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VII

LA CIENCIA DEL CARÁCTER

A partir de Hipócrates y su doctrina de los cuatro temperamentos, el problema del carácter no ha dejado de preocupar a filósofos y sabios.

El carácter es el conjunto de maneras de obrar que distingue a los individuos unos de otros: es el modo como la personalidad se manifiesta. Reposado o activo, intrépido o cobarde, modesto o vanidoso, serio o alegre, egoísta o generoso, sobrio o glotón, bueno o malo, etc., tales son los rasgos del carácter. Pero, ¿en qué medida estas maneras de ser han de considerarse como adscritas a un carácter, es decir, como disposiciones constantes y no como comportamientos momentáneos? Puesto que el mismo individuo puede estar serio o alegre, calmado o agitado según las circunstancias del momento, según el medio en que se encuentre (así un oficial cariñoso con sus hijos será duro con sus soldados; un maestro alegre camarada con sus amigos, será triste o severo en la clase). Pudiera, pues, alguien atreverse a decir que el carácter no existe, que no hay más que variaciones cotidianas sin fijeza alguna. Sin embargo, bajo la apariencia caprichosa de estas modalidades psíquicas que parecen desafiar toda ciencia del carácter, existen leitmotivs permanentes que no hay posibilidad de negar. Es evidente que Voltaire no tenía el mismo carácter que Rousseau, ni Lutero el de Calvino.

La dificultad del problema es enorme, aunque no han faltado tentativas para resolverlo. Se encontrará una exposición magistral en la obra recientemente publicada del Dr. W. Boven (DR. BOVEN: La Science du caractère. Delachaux, editor), de Lausanne, que presenta una serie de notas y finas observaciones, tratando al propio tiempo de deducir de ellas algunas líneas directrices. Boven ve en el carácter un edificio de tres pisos: abajo las disposiciones orgánicas, más arriba las actitudes individuales adoptadas por la personalidad en relación consigo misma, con sus disposiciones; en el piso superior el retoque, por la inteligencia, de las impresiones procedentes de los planos inferiores. Tomemos un ejemplo: la fuerza muscular sería un elemento del compartimiento inferior; la intrepidez, del piso medio, la calaverada correspondería al piso superior. De este cuadro se deduce que lo que conocemos con el nombre de carácter es cosa de complejidad muy diversa, que puede comprender, a dosis desiguales, elementos procedentes de disposiciones orgánicas hereditarias y otros debidos a la influencia del medio y la educación. Además, ¿es la fuerza muscular un rasgo del carácter? A mi juicio, no. El Dr. Boven ha insistido sobre la idea, muy acertada, de definirlo como la expresión de una lucha, no solamente entre individuo y ambiente, sino también entre el individuo y sus propias disposiciones, a las cuales cede o se resiste según las circunstancias.

Felizmente, a través de este estudio tan complejo se encuentran algunos hechos morfológicos, fisiológicos y aun patológicos que parece podrían utilizarse como jalones definitivos. Hay investigadores que creen ver en determinadas estructuras corporales un marcado paralelismo con ciertos caracteres. Según el doctor Pende, de Génova, los hombres se reparten en dos tipos morfológicos y fundamentales: el tipo longiligne (delgado y de miembros largos) y el tipo breviligne (redondeado y de miembros cortos). Estas diferencias anatómicas no son más que la expresión de una profunda divergencia fisiológica: su balance vital no es el mismo. En el breviligne hay un saldo a su favor, es decir, que acumula más reservas alimenticias de las que gasta. El longiligne, por el contrario, gasta más de lo que acumula. De ahí una diferencia fundamental en su carácter: el primero tiene una psicología optimista puesto que dispone de un margen de vitalidad; abundantemente provisto de reservas nutritivas siente la necesidad de prodigar sus energías al exterior; pero sus reacciones son reposadas, lentas; contagia buen humor. Por el contrario, el segundo, en el cual el balance vital está siempre amenazando saldar con déficit, padece en todo momento la inquietud del comerciante en víspera de quiebra, estará sin cesar a la defensiva, mejor dicho, pronto a la ofensiva, a la lucha por la existencia; al mismo tiempo presenta tendencia a recogerse en sí mismo ya que todo contacto exterior produce consumo de energía: será pesimista, estará acongojado.( NlCOLÁS PENDE: Biotipología umana ed ortogenesi. Génova, 1927, 227 páginas. (N. del T.)

Pero esta diversidad en la estructura del cuerpo y en el modo de reaccionar son consecuencias de diferencias individuales en la tonalidad de las dos porciones del sistema nervioso vegetativo que rige nuestra economía interior: el simpático destinado a proporcionar al organismo la energía necesaria para la lucha exterior, y el vago, nervio de la paz como lo llama Cannon, que preside la acumulación de las reservas y la restauración de los tejidos. Este sistema vegetativo funciona unido con las secreciones internas por lazos muy estrechos aunque ahora mal determinados. Las hormonas tiroidea e hipofisaria excitan el simpático estimulando a la vez el crecimiento en longitud, los gastos de energía y la rapidez en las reacciones. Los hipotiroideos representan, por el contrario, el tipo rechoncho con síntomas vagotónicos. Las hormonas de las glándulas endocrinas pudieran ser en último término los factores básicos de las variedades temperamentales. Un psiquiatra alemán, Kretschmer, considerando las dos grandes categorías de enfermedades mentales que se oponen entre sí por su carácter general: la demencia precoz (o esquizofrenia) y la psicosis circular, opina que cada una de ellas no es más que la exageración de dos clases de temperamentos normales: el esquizoide (insociable, frío, cerrado en sí mismo) y el cicloide (exaltado o deprimido, pero siempre hacia afuera, vibrando al unísono con el ambiente).(Para quien se interese por el estudio de los temperamentos y del carácter según Kretschmer, véase su libro Manuel théorique et pratique de Psychologie Médicale. Payot, editor. París, 1927. (N. del T.) Véase también H. Rohracher: Introducción a la caracterología, Buenos Aires, Losada. (N. del E.) Ahora bien, las medidas antropométricas muestran que cada uno de estos tipos corresponden a una estructura morfológica especial: el esquizoide es asténico o atlético, pero presenta un perfil anguloso y nunca está gordo. Los cicloides, por su parte, son de formas redondeadas, tronco corpulento, miembros cortos, cabellos finos y flexibles que caen fácilmente. En resumen, encontramos aquí, grosso modo, los longilignes pesimistas y los brevilignes expansivos de Pende. La concordancia es perfecta entre ambas series de observaciones.

Ahora bien, no se trata más que de las grandes líneas. En cuanto se intenta bucear en el detalle de los casos particulares aparecen nuevas complicaciones. ¡Los hombres altos y delgados no están siempre a la defensiva, y los rechonchos no son todos graciosos!

No olvidemos, además, la influencia del medio y de los hábitos adquiridos gracias a la educación. Ni tampoco los choques sufridos y las actitudes adoptadas al comienzo de la vida (frente a los padres, a las rivalidades de hermanos, etc.), puesto que, según los psicoanalistas, imprimen una huella indeleble en toda nuestra existencia. Respecto a este punto se leerá con interés y provecho un libro reciente de Charles Baudouin, en el cual expone estas cuestiones de la manera más clara posible.(L'Âme enfantine et la psychoanalyse. Delachaux, editor. París, Neuchâtel.)

En resumen, puede decirse que el carácter es la resultante de múltiples factores que pueden formar entre sí innumerables combinaciones. Se concibe, pues, fácilmente que la ciencia del carácter se encuentre apenas en sus albores. Ello no obsta para que en lontananza se perciban alentadoras luminosidades que hacen prever una espléndida aurora.

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