Índice de Poema pedagógico Capítulo 4
El teatro
Capítulo 6
Las flechas de Cupido
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LIBRO SEGUNDO

Capítulo 5

Educación de kulaks

El 26 de marzo celebramos el cumpleaños de Máximo Gorki. Solíamos celebrar otras fiestas, que alguna vez describiré en detalle. Procurábamos que a nuestras fiestas acudiese mucha gente y que las mesas estuvieran repletas, y a los colonos, si hay que decir la verdad, les encantaba celebrar fiestas y, en particular, prepararse para ellas. Pero el día del cumpleaños de Gorki tenía para nosotros un encanto especial. Ese día oelebrábamos la primavera. Esta circunstancia valía por sí sola. Los muchachos instalaban las mesas engalanadas obligatoriamente en el patio para que todos tuvieran sitio en el banquete, pero, a veces, un espíritu adverso comenzaba a soplar desde el Este: granitos agudos y malignos se precipitaban sobre nosotros, el patio llenábase de charcos e inmediatamente se humedecían los tambores preparados para rendir el saludo a nuestra bandera con motivo de la fiesta. Mas era igual: el colono miraba hacia el Este, entornando los ojos, y decía: - ¡Cómo se siente ya la primavera!

Había además en la fiesta del cumpleaños de Gorki otra circunstancia, que habíamos establecido nosotros mismos, que estimábamos profundamente y que nos gustaba mucho. Hacía ya tiempo que los colonos habían decidido festejar ese día a todo vapor, aunque sin invitar a nadie de fuera. Si a alguien se le ocurría venir, le acogíamos del modo más cordial, precisamente por haber venido, pero en general, se trataba de una fiesta familiar de la colonia, y los forasteros no tenían nada que hacer en ella. La fiesta resultaba, efectivamente, sencilla e íntima, y los gorkianos se compenetraban todavía más, aunque la fiesta, por su forma, no tenía nada de doméstica. Empezábamos con un desfile, izábamos solemnemente la bandera, fluían los discursos, y desfilábamos con la misma solemnidad ante un retrato de Gorki. Después nos sentábamos a la mesa, y -no seamos modestos- ¡a la salud de Gorki!... No, no bebíamos nada, pero comíamos... ¡Algo terrible, de qué modo comíamos! Kalina Ivánovich, al levantarse de la mesa decía:
- Yo opino que no se debe condenar a los burgueses, ¡parásitos! Después de una comida como ésta, ¿comprendes?, no hay bestia que trabaje, sin hablar ya de la gente...

Para comer había: borsch (1), pero no un borsch corriente, sino especial, un borsch como el que un ama de casa hace solamente para el santo del marido; después empanadas de carne, de col, de arroz, de requesón, de patata, de alforfón, y no había empanada que cupiese en los bolsillos de los colonos; a continuación de las empanadas, cerdo asado, no adquirido en el mercado, sino de nuestras propias porquerizas, criado ya desde el otoño por el décimo destacamento especialmente para este día. Los colonos sabían cuidar el ganado porcino, pero, en cuanto había que degollar algún cerdo, todos, incluso Stupitsin, el jefe del décimo, se negaban:
- No puedo degollarlos: me dan lástima. Cleopatra era una buena cerda.
Cleopatra había sido degollada, claro está, por Silanti Otchenash. El viejo motivaba así su conducta:
- Que nuestros enemigos, degüellen a los cerdos enclenques; nosotros degollaremos a los buenos. Fíjate qué historia.
Después de Cleopatra, se podía, realmente, descansar, pero en la mesa aparecían escudillas y tazones de nata y, a su lado, montañas de varénikis (2) de requesón. Y ningún colono tenía prisa por descansar. Al contrario, todos se dedicaban con la atención más profunda a los varénikis y a la nata. Y luego de los varénikis, el kisel (3) y no como en las casas señoriales, es decir, en platitos, sino en platos soperos, y nunca, observé que los colonos engulleran el kisel sin ayudarse con pan o con alguna empanada. Solamente después de eso se daba por concluido el banquete. Al levantarse de la mesa, cada uno recibía un cartucho lleno de caramelos y de rosquillas. Y con este motivo Kalina Ivánovich decía muy en razón:
- ¡Ah! ¡Si esos Gorkis nacieran más a menudo, qué bien se viviría!
Después de comer, los colonos no fueron a descansar; distribuyéronse por los sextos mixtos a fin de preparar la representación de Bajos Fondos, postrer espectáculo de la temporada. Kalina Ivánovich se interesaba mucho por él.
- Veremos, veremos qué es eso. He oído hablar mucho de esos fondos, pero no los he visto. Y nunca he tenido ocasión de leer la obra.

Es preciso confesar que, en tal caso, Kalina Ivánovich exageraba mucho su casual infortunio: apenas si podía orientarse en los misterios de la lectura. Pero Kalina Ivánovich estaba aquel día de buen humor y no había que tomarla con él. La fiesta gorkiana había sido celebrada este año de un modo especial: a propuesta del Komsomol, se instituyó el título de colono. Esta reforma fue discutida largo tiempo, tanto por los colonos como por los pedagogos, pero todos acabaron coincidiendo en reconocer acertada la idea. El título de colono fue conferido únicamente a los que, en efecto, querían a la colonia y luchaban por su prosperidad. Y los que iban a la zaga, gimiendo y quejándose o, a lo sumo, adaptándose, no eran más que educandos. En honor a la verdad, no había muchos de ésos: unos veinte nada más. También los viejos empleados obtuvieron el título de colono. Y, además, se decidió que, si, en el transcurso de un año de trabajo, el empleado no obtenía el título, tenía que abandonar la colonia.

Cada colono recibió una insignia de níquel, hecha por encargo especial en Járkov. La insignia representaba un salvavidas con las iniciales MG encima, y, sobre todo ello, una estrellita roja.

Durante el desfile de ese día se concedió también la insignia a Kalina Ivánovich. Estaba muy alegre por ello y no ocultaba su satisfacción.
- Hay que ver la de años que serví a ese Nicolás II para lograr todo lo más que me considerasen húsar y ahora los harapientos me han dado una orden, ¡parásitos! Y no hay nada que oponer. Hasta es agradable, ¿comprendes? Hay que ver lo que significa el hecho de que dispongan de una potencia estatal. Andan sin pantalones, ¡pero conceden órdenes!

La alegría de Kalina Ivánovich se vio enturbiada por la súbita aparición de María Kondrátievna Bókova. Un mes antes había sido destinada al centro regional de educación socialista y, aunque no era nuestro jefe directo, en cierto grado dependíamos de ella.

Cuando descendió del coche de punto, se sorprendió mucho al ver nuestras mesas engalanadas, ante las que terminaban de comer los colonos que habían servido el banquete. Kalina Ivánovich se apresuró a utilizar su asombro para ocultarse sin ser visto, dejándome a mí como purgador de sus crímenes.
- ¿Qué fiesta es ésta? -preguntó María Kondrátievna.
- El cumpleaños de Gorki.
- ¿Y por qué no se me ha invitado?
- Este día no invitamos a nadie de fuera. Es una costumbre nuestra.
- De todas maneras, dadme de comer.
- Le daremos de comer. ¿Dónde está Kalina Ivánovich?
- ¡Ah, ese terrible abuelo! ¿El colmenero? ¿El que ha huido al verme? ¿Y también usted ha participado en la fechoría? Ahora no me dejan tranquila en la delegación del Comisariado del Pueblo de Instrucción Pública. Y el comandante dice que me descontarán del sueldo unos dos años. ¿Dónde está ese Kalina Ivánovich? Llámenle.
María Kondrátievna simulaba enfado, pero yo veía que Kalina Ivánovich no corría ningún peligro serio: María Kondrátievna estaba de buen humor. Envié a un colono en busca de Kalina Ivánovich. El anciano vino en seguida y nos saludó desde lejos.
- ¡No se acerque usted más! -se echó a reír María Kondrátievna-. ¿Cómo no le da vergüenza? ¡Qué horror!
Kalina Ivánovich tomó asiento en un banco.
- Ha sido una buena obra -dijo.

Yo había presenciado, una semana antes, el crimen de Kalina Ivánovich. Habíamos ido a la delegación y entramos en el despacho de María Kondrátievna para resolver un asunto de poca monta. María Kondrátievna tenía un despacho enorme, con numerosos muebles de una madera especial. En medio del despacho estaba su mesa. María Kondrátievna tenía una suerte particular: alrededor de su mesa había siempre una multitud de diferentes tipos de la delegación de Instrucción Pública; con uno hablaba, otro intervenía en la conversación, un tercero escuchaba, otro decía algo por teléfono, otro escribía en una esquina de la mesa, otro leía y las manos de alguien ponían a su firma diversos papeles, y, además de todo ese núcleo, había una masa de gente que no paraba de hablar. Bullicio, humo, suciedad.

Kalina Ivánovich y yo tomamos asiento en un divancito y estábamos hablando de algo relacionado con nuestra colonia cuando irrumpió en el despacho una mujer flaca, de aspecto terriblemente disgustado, y, dirigiéndose a nosotros, nos lanzó un discurso. Haciendo un esfuezo, comprendimos que se trataba de una casa infantil, en la que había niños y un buen método, pero ni un mueble. Estaba claro que no era la primera vez que la mujer acudía al despacho de María Kondrátievna, porque se expresaba con suma energía y sin el menor respeto hacia la institución:
-
¡Que el diablo se los lleve! ¡Han abierto una ciudad entera de casas infantiles y no dan mobiliario para ellas! ¿Dónde van a sentarse los niños? Me dijeron que viniese hoy y me darían los muebles. He traído a los chicos desde tres leguas, he traído también carros, y ahora no hay nadie, y ni siquiera sé dónde reclamar. ¿Qué orden es éste? Llevo todo un mes detrás de esos muebles, y mire usted cuántos muebles tiene ella. ¿Para quién, pregunto yo?
A pesar de que la mujer hablaba en voz alta, nadie de los que circundaban la mesa de María Kondrátievna prestó atención. Quizá, con el ruido general, no lo oían. Kalina Ivánovich miró en torno suyo, golpeó el divancito con la mano y preguntó:
- En lo que yo entiendo, camarada, ¿estos muebles le sirven?
-
¿Estos muebles? -resplandeció la mujer-. ¡Pero si son una preciosidad!...
- ¿A qué aguarda, entonces? -siguió Kalina Ivánovich? Si estos muebles le sirven y están aquí sin provecho, Lléveselos para sus niños.
Los ojos de la agitada mujer, que hasta aquel momento habían seguido con atención la mímica de Kalina Ivánovich, giraron de pronto en sus órbitas y de nuevo quedaron fijos en el anciano:
-
¿Cómo puedo hacerlo?
- Pues muy sencillo: sacándolos y cargándolos en los carros.
-
Pero, Dios mío, ¿es posible así?
- Si es por los documentos, no se preocupe usted; siempre encontrará parásitos capaces de escribir tantos papeles, que no sabrá qué hacer con ellos. Lléveselos.
-
Bueno, y, si me preguntan algo, ¿quién diré que me ha autorizado?
- Diga usted que he sido yo.
-
Bien, ¿entonces usted me autoriza?
- Sí, yo mísmo.
-
¡Dios mío! -clamó, radiante, la mujer y, con la ligereza de una polilla, voló de la habitación.
Un minuto más tarde entraba de nuevo, ya en compañía de dos decenas de muchachos. Los muchachos se arrojaron alegremente sobre las sillas, silloncitos, sillones y divanes y comenzaron a sacarlos con algún trabajo por la puerta. El estrépito rodó por todo el despacho, y María Kondrátievna reparó en él.
- ¿Qué hacéis? -preguntó, levantándose de la mesa.
-
Pues ya lo ve usted: sacando los muebles -respondió un muchachillo moreno que transportaba un sillón a medias con otro camarada.
- ¿Y no podéis hacerlo con menos ruido? -volvió a preguntar María Kondrátievna y se sentó para proseguir su trabajo de instrucción pública.
Kalina Ivánovich me miró decepcionado:
- ¿Te das cuenta? ¿Cómo puede ser así? Estos parásitos de chiquillos van a llevárselo todo.

Yo llevaba ya bastante tiempo contemplando entusiasmado el rapto del despacho de María Kondrátievna y no me sentía con fuerzas para indignarme. Dos chiquillos tiraron de nuestro divancito y nosotros les ofrecimos plena posibilidad de llevárselo también. La mujer bulliciosa, después de dar unas cuantas vueltas alrededor de sus educandos, corrió a Kalina Ivánovich, le asió la mano y se la estrechó emocionada, deleitándose con el rostro turbado y sonriente de este magnánimo varón.
-
¿Cómo se llama usted? Debo saberlo. ¡Nos ha salvado usted!
- ¿Para qué quiere conocer mi nombre? Ahora ya sabe que no hay costumbre de rezar por la salud de uno, y aún es temprano para rezar por mi alma...
-
No, dígame, dígame...
- ¿Sabe? No me gusta que me den las gracias...
- Esta buena persona se llama Kalina Ivánovich Serdiuk -dije yo con sentimiento.
-
¡Gracias, camarada Serdiuk, gracias!
- No vale la pena. Sólo que llévense los muebles cuanto antes, que, si no, puede venir alguien y dar contraorden.
La mujer voló en alas del entusiasmo y de la gratitud. Kalina Ivánovich se ajustó el cinturón del impermeable, carraspeó y se puso a fumar su pipa.
- Por qué le has dicho mi nombre? Sin decirlo, también habría estado bien. No me gusta, ¿sabes?, que me agradezcan las cosas... Sin embargo, sería interesante saber si conseguirán llevarse los muebles hasta su destino.
Los que rodeaban a María Kondrátievna se dispersaron pronto por otros locales de la delegación y nosotros obtuvimos audiencia. María Kondrátievna terminó rápidamente con nosotros, miró desconcertada en torno suyo y se interesó:
- Me gustaría saber a dónde se han llevado los muebles. Me han dejado vacío el despacho.
- Se los han llevado a un jardín de la infancia -explicó en serio Kalina Ivánovich, recostándose en el respaldo del sillón.
Sólo dos días después se puso milagrosamente en claro que los muebles habían sido retirados con autorización de Kalina Ivánovich. Nos llamaron a la delegación del Comisariado, pero no acudimos.
- ¡Como que voy a ir por culpa de unas sillas! -exclamó Kalina Ivánovich-. ¿Acaso tengo pocas cosas en qué pensar?
Por todos esos motivos, Kalina Ivánovich se sentía un poco turbado.
- Ha sido una buena obra. ¿Qué hay de particular en ello?
- ¿Pero cómo no le da vergüenza? ¿Qué derecho tenía usted a darles permiso?
Kalina Ivánovich giró, amable, sobre el asiento:
- Yo tengo derecho a permitirlo todo, como cualquiera. Ahora, por ejemplo, le permito a usted que se compre una finca: se lo permito y nada más. Cómpresela. Y, si quiere, puede llevársela de balde; también se lo permito.
- En tal caso, también yo puedo permitir -María Kondrátievna miró en torno suyo- que se lleven, por ejemplo, estos taburetes y estas mesas.
- Puede.
- Bueno, ¿y qué? -insistió, confusa, María Kondrátievna.
- Nada.
- ¿Cómo? ¿Pueden cogerlos y llevárselos?
- ¿Quiénes?
- Alguien.
- ¡Je, je, je! Que pruebe. Sería interesante ver cómo saldría él mismo de aquí.
- No saldría: lo sacarían -intervino, sonriendo, Zadórov, que llevaba ya algún tiempo detrás de la silla de María Kondrátievna.
María Kondrátievna enrojeció, miró desde abajo a Zadórov y le preguntó turbada:
- ¿Usted cree?
Zadórov mostró todos los dientes:
- Sí, eso me parece.
- ¡Qué filosofía de bandidos! -exclamó María Kondrátievna-. ¿Así es como educa usted a sus muchachos? -preguntó con severidad, dirigiéndose a mí.
- Aproximadamente así...
- Pero, ¿qué educación es ésta? Han saqueado un despacho, ¿qué quiere decir esto, eh? ¿A quién educa usted? Entonces, si las cosas están mal cuidadas, uno puede llevárselas, ¿no?
Nos escuchaba todo un grupo de colonos, y en sus rostros se leía el mayor interés por la conversación. María Kondrátievna se acaloraba. En su acento yo distinguía perfectamente notas hostiles, aunque bien reprimidas, y no quería que el debate prosiguiera en ese tono.
- Sobre esta cuestión -dije apaciblemente- hablaremos alguna vez con más detenimiento. Hay que tener en cuenta que se trata de un asunto complicado.
Sin embargo, María Kondrátievna no cejaba:
- ¿Por qué complicado? Es muy sencillo: usted da a los muchachos una educación de kulaks.
Kalina Ivánovich comprendió que estaba seriamente irritada y se acercó a ella:
- No se enfade usted conmigo, con un viejo, pero no diga que educamos a los muchachos como a kulaks. Nuestra educación es soviética. Yo, claro, gasté, una broma: aquí, me dije, está la dueña de los muebles, se reirá y tal vez se dé cuenta de que los niños no tienen sillas. Pero la dueña ha resultado mala; ante sus propias narices se le han llevado los muebles, y ahora se dedica a buscar a los culpables y a hablar de educación de kulaks...
- ¿Eso quiere decir que sus educandos obrarían también así? -preguntó, defendiéndose ya débilmente, María Kondrátievna.
- Bueno, que obren.
- ¿Para qué?
- ¡Hombre! Para que, por lo menos, aprendan los malos administradores.

De entre el tropel de colonos se adelantó Karabánov y tendió a María Kondrátievna un palito, al que había atado un pañuelo de un blancor níveo, como los que hoy, con motivo de la fiesta, habían sido distribuidos entre los colonos.
- Venga, levante usted bandera blanca, María Kon,drátievna, y ríndase lo antes posible.
María Kondrátievna rompió a reír, con los ojos brillantes:
- ¡Me rindo, me rindo, no tenéis educación de kulaks; nadie me ha engañado, me rindo, las damas de la educación socialista se rinden!

Por la noche, cuando yo, con una pelliza prestada, salía de la concha del apuntador, vi sentada en la sala vacía a María Kondrátievna. Seguía atentamente los últimos movimientos de los colonos. Tras la escena, Toska Soloviov exigía con su voz aguda de discante:
- ¡Semión, Semión! ¿Has devuelto el traje? Entrégalo y después te vas.
Le contestaba la voz de Karabánov.
- ¡Tósenka, hermoso! ¿Dónde tienes los ojos? ¿No ves que he hecho el papel de Satin 1?
- ¡Ah,Satin! Entonces quédate con él como recuerdo.
En un extremo del escenario, Vólojov grita a oscuras:
- ¡Galatenko, eso no sirve, hay que apagar la estufa!
- Ella misma se apagará -contesta, soñoliento y ronco, Galatenko.
- Y yo te digo que la apagues. ¿Oíste la orden? No dejar encendidas las estufas.
- ¡La orden, la orden! -musculla Galatenko-. ¡Ya la apagaré!...
En el escenario, un grupo de colonos desarma las tablas del albergue de noche y alguien canturrea El sol sale y se pone.
- Hay que llevar mañana estas tablas al taller de carpintería -recuerda Mitka Zheveli y, de pronto, vocifera-:
¡Antón! ¡Eh! ¡Antón!
Entre bastidores responde Brátchenko:
- ¿Qué? ¿Por qué rebuznas como un asno?
- ¿Nos darás mañana un carro?
- Os lo daré.
- ¿Y un caballo?
- ¿Es que vosotros solos no podéis?
- No tenemos bastantes fuerzas.
- ¿Acaso te dan poco pienso?
- Poco.
- Ven a verme, que yo te daré.
Yo me acerco a María Kondrátievna.
- ¿Dónde va dormir usted?
- Estoy esperando a Lídochka. En cuanto se quite la pintura, me llevará a su cuarto... Dígame, Antón Semiónovich, sus colonos son muy simpáticos, pero ¡esta vida es tan áspera! Con lo tarde que es, todavía están trabajando, y me imagino que estarán cansadísimos. ¿No se les puede dar algo de comer? Aunque no sea más que a los que han trabajado.
- Han trabajado todos, y para todos no basta.
- Bueno, y usted mismo, sus pedagogos, que hoy han actuado y todo ha salido tan bien, ¿por qué no se reúnen para hablar un rato y... de paso tomar cualquier cosa?
- No podemos.
- ¿Por qué?
- Hay que levantarse a las seis, María Kondrátievna.
- ¿Sólo por eso?
- ¿Sabe usted una cosa? -pregunté yo a esta mujer bondadosa y amable-. Nuestra vida es mucho más rigurosa de lo que parece. Muchísimo más rigurosa.
María Kondrátievna se quedó pensativa. Desde el escenario saltó Lídochka:
- El de hoy ha sido un buen espectáculo, ¿verdad?

**NOTAS DE O. CORTES Y CH. LOPEZ**

(1).- Es un platillo típico de Ucrania. Consiste en un caldo hecho a base de carne (res, cordero, pollo, ganso o cualquiera otra), remolacha, col y otras verduras.
(2).- Los varénikis son empanadas cocidas en agua y pueden ser dulces o saladas.
(3).- Especie de compota de frutas.

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