo especial. Tanto entre el personal educador como entre los muchachos tenía ya sólidos ayudantes; disponiendo de ellos, podía emprender audazmente las operaciones más complejas. Pero todo esto existía sobre la tierra.
En las nubes y en sus proximidades, en las cumbres del Olimpo pedagógico, toda técnica pedagógica en el terreno de la educación propiamente dicha era tenida por una herejía.
En las nubes se consideraba al niño como un ser henchido por un gas de composición especial, cuyo nombre ni siquiera se había tenido tiempo de inventar. Por lo demás, se trataba siempre de la misma alma pasada de moda que dio tanto quehacer a los apóstoles. Se suponía (hipótesis de trabajo) que ese gas poseía la facultad del autodesarrollo y que lo único que hacía falta era no ponerle trabas. Sobre ello habían sido escritos muchos libros, pero todos ellos repetían, realmente, las sentencias de Rousseau:
Tratad a la infancia con veneración...
Tened cuidado con poner trabas a la naturaleza...

El dogma principal de esta doctrina consistía en que, en esas condiciones de veneración y de obsequiosidad para con la naturaleza, del gas arriba mencionado tendría que salir, obligatoriamente, la personalidad comunista. Pero, en las condiciones de la naturaleza pura, surgía, realmente, sólo lo que podía brotar de una manera natural, es decir, las vulgares malezas del campo. Ahora bien, este hecho no turbaba a nadie: para los moradores de las nubes lo que tenía valor eran los principios y las ideas. Mis indicaciones acerca de la discordancia práctica entre la maleza obtenida y el proyecto que debía forjar la personalidad comunista eran tildadas de practicismo, y, si se deseaba subrayar mi verdadera naturaleza, decíase :
- Makárenko es un buen práctico, pero se orienta débilmente en la teoría.
También se hablaba de la disciplina. La base de la teoría en esta cuestión eran dos palabras que se encuentran con frecuencia en Lenin: disciplina consciente. Para toda persona de sentido común en estas palabras se encierra una idea simple, comprensible y prácticamente necesaria: la disciplina debe estar acompañada de la comprensión de su necesidad, de su utilidad, de su obligatoriedad, de su significación de clase. En la teoría pedagógica eso resultaba distinto: la disciplina no debía surgir de la experiencia social ni de la actividad práctica y amistosa de la colectividad, sino de la conciencia pura, del simple convencimiento intelectualista, del vapor del alma, de las ideas. Después, los teóricos siguieron profundizando y acordaron que la disciplina consciente no sirve para nada si surge como resultado de la influencia de los mayores. Esto ya no es una disciplina verdaderamente consciente, sino amaestramiento y, en realidad, una violencia ejercida sobre el vapor del alma. No hace falta una disciplina consciente, sino una autodisciplina. Igualmente es innecesaria y peligrosa toda organización de los niños. Lo imprescindible es la autoorganización.
De regreso a mi rincón perdido, yo empezaba a meditar. Y, pensaba así: todos sabemos perfectamente qué hombre debemos educar; esto lo sabe cada obrero culto y consciente y lo sabe bien cada miembro del Partido. Por lo tanto, las dificultades no estriban en la cuestión de qué hacer, sino de cómo hacerlo. Y esta cuestión pertenece ya a la técnica pedagógica.
La técnica puede ser deducida solamente de la experiencia. No se podría haber encontrado las leyes del torneado de los metales si en la experiencia de la humanidad nadie hubiera torneado metales alguna vez. Sólo cuando existe una experiencia técnica, son posibles los inventos, los perfeccionamientos, la selección.
Nuestra producción pedagógica no se basó nunca en la lógica de la técnica, sino en la lógica de la prédica moral. Esto se ve, sobre todo, en el terreno de la educación propiamente dicha; en el trabajo escolar las cosas marchan algo mejor.
Precisamente por ello nos faltan todas las secciones importantes de la producción: el proceso tecnológico, el recuento de las operaciones, el trabajo de diseño, la aplicación de poleas y de aparatos, las normas, el control.
Cuando yo pronuncié tímidamente esas palabras al pie del Olimpo, los dioses me arrojaron ladrillos y gritaron que ésta era una teoría mecánica.
En cambio, yo, cuanto más lo pensaba, mayor parecido descubría entre el proceso de la educación y los procesos habituales en la producción material, sin ver en esta semejanza ninguna mecanización particularmente espantosa. La personalidad humana continuaba siendo en mi imaginación una personalidad humana con toda su complejidad, su riqueza y su hermosura, pero me parecía que, precisamente por ello, era necesario manejarla con unos aparatos de medición más precisos, con mayor responsabilidad y mayor ciencia, y no al estilo del simple e ignorante curanderismo. Lejos de ofender mi idea del hombre, la profundísima analogía entre la producción y la educación me hacía sentir, al contrario, un respeto particular por el hombre, ya que tampoco se puede tratar sin respeto una máquina buena y complicada.
En todo caso, para mí estaba claro que muchas piezas de la personalidad humana y de la conducta humana podían ser hechas en prensas, podían ser simplemente estampadas conforme a un stándard. Mas, para ello, hacía falta que los propios troqueles, que exigen una precisión y un cuidado escrupulosos, fueran de un trabajo particularmente delicado. Otras piezas requerían, por el contrario, el torneo individual de un artífice de alta calificación, de un hombre con manos de oro y mirada penetrante. Para muchas piezas eran necesarios complicados aparatos especiales que exigen una gran inventiva y un gran vuelo del genio humano. Mas, para todas las piezas y para todo el trabajo del educador, hace falta una ciencia especial. ¿Por qué estudiamos en los centros de enseñanza técnica superior la resistencia de los materiales y, en cambio, no estudiamos en los institutos pedagógicos la resistencia de la personalidad cuando se la empieza a educar? Sin embargo, para nadie es un secreto que esta resistencia se produce. En fin, ignoro por qué no tenemos tampoco una sección de control que pudiera decir a los diversos chapuceros pedagógicos:
- El 90% de su producción, amiguitos, es defectuosa. Ustedes no han hecho una personalidad comunista, sino una porquería, un borrachín, un holgazán y un codicioso. Hagan el favor de pagar de su sueldo.
¿Por qué no tenemos ninguna ciencia acerca de la materia prima, por qué nadie sabe con exactitud lo que debe hacerse con este material: una caja de cerillas o un aeroplano?
Desde las cimas de los despachos olímpicos no se disciernen los detalles y los fragmentos del trabajo. Desde allí se ve tan sólo un mar infinito de infancia sin fisonomía, y, mientras tanto, en el propio despacho se exhibe el modelo de un niño abstracto, hecho de los materiales más ligeros: ideas, papel impreso, sueños irreales. Cuando los hombres del Olimpo visitan nuestra colonia, no se les abren los ojos y la colectividad viva de los muchachos no les parece un hecho nuevo, que suscita, ante todo, una preocupación técnica, mientras que yo, al acompañarles por la colonia, y, encrespado ya por los contactos teóricos con ellos, no puedo desentenderme de una nimiedad técnica cualquiera.

En el dormitorio del cuarto destacamento hoy no ha sido fregado el suelo, porque el cubo ha desaparecido no se sabe dónde. A mí me interesa tanto el valor material del cubo como la técnica de su desaparición. Los cubos son entregados en los destacamentos bajo la responsabilidad del ayudante del jefe, que es quien establece los turnos de la limpieza y, por lo tanto, el turno de la responsabilidad. Pues bien, precisamente ese hecho -la responsabilidad de la limpieza, del cubo y del trapo- es para mí un factor tecnológico.
Esto se parece a un torno mecánico, viejo, desvencijado, sin marca ni año de fabricación. Los tornos de esta clase son instalados siempre en el rincón más perdido del taller, en el lugar más apartado y más sucio, y reciben el nombre de trastos. En ellos se hacen diversas piezas de poca importancia: arandelas, tuercas, algún que otro tornillo. Y, sin embargo, cuando un trasto de ésos comienza a atascarse, una oleada casi imperceptible de inquietud recorre la fábrica, en el taller de montaje se establece involuntariamente la salida condicional de los encargos, y en los estantes de los almacenes de la fábrica aparecen enojosos montoncitos de una producción desagradable, incompleta.
La responsabilidad del cubo y el trapo es para mí como ese torno. No importa que sea el último de la fila: en él se forjan las piezas de unión para el más importante atributo humano: el sentimiento de la responsabilidad. Sin este atributo no puede haber hombre comunista; sin él, será una producción incompleta.

Los olímpicos desdeñan la técnica. Por culpa de ellos, hace tiempo que se ha marchitado en nuestros institutos el pensamiento pedagógico-técnico, sobre todo en lo que atañe a la educación propiamente dicha. En toda nuestra vida soviética no hay situación técnica más lamentable que la que existe en el terreno de la educación. Por eso, el trabajo de la educación es un trabajo artesano y, entre las producciones artesanas, la más atrasada. Precisamente por ello aún rige la queja de Luká Jlópov en El revisor:
No hay nada peor que servir en la sección de enseñanza: cada quisque molesta, cada quisque quiere demostrar que también él es un hombre inteligente.
Y esto no es una broma, no es un truco hiperbólico, sino la verdad simple y prosaica: ¿A quién le falta inteligencia para resolver cualquier problema de la educación? Basta que un hombre se siente tras una mesa de despacho para que ya dictamine, haga y deshaga. ¿Con qué libros se le puede poner freno? ¿Y qué libro hace falta cuando también él tiene un hijo? Y mientras tanto, un profesor de pedagogía, un especialista en cuestiones de educación, escribe una nota a la GPU o al NKVD:
Mi hijo nos ha robado varias veces, pasa las noches fuera de casa... Ruego a ustedes encarecidamente que...
Y uno se pregunta por qué han de ser los chequistas técnicos pedagógicos más calificados que un profesor de pedagogía.
A esta pregunta candente tardé mucho en responder. Entonces, en 1926, yo no estaba con mi técnica en mejor situación que Galileo con su anteojo. Yo tenía por delante una breve elección: o el fracaso en Kuriazh o el fracaso en el Olimpo y la expulsión del paraíso. Elegí lo último. El paraíso irisaba sobre mi cabeza con todos los colores de la teoría, pero yo salí al destacamento mixto de los kuriazhanos y dije a los muchachos:
- Bueno, chicos, vuestro trabajo es una birria... Hoy os ajustaré las cuentas en la reunión... ¡Marchaos al cuerno con vuestro trabajo!
Los muchachos enrojecieron, y uno de ellos, el más alto, movió la pala en mi dirección y protestó con una voz ronca de ofensa:
- Pero si las palas son romas... Mire usted...
- Mientes -le replicó Toska Soloviov-. Mientes. Confiesa que mientes. Confiésalo...
- ¿Es que es afilada?
- ¿Es que yo no te he visto sentado en la linde una hora entera? ¿No es verdad?
- ¡Escuchad! -dije yo al destacamento mixto-. Para la hora de cenar, debéis tener acabado este sector. Si no lo termináis, trabajaremos después de la cena. Y yo estaré con vosotros.
- ¡Lo terminaremos! -resopló el dueño de la pala roma-. ¿Qué hay que terminar aquí?
Toska se echó a reír:
- ¡Miradle qué astuto!...

En este lugar no había motivos para apenarse: si la gente holgazanea en el trabajo, pero trata de discurrir buenos pretextos para justificar su holganza, esto significa que tiene capacidad de creación e iniciativa, cosas que son de gran valor en el mercado olímpico. A mi técnica no le faltaba más que apagar esa facultad creadora; en cambio, observé con satisfacción que casi no había negativas manifiestas a trabajar. Algunos se ocultaban cautelosamente, desaparecían no sé dónde, pero éstos eran los que menos me preocupaban: los muchachos empleaban con ellos una táctica original. Estuviera donde estuviera el haragán, por fuerza tenía que comer en la misma mesa de su destacamento. Los kuriazhanos le acogían relativamente tranquilos, y sólo a veces le preguntaban con una voz ingenua:
- ¿No te habías escapado de la colonia?
Los gorkianos tenían las lenguas y las manos más impresionables. El haragán que ha faltado al trabajo se aproxima a la mesa y trata de dar a entender que es una persona corriente, que no merece ninguna atención especial, pero el deber del jefe es dar su merecido a cada cual. Y el jefe dice severamente a cualquier Kolka:
- Pero, Kolka, ¿qué haces ahí sentado? ¿Es que no ves? ¡Ha venido Krivoruchko, cédele inmediatamente el sitio! ¡Ponle un plato limpio! ¿Y qué cuchara le das? ¿Qué cuchara es ésta?...
La cuchara desaparece por el ventanillo de la cocina.
- ¡Echale grasa en la sopa!... ¡Mucha grasa! ¡Petka, corre a donde el cocinero, tráete una buena cuchara! ¡Vivo! Stiopka, córtale pan... Pero, ¿cómo lo cortas? Unicamente los mujiks comen esos ladrillos; a él le hace falta una rebanadita... Pero, ¿dónde se habrá metido Petka con la cuchara?... ¡Petka, date prisa! ¡Vañka, llama a Petka!...
Krivoruchko, sentado ante un plato, repleto de borsch verdaderamente grasiento, enrojece, mirándose en la superficie de la sopa. Desde la mesa vecina, alguien pregunta dignamente:
- ¿Qué, los del trece, tenéis un invitado?
- Claro que lo tenemos... ¿Cómo no?... Ahora comerá... ¡Pero, Petka, trae la cuchara, no hay tiempo que perder!...
Petka irrumpe en el comedor con un ajetreo postizo y alarga una cuchara corriente, de las que se usan en la colonia, solemnemente colocada en las dos manos, como una ofrenda. El jefe se enfurece:
- Pero, ¿qué cuchara has traído? ¿Qué se te ha dicho? Trae la más grande...
Petka finge una precipitación atropellada, da vueltas por el comedor como un atufado y trata de salir por una ventana en lugar de la puerta. Comienza un complicado misterio, en el que participa hasta la gente de la cocina. Alguno siente ahora que se le corta la respiración, porque sólo por pura casualidad no es él también objeto de una acogida tan hospitalaria. Petka irrumpe otra vez en el comedor, trayendo en las manos algún pasapurés de una vara de altura o una espumadera. En el comedor los muchachos se desternillan de risa. Entonces, Lápot se levanta lentamente de su sitio y se acerca al lugar del suceso. Una vez allí, examina en silencio a todos los participantes del melodrama y contempla con severidad a su jefe. Después, su rostro serio adquiere, a la vista de todos, una expresión de piedad y de conmiseración, es decir, los sentimientos de que -cosa conocida de todos- Lápot es incapaz. El comedor retiene el aliento en espera del instante más alto y más sutil en la interpretación de los artistas. Lápot maneja los matices más delicados del falsete y deposita su mano sobre la cabeza de Krivoruchko:
- Nene, come, nene, no tengas miedo... ¿Por qué os burláis del niño? ¿Eh? Come, nene... ¿Qué, no tienes cuchara? ¡Ah, qué gentuza! Dadle alguna... ésa, por ejemplo...
Pero el nene no puede comer. Solloza violentamente y se levanta de la mesa, dejando intacto el plato repleto del borsch más grasiento. Lápot examina a la víctima, y por su rostro se ve qué profunda y dolorosamente sabe sufrir.
- Pero, ¿cómo? -pregunta casi con lágrimas en los ojos-. ¿Es que no vas a comer? ¡Hay que ver lo que habéis hecho con un hombre!
Lápot vuelve la cabeza hacia los muchachos y se ríe silenciosamente. Luego abraza por los hombros a Krivoruchko, que se estremece sollozante, y le saca cariñosamente del comedor. El público se retuerce de risa. Pero hay, además, un último acto de la farsa que los espectadores no pueden ver. Lápot lleva al invitado a la cocina, le hace tomar asiento ante la amplia mesa, y ordena al cocinero que sirva y atienda a este hombre de la mejor manera posible porque la han tomado con él ¿sabe usted? Y cuando el todavía sollozante Krivoruchko termina de comer el borsch y se siente con el alma bastante ligera para ocuparse de su nariz y de sus lágrimas, Lápot le asesta discretamente el último golpe, a consecuencia del cual hasta Judas Iscariote se habría convertido en un palomo:
- ¿Por qué se han metido contigo? Seguramente, no has ido a trabajar ¿eh?
Krivoruchko asiente, hipa, suspira y, en general, contesta más bien por señas.
- ¡Qué gente!... ¡Qué va a decirles!... No comprenden que es la última vez que lo haces. ¿Verdad que es la última vez? ¿Y para qué mortificarte? ¡A uno pueden ocurrirle muchas cosas en la vida! Cuando yo ingresé en la colonia, estuve siete días sin trabajar... Y tú sólo dos días. A ver, deja que vea tus músculos... ¡Oh! Claro, con unos músculos así hay que trabajar... ¿Verdad?
Krivoruchko asiente de nuevo y se pone a comer sus gachas. Lápot vuelve al comedor, después de lanzar a Krivoruchko un piropo inesperado:
- En seguida me he dado cuenta de que tú eres de los míos...

Bastaban uno o dos misterios semejantes para que la evasión del destacamento de trabajo se hiciera imposible. La costumbre de faltar al trabajo fue suprimida con gran rapidez en Kuriazh. Más difícil era tratar con simuladores como Jovraj. Ya al tercer día comenzó a padecer de insolación; se guarecía, quejándose, bajo un arbusto y se tumbaba a descansar. Con éstos se las entendía genialmente Taraniets. Conseguía de Antón el cabriolet tirado por el Molodiets y a la cabeza de todo un grupo de sanitarios, adornados con banderas y cruces, ponía rumbo al campo. El número más fuerte de Taraniets era Kuzmá Leshi, armado de un auténtico fuelle de herrero. Apenas acaba de tumbarse Jovraj a descansar en el soto, cuando cae, de improviso, sobre él la ambulancia de urgencia para accidentes. En un abrir y cerrar de ojos Leshi coloca su fuelle frente al enfermo, y varios muchachos lo hacen funcionar con verdadero entusiasmo. Soplan sobre Jovraj en todos los lugares afectados supuestamente por la insolación, y después le arrastran hasta la ambulancia. Pero Jovraj está ya sano, y la ambulancia regresa tranquilamente a la colonia. Por duro que fuese para Jovraj someterse al procedimiento médico descrito, todavía era más duro para él volver a su destacamento mixto y recibir en silencio nuevas dosis de medicamentos en forma de las preguntas más simples:
- ¿Qué, Jovraj, estás mejor? Es un buen remedio, ¿verdad?
Por supuesto, ésas eran acciones directas -acciones guerrilleras-, pero se desprendían del ambiente general y del afán de toda la colectividad de organizar el trabajo. Y el ambiente y el afán eran los verdaderos objetos de mi preocupación técnica.

El factor tecnológico fundamental seguía siendo, naturalmente, el destacamento. En el Olimpo no acabaron de entender hasta el mismo final de nuestra historia qué era el destacamento. Y, sin embargo, yo trataba con todas mis fuerzas de explicar a los olímpicos la significación del destacamento y su utilidad determinante en el proceso pedagógico. Pero hablábamos en idiomas distintos, y no se les podía explicar nada. Reproduzco aquí casi íntegramente una conversación sostenida por mí con un profesor de pedagogía que vino a visitar la colonia, hombre muy atildado, con gafas, chaqueta, pantalones, hombrecillo pensador y virtuoso. El profesor insistió en que le respondiera por qué las mesas del comedor eran distribuidas entre los destacamentos por el jefe de la guardia y no por un pedagogo.
- Se lo pregunto en serio, camarada, y usted seguramente bromea. Le ruego que hable en serio conmigo, ¿Cómo es posible que un niño, encargado de la guardia, distribuya las mesas del comedor y usted se esté aquí tan tranquilo? ¿Se halla usted seguro que va a hacerlo todo de un modo equitativo, sin herir a nadie? Y en fin... puede sencillamente equivocarse...
- Distribuir las mesas del comedor no es una cosa tan difícil -respondí yo al profesor-. Además, nos atenemos a una ley muy vieja, muy bien pensada.
- Es interesante. ¿Una ley?
- Sí, una ley. La siguiente: todo lo agradable y todo lo desagradable o difícil se distribuye entre los destacamentos por turno, según el orden de sus números.
- ¿Cómo? ¿Qué dice? No le comprendo...
- Muy sencillo. Actualmente el primer destacamento obtiene el mejor sitio en el comedor; después de él, al mes siguiente, le sucederá el segundo destacamento, y así en lo sucesivo.
- Bien. ¿Y qué es lo
desagradable?
- Muchas veces hay cosas de las llamadas desagradables. Por ejemplo, si ahora hiciese falta llevar a cabo un trabajo urgente, fuera del plan, el obligado a ello sería el primer destacamento, y a la vez siguiente, el segundo. Cuando se distribuya la limpieza, el primer destacamento será el primero en limpiar los excusados. Esto, naturalmente, se refiere sólo a los trabajos que se hacen por turno.
- ¿Es usted quien ha discurrido una ley tan terrible?
- No, ¿por qué había de ser yo? Han sido los muchachos. Para ellos, así es más cómodo: en general, es muy difícil hacer las distribuciones de ese género sin que haya descontentos. Y ahora esto se hace mecánicamente. El turno cambia cada mes.
- Entonces, ¿a su vigésimo destacamento le tocará limpiar los excusados dentro de veinte meses?
- Claro, pero igualmente dentro de veinte meses ocupará el mejor lugar del comedor.
- ¡Qué horror! Ahora bien, dentro de veinte meses en el vigésimo destacamento habrá gente nueva. ¿No es así?
- No, la composición de los destacamentos casi no varía. Nosotros somos partidarios de las colectividades duraderas. Naturalmente, alguno se irá, habrá dos o tres novatos, pero incluso si la mayoría del destacamento se compone de elementos nuevos, no hay ningún peligro. El destacamento es una colectividad que tiene sus tradiciones, su historia, sus méritos, su gloria. Cierto que ahora hemos mezclado considerablemente a los destacamentos, pero, a pesar de todo, su núcleo subsiste.
- No comprendo. Todo eso son invenciones. Poco serio. ¿Qué significación puede tener el destacamento, la gloria, si hay gente nueva? ¿A qué se parece esto?
- Esto se parece a la división de Chapáev (1)-respondí yo, sonriendo.
- ¡Ah! Otra vez vuelve usted a su militarización...
- En la división ya no existen los hombres que había antes. Tampoco existe Chapáev. Los hombres son nuevos. Pero son los portadores de la gloria y del honor de Chapáev y de sus regimientos, ¿comprende usted o no? Estos hombres nuevos responden de la gloria de Chapáev. Y si se deshonran, dentro de cincuenta años otros hombres nuevos serán responsables de su deshonor.
- No comprendo qué falta le hace a usted todo esto.
Y se marchó sin comprenderlo. ¿Qué podía hacer yo?

Durante los primeros días de Kuriazh se llevó a cabo un gran trabajo en los destacamentos. Cada dos o tres destacamentos estaban patrocinados desde hacía tiempo por un educador. Los educadores eran los responsables de hacer despertar en el destacamento la idea del honor colectivo y el afán de obtener en la colonia el mejor puesto, el más honroso. Naturalmente, no se lograba despertar en un solo día los nobles estímulos del interés colectivo, pero, a pesar de todo, se llegaba a ello con relativa rapidez, con mucha más rapidez que si se hubiera cifrado esperanzas únicamente en la educación individual.
La segunda institución importante entre nosotros era el sistema de la perspectiva. Como es sabido, hay dos vías para la organización de la perspectiva y, por lo tanto, del esfuerzo de trabajo. La primera vía consistía en trazar la perspectiva personal, interesando materialmente al individuo. Esto último, dicho sea de paso, estaba decididamente prohibido por los pensadores pedagógicos de aquel tiempo. Cuando había que tratar de la más insignificante cantidad de rublos destinados a los muchachos en forma de salario o de premio, en el Olimpo se armaba un verdadero escándalo. Los pensadores pedagógicos estaban convencidos de que el dinero procedía del diablo; no en vano habían oído en Fausto:

Los hombres perecen por el metal...

Su actitud respecto al salario y el dinero era hasta tal punto una actitud de pánico, que no quedaba lugar para ninguna clase de argumentación. Lo único que podía servir aquí de ayuda era la aspersión con agua bendita, pero este remedio no estaba en mi mano.
Y, sin embargo, el salario es un asunto de suma importancia. Sobre la base del salario, el educando aprende a coordinar los intereses personales y los intereses sociales, se incluye en el complicadísimo mar del plan financiero soviético, del principio de la rentabilidad y de los ingresos, estudia todo el sistema de la economía fabril soviética y ocupa, desde el punto de vista de los principios, la misma posición que cualquier obrero. En fin, aprende a valorar los ingresos, y ya no sale de la colonia como las educandas de los orfelinatos, que no sabían vivir y que únicamente poseían ideales.
Pero no se podía hacer nada: aquello era tabú.
Yo podía utilizar únicamente la segunda vía: el método de elevación del tono de la colectividad y de organización de un complicadísimo sistema de perspectivas colectivas. Este método no olía tanto a fuerza impura, y los moradores del Olimpo aguantaban aquí bastante, aunque a veces gruñían de manera sospechosa.

El hombre es incapaz de vivir en el mundo sin una perspectiva jubilosa por delante. El verdadero estímulo de la vida humana es la felicidad futura. En la técnica pedagógica, esta felicidad futura es uno de los objetivos más importantes del trabajo. Primeramente, hay que organizar la propia felicidad, engendrarla y establecerla como una realidad tangible. En segundo lugar, es preciso transformar insistentemente las formas más simples de felicidad en formas más complejas y considerables desde el punto de vista humano. Por aquí pasa una línea interesante: desde la primitiva satisfacción de comer una rosquilla cualquiera hasta el profundísimo sentimiento del deber.
Lo que acostumbramos a apreciar principalmente en el hombre es el valor y la belleza. Tanto lo uno como lo otro se determinan en el hombre exclusivamente por su actitud respecto a la perspectiva. El hombre que determina su conducta por la más inmediata de las perspectivas -la comida de hoy, precisamente la de hoy- es el hombre más débil. Si le satisface tan sólo su propia perspectiva, aunque lejana, puede parecer fuerte, pero no despierta en nosotros la sensación de la belleza de la personalidad ni de su auténtico valor. Cuanto más amplia es la colectividad cuyas perspectivas son para el hombre perspectivas personales, más elevado y más bello será el hombre.
Educar a un hombre significa educar en él vías de perspectiva, por las que se distribuye su felicidad de mañana. Puede escribirse toda una metódica acerca de este importante trabajo. Consiste en la organización de nuevas perspectivas, en la utilización de las que ya existen y en el planteamiento gradual de otras más valiosas. Se puede comenzar por una buena comida, por un espectáculo de circo, por la limpieza del estanque, pero siempre hay que despertar a la vida y extender gradualmente las perspectivas de la colectividad entera hasta conseguir que lleguen a las perspectivas de toda la Unión.

Una vez conquistado Kuriazh, la fiesta del primer haz pasó a ser la perspectiva colectiva más inmediata.
No obstante, debo señalar una velada extraordinaria, que -no sé por qué- marcó un punto de viraje en el esfuerzo de trabajo de los kuriazhanos. Yo, dicho sea de paso, no contaba con tal resultado. Quería hacer sólo lo que era imprescindible hacer, pero no con fines prácticos.
Los nuevos colonos no sabían quién era Gorki. Poco despues de nuestra llegada organizamos una pequeña fiesta dedicada a Gorki. La organizamos con mucha modestia. Conscientemente, yo no quise darle un carácter de concierto o de velada literaria. Tampoco invitamos a nadie. En la escena, sencillamente adornada, colocamos un retrato de Gorki.
Yo hablé a los colonos de la vida y la obra de Gorki y lo hice con detalle. Varios muchachos de los mayores leyeron trozos de Mi Infancia.
Los nuevos colonos me escuchaban con los ojos muy abiertos: no les entraba en la cabeza que en el mundo fuera posible una vida semejante. No me hicieron ninguna pregunta ni se emocionaron hasta que Lápot trajo una carpeta con las cartas de Gorki.
- ¿Las ha escrito él? ¿El mismo? ¿A los colonos? A ver, enseñádnoslas...
Lápot paseó cuidadosamente las cartas abiertas por las filas. Alguien le retuvo por la mano, tratando de ahondar más en el contenido de lo que estaba ocurriendo.
- ¿Ves, ves?
Mis queridos camaradas. Así está escrito...
Todas las cartas fueron leídas en la reunión. Después de la lectura yo pregunté:
- ¿Tal vez haya alguien que quiera decir algo?
Durante dos minutos nadie respondió. Pero luego, Korotkov, enrojecido, salió a la escena y dijo:
- Yo diré a los nuevos gorkianos... a los que son como yo. Ahora que no sé hablar... Pero no importa. ¡Muchachos! Hemos vivido aquí y, a pesar de tener ojos, no veíamos nada... ¡Como si estuviéramos ciegos, palabra! ¡Hasta da rabia pensar la de años que hemos perdido! Y ahora ha bastado con que nos enseñaran las cartas de Gorki... ¡Palabra de honor, que tengo el alma revuelta! No sé lo que sentiréis vosotros...
Korotkov se aproximó al borde de la escena y entornó un poco sus ojos bellos y serios:
- Hay que trabajar, muchachos... Hay que trabajar de otra manera. . . ¿comprendéis?
- ¡Comprendemos! -gritaron ardientemente los muchachos y aplaudieron con fuerza, mientras Korotkov descendía de la escena.

Al día siguiente, no les reconocí. Soplando, carraspeando, moviendo la cabeza, superaban con honradez, aunque con dificultad, la eterna pereza del hombre. Habían visto ante sí la más radiante de las perspectivas: el valor de la personalidad humana.

**NOTA**

(1).- V. I. Chapáev (1887-1919): notable jefe del Ejército Rojo, héroe popular. En 1919 mandaba la 25 división de tiradores del Frente Este, a la que se dio posteriormente el nombre de su heroico jefe.

Índice de Poema pedagógico Capítulo 9
Transfiguración
Capítulo 11
El primer haz
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