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VI

UN CASO INTERESANTE DE PSICOPATOLOGÍA

Existió una vez -era en 1891- una bella señorita de treinta años, vendedora en uno de los principales almacenes de modas de Ginebra. Aunque dotada de excelente salud, había padecido en su infancia alucinaciones y automatismos que venían a alterar la trama y desarrollo normal de su vida cotidiana. Tal disposición para la desagregación mental, desaparecida casi absolutamente antes de la pubertad, se incrementó bruscamente con motivo de su iniciación al espiritismo; la práctica del velador no tardó en fomentar sus aptitudes latentes como medium. Presentó muy pronto fenómenos de sonambulismo (sonambulismo espontáneo, ya que nunca fue magnetizada ni hipnotizada). Tres años más tarde, en 1894, el profesor Th. Flournoy, habiendo tenido conocimiento de estas curiosas manifestaciones, trató de estudiarlas sistemáticamente consignando el resultado de sus pacientes observaciones en un libro famoso, obra maestra en cuanto a método: Des Indes à la Planete Mars, 1900, completada en 1901 por Nouvelles observations publicado en los Archives de Psychologie.

Hélène Smith, pseudónimo bajo el cual Flournoy la hizo célebre (Su verdadero nombre era Elisa Müller, nacida el 9 de diciembre de 1861 y fallecida el l0 de junio de 1929. (N. del T.), cuando estaba en su segundo estado encarnaba, según los casos, una princesa hindú del siglo XI, María Antonieta de Francia, o un habitante del planeta Marte, hablando una lengua desconocida, el marciano.

Manifestaba además tener el sentimiento de ser dirigida en todas sus acciones por una especie de ángel guardián protector a quien llamaba Leopoldo y que pretendía ser Cagliostro en persona.

Naturalmente, en los medios espiritistas en que se celebraban las sesiones de Hélène, creían con la mayor sinceridad y sin la más ligera duda en el realismo de todas estas encarnaciones; en los campos opuestos lo consideraban, por el contrario, como una vulgar comedia.

Flournoy, gracias a una investigación de las más meticulosas, pudo probar que no existían superchería, ni milagro, ni intervención ultraterrena, ni mixtificación. Y adelantándose a Freud, cuya Traumdeutung (Interpretación de los sueños. Una nueva edición renovada, Die Traumdeurung, ha aparecido en Viena, 1920, 455 páginas. (N. del T.) no debía aparecer hasta unos meses más tarde, hizo de estas creaciones novelescas de los medium el equivalente a los sueños y desvaríos de los individuos normales, considerándolos como una protesta del ideal contra la gris realidad. Les asignaba una función biológica de derivación, de compensación, el papel de una válvula de seguridad garantizando el yo contra los graves trastornos que podían derivarse de los conflictos emocionales.

Desgraciadamente la publicación de Des lndes à la planète Mars tuvo como resultado indisponer al psicólogo con la medium. La señorita Smith no podía admitir que se disecara para la ciencia lo que ella consideraba un don sobrenatural, y no quiso oír hablar más de M. Flournoy. Éste, sin embargo, hablando de Hélène había hecho su fortuna, ya que muy pronto una generosa norteamericana le proporcionaba los medios de renunciar a su profesión para cultivar con toda independencia sus preciosos dones sobrenaturales. A partir de este momento se encierra en su domicilio y comienza a pintar. Corren rumores de que tiene visiones de Cristo y que ha logrado fijarlas en un retrato. Multitud de curiosos, entre los que me contaba, la visitaron (en la calle de la Violette). Nos contó que habiendo recibido la orden (de Leopoldo) de hacer un retrato lo había ejecutado con lentitud, en un estado de inconsciencia, sin comprender lo que hacía; que seguramente lo pintó con los dedos puesto que al despertarse los tenía manchados de pintura.

El profesor A. Lemaître contó al poco tiempo (Archives de Psychologie, 1907) el nacimiento de este ciclo religioso. Buen número de artículos en periódicos suizos y extranjeros dieron cuenta de la producción pictórica de Hélène Smith. Más tarde, en 1915, se hizo el silencio, no oyéndose hablar más de ella hasta el anuncio de su muerte, el l0 de junio de 1929.

A raíz de este acontecimiento sus pinturas, así como también numerosos manuscritos, fueron expuestos durante algunos meses en el Museo de Arte e Historia de Ginebra. Su sabio director, W. Deonna, aprovechó la ocasión para estudiar esta fase artísticorreligiosa, utilizando los documentos que momentáneamente tenía en su poder, debiéndole estar reconocidos por este trabajo que terminó con éxito y que ha cristalizado en un magnífico volumen (W. DEONNA: De la planète Mars à Terre Sainte. Art et subconscient, 403 páginas. Boccard, editor, París, 1932, 50 francos. (N. del T.) que constituye, su título lo indica, la continuación del de Flournoy. Contiene la reproducción de numerosos pasajes, sacados de las notas y del diario íntimo de Hélène, el relato de sus sueños, fragmentos interesantes de su correspondencia, etc. Documentos preciosos que son hábilmente comentados por el autor. Varias láminas reproducen la serie de 12 grandes cuadros de Hélène. Finalmente, y es lo más importante, examina el autor los diversos problemas que plantea esta nueva fase de la actividad subliminal de la señorita Smith: ¿Cuál es la causa, la génesis del sueño religioso? ¿Por qué ha sustituído a los precedentes (hindú, real y marciano)? ¿Por qué trae consigo manifestaciones pictóricas que cesan bruscamente en 1915? ¿Es que el valor artístico de estas producciones supera a lo que pudiera esperarse normalmente de las aptitudes de Hélène?

A todas estas cuestiones contesta Deonna muy acertadamente.

Se concibe que Hélène rechaza sus novelerías anteriores, ya que habían sido sometidas crudamente a la crítica, y que procurara dar otra coloración a sus ensueños para escapar a aquélla; que herida en su convicción y en su orgullo buscara un ambiente en el que la injuria de los hombres no pudiera alcanzarla, encontrando en la religión el consuelo de las miserias a que la habían sometido los hombres de ciencia. Por lo demás está necesitada de amor, de afecto, de protección: y Cristo es un guía aún más seguro que Leopoldo, el cual va siendo desplazado poco a poco. Deonna indica también que el abandono de su profesión ha hecho perder a Hélène el último contacto con la realidad que la unía a lo terrenal y que esta circunstancia favoreció su huida al mundo celeste -más celeste aún que Marte o Urano.

Pero, ¿por qué esta nueva etapa, en vez de implicar solamente, como las anteriores, alucinaciones y automatismos verbales, suscita de pronto automatismos pictóricos? ¿Por qué Hélène se convierte en pintora? En realidad tuvo siempre cierta afición por el dibujo. Había ya emborronado paisajes marcianos; y desde el momento en que la fortuna de la generosa americana la hizo libre, tomó lecciones de pintura. Nada tiene, pues, de extraordinario que el arte, que no es más que la sublimación de sentimientos profundos, la liberación de lo subconsciente, se le ofreciera como el único camino apropiado para exteriorizarse. (Existen locos que sin haber tocado en su vida lápiz ni pincel sienten a veces bruscamente un irresistible impulso de dibujar o pintar). Además, insinúa Deonna, la obra pictórica le da la ilusión de una actividad material que había perdido. Se sabe, en efecto, que el arte es a menudo el medio -para aquellos a quienes amenaza el delirio- de ponerse en comunicación con lo real, creando una obra capaz de ser comprendida y admirada por otros, y puede añadirse que lograr ser un artista era una aspiración adecuada para seducir la vanidad de Hélène, realizándola a sus propios ojos y a los de los demás.

Pero, ¡ay!, no basta con tener un rico subconsciente que sublimar. ¡Falta saber cómo! y éste es todo el misterio de la estética. Para que una obra sea bella es preciso la forma y un cierto matiz de espiritualidad que sólo logran poner en ella el genio o el talento. Y Hélène no estaba en este caso. Sus capacidades no tenían nada de sobrenatural, y si sus cuadros mediocres expuestos en el museo atrajeron público más numeroso que de ordinario fué seguramente por razones que nada tienen que ver con el valor artístico de los mismos.

En 1915 cesa de modo brusco la actividad pictórica de Hélène coincidiendo con la muerte de un personaje acerca del cual se carece de detalles, pero que ocupó gran parte de sus afecciones durante varios años, y a quien llamaba su gran amigo de Italia. Aparentemente, como sugiere Deonna, las numerosas comunicaciones que el amigo desaparecido le dirige desde el más allá la hacen abandonar el arte. Porque sin duda las visiones del que se ha convertido en su gran amigo de los cielos logran anular la urgencia de las otras apariciones más auténticamente religiosas.

Gracias a la magnífica obra de Deonna poseemos una visión de conjunto acerca de la evolución de Hélène Smith como medium, sobre los avatares, tan brillantes como variados, por los cuales pasó su subconsciente en el transcurso de medio siglo.

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