Índice de La escuela y la psicologíaCapítulo siguienteCapítulo anteriorBiblioteca Virtual Antorcha

IX

LA MOVILIZACIÓN DE LA ENERGÍA

Todos tenemos la concepción de lo que es un hombre activo que trabaja y realiza un esfuerzo. Pero si bien son claras las manifestaciones de la energía humana, por el contrario es mucho más difícil determinar la naturaleza de tal capacidad de acción. A este respecto, sin embargo, biólogos y psicólogos no están en peor situación que los físicos, los cuales si bien es cierto que pueden expresar matemáticamente los efectos de la energía, en cambio son incapaces de formarse ni siquiera una representación adecuada de la misma. ¿De qué modo, en efecto, figurarse la energía llamada potencial que está latente desde hace cuatro mil años en la piedra que corona la gran pirámide de Egipto y que no se convertirá en energía efectiva más que en el caso de un cataclismo que la precipite de su trono?... Y resulta cómico ver cómo cuando se trata de esclarecer el misterio, físico y psicólogo, adoptan mutua y respectivamente el lenguaje uno del otro, esperando cada uno encontrar fuera, la luz que le es precisa: La energía potencial no es más que una tendencia, dice E. Meverson en su famoso libro acerca de L'Explication dans les Sciences. La noción de tendencia supone implícitamente la de una energía potencial, afirma Ch. Baudouin en una obra de que hablaremos más tarde.

Cualquiera que sea su naturaleza, la energía mental puede ser estudiada gracias a sus manifestaciones, y se trata de descubrir el determinismo a que obedece. Las cosas ocurren como si cada uno de nosotros poseyera en sí mismo una especie de depósito de energía, cuyas llaves de paso se abrieran bajo la influencia de determinadas circunstancias. El educador, el psicópata, el sacerdote, el director de cualquier organización, el jefe que trata de galvanizar sus tropas, etc., todos tratan de dar salida, de movilizar la energía latente o potencial.

Y ello se consigue generalmente recurriendo a los sentimientos, los cuales no son otra cosa que tendencias en estado naciente. Cada sentimiento está en cierto modo cargado de energía. El odio, como el amor; el temor lo mismo que la alegría, ponen de manifiesto a los ojos del mundo, a veces de un modo violento, este dinamismo interior. Cuando se nos ofrece una perspectiva atrayente, un triunfo, o el modo de obtener una mejora material o intelectual, así como también cuando nos amenaza un peligro, las llaves de la energía potencial se abren automáticamente: es la actividad espontánea.

Otras veces, por el contrario, hay conflicto de tendencias. El yo lucha entre dos fuerzas opuestas: una que le inclina hasta el camino amplio de lo fácil, de lo agradable; el otro que le empuja hacia el sendero estrecho del deber, difícil y sombrío. Éste es el conflicto voluntario que plantea a la psicología dinámica el más delicado de sus problemas. Porque, ¿qué ocurre cuando triunfa la voluntad? Es que hay una tendencia violenta que ha sido vencida por lo que W. James denomina: un motivo raro y superior, por un ideal, es decir, por algo en apariencia mucho más débil que aquélla. En efecto, este ideal, este precepto moral cuya aparición brusca nos preserva de una denigrante concesión a los instintos, ¿qué es sino el eco lejano y debilitado de la voz respetada del maestro que tiempos atrás nos la había enseñado? Y entonces cabe preguntarse cómo un estado de conciencia poco intenso ha podido tener en jaque y aun rechazar el torrente impetuoso de nuestro instinto. David, vencedor de Goliath. Sí; ¡pero resulta difícil traducirlo en una ecuación! Limitémonos a señalar que la energía mental depende, no sólo de la intensidad de un sentimiento, sino de su cualidad, digamos mejor, de su nivel en la escala de valores personales.

El mundo físico nos ofrece también situaciones paradójicas de esta índole. ¿No causa asombro en un curso de física ese tonel de Pascal estallando gracias a una pequeñísima cantidad de agua, con tal que se eleve a altura suficiente? Parece que en el mundo mental hay que referirse también a una presión que dependerá no ya de la cantidad de conciencia -valga la expresión-, sino de su altura, de su nivel.

Con frecuencia, desgraciadamente, la energía potencial no responde a la llamada que se le hace. Sin que pueda alegarse debilitación del organismo, fatiga, ni enfermedad en el sujeto, resulta imposible liberar sus poderes latentes. Quisiera querer, pero no puede. Siente como un malestar interior, como un obstáculo que anula sus posibilidades de acción. Su energía, en vez de estar a disposición de una posible actividad, se gasta, mejor dicho, se desperdicia en crear resistencias interiores, en hacer obra de inhibición.

Y entonces se plantean cuestiones que han sido sugeridas al observar sujetos deprimidos, neuróticos, obsesionados. ¿Cómo se realiza exactamente la circulación y distribución de esta energía psíquica? Pudiera imaginarse que sigue unos canales formando una red complicada, y que pasa de uno a otro o bien que se acumula en un punto donde queda en estado de estancamiento. El gran mérito de Freud ha sido haber intentado desentrañar esta complicada madeja, no forjando una hipótesis más o menos hábil, sino experimentando y ensayando in anima vili, y una vez logrado apoderarse de un hilo, seguirlo a través de sus múltiples revueltas, señalando las encrucijadas que forma con otros hilos. Cualquiera que sea el criterio del lector acerca de ciertas concepciones del psicoanálisis no es posible negar que Freud ha sabido proyectar una fecunda claridad sobre la cuestión de los desplazamientos de energía, acerca de su mecanismo y aun nos atrevemos a decir que sobre sus leyes.

De ello se convence uno al leer la obra de Charles Baudouin, La mobilisation de l'énergie (Ediciones del Institut Pelman. Rue Boissy-d'Anglas. París, VIII.1952. (N. del T.) Refiriéndose al caso de un hombre de treinta y dos años, a la vez deprimido y agitado (del cual logra precisamente desenredar la complicada madeja) Baudouin describe con elegancia siguiendo la teoría freudiana o interpretándola hábilmente, lo que llama desplazamiento de potencial, es decir, el traspaso de energía de una a otra tendencia, de un objetivo a otro. Señala el obstáculo que bloquea la energía y muestra el modo de liberarla. Se esfuerza en señalar al psicoanálisis una misión bien concreta; le da como finalidad el estudio de tales desplazamientos y modo de provocarlos. Uno de los resultados -dice- de la explicación de este método ha sido convencernos del carácter aparente de ciertas debilidades, de ciertas impotencias. No es que las fuerzas estén ausentes, sino solamente desplazadas, mal situadas. Se trata de provocar, en sentido inverso, nuevos cambios que las coloquen a nuestro alcance. No es cuestión de crear, sino de emplear mejor lo ya existente. Esta convicción por sí sola significa ya un gran reconfortante para los deprimidos.

¡Movilizar energía! Ésta es en el fondo la condición sine qua non, no solamente de toda reeducación, sino también de la educación en general. Los promotores de la escuela activa (de la cual tanto mal se dice sin conocerla) no han perseguido otra finalidad: sustituir la pedagogía tradicional, casi enteramente receptiva -alumnos dormitando en sus bancos, escribiendo al dictado o aprendiendo lecciones de memoria-, por un régimen movilizador de energía, es decir, más viril, más digno de la personalidad; porque ¡la energía es el hombre!

Pero de esto ya hablaremos en otra ocasión.

Índice de La escuela y la psicologíaCapítulo siguienteCapítulo anteriorBiblioteca Virtual Antorcha