Índice de Poema pedagógico Capítulo 5
Asuntos de importancia estatal
Capítulo 7
No hay pulga mala
Biblioteca Virtual Antorcha

LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO 6

LA CONQUISTA DEL TANQUE METÁLICO

Mientras tanto, nuestra colonia había comenzado a desarrollar poco a poco su historia material. La pobreza elevada al último extremo, los piojos y los pies helados no nos impedían soñar con un futuro mejor. Aunque los treinta años de nuestro Malish y nuestra vieja sembradora nos hacían confiar poco en el desarrollo de la agricultura, nuestros sueños se orientaron, precisamente, en esa dirección. Pero se trataba únicamente de sueños. El Malish era un motor tan poco adecuado para la agricultura, que sólo mentalmente se podía uno representar al Malish tirando de un arado. Además, en la colonia no sólo pasaban hambre los colonos: también la pasaba el Malish. Con un gran trabajo conseguíamos paja y, a veces, heno. Durante casi todo el invierno lo que hacíamos con el Malish, más que viajar, era sufrir, y a Kalina Ivánovich le dolía siempre el brazo derecho de agitar continuamente el látigo para amenazar al caballo, sin lo cual nuestro Malish se detenía por las buenas.

Y, por último, tampoco el terreno en que estaba enclavada la colonia servía para la agricultura. Era un suelo arenoso, que formaba dunas al menor vientecillo.

Todavía hoy no comprendo plenamente cómo, en las condiciones descritas, emprendimos la evidente aventura, que, sin embargo, debía permitirnos levantar cabeza.

La cosa comenzó por una anécdota.

Inesperadamente la suerte nos sonrió: recibimos una autorización para recoger leña de roble. Era preciso traerla directamente del lugar de la tala. Este lugar se hallaba en los límites de nuestro Soviet rural, pero nosotros, antes de ello, no habíamos andado nunca por allí.

Nos pusimos de acuerdo con dos vecinos nuestros del caserío y nos dirigimos en sus trineos a ese país ignoto. Mientras los conductores de los trineos daban vueltas por el lugar de la tala, cargando gruesos troncos de roble y discutiendo si la carga se sostendría o no en los trineos durante el trayecto, Kalina Ivánovich y yo reparamos en una fila de álamos que se alzaban sobre los cañaverales de un río helado.

Cruzamos por el hielo, subimos un sendero empinado y nos encontramos en el reino de la muerte. Hasta una decena de casas grandes y pequeñas, cobertizos y jatas, corrales y otras dependencias se encontraban allí en escombros. Todos estos edificios eran iguales en su destrucción: montones de arcilla y de ladrillos, cubiertos de nieve, en lugar de las estufas; los pavimentos, las puertas, las ventanas, las escaleras habían desaparecido. Muchos tabiques y techos estaban igualmente rotos; en bastantes sitios, habían sido ya desmontados los muros de ladrillo y los cimientos. De una enorme cuadra no quedaban más que dos muros longitudinales de ladrillo, y sobre ellos, emergía, triste y estúpido, un magnífico tanque metálico que parecía haber sido pintado recientemente. Este tanque era lo único en toda la hacienda que daba la impresión de algo vivo: todo lo demás parecía ya cadáver.

Pero el cadáver era rico: a un lado se alzaba una casa de dos pisos, nueva, todavía sin revocar, con ciertas pretensiones de estilo. En sus habitaciones, altas y espaciosas, se conservaban aún las molduras de los techos y los alféizares de mármol. En el otro extremo del patio, había una cuadra nueva de hormigón. Incluso los edificios derruidos, vistos más de cerca asombraban por su construcción sólida, por su recio armazón de roble, por la seguridad musculosa de sus ensambladuras, por la elegancia de sus soportes, por la precisión de sus líneas perpendiculares. El poderoso organismo no había sucumbido de enfermedad o de senectud: se trataba de una muerte violenta, en pleno florecimiento de sus fuerzas y de su salud.

Kalina Ivánovich no hacía más que carraspear, contemplando toda esta riqueza:
- ¡Fíjate en lo que hay! ¡Ahí tienes el río y el jardín, y mira qué prados!...

El río rodeaba la finca por tres lados, circundando una colina bastante alta, casual en nuestra llanura. El jardín descendía hacia el río en tres terrazas: en la terraza superior había guindos; en la segunda, manzanos y perales, y, en la tercera, plantaciones íntegras de casis.

En el segundo patio funcionaba un gran molino de cinco pisos. Por los trabajadores del molino supimos que la finca había pertenecido a los hermanos Trepke. Al marcharse con el ejército de Denikin, los Trepke dejaron sus casas llenas de objetos de valor. Todos estos bienes habían sido trasladados hacía tiempo a la vecina aldea de Gonchárovka y a los caseríos próximos. El mismo camino estaban siguiendo ahora las casas.

Kalina Ivánovich estalló en un verdadero discurso:
- ¡Salvajes! ¿Comprendes? ¡Son unos canallas, unos idiotas! ¡Aquí tienen tantos bienes, casas amplias, caballerizas! Y, en vez de vivir aquí, cuidando de la hacienda y bebiendo tranquilamente café, los muy miserables destrozan a hachazos un marco como éste, hijos de perra. ¿Y por qué?¡ Porque tienen que hacer la comida y no quieren molestarse en cortar leña!... ¡Así se os atragante la comida, memos, idiotas! Y lo mismo que nacieron, estirarán la pata: ninguna revolución puede ayudarles... ¡Ah! ¡Miserables, malditos babiecas! ¿Qué puedes decir a esto? -Kalina Ivánovich se dirigió a uno de los trabajadores del molino-: dígame, por favor, camarada: ¿de quién depende obtener aquel tanque? El que está sobre la cuadra. De todas formas, aquí va a perderse sin ningún provecho.

- ¿Aquel tanque? ¡El diablo lo sabe! Aquí manda el Soviet rural...
- ¡Ah! Eso está bien -terminó Kalina Ivánovich y emprendimos el viaje de vuelta.

De regreso, Kalina Ivánovich, que marchaba tras los trineos de nuestros vecinos por el camino apisonado en que ya se anunciaba la primavera, empezó a soñar: estaría bien conseguir aquel tanque, trasladarlo a la colonia, instalarlo en la buhardilla del lavadero y convertir así el lavadero en baño. Por la mañana, cuando nos disponíamos a ir otra vez en busca de leña, Kalina Ivánovich me agarró de un botón:
- Escríbeme, querido, un papelito para el Soviet rural. A ellos les hace tanta falta el tanque como un bolsillo lateral a un perro, y nosotros, en cambio, podemos tener baño...

Para complacer a Kalina Ivánovich, escribí el papel. Al anochecer, volvió furioso.
- ¡Vaya unos parásitos!... No consideran las cosas más que de un modo teórico, sin ponerse en lo práctico. Dicen, el diablo se los lleve, que el tanque es propiedad del Estado. ¿Has visto idiotas semejantes? Escribe, que iré al Comité Ejecutivo del distrito.
- Pero ¿a dónde vas a ir? Si está a veinte verstas... ¿Cómo piensas hacer el viaje?
- Aquí hay uno que se dispone a ir; yo le acompañaré.

El proyecto de Kalina Ivánovich de construir un baño encantó sobremanera a todos los colonos, pero nadie creía en la posibilidad de obtener el tanque.

- Vamos a organizarlo sin el tanque ése. Se puede colocar uno de madera.
- ¡Bah! ¡No entiendes nada! La gente hacía tanques de hierro y eso quiere decir que comprendía por qué. Pero lo que es el tanque ése se lo arrancaré a esos parásitos y, si es preciso, con su carne...
- ¿Y cómo va a traerlo usted? ¿A lomos del Malish!
- ¡Ya lo trasladaremos! Si hay artesa, habrá cerdos...

Kalina Ivánovich regresó todavía más rabioso del Comité Ejecutivo del distrito y se olvidó de todas las palabras, a excepción de las denigrantes.

Durante toda la semana, bajo la risa de los colonos, estuvo corriendo tras de mí:
- Escríbeme un papel para el Comité Ejecutivo de la comarca -imploraba.
- Déjame, Kalina Ivánovich; hay asuntos más importantes que tu tanque.
- Escribe; ¿a ti qué te cuesta? ¿Es que te da lástima gastar papel? Escribe: ya verás cómo lo traigo.

Y escribí el papel. Al guardárselo en el bolsillo, Kalina Ivánovich sonrió, por fin.
- No es posible que rija una ley tan estúpida: se pierden cosas de valor, y nadie piensa en ello. ¡No estamos en época del zar!

Kalina Ivánovich regresó del Comité Ejecutivo de la comarca ya avanzada la noche y ni siquiera apareció por mi habitación o por el dormitorio. Sólo por la mañana entró en mi cuarto. Frío y altivo, aristocráticamente rígido, miraba por la ventana hacia algún sitio lejano.

- No se conseguirá nada -dijo lacónico y me tendió el papel.
Atravesando el texto detallado de nuestra solicitud, había una palabra breve, enérgica y ofensivamente rotunda, escrita con tinta roja:
D e n e g a r.

Kalina Ivánovich sufrió larga y apasionadamente. Durante un par de semanas desapareció su alegre y senil vivacidad.

Un domingo de marzo, cuando la primavera se burlaba ya cruelmente de los últimos restos de nieve, invité a algunos muchachos a dar un paseo por los alrededores. Consiguieron ropa de abrigo y nos encaminamos... a la finca de los Trepke.

- ¿Qué os parecería si instalásemos aquí nuestra colonia? -pregunté, soñando en voz alta.
- ¿Dónde aquí?
- Pues en estas casas.
- Pero, ¿cómo? Aquí no se puede vivir...
- Las repararemos.
Zadórov se echó a reír y, haciendo cabriolas, giró por el patio.
- Tenemos todavía por reparar tres casas. En todo el invierno no hemos podido ponernos a ello.
- Pero, bueno, ¿y si, a pesar de todo, reparásemos estas casas?
- ¡Oh, en ese caso sí que sería una colonia! ¡Río, jardín, molino!

Trepábamos por los escombros y soñábamos: aquí los dormitorios; aquí, el comedor; allí, un magnífico club; éstas serían las aulas.

Regresamos cansados y llenos de energía. En el dormitorio discutimos ruidosamente los detalles de la futura colonia. Antes de separarnos, dijo Ekaterina Grigórievna:
- ¿Sabéis una cosa, muchachos? No está bien soñar cosas imposibles. Eso no es de bolcheviques...
En el dormitorio se hizo un silencio embarazoso.
Yo miré rabiosamente a Ekaterina Grigórievna y di un puñetazo sobre la mesa:
- Pues yo le digo que, dentro de un mes, la finca será nuestra. ¿Esto será de bolcheviques?

Los muchachos rompieron en una carcajada y gritaron: ¡Hurra! También yo me eché a reír y conmigo se rió Ekaterina Grigórievna.

La noche entera se me fue redactando un informe para el Comité Ejecutivo Provincial.

Siete días más tarde me llamó el delegado provincial de Instrucción Pública.

- Habéis tenido una buena idea. Vamos a ver la finca.

Otra semana después nuestro proyecto era discutido en el Comité Ejecutivo Provincial. Resultó que las autoridades llevaban bastante tiempo sin saber qué hacer con la finca. Y yo tuve oportunidad de describir la pobreza, la falta de perspectivas, el abandono de nuestra colonia, en la que había nacido ya una colectividad llena de vida.

El presidente del Comité Ejecutivo Provincial resolvió:
- Necesitamos un dueño para la hacienda, y aquí tenemos a unos dueños sin hacienda. Que se queden con la finca.

Y ahora tengo en mis manos la autorización para ocupar la finca de los Trepke, más unas sesenta desiatinas de tierra de labor anejas a ella y el presupuesto aprobado para los gastos de la reparación. Estoy en el centro del dormitorio y me cuesta trabajo creer que no se trata de un sueño. Alrededor de mí veo una multitud de colonos emocionados, un remolino de entusiasmo y de manos tendidas.
- ¡Déjenos ver la autorización!
Entra Ekaterina Grigórievna. Los muchachos se abalanzan a su encuentro con borboteante fogosidad y se oye la voz cantarina de Shelaputin:
- ¿Es o no de bolcheviques? ¡Conteste usted ahora!
- ¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?
- ¿Es de bolcheviques? ¡Mire, mire!...
El que más se alegró de todos fue Kalina Ivánovich.
- Eres un águila, porque, como se dice entre los curas, el que busca encuentra y el que llama a alguna puerta acaba consiguiendo que le den...
- En el testuz -interrumpió Zadórov.
- ¿Cómo en el "testuz"? -se volvió hacia él Kalina Ivánovich-. Ahí tienes la autorización.
- Usted es el que anduvo llamando cuando lo del tanque y entonces le dieron en el testuz. Pero, en cambio, ésta es una cosa que el Estado necesita y no nos la dan porque nosotros la hayamos suplicado...
- Tú eres joven aún para poder interpretar las escrituras -bromeó Kalina Ivánovich, ya que en aquel momento no podía enfadarse.

El primer domingo, Kalina Ivánovich, conmigo y una multitud de colonos, fue a recorrer nuestra nueva posesión. Su pipa humeaba triunfalmente a la vista de cada ladrillo de la finca de los Trepke. Dándose importancia, pasó cerca del tanque.
- ¿Cuándo vamos a trasladar el tanque, Kalina Ivánovich? -preguntó en serio Burún.
- ¿Y para qué vamos a trasladarlo? También aquí nos servirá. ¿Acaso no comprendes que la cuadra está montada según la última palabra de la técnica extranjera?

Índice de Poema pedagógico Capítulo 5
Asuntos de importancia estatal
Capítulo 7
No hay pulga mala
Biblioteca Virtual Antorcha