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VIII

FREUD, PSICOANALIZADO

El psicoanálisis consiste esencialmente, nadie lo ignora, en descubrir tras los motivos aparentes de ciertos actos, móviles más profundos, más secretos que serían su verdadera causa. De ahí que cuando un individuo presenta contradicciones en su conducta se está en el derecho de suponer la existencia, en los bajos fondos de su psiquis, de fuerzas inconscientes que le dirigen sin que él lo sospeche. Freud ha indicado el modo de explorar estas obscuras regiones y las consecuencias que de ello pueden deducirse.

Hay quien se pregunta si Freud mismo, bajo su apariencia objetiva y rigurosa, no ocultaría la expresión de sentimientos bien distintos de los que parecen haberle inspirado; si la impasibilidad, cruel hasta el cinismo, del padre del psicoanálisis, si su actitud objetivada imparcial y fría, no ocultarían realmente una sensibilidad exquisita, una susceptibilidad afectiva poco común.

Y es que la obra de Freud, no sólo en el detalle de su estructura interna, sino también en cuanto al alcance social que parece atribuirle su genial creador, ofrece contradicciones capitales. ¿No existe, por ejemplo, una singular oposición entre su tendencia biológica a explicar la conducta humana por la simple expansión de los más bajos instintos, con tal de adaptarlos a la realidad, y su tentativa de reformar la sociedad, es decir, en definitiva de modificar esta misma realidad?

La doctrina freudiana ha sobrepasado, en efecto, el cuadro de la ciencia y de la terapéutica. Las críticas suscitadas y los ataques extremadamente violentos que ha desencadenado, bastan para mostrar que no solamente ha introducido innovaciones en el campo de la psicología o de la psiquiatría, sino que llega a invadir el de las creencias, hiriendo las más caras convicciones a las que ha tachado de ilusiones.(FREUD: L'avenir d'une illusion, traducción francesa de Marie Bonaparte. París, Denoel y Steele, editores.) Freud simboliza el filósifo de la vida, más aún, el apóstol de una nueva moral. Actualmente, y en todos los campos de la intelectualidad, se le compara a Nietzsche. El doctor Jung piensa lo siguiente: Como Nietzche y como la Gran Guerra, Freud es una respuesta a la enfermedad del siglo XIX. (G, G. JUNG: S. Freud als kulturhistorische Erscheinung, en la revista Charakter, 1982.) (Se refiere a la hipocresía, pudibundez, temor a mirar la verdad desnuda, a destruir los prejuicios que la enmascaran, falta de energía necesaria para arremeter contra estas mentiras convencionales de nuestra civilización que hace poco al comienzo del siglo, otro neurólogo, Max Nordau, denunciaba con gran vehemencia).

Freud y Nietzsche. Sus maneras se asemejan mucho. Ambos iconoclastas. Los dos desilusionistas e intransigentes. Uno y otro arremeten contra el adversario con energía decisiva e implacable. Nietzsche filosofaba con el martillo -dice Stefan Zweig- y Freud con el escalpelo: instrumentos ambos que no pueden ser manejados por manos suaves e indulgentes. Freud, cuenta el Dr. Jankelevitch, es quien después de Nietzsche ha denunciado con más fuerza la decadencia de nuestra cultura, la acción degradante que ha ejercido sobre la personalidad, oponiendo trabas a su libre desarrollo.

Y el Dr. Michaelis insiste también en la afinidad profunda que une Freud a Nietzsche, porque como él quiere enderezar a la humanidad tan profundamente perturbada, y como él declara que si se desea asegurar la salud de las futuras generaciones es preciso transformar radicalmente la base sobre que reposa nuestra civilización. Pero -añade- lo que más acerca a nuestros dos pensadores es el hecho paradójico de que llegados a un cierto punto de su trayectoria sienten la necesidad de una máscara, de disimularse, no sólo ante otros, sino también ante sí mismos, con lo cual no pueden llegar al límite de sus deducciones. Resulta, por tanto, que parecen contradecirse y colocan por este hecho en la mayor perplejidad a quienes estudian sus obras y quisieran inspirarse en sus ideas.

Es precisamente este último autor, el doctor Edgar Michaelis, quien se ha propuesto psicoanalizar a Freud. En una obra cuyo título indica claramente lo que se propone: Freud, son visage et son masque (Editado por Redier, París. Traducción del alemán, con una introducción del Dr. Jankelevich acerca de Los elementos románticos de la psicología freudiana.) examina tales contradicciones, y habiendo llegado a la conclusión de que Freud reniega de sus obras, trata de descubrir al verdadero Freud.

La posición antagónica de éste para consigo mismo puede reducirse a lo siguiente: por una parte, considera el ideal subordinado a la libido. La evolución humana, tal como la conocemos, no exige explicación distinta a la de la evolución animal. Es decir, que el principio del placer sería la única fuerza motriz de la conducta humana. Pero otras veces, por el contrario, se le escapan afirmaciones en sentido opuesto, y dice, por ejemp]o: que hay hombres que aspiran a obtener satisfacciones de acuerdo con las exigencias ideales del yo, con riesgo de caer preso en un conflicto interno cuando dichas satisfacciones ideales le son rehusadas.

Estas declaraciones son, según el Dr. Michaelis, de una importancia capital. Aunque puede uno preguntarse: ¿por qué son hechas solamente a título incidental, de paso? ¿Por qué si, según la confesión de Freud, el ideal puede ser refoulé, el psicoanálisis no se preocupa de sacarle nuevamente a la luz de la conciencia? ¿Por qué declara que el psicoanálisis no debe tener más misión que poner al descubierto lo que el hombre tiene de peor?

Todo queda explicado para Michaelis si se admite que Freud eleva el refoulement a su propio ideal. Lejos de parecerse a su máscara resulta así un puro idealista de naturaleza ultrasensible y fácilmente vulnerable. Ha sentido más intensamente que el hombre medio la oposición que existe entre la humanidad tal como debiera ser y la humanidad tal como nos la presenta un mundo lleno de barreras y de restricciones. Ha sentido hasta la angustia las fuerzas oscuras que conspiran contra nuestras alegrías más puras y elevadas, convirtiéndolas en efímeras y frágiles y dando a la vida un carácter trágico que escapa a las naturalezas superficiales e insensibles. Decepcionado en sus aspiraciones, sufriendo por la impotencia de sus semejantes para elevarse a una vida superior, Freud ha tratado de poner fin a tal conflicto entre su ideal y la realidad que la anonada, despreciando dicho ideal, negándolo; le reprocha su incapacidad por dominar el mundo tal como lo deseó en lo más íntimo; le odia por amor, y su venganza contra la fealdad del mundo consiste en adoptar para con él una actitud crítica e irónica.

En apoyo de su diagnóstico el Dr. Michaelis menciona numerosos hechos que traicionan en Freud esta necesidad subconsciente de ideal. Unas veces es un anhelo que se le escapa a la salida de la clase. Ya estoy harto de revolcarme en todas estas miserias humanas. En otras ocasiones es la concepción, por lo demás vaga, de la sublimación la que pone de manifiesto el deseo interno de ennoblecer la mezquina líbido. O es el epígrafe latino que encabeza su libro sobre sueños: Puesto que no puedo alcanzar lo divino rebuscaré en el mundo subterráneo.

Este psicoanálisis del creador de la doctrina termina, en suma, por poner a la luz del día, tras la máscara que la ocultaba y que fué origen de tantas pasiones, el más puro de los rostros. Dicha imagen ha sido completada por la espléndida descripción que Stefan Zweig hace de su ilustre compatriota.(STEFAN ZWEIG: Freud. París, 1932. Un volumen en 8º.) Nos bosqueja su vida; la primera comunicación a la Sociedad Médica de Viena acerca del papel que desempeña la sensualidad en la histeria, cuya repercusión fué como la de un tiro en una iglesia; nos introduce después en casa del trabajador, constante y apacible, cuarenta años en el mismo piso, y habla de su desprecio por las censuras lo mismo que por los honores, su arraigada probidad y, finalmente, de su máscara. Freud ha escogido una de las máscaras más impenetrables: la de la discreción. Su vida exterior disimula una potencia formidable de trabajo tras un ligero barniz de burguesía. El rostro es el de un genio creador bajo rasgos calmosos y regulares. Su obra atrevida y revolucionaria tiene, en apariencia, exteriormente, el aspecto modesto de los métodos universitarios...

Es preciso leer estas páginas vibrantes que cantan un himno magnífico en honor de quien por haberse atrevido a hablar de aquello que se había convenido en ocultar se convirtió en el repudiado de la Universidad de Viena.

No ha llegado todavía el momento de juzgar a Freud y su obra de una manera puramente objetiva; para ello es indispensable la cooperación del tiempo. Las dos obras de que hemos hablado constituyen, sin embargo, una importante contribución al conocimiento de la figura (y de la máscara, puesto que máscara hay) del famoso médico vienés.

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