Índice de Poema pedagógico Capítulo 11
Lírica
Capítulo 13
Muecas de amor y de poesía
Biblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEGUNDO

Capítulo 12

Otoño

De nuevo se avecinaba el invierno. En octubre cubrimos las numerosas burtas, llenas de remolacha, y Lápot propuso en el Soviet de jefes:
- Hemos decidido: suspirar con alivio.
Las burtas eran unas zanjas largas y profundas, de veinte metros cada una. Shere había preparado más de diez zanjas de éstas para el invierno y todavía aseguraba que eran pocas, que se debía gastar la remolacha con mucha prudencia.
Había que depositar la remolacha en esas zanjas con el mismo cuidado que si fueran aparatos ópticos. Shere sabía estar desde por la mañana hasta por la noche encima del destacamento mixto y repetir machaconamente:
- Por favor, camaradas, no tiradla así: os lo ruego encarecidamente. Tened en cuenta que, si dais un golpe fuerte a una remolacha, el lugar del golpe quedará lesionado. Después comenzará a pudrirse y acabará pudriéndose toda la
burta. Por favor, camaradas, más cuidado.

Los muchachos, hartos del trabajo uniforme y, sobre todo, del trabajo remolachero, no pierden la ocasión de aprovechar el tema señalado por Shere para distraerse y descansar un poco. Eligen la remolacha más redondita del montón, la más simpática y sonrosada, la rodean con todo su destacamento mixto, y el jefe del destacamento, un muchacho por el estilo de Mitka o de Vitka, alza las manos, separando los dedos, y dice en voz alta:
- Apartaos, no respiréis. ¿Quién tiene las manos limpias?
Aparece una camilla. El jefe del destacamento mixto levanta delicadamente la remolacha, pero ya resuena una exclamación de alarma:
- ¿Qué haces? Pero, ¿qué haces?
Todos se detienen asustados y después asienten con la cabeza cuando la misma voz dice:
- ¡Hay que tener más cuidado!
El primer mono de trabajo que encuentran al alcance de las manos es enrollado en forma de pequeña almohada suave y blanda; la almohada se coloca en la camilla, y sobre ella descansa y, efectivamente, comienza a emocionar una pequeña remolacha sonrosada, redondita, entrada en carnes. Para disimular un poco su sonrisa, Shere muerde el tallo de una hierba. Los muchachos levantan la camilla y Mitka susurra:
- ¡Cuidado, cuidado, camaradas! Tened en cuenta el peligro de la lesión; os lo ruego encarecidamente...
En la voz de Mitka se nota un remoto parecido con la voz de Shere, y por eso Eduard Nikoláievich no arroja el tallo.

Habíamos terminado la labranza de la tierra para la siembra de otoño. En aquella época únicamente empezábamos a soñar con el tractor, y con el arado tirado por un par de caballos no podíamos labrar más de media hectárea al día. Por eso, Shere observaba, sumamente preocupado, el trabajo del primero y del segundo destacamento mixto. En estos destacamentos trabajaban los muchachos más antiguos de la colonia, y sus jefes eran colonos tan fuertes como Fedorenko, Korito, Chóbot. Por desgracia, estos camaradas, que estaban dotados de una fuerza no inferior a la de un par de caballos y que conocían en todos sus pormenores el trabajo de la labranza, aplicaban equivocadamente los métodos de la labranza a todas las demás ramas de la vida. Tanto en la colectividad como en sus amistades y en la esfera personal eran aficionados a los surcos directos y profundos y a los tajos brillantes y poderosos. Del mismo modo, el trabajo del pensamiento, entre ellos, no transcurría en las celdillas cerebrales, sino en algún otro lugar: en los músculos de sus brazos de hierro, en la caja blindada del pecho, en las caderas de un aguante monumental. En la colonia resistían firmemente a las tentaciones del Rabfak y eludían con silencioso desprecio toda conversación sobre temas científicos. Pero de algo estaban completamente seguros, y ninguno de los colonos sabía girar la cabeza de un modo tan benévolo y orgulloso y ninguno empleaba expresiones tan seguras y tan parcas.

Estos colonos, como elementos activos de los destacamentos mixtos primero y segundo, gozaban de gran estimación entre todos, pero nuestros guasones no siempre podían abstenerse de dirigirles alguna pulla.
Aquel otoño, el primero y el segundo destacamentos se embrollaron con motivo de la emulación. Entonces, la emulación no era todavía un indicio general de trabajo soviético, y yo incluso fui sometido a tormento en la delegación del Comisariado del Pueblo de Instrucción Pública por culpa de la emulación. Para justificarme, puedo decir tan sólo que la emulación comenzó inesperadamente en nuestra colonia y al margen de mi voluntad.
El primer destacamento mixto trabajaba desde las seis de la mañana hasta las doce del día y el segundo, desde las doce del día hasta las seis de la tarde. Los destacamentos mixtos eran formados por una semana. A la semana siguiente cambiaba siempre un poco la combinación de fuerzas en los destacamentos mixtos, aunque la especialización desempeñaba cierto papel.
Todos los días, antes de que el destacamento mixto terminara el trabajo, salía al campo nuestro ayudante de agrónomo Aliosha Vólkov y medía la cantidad de metros cuadrados que había labrado el destacamento mixto.
Los destacamentos mixtos trabajaban bien en la labranza, pero había oscilaciones, que dependían de la tierra, de los caballos, de la pendiente del terreno, del tiempo y de otras causas, en realidad objetivas. Aliosha Vólkov anotaba con tiza, en un tablero, utilizado para los avisos de toda índole:

19 de octubre 1 mixto de Korito............... 2.850 m2
19 de octubre 1 mixto de Vetkovski......... 2.300 m2
19 de octubre 2 mixto de Fedorenko....... 2.410 m2
19 de octubre 2 mixto de Nechitailo......... 2.270 m2

Y ocurrió espontáneamente que los muchachos se dejaron arrebatar por la comparación de los frutos de su trabajo, y cada destacamento mixto quiso superar a sus antecesores. Se puso de manifiesto que los mejores jefes, los que tenían mayores posibilidades de quedar vencedores, eran Fedorenko y Korito. Aunque buenos amigos desde hacía tiempo, eso no impedía que cada uno siguiera celosamente los éxitos del otro y encontrase toda suerte de fallos en el trabajo del amigo. En este terreno, a Fedorenko le ocurrió un drama, que demostró a todos que también él tenía sus nervios. Durante cierto tiempo, Fedorenko estuvo marchando a la cabeza de los demás destacamentos mixtos, y en el tablero de Vólkov repetíanse día tras día cifras que oscilaban entre 2.500 y 2.600. El destacamento mixto de Korito trataba de alcanzar esos límites, pero siempre se quedaba atrás en unos cuarenta o cincuenta metros cuadrados.
- No te molestes, compadre -se burlaba Fedorenko de su amigo-; ya se ve que eres un labrador novato...

A finales de octubre enfermó Zorka, y Shere mandó al campo sólo un par de caballos. Para mayor efecto, pidió al Soviet de jefes que incluyera a Fedorenko en el destacamento mixto de Korito.
Al principio, Fedorenko no captó todo el dramatismo de la situación, porque la enfermedad de Zorka y la necesidad de acabar pronto la labranza con un solo par de caballos le abatían profundamente. Se dedicó con afán al trabajo, y únicamente se recobró cuando Aliosha Vólkov apuntó en su tablero:

24 de octubre 2 mixto de Korito........ 2.730 m.2

El orgulloso Korito celebraba la victoria, y Lápot decía irónicamente a todos:
- ¡Pero qué comparación puede haber entre Fedorenko y Korito! Korito es un agrónomo perfecto. ¡Cómo va Fedorenko a compararse con él!
Los muchachos manteaban a Korito y gritaban hurra, mientras Fedorenko, con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones, palidecía de envidia y vociferaba:
- ¿Que Korito es un agrónomo? ¡En mi vida he visto un agrónomo parecido!
Los muchachos no dejaban en paz a Fedorenko y le hacían preguntas inocentes:
- ¿Reconoces que ha ganado Korito?
Sin embargo, Fedorenko acabó cayendo en la cuenta. En el Soviet de jefes dijo:
- ¿De qué presume Korito? La semana que viene tendremos otra vez un par de caballos. Incluid en el primer mixto a Korito y os daré tres mil metros.
El Soviet de jefes se entusiasmó con el ardid de Fedorenko y cumplió su ruego, Korito exclamó, moviendo la cabeza:
- ¡Qué diablo tan astuto es ese Fedorenko!
- ¡Ten cuidado! -le dijo Fedorenko-. Yo he trabajado a conciencia en tu destacamento; prueba ahora tú a simular...
Todavía antes de comenzar el trabajo, Korito reconoció lo difícil de su situación:
- ¡Qué se le va a hacer! Fedorenko es Fedorenko y, además, estamos en el campo. Y si los muchachos dicen que le he hecho una faena a Fedorenko, que he trabajado de cualquier modo, eso tampoco estará bien.
Tanto Fedorenko como Korito se reían al ir al trabajo por la mañana. Fedorenko colocó un enorme palo en el arado y se lo enseñó a su amigo:
- ¿Ves este palo? No pienso estar muy tierno contigo en el campo.
Al principio, Korito enrojeció de pensar en la seriedad de la situación y después, de la risa.
Cuando Aliosha regresó del campo y empezó a rebuscar en sus bolsillos un pedazo de tiza, fue recibido por toda la colonia.
- ¿Qué tal? -le preguntaban, impacientes, los muchachos.
Aliosha, en silencio, escribía lentamente en el tablero:

26 de octubre 1 mixto de Fedorenko..... 3.010 m2

- ¡Oh! ¡Mira Fedorenko! ¡Tres mil!
Fedorenko y Korito volvieron del campo. Los muchachos aclamaron a Fedorenko como un triunfador, y Lápot observó:
- Si yo siempre he dicho: ¡Korito no puede ni compararse con Fedorenko! Fedorenko es un verdadero agrónomo!
Fedorenko contemplaba, desconfiado, a Lápot, pero tenía miedo a decir algo acerca de su pérfida política, porque la cosa no ocurría en el campo, sino en el patio, y las manos de Fedorenko no estrechaban las manceras del firme y vibrante arado.
- ¿Cómo te has dejado adelantar, Korito? -preguntó Lápot.
- Es que la cosa no se ha hecho como es debido, camaradas colonos. Debo deciros que Fedorenko ha ido al campo con un palo; eso es lo que ha hecho.
- Con un palo -confirmó Fedorenko-. ¿No ves que tenía que limpiar el arado?...
- Y me dijo: no pienso estar muy tierno contigo.
- ¿Y para qué iba a estar tierno contigo? Lo mismo diré ahora: ¿por qué iba a tratarte con ternura? No eres una mocita...
- ¿Y cuántas veces te ha dado con el palo? -interrogaron los muchachos.
- Como me asusté al ver el palo, he trabajado bien y no me ha dado ni una vez. Pero tú, Fedorenko, tampoco has limpiado el arado con el palo ese.
- Es que era un palo de reserva. Allí encontré otro... un palito más cómodo.
- Si no te ha dado ni una vez, no se puede hacer nada -explicó Lápot-. Tú, Korito, has llevado una política errónea. ¿Sabes? Debías haber trabajado sin prisa y haber regañado con el jefe. Entonces, él te habría dado con el palo, y la cosa hubiera sido distinta: el Soviet de jefes, el Buró, la asamblea general, ¡huy, huy, huy!
- No se me ha ocurrido -respondió Korito.
Y así venció Fedorenko, gracias a su obstinación y su astucia.

El otoño tocaba a su fin, abundante, bien preparado, seguro. Echábamos un poco de menos a los colonos que se habían ido a Járkov, pero los días de trabajo y los hombres vivos seguían aportando a nuestras veladas buenas dosis de risas y de ánimos, y hasta Ekaterina Grigórievna reconoció:
- ¿Sabe? Nuestra colectividad es un encanto. Parece que no hubiera ocurrido nada.
Ahora yo comprendía mejor aún que antes, que en realidad, no tenía por qué ocurrir nada. El éxito de nuestros rabfakianos en los exámenes de Járkov y la continua sensación de que, incluso habitando en otra ciudad y siendo estudiantes, no habían dejado de ser colonos del séptimo destacamento mixto, añadieron en gran cantidad a la colonia cierta risueña esperanza. Zadórov, el jefe del séptimo destacamento mixto, nos enviaba regularmente partes semanales, que nosotros leíamos en las reuniones bajo aprobatorios y agradables rumores. Los informes de Zadórov eran detallados, con indicación de la asignatura en que cojeaba cada uno y, de paso, añadía consideraciones no oficiales:

Semión se dispone a enamorarse de una muchacha de Chernígov. Escribidle que no haga el tonto. Vérshnev no hace más que rezongar, diciendo que en el Rabfak no se estudia ninguna medicina y que la gramática le tiene ya harto. Escribidle para que no se dé importancia.

En otra carta, Zadórov escribía:
Vienen a vernos con frecuencia Oxana y Rajil. Les damos tocino, y ellas nos ayudan también en algunas cosas, ya que, si no la gramática de Kolka y la aritmética de Golos flojean. Así, pues, pedimos que el Soviet de jefes las incluya en el séptimo destacamento mixto; son muchachas disciplinadas.

Y Zadórov nos escribía también:
Oxana y Rajil no tienen zapatos ni dinero para comprarlos. Nosotros hemos reparado nuestros zapatos, pero tenemos que andar mucho y todo por piedra. El dinero que nos envió Antón Semiónovich ha sido gastado ya, porque tuvimos que comprar libros y una caja de dibujo para mí. A Oxana y a Rajil hay que comprarles zapatos; en la cooperativa cuestan siete rublos. No nos dan mal de comer; la lástima es que no es más que una vez al día, y el tocino nos lo hemos comido ya. Semión come mucho tocino. Escribidle que coma menos tocino en caso de que nos enviéis más.

Los muchachos, arrebatados de alegría, decidieron en asamblea general: enviar dinero, mandar más tocino, incluir a Oxana y a Rajil en el séptimo destacamento mixto, enviarles las insignias de la colonia y no escribir nada a Semión a propósito del tocino; ya que allí tenían jefe, que él lo racionase, como correspondía a un jefe; escribir a Vérshnev que no hiciera el tonto y a Semión, con motivo de la chernigoviana, que tuviese cuidado y no se llenara de chernigovianas la cabeza. Y si era preciso, que la muchacha escribiese al Soviet de jefes.

Lápot sabía convertir las asambleas generales en reuniones prácticas, rápidas y alegres, sabía proponer fórmulas admirables para la correspondencia con los rabfakianos. La idea de que la muchacha de Chernígov se dirigiera al Soviet de jefes fue del agrado de todos y en el futuro adquirió hasta cierto desarrollo.

La vida del séptimo destacamento mixto en Járkov modificó de raíz el ambiente de nuestra escuela. Ahora todos estaban convencidos de que el Rabfak era una cosa real y de que cada uno podía llegar a él en caso de desearlo. Por eso, a partir del otoño observamos un notable incremento en el estudio. Brátchenko, Gueórguievski, Osadchi, Schniéider, Gléizer y Marusia Lévchenko tendían manifiestamente al Rabfak. Marusia había abandonado por completo su histeria y durante aquel tiempo había cobrado un cariño extraordinario por Ekaterina Grigórievna; siempre la acompañaba, le ayudaba cuando estaba de guardia, la seguía continuamente con una ardiente mirada. A mí me agradaba que Marusia se hubiera vuelto tan atildada en su atavío y que hubiese empezado a llevar cuellos altos y severos y blusas viejas arregladas con mucho gusto. A nuestros ojos Marusia estaba convirtiéndose en una mujer de gran belleza.

También en los grupos de los pequeños empezó a cundir el aroma del Rabfak aún lejano, y los diligentes chiquillos preguntaban muchas veces con anhelo hacia qué Rabfak les convendría más encaminar sus pasos.

Natasha Petrenko se había lanzado con particular avidez al estudio. Le faltaba poco para cumplir dieciséis años, pero no sabía leer ni escribir. Desde los primeros días del estudio se pusieron de manifiesto sus sorprendentes aptitudes, y yo le planteé la tarea de terminar durante el invierno el primero y el segundo cursos. Natasha me lo agradeció con un simple movimiento de sus pestañas y me dijo lacónicamente:
- ¿Y por qué no?

Había dejado ya de llamarme tío y se había acostumbrado sensiblemente a la colectividad. Todos la estimaban por el indescriptible encanto de su ser, por su eterna sonrisa luminosa y confiada, por su dientecito oblicuo y la gracia de su mímica. Como antes, seguía siendo amiga de Chóbot, y como antes, Chóbot, silencioso y taciturno, seguía protegiendo de los enemigos a este ser precioso. Pero la situación de Chóbot era cada día más embarazosa, porque Natasha no tenía ningún enemigo y gradualmente iba entablando amistades tanto entre las chicas como entre los muchachos. Hasta Lápot trataba a Natasha de un modo nuevo: sin burlas y sin travesuras, atento, cariñoso y solícito. Por eso, Chóbot tenía que esperar mucho tiempo a que Natasha se quedara sola para hablar con ella o, mejor dicho, para callar acerca de no se sabía qué asuntos rigurosamente confidenciales.

Yo comencé a discernir en la actitud de Chóbot un principio de alarma y no me sorprendí cuando Chóbot entró un anochecer en mi despacho y me dijo:
- Antón Semiónovich, dejéme usted ir a ver a mi hermano.
- ¿Es que tienes un hermano?
- Claro que sí. Tiene una finca cerca de Bogodújovo. He recibido carta suya.
Chóbot me tendió la carta. Decía así:
Respecto a lo que me escribes acerca de tu situación, ven a mi casa, querido hermano Mikola Fiódorovich, y quédate a vivir aquí sin pensarlo más, porque mi
jata es grande y tengo una hacienda como nadie. Me sentiré a gusto por haber encontrado a mi hermano, y, ya que te has enamorado de una muchacha, tráela sin titubear.
- Así es que quiero ir a ver.
- ¿Has hablado con Natasha?
- Sí.
- ¿Y qué?
- Natasha entiende poco. Pero yo tengo que ir, porque desde que me marché de casa no he vuelto a ver a mi hermano.
- Pues bien, ve y mira. ¿Seguramente tu hermano es un kulak?
- No, kulak no es, porque no tenía más que un caballo, pero ahora no sé cómo está.

Chóbot se fue a principios de diciembre y tardó en volver mucho tiempo.
Parecía que Natasha no había advertido su marcha; conservaba su alegría reservada y seguía estudiando con el mismo afán. Yo veía que durante el invierno podría acabar tres cursos.
La nueva actitud de los colonos en la escuela cambió la fisonomía de la colonia. La colonia se hizo más culta y más próxima a una sociedad escolar normal. Ningún colono ponía ya en duda la importancia y la necesidad del estudio. Este nuevo estado de ánimo se incrementaba porque todos pensábamos en Máximo Gorki. En una de sus cartas a los colonos, Gorki escribía:

Me gustaría que los colonos leyeran mi Infancia en algún anochecer de otoño. Entonces verían que yo soy un hombre absolutamente igual a ellos, sólo que desde mis años de juventud supe ser perseverante en mi deseo de estudiar y no me arredró ninguna clase de trabajo. Creía que, efectivamente, el estudio y el trabajo podían con todo.

Hacía ya mucho tiempo que los colonos mantenían correspondencia con Gorki. Nuestra primera carta, enviada a la escueta dirección Sorrento, Máximo Gorki, le había sido entregada, para nuestra sorpresa, y Gorki nos respondió inmediatamente con una carta afable y atenta, que leimos y releímos durante toda una semana hasta dejarla casi en jirones. Desde entonces, nuestra correspondencia transcurría regularmente. Los colonos escribían a Gorki por destacamentos, me traían las cartas para que yo las retocase, pero a mí me parecía que no era preciso ningún retoque, que cuanto más naturales fueran las cartas, con más agrado las leería Gorki. Por eso, mi trabajo como corrector de estilo se limitaba a observaciones de este género:
- ¡Qué papel tan malo habéis elegido!
- ¿Y por qué no habéis firmado?
Cuando llegaba alguna carta de Italia, antes de que cayera en mi poder tenía que pasar por las manos de cada colono. Los muchachos se asombraban de que el propio Gorki hubiera escrito la dirección en el sobre y contemplaban con una mirada condenatoria la efigie del rey en el sello:
- ¿Cómo pueden esos italianos aguantar tanto tiempo? ¿Qué falta hace... un rey?
La carta podía ser abierta únicamente por mí, y yo la leía en voz alta primero una vez y luego otra, y después se la entregaba al secretario del Soviet de jefes y la leían todos los que lo deseaban y cuantas veces querían. Para ello, Lápot exigía que se observase una sola condición:
- No manchéis la carta con los dedos. Tenéis ojos y podéis leer con ellos, ¿para qué necesitáis los dedos?
Los muchachos sabían encontrar en cada línea escrita por Gorki todo un sistema de filosofía, tanto más importante porque aquellas líneas no podían ser puestas en duda. Los libros eran otra cosa. Con los libros se podía discutir, se les podía negar en caso de que hicieran afirmaciones erróneas. Pero ahora no se trataba de un libro, sino de una carta viva del propio Máximo Gorki.
Cierto, al principio los muchachos trataban a Gorki con cierta veneración casi religiosa, le consideraban un ser superior a todos los hombres, e imitarle les parecía casi un sacrilegio. Los colonos no creían que en Infancia se describieran hechos de su vida:
- ¡Pero si es un escritor! ¿Ha visto acaso pocas vidas humanas? Habrá descrito lo que ha visto, pero él, de pequeño, no era probablemente igual que todos.

Me costó gran trabajo persuadir a los colonos de que Gorki escribía la verdad en su carta; que también un hombre de talento necesita trabajar y estudiar mucho. Los rasgos humanos del hombre vivo, por ejemplo de ese mismo Aliosha (1), cuya vida se parecía tanto a la vida de muchos colonos, iban haciéndose poco a poco próximos y comprensibles para nosotros sin ningún esfuerzo. Y entonces fue cuando los muchachos quisieron con particular afán ver a Gorki, entonces fue cuando comenzaron a soñar con su visita a la colonia, pero sin creer jamás plenamente que eso pudiera ocurrir algún día.
- ¡Como que va a venir a la colonia! Tú crees que eres el mejor de todos.
- Gorki tiene miles como tú. No; miles no, decenas de miles...
- ¿Cómo?, ¿tú crees que escribe a todos?
- ¿Y tú crees que no? Escribirá unas veinte cartas al día. Calcula cuántas cartas salen al mes. Seiscientas cartas. ¿Ves?

Con ese motivo, los muchachos emprendieron una verdadera investigación y se presentaron especialmente en mi despacho para preguntarme cuántas cartas diarias escribía Gorki.
- Yo creo que una o dos cartas y, además, no todos los días.
- ¡Es imposible! ¡Más! ¡Muchas más!...
- Nada de eso. Tened en cuenta que escribe libros, y para esto hace falta tiempo. ¿Y cuánta gente le visita? ¿Y tú crees que no necesita descansar?
- Entonces, según usted, resulta que, como nos ha escrito, eso significa que somos conocidos de Gorki.
- No somos conocidos -repliqué yo-, sino gorkianos. Es nuestro padrino. Y cuanto más le escribamos y si, además, llegamos a conocernos personalmente, acabaremos siendo amigos. Y Gorki tiene pocos amigos como nosotros.
Por fin, la animación de la imagen de Gorki llegó a lo normal en la colonia, y sólo entonces comencé a advertir no veneración ante un gran hombre, no admiración por un escritor ilustre, sino auténtico amor vivo a Gorki y una verdadera gratitud de los gorkianos hacia este hombre lejano, un tanto incomprensible, extraordinario, pero, a pesar de todo, verdaderamente vivo.

Para los colonos era muy difícil manifestar su amor. No sabían escribir cartas que lo expresaran, incluso se azoraban al hablar de ello, porque se habían acostumbrado severamente a no patentizar ningún sentimiento. Sólo Gud y su destacamento hallaron una salida. En una carta a Gorki le pidieron la medida de su pie para hacerle unas botas altas. El primer destacamento estaba seguro de que Gorki accedería sin falta a su petición, porque las botas eran, sin duda, una cosa de valor; en nuestra zapatería se encargaban botas contadísimas personas, y éste era un asunto bastante complicado: había que ir muchas veces al mercado y encontrar el cuero necesario, había que comprar suelas, y plantillas, y forros. Además, se precisaba un buen zapatero para que las botas no apretasen, para que fueran bonitas. A Gorki las botas le vendrían siempre bien y, además, le sería agradable calzar unas botas confeccionadas por los colonos y no por cualquier zapatero italiano.

Un zapatero conocido de la ciudad, considerado un gran especialista en su oficio, confirmó la opinión de los muchachos un día que vino a la colonia a moler un saco de harina:
- Los italianos y los franceses no llevan botas como nosotros ni saben hacerlas -dijo-. Pero, ¿qué botas pensáis hacerle a Gorki? Hay que saber cómo le gustan: qué tacón y qué caña... Si la quiere suave, hay que hacerla de una manera, pero suele haber gente que prefiere la caña dura. Y luego el material: yo creo que hay que hacerle botas de tafilete con la caña de piel de becerro. Y otra cuestión es la altura.
Gud se quedó estupefacto ante lo complicado de la cuestión y acudió a consultar conmigo:
- ¡Menuda vergüenza si nos salen mal las botas! ¡Qué vergüenza sería! ¿Y de qué hacerlas, de cabritilla o de charol? ¿Y quién va a conseguir el charol? ¿Yo? ¿Tal vez Kalina Ivánovich? El dice:
pero ¿qué ilusiones son ésas? ¡Hacerle unas botas a Gorki! Kalina Ivánovich dice que a Gorki le hace las botas el zapatero del rey de Italia.
Kalina Ivánovich intervino en la conversación:
- ¿Acaso no te he dicho la verdad? Todavía no existe la casa Gud y Compañía. No sois capaces de hacer unas botas elegantes. Botas buenas son las que se ponen sobre el calcetín sin levantar callo. ¿Y vosotros cómo las hacéis? Se pone uno tres peales y todavía hacen daño, parásitos. ¡Estaría bien que le levantaseis callos a Gorki!
Gud andaba triste y hasta enflaqueció a causa de todas esas cavilaciones.
Un mes más tarde nos llegó la respuesta. Gorki escribía:
No necesito botas altas. Vivo casi en una aldea y aquí se puede andar sin necesidad de botas.
Kalina Ivánovich encendió la pipa y enderezó la cabeza con un aire importante:
- Es un hombre inteligente y comprende que vale más andar sin botas altas que ponerse las que tú hubieras hecho, porque hasta Silanti maldice la vida con tus botas, y eso que él está acostumbrado a todo...
Gud decía, parpadeando:
- Claro, ¿acaso se puede hacer buenas botas, si el zapatero está aquí y el cliente en Italia? No importa, Kalina Ivánovich, todavía hay tiempo. ¡Si viene a vernos, ya verá qué botas le fabricamos!...

El otoño transcurría apaciblemente.
Fue un acontecimiento la llegada de Liubov Savélievna Dzhurínskaia, inspector del Comisariado del Pueblo de Instrucción Pública. Venía de Járkov exclusivamente para ver la colonia y yo la recibí como solía recibir a los inspectores: con la cautela de un lobo que tiene la costumbre de sentirse acosado. Con ella llegó a la colonia María Kondrátievna, sonrosada y feliz.

- Aquí tiene usted a este salvaje -me presentó María Kondrátievna-. También yo pensaba antes que era un hombre interesante, pero no es más que un asceta. Con él me da miedo: comienza a atormentarme la conciencia.
Dzhurínskaia cogió a Bókova por los hombros y le dijo:
- Vete de aquí; nos pasaremos sin tu frivolidad.
- Como queráis -asintieron cariñosamente los hoyuelos de María Kondrátievna-. Aquí encontraré gente que sepa apreciar mi frivolidad. ¿Dónde están ahora sus muchachos? ¿En el río?
- ¡María Kondrátievna! -gritaba ya desde el río la voz de contralto de Shelaputin-. ¡Venga aquí, tenemos una montaña de hielo!
- ¿Y cabremos los dos? -preguntó María Kondrátievna ya camino del río.
- ¡Cabremos y aún habrá sitio para Kolka! Pero usted lleva falda y, si se cae, no será muy cómodo.
- No importa, yo sé caerme -respondió María Kondrátievna, disparando una mirada a Dzhurínskaia.
Se precipitó hacia la montaña de hielo del Kolomak, y Dzhurínskaia, después de seguirla con una mirada cariñosa, exclamó:
- ¡Qué ser tan extraño! Está aquí como en su casa.
- Incluso peor -respondí yo-. Pronto le impondré trabajos extraordinarios por su conducta demasiado bulliciosa.
- Me ha recordado usted mis obligaciones directas. He venido precisamente a hablar con usted acerca del sistema de la disciplina. Es decir, ¿usted no niega que impone castigo? Me refiero a los trabajos extraordinarios... Además, también se dice que practica usted el arresto y que deja a los muchachos a pan y agua.
Dzhurínskaia era una mujer alta, con un rostro puro y unos ojos jóvenes y límpidos. No sé por qué sentí el deseo de tratarla sin ninguna diplomacia:
- A pan y agua no les dejo, pero a veces les castigo sin comer. Y también les impongo trabajos extraordinarios. Y naturalmente, puedo arrestarles, pero no en una celda, sino en mi despacho. Está usted bien informada.
- Pero todo eso está prohibido.
- Por la ley no está prohibido, y yo no leo lo que escriben diversos chupatintas.
- ¿No lee usted literatura paidológica? ¿Está usted hablando en serio?
- Hace ya tres años que no la leo.
- Pero, ¿cómo no le da vergüenza? Y, en general, ¿lee usted?
- En general, no leo y no me da vergüenza, téngalo en cuenta. Y me dan mucha pena los que leen literatura paidológica.
- Tendré que disuadirle a usted de eso. Debemos regirnos por una pedagogía soviética.
Decidí poner término a la discusión y dije a Liubov Savélievna:
- ¿Sabe usted una cosa? No pienso discutir. Estoy profundamente convencido de que aquí, en la colonia, aplicamos la más auténtica pedagogía soviética, más aún, de que aquí damos una educación comunista. A usted puede convencerla bien la experiencia, bien una investigación seria, una monografía. Y en un diálogo de paso, estas cosas no se resuelven. ¿Va usted a pasar mucho tiempo con nosotros?
- Dos días.
- Perfectamente. Tiene usted a su disposición diversos medios. Mire, hable con los colonos, puede comer con ellos, trabajar, descansar. Haga usted las conclusiones que desee. Incluso puede destituirme, si lo estima pertinente. Puede escribir las conclusiones más extensas y prescribirme el método que sea de su agrado. Es su derecho. Pero yo obraré como crea necesario y como sepa. No sé educar sin castigos. Todavía necesito aprender ese arte.
Liubov Savélievna no pasó con nosotros dos días, sino cuatro, y, durante este tiempo, yo no la vi casi. Los muchachos decían de ella:
- ¡Oh, es una mujer muy lista! Todo lo entiende.
Un día, durante su estancia en la colonia, Vetkovski se presentó en mi despacho:
- Antón Semiónovich, me marcho de la colonia...
- ¿A dónde?
- Algo encontraré. Esto ha perdido todo interés. Al
Rabfak no pienso ir y carpintero no quiero ser. Iré a ver mundo.
- ¿Y después qué?
- Después ya veré. Usted deme sólo un documento.
- Bueno. Por la noche se reunirá el Soviet de jefes.Que ellos decidan.
En el Soviet de jefes, Vetkovski se mantuvo hostil y trató de limitarse a responder con evasivas:
- No me gusta esto. ¿Y quién puede obligarme? Iré a donde quiera. Y es asunto mío lo que haga... A lo mejor, robo.
Kudlati se indignó:
- ¿Cómo que no es asunto nuestro? ¿Tú vas a robar y crees que eso no es asunto nuestro? Y si yo ahora, por semejantes palabras, te diera en los hocicos, ¿seguirás creyendo que no es asunto nuestro?
Liubov Savélievna palideció, quiso decir algo, pero no tuvo tiempo. Los colonos, enardecidos, empezaron a gritar a Vetkovski. Vólojov se situó frente a Kostia:
- Hay que enviarte a un hospital. Nada más. ¡Mírale, quiere documentos!... Di la verdad. ¿Has encontrado algún trabajo?
El más acalorado de todos era Gud:
- ¿Es que hay verjas en la colonia? No las hay. Ya que eres un bandido así, lárgate con viento fresco. ¿Crees que vamos a enganchar al
Molodiéts y a correr detrás de ti? No. Vete a donde quieras. ¿Para qué has venido a la colonia?
Lápot cortó el debate:
- Basta de hablar. La cosa está clara, Kostia: no te daremos ningún documento.
Kostia inclinó la cabeza y barbotó:
- Ni falta que me hace; me iré sin él. Dadme diez rublos para el camino.
- ¿Se los damos? -preguntó Lápot.
Todos callaron. Dzhurínskaia era toda oídos y hasta había cerrado los ojos, recostando la cabeza en el respaldo del diván. Kóval dijo:
- También se ha dirigido al Komsomol para lo mismo. Nosotros le hemos echado del Komsomol. Pero creo que se le deben dar los diez rublos para el camino.
- Esto está bien -dijo alguien-. Por diez rublos no vamos a arruinarnos.
Yo saqué la cartera.
- Le daré veinte rublos. Firma el recibo.
En medio del silencio general, Kostia firmó el recibo, se guardó el dinero en el bolsillo y se puso la gorra.
- Hasta la vista, camaradas.
No le respondió nadie. Solamente Lápot dio un salto y le gritó ya desde la puerta:
- ¡Eh, tú, siervo de Dios! ¡Cuando se te acaben los veinte rublos, no tengas reparo y vuelve a la colonia! ¡Ya los pagarás con tu trabajo!
Los jefes se dispersaban de mal humor. Liubov Savélievna, ya recobrada, exclamó:
- ¡Qué horror! Habría que hablar con el chico...
Después se quedó pensativa y dijo:
- ¡Pero qué fuerza tan terrible es su Soviets de jefes! ¡Qué gente!...

Debía marcharse al día siguiente por la mañana. Antón llegó con el trineo. En el trineo había paja sucia y no sé qué papeles. Liubov Savélievna se acomodó en el trineo, y yo pregunté a Antón:
- ¿Por qué hay tanta porquería en el trineo?
- No he tenido tiempo -masculló Antón, enrojeciendo.
- Estás arrestado hasta que vuelva de la ciudad.
- A la orden -dijo Antón y se apartó del trineo-. ¿En el despacho?
- Sí.
Antón, vejado por mi seriedad, se dirigió lentamente al despacho, y nosotros salimos en silencio de la colonia. Sólo al llegar a la estación Liubov Savélievna me cogió del brazo y me dijo:
- Basta de dárselas de hombre feroz. Tiene usted una excelente colectividad. Es algo milagroso. Estoy completamente estupefacta... Pero dígame, ¿está usted seguro que ese... Antón cumplirá ahora el castigo?
Miré, asombrado, a Dzhurínskaia:
- Antón es un hombre de una gran dignidad. Claro que lo cumple. Pero, en realidad, son unas... auténticas fierecillas.
- Eso no es razonable. ¿Lo dice usted por Kostia? Estoy segura de que volverá. ¡Y esto es maravilloso! Tiene usted unos muchachos admirables, y Kostia es el mejor de todos...
Yo suspiré sin responder nada.

**NOTA**

(1).- Aliosha Péshkov: Héroe de la trilogía autobiográfica de Gorki Mi infancia, Por el mundo y Mis universidades.

Índice de Poema pedagógico Capítulo 11
Lírica
Capítulo 13
Muecas de amor y de poesía
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