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V

CÓMO FUNCIONA NUESTRO CEREBRO

¿Cómo funciona nuestro cerebro? Estamos aún muy lejos de saberlo. Recientemente un fisiólogo eminente, Buytendijk, declaraba: que ignoramos absolutamente lo que son las modificaciones nerviosas que acompañan a los procesos psíquicos más sencillos.

No estamos, sin embargo, en época análoga a la de Aristóteles, cuando se desconocía el cerebro hasta el punto de indicar que el corazón era el órgano fundamental de las funciones psíquicas. Ya Galeno en el siglo II sostenía: que al alma habita en el cerebro, y más tarde Descartes defendió la misma opinión. Pero todo esto eran más bien suposiciones que verdaderas observaciones. Éstas no las poseemos más que desde época muy reciente -exactamente un siglo-; el fisiólogo francés Flourens comprobó que realizando en un animal la ablación total o parcial del cerebro se le privaba, si no del movimiento, por lo menos de su dirección o control, de su iniciativa, de su memoria, etc. Cincuenta años más tarde Goltz lograba conservar la vida durante dieciocho meses a un perro descerebrado, es decir, privado de sus hemisferios: el animal, con aire completamente estúpido, no lograba alcanzar por sí solo el alimento ni ingerirlo más que en el caso de colocárselo en la boca; una vez dormido eran necesarias excitaciones intensas para despertarle; si se le incodomodaba gruñía y mordía, mostrándose más irritable que un perro normal.

De éstas y otras muchas experiencias (citemos la comprobación en los mamíferos del paralelismo entre el desarrollo del cerebro y el de sus funciones mentales) se ha deducido que el encéfalo es el órgano de la inteligencia. Gracias a él somos capaces no sólo de asimilar conocimientos y aprovecharnos de la experiencia adquirida, sino sobre todo de adaptarnos a circunstancias nuevas.

La adaptación a las nuevas situaciones es el atributo por excelencia de la función intelectual. Buytendijk había acostumbrado a ratas normales y a otras a las que había extirpado porciones más o menos grandes de hemisferio cerebral, a volver al nido saltando sucesivamente tres tablas de madera formando peldaños, colocadas frente a la ventana. Pues bien, al modificar la situación de la escalera de modo que para descender al nido tuvieran que volver la espalda a la ventana, y por tanto a la luz, resultó que las ratas normales, después de buscar unos instantes la escalera en el sitio acostumbrado, regresaron al nido sin la menor dificultad, mientras que a las ratas operadas les costó un trabajo ímprobo reajustarse a la nueva circunstancia.

Los hemisferios cerebrales constituyen además un aparato de inhibición, de control de las partes inferiores del sistema nervioso. El hombre cultivado es el que sabe refrenar sus impulsos. Se enseña al niño a ser limpio, a estar silencioso, a ser educado: todo ello gracias al poder del cerebro que logra dominar los inoportunos impulsos instintivos. Goltz notó que el perro descerebrado había perdido toda noción de obediencia, rehusaba enérgicamente tragar un trozo de carne empapada de quinina; mientras que ofreciendo el mismo alimento a su perro particular, éste hacía gestos de desagrado. ¡Sabía que rehusar o devolver un obsequio no está conforme con las buenas formas sociales!

Pero si bien es cierto que conocemos grosso modo las funciones del cerebro, se ignora, sin embargo, el modo como aquéllas se desenvuelven; la anatomía cerebral, pese a sus grandes progresos, no logra hacernos comprender gran cosa de su mecanismo. Para conocer la significación de cada estructura revelada por el microscopio en el encéfalo humano o animal es preciso que el experimentador se enfrente con observaciones de la psicología o patología comparadas. Sabemos a duras penas qué región del cerebro corresponde a cada uno de los diversos procesos de la actividad mental: perceptividad, memoria, atención, destreza manual, el pensar constructivo; las unas correspondientes al lenguaje están lejos de una determinación definitiva. Y la geografía topográfica de los hemisferios cerebrales posee todavía vastas zonas incógnitas que hacen pensar en aquellas que cubrían los hemisferios terrestres en el atlas de nuestros estudios infantiles.

Desde su iniciación, el problema de las funciones cerebrales ha dado origen a dos tendencias opuestas que se disputan la supremacía: la unicista y la localizadora. Gall, localizador por excelencia, fijaba en cada región del cerebro alguna facultad particular. A su vez, Flourens creía que el cerebro no es la suma de áreas independientes afectas a las múltiples actividades psíquicas, sino que, por el contrario, interviene por entero en la elaboración de cualquier acto mental. La doctrina de las localizaciones estuvo en auge durante la segunda mitad del siglo XIX, con la determinación de los centros motores y de afasia. Pero a propósito del lenguaje se ha iniciado hace unos veinticinco años la reacción unicista. Un psicólogo americano, Lashley, experimentando con ratones entrenados en recorrer un laberinto, comprobó que al destruirles la corteza cerebral la dificultad a vencer para encontrar de nuevo el camino en el laberinto dependía directamente no del lugar de la lesión, sino de la cantidad de substancia nerviosa suprimida; de donde dedujo la equipotencialidad de las distintas regiones del cerebro. (K. S. Lashley: Brain mechanism and intelligence. University of Chicago Press, 193O, 186 páginas. (N. del T.) Ésta era exactamente la antigua doctrina de Flourens. Se invoca además a favor de la no localización de funciones el hecho de que buen número de heridos en el lóbulo frontal no presentan -salvo una especie de estupor ninguna perturbación definida de la conducta. Se aduce finalmente en favor de esta tesis el fenómeno de la suplencia en virtud del cual una región del cerebro que haya sido lesionada puede ser sustituida por otra.

En contraposición, tenemos que las investigaciones sobre la estructura de la corteza cerebral, considerada en su espesor, han mostrado que aquélla varía de un punto a otro, llegándose a establecer a ese respecto más de 200 territorios distintos. Es lógico suponer que cada diferencia estructural corresponde a alguna función determinada y específica. El establecer estas correspondencias o relaciones psicofisiológicas será amplio campo para el mañana. (Uno de los mayores adversarios de las localizaciones cerebrales es hoy R. Brugia; su libro Révision de la doctrine des localisations cerebrales, Masson, París, 1929, es sumamente interesante. (N. del T.)

En cuanto al mecanismo de los procesos cerebrales se han emitido por los fisiólogos multitud de hipótesis que terminan en general por hacer de la actividad cerebral un acto reflejo. Pavlov es el eminente fisiólogo representante de esta reflexología que en definitiva vuelve a la vieja teoría asociacionista de Hartley y Ch. Bonnet rebozándola con las experiencias de laboratorio. Desgraciadamente, tal teoría, que seduce por su simplicidad deja inexplicados hechos fundamentales; entre otros el siguiente: lo que caracteriza la conducta es el estar determinada por un fin, y no se ve en modo alguno por qué mecanismo la visión de una finalidad hace converger los movimientos apropiados para lograrla. Puesto que cuando en la persecución o aspiración de determinado objetivo fracasa un medio, se ensayan otros. He aquí, pues, un mismo excitante (la finalidad u objeto perseguido) que provoca una serie de reflejos distintos, aunque siempre orientados en el mismo sentido. ¿Cuál es el agente que dirige esta selección y coordinación de reacciones útiles? Pavlov, que ha visto claramente que la vida del hombre consiste siempre en la consecución de fines variables, ha creído despejar la incógnita imaginando un reflejo de finalidad. ¡Parece superfluo insistir en lo que esta noción que evidentemente no resuelve la dificultad, tiene de verbal y de ingenua!

En resumen, ¿podemos darnos cuenta, mediante un agente automático, como son los reflejos, de la conducta inteligente, caracterizada por su flexibilidad y que construye constantemente de nuevo, mientras que el reflejo no puede más que repetir lo antiguo? ¿Cómo explicar mecánicamente aquello que en apariencia al menos no tiene nada de mecánico?

Mientras esperamos que la fisiología logre resolver este problema -si alguna vez tiene éxito en este sentido- hay que recurrir a los conceptos y al lenguaje psicológicos para poder apreciar los múltiples aspectos infinitamente matizados de la conducta humana.

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