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IV

PSICOLOGÍA FUNCIONAL

Comunicación presentada al X Congreso Internacional de Psicología (agosto de 1932)

La psicología clásica, absorbida por el análisis de los productos de la actividad mental, se preocupa muy poco de las causas de dicha actividad, y de su dirección. A lo mucho resolverá el problema de un modo muy superficial. Unas veces invocando la voluntad, ¡con lo cual no aclara nada precisamente por explicar demasiado! En otros momentos acudiendo a la asociación, la cual sigue sin ser una solución por explicar poco; ¿por qué, en efecto, son precisamente las asociaciones útiles las que se producen? Más tarde, bajo la influencia de los fisiólogos, se ha querido explicar la reacción por la excitación. Lo cual tampoco satisface, puesto que la misma excitación puede provocar conductas totalmente distintas; la vista del cuadrante de mi reloj señalando las diez horas cuarenta y cinco minutos me inclina a acortar esta charla para no entretener excesivamente vuestra atención. En otras circunstancias el mismo cuadrante con idéntica posición de las manecillas me haría correr a la estación para no perder el tren, pongo por caso.

La psicología alemana que ha dominado el movimiento psicológico durante la segunda mitad del siglo XIX creo que se ha desinteresado excesivamente del estudio de los resortes de la actividad mental (la famosa apercepción de Wundt es una noción bastante confusa). Además no ha enfocado nunca los fenómenos psíquicos en sus relaciones con la totalidad del ser humano. Ha seguido siendo experimental y estructural, pero sin lograr convertirse en dinámica, es decir, en biológica.

Opino que la psicología, como parte de la biología, no debe ovidar este aspecto dinámico y biológico de la vida mental. El problema central de la segunda es el de la adaptación (¿no es acaso lo que caracteriza a los cuerpos vivos, por oposición a aquellos de que se ocupan las ciencias físicas y químicas?). Y el problema central de la psicología es el de la conducta. Pero la conducta no es otra cosa que una clase de adaptación.

¿Qué significa adaptarse? Es ejecutar las reacciones necesarias para prevenir una ruptura de equilibrio. En otros términos es satisfacer una necesidad. Éste es el fenómeno a que hay que remontarse para darnos cuenta de la actividad mental, la cual no es más que una serie de propósitos o intentos realizados con el fin de satisfacer una necesidad.

La psicología funcional es la que estudia los fenómenos psíquicos desde el punto de vista del papel que desempeñan en la vida, de su utilidad para el individuo o para la especie, que los examina en definitiva en su relación con las necesidades.

Fué William James el padre de la psicología funcional. Introduciendo en ella su concepción pragmática ha considerado la actividad como instrumento de acción. No vivimos para pensar, sino que pensamos para vivir. Tal manera de ver ha sido sostenida en Alemania por varios pensadores: Mach, Avenarius, Julius Schultz. En realidad costó gran esfuerzo introducir en la psicología -desde comienzos de siglo- el criterio funcional o biológico.

La necesidad de una psicología más dinámica, que tenga en cuenta los fines de la personalidad, ha originado varias concepciones modernas, como el personalismo de Stern, el gestaltismo (De Gestaltheorie o teoría de la forma, expuesta en 1912. (N. del T.) de Wertheimer, Köhler y Koffka, la verstehende Psychologie, el hormicismo de Mc Dougall. El punto de vista funcional se manifiesta en los trabajos de Müller-Freienfels, de Lewin, y sobre todo de Katz que ha sabido comprender toda la importancia de la necesidad, al estudio de la cual ha dedicado magníficos trabajos experimentales. Anteriormente K. Groos había descrito el juego en su aspecto funcional, y el psicoanálisis de Freud está pleno de funcionalismo. A pesar de todo lo cual, la importancia psicológica de la necesidad ha sido desconocida por la mayor parte de los investigadores, y buena prueba de ello la tenemos en la publicación del libro de Szymanski en 1930: Psychologie vom StandPunkt der Abhängigtei der Erkennens van den Lebensbedürfnissen, como si se tratara de una novedad.

Me permito recordar aquí que en el Congreso de Roma, en 1905, di cuenta de una comunicación -de la cual la presente es en parte repetición -acerca del interés como principio fundamental de la actividad mental. Y llamaba interés a la necesidad, mejor dicho, al aspecto psicológico de la necesidad. El mismo año, en un trabajo acerca del sueño, insistía también en pro de la dinámica de necesidades e intereses, propugnando el estudio de la significación biológica de los trastornos neuropáticos (Archives de Psychologie, 1905).

Si hago referencia a antiguos recuerdos es para mostrar cuánto ha costado hacer penetrar en nuestra ciencia el punto de vista funcional, y la causa de tal resistencia no es difícil de adivinar. La pretensión de considerar los procesos orgánicos en relación con su finalidad y utilidad ha parecido a muchos que estaba impregnada de finalismo y misticismo, ¡es decir, que era anticientífico en alto grado y no se quería oír hablar de ello!

Por eso desearía probar que se trata de un criterio perfectamente legítimo. En primer lugar, la psicología funcional no contradice en modo alguno las explicaciones mecanicistas. No se trata de una psicología opuesta a otras psicologías. Nuestro colega Murchinson, de Clark University, publica quincenalmente volúmenes de psicologías (en plural). Hubo las psicologías de 1925 y hay las de 1930.(MURCHINSON, Psychologies of 1930. Clark University Press Worcester, 1930, 497 páginas.) (N. del T.) Tenéis el behaviorismo, la reflexología, la psicología dinámica, la psicología de la reacción, el psicoanálisis, etc. Son desde luego observaciones y corrientes muy interesantes, ¡pero que prueban sobre todo hasta qué punto está atrasada nuestra ciencia! No hay varias químicas, ni varias físicas; no debiera haber tampoco más que una psicología.

Declaro, pues, que la psicología funcional no se opone a ninguna otra. Es solamente una manera de enfocar los fenómenos mentales, o mejor aún los fenómenos de la conducta.

Creo que el hombre de ciencia ha de estar libre de escrúpulos metafísicos o epistemológicos. Para él todo principio, toda noción, todo punto de vista, deben ser aceptables desde el momento que le son útiles o cómodos. La legitimidad científica no tiene otra garantía que la fecundidad. Y el criterio funcional psicológico es útil y fecundo.

Prueba de ello es que se impone aún a los sabios de temperamento más positivo y que aspiran, claro está, a explicarlo todo mecánicamente. Ribot, por ejemplo, señala que ciertos procesos psíquicos tienden a un fin. Fisiólogos y neurólogos como Sherrington y Head, hablan de la finalidad del reflejo (purpose of a reflexe), de purposive adaptation. Incluso nuestro ilustre y venerado colega M. Pavlov confiesa la imposibilidad de desconocer que los actos de los hombres y aun de los animales están dirigidos siempre hacia unos fines. La vida de los hombres consiste en la consecución de fines variables. Pero resuelve el problema de modo algo simplista, imaginando una categoría especial de reflejos: ¡¡los reflejos de finalidad!!

Quisiera indicar concretamente la manera como resulta de positiva utilidad la concepción funcional. Creo que presta a la psicología un cuádruple servicio:
1) Haciendo posibles la descripción y delimitación de ciertos fenómenos.
2) Planteando problemas de génesis.
3) Sugiriendo aplicaciones prácticas.
4) Permitiendo formular leyes.

1. Descripción y delimitación de los procesos psicológicos.

En psicología el punto de vista funcional es estructural como lo sería en ciencias naturales un examen microscópico de pequeño aumento respecto a otro con objetivo de gran potencia.
Si empezamos a observar una preparación con dicho aumento no veremos nada. Es preciso, ante todo, darse cuenta del conjunto, de la relación entre sus distintas partes, del lugar que ocupa cada una en la totalidad, y sólo entonces será útil su estudio empleando una mayor potencia amplificadora.
Lo propio ocurre en el terreno psicológico. Estructuralmente, ¿cómo distinguir, por ejemplo, inteligencia y voluntad? Analizando ambos fenómenos encontramos en cada uno de ellos imágenes, pensamientos, tendencias, afectos, etc., siendo muy difícil, si no es que imposible, establecer diferencias; del mismo modo que lo sería en el microscopio distinguir un pie de una mano, ya que los dos contienen los mismos tejidos: óseo, muscular, etc.
Por el contrario, si se les considera en su aspecto funcional dichas conductas se presentan muy distintas. Plantear la cuestión en ese terreno es preguntarse no sólo qué papel desempeña un fenómeno, sino ¿cuál es su origen?, ¿en qué circunstancia se produce? La inteligencia y la voluntad (que algunos autores han querido confundir oponiéndolas ambas al instinto) responden a situaciones totalmente distintas. Cada una, en efecto, es originada por una desadaptación de la conducta cuando ésta se encuentra momentáneamente en suspenso. Solamente al sentirnos más o menos bruscamente desadaptados se produce la reflexión o nace la volición. Pero en cada caso el estado de desadaptación varía. En el acto inteligente aquélla afecta a los medios; en la voluntad se refiere a los fines. Cuando yendo camino de vuestra casa encontráis una calle interrumpida os preguntaréis cuál es el otro camino que permita pasar sin gran rodeo; el fin perseguido (llegar a casa) es el mismo, son solamente los medios los que hay que descubrir. Por el contrario, si un obrero sale de la fábrica con el jornal de la semana y se plantea el dilema de llevarlo a su mujer o gastárselo en la taberna, no es problema de medio (puesto que sabe perfectamente cómo llegar a la taberna o regresar a su casa, sino problema de fines: ¿iré o no a la taberna?.
Se puede, pues, definir la inteligencia como el proceso que tiene por función resolver un problema de medios, y la voluntad, el proceso que tiene por función resolver un problema de fines.
Se ha discutido y se discute mucho la definición de inteligencia. Se han propuesto docenas de ellas. Es cierto que desde el punto de vista estructural el fenómeno está todavía muy oscuro. Pero, ¿ignoramos verdaderamente lo que es la inteligencia? ¿No somos acaso los psicólogos como ese niño descrito por Piaget que practica, actúa una definición antes de estar capacitado para situarla en el plano del pensar y del lenguaje? Pues bien, es lo que nos pasa a nosotros con la definición funcional.
Lo que llamamos inteligencia es el proceso que surge cuando el individuo se encuentra frente a una situación que ni su instinto, ni sus automatismos adquiridos, le permiten resolver; es el proceso psicológico que tiene por función resolver con el pensamiento una nueva situación (definición propuesta hace ya largo tiempo por Stern y por mi mismo). Claro que si la situación no es nueva la inteligencia deja de intervenir: es el hábito el que regirá la conducta en estos casos (o el instinto, si el problema, aun siendo nuevo para el individuo, no lo fuera para la especie).
Evidentemente que esta definición funcional no aborda la cuestión de la estructura de la inteligencia, de sus formas, etc., pero prepara su estudio, delimitando de modo preciso el fenómeno que se trata ahora de analizar.
Creo, pues, que el hecho de enfocar un proceso desde el punto de vista funcional orienta de modo fecundo las investigaciones relativas a su estructura y mecanismo. Hace más de un cuarto de siglo, en 1904, habiéndome preguntado cuál era la significación biológica del sueño, logré demostrar que éste tenía todas las características de una función activa de defensa. Y esta perspectiva dinámica hizo nacer problemas que de otro modo no hubieran surgido; pues si el sueño tuviera carácter de reflejo o de instinto se trataría de buscar cuáles son los estímulos que lo provocan, cuáles sus variaciones en la serie animal, su origen biológico, etc.

2. Problemas de génesis.

El método funcional es también útil porque plantea cuestiones genéticas. ¿Acaso existen éstas para quien no considera el organismo como una mitad funcional? Inútil discutir aquí la cuestión de saber si el punto de vista genético implica necesariamente el criterio funcional. Me limito a señalar que lo interesante en el estudio de la génesis es descubrir cómo cierto número de procesos han contribuido solidariamente a formar un órgano o una conducta con valor funcional. Los hechos ocurren, en efecto (génesis del ojo, de la inteligencia, de una fobia, de un instinto, etc.), como si la formación de este fenómeno respondiera a un plan o tendiera a un fin.
La actitud estructural es ciega respecto a esta clase de problemas: ignorando la adaptación y su significación biológica, no está obligada a investigar por qué serie de circunstancias se ha producido aquélla.

3. Aplicaciones prácticas.

El punto de vista funcional es precioso, puede decirse que insustituíble, en el campo de la psicología aplicada. El educador, el psicoterapéuta, que tratan de alcanzar determinado fin, deben buscar cuáles son los medios de lograrlo. Para ello conviene a menudo tratar los fenómenos psicológicos, no sólo en sus relaciones de causa a efecto, sino también en las de medio a fin, es decir, tratando de comprenderlos. Y comprender es precisamente enfocar las cosas bajo el aspecto funcional.
Tomemos como ejemplo el caso de un niño, sujeto al complejo de inferioridad, que manifiesta tendencia a las bravatas y a la mitomanía. Solamente examinando tales reacciones en su aspecto funcional es cómo podremos comprender su significación biológica, viendo de modo claro que se trata de una tentativa compensadora de su inferioridad. Si nos situamos exclusivamente en el plano causal observaremos que el sentimiento de inferioridad tiene por efecto la bravata, pero sin que jamás podamos comprender por qué esta causa produce tal efecto. Siendo precisamente dicho porqué lo que más interesa al educador para aplicar su tratamiento adecuado. La idea de compensación (que es una noción funcional) le permitirá encontrar otras actividades hacia las cuales orientar al niño, actividades que tengan igual valor funcional que la bravuconería sin sus inconvenientes morales y sociales.
Al revelarnos K. Groos la significación biológica del juego, ¿no ha puesto acaso en manos de la pedagogía un instrumento de acción de primer orden? Nunca desde el punto de vista estructural hubiera el juego sugerido nada al educador.
El criterio funcional vivifica toda la educación haciendo que tome la necesidad del niño, o sea su interés en alcanzar un fin, como palanca de la actividad que se desea suscitar en él. El resorte indispensable a toda acción sólo se obtiene subordinándola a una necesidad o a un deseo. Para provocar un acto de inteligencia es preciso comenzar por despertar la necesidad de encontrar los medios de alcanzar el fin deseado por el níño. Si el trabajo escolar se encuentra íntimamente unido a alguna de estas tendencias profundas cuya realización está considerada por el niño como una necesidad, dedicará éste toda su energia a ejecutarlo.
Pero no puedo desarrollar aquí estas ideas que se encuentran ampliamente expuestas en mi libro L'Éducation fonctionnelle.
Deseo, sin embargo, insistir acerca de un hecho: la adopción del punto de vista funcional no implica la menor adhesión al concepto finalista en ninguno de sus aspectos. La cuestión de saber si es posible explicar los fenómenos de adaptación por mecanismos de tipo físico-químicos, o si por el contrario es preciso recurrir a agentes sui generis, a entelequias como el phychöid de Driesch (Juan Driesch, nacido en 1867. Representante del vitalismo. Su obra principal es Philosophie des Organischen. Leipzig, 1909. (N. del T.), la psychöid de Bleuler, o la hormé de von Monakow (Ver páginas 33 y siguientes de su obra lntroduction biologique à l'étude de la Neurologie et de la Psychopathologie. Alcan. París, 1928. Monakow nació en 1853 y murió en 1930, (N. del T.) y McDougall queda al margen. La psicología funcional no se propone facilitar una explicación de la causa última de la actividad mental, sino solamente coordinar los fenómenos bajo una perspectiva más fecunda que lo que permite el criterio puramente causal.

4. Leyes funcionales.

Aunque la psicología funcional no explicara nada, por lo menos permite establecer leyes. Hasta ahora tenemos en psicología muy pocas que sean de índole general (desde que las famosas leyes de la asociación han perdido el valor que se las atribuía). Pues bien, se puede, desde el punto de vista funcional, formular una docena de principios básicos de la conducta. Voy a concretar algunos, como el mejor medio para demostrar la fecundidad de esta concepción.

a) Ley de la necesidad.
Toda necesidad tiende a provocar las reacciones apropiadas para satisfacerla. He aquí un principio que expresa una coordinación fundamental de la conducta animal y humana. Hablé antes de que era preciso partir de la necesidad para darnos cuenta de la actividad mental; no insisti, pues, sobre ello.
¿Y el excitante?, se me dirá. ¿No es él quien suscita la reacción? Ciertamente. Pero recordemos que no todo agente físico es excitante. No es excitante más que el que excita. Y para ello debe satisfacer una cierta necesidad actual o latente. El retrato de una mujer bonita será excitante para un joven, pero no para un gato o un conejo. El escaparate de un almacén de sombreros obrará como excitante para una señora y no para un viejo profesor. Diciendo, pues, que el excitante provoca la reacción o oponemos ésta a la necesidad, cuando realmente es lo que escoge, en cierto modo, entre los innumerables agentes exteriores aquel que será elevado a la categoría de excitante. Es la necesidad lo que sensibiliza el organismo respecto a determinado excitante. Se dan sin embargo casos, como lo demuestran las experiencias de D. Katz, en que el agente exterior desempeña papel propio; por ejemplo, una gallina come más o menos según sea mayor o menor el montón de grano que se le ofrezca, aunque siempre exceda el alimento las posibilidades de ingerirlo en su totalidad. Pero tales casos no modifican lo que tiene de fundamentalmente general la ley de necesidad.

b) Ley de la extensión de la vida mental.
Ciertos procesos son automáticos e inconscientes; otros movilizan la actividad mental. Es necesario determinar cuáles son las circunstancias en que se recurre a ésta. La ley se formula así: El desarrollo de la vida mental es directamente proporcional a la desviación existente entre las necesidades y los medios para satisfacerlas.
En efecto, si esta desviación o separación no existe, es decir, si el agente que satisface la necesidad está al alcance del organismo (el aire para la respiración), no hay actividad mental; el acto se realiza automáticamente. Si la separación es muy grande, como ocurre con mucha frecuencia entre la necesidad de comer y los alimentos, hay que desplegar gran actividad mental para inventar instrumentos de caza, pesca, etc.

c) Ley de la participación de la conciencia.
Expresa el hecho de que: el individuo participa conscientemente en un proceso (en una relación, en un objeto), tanto más tarde cuanto más pronto y durante más tiempo su conducta ha implicado el uso automático de dicho proceso. Expresé esta ley al comprobar que los niños si bien aplican mucho antes la semejanza de los objetos que sus diferencias, en cambio no adquieren conciencia de aquélla más que mucho después de haberla adquirido de éstas.(La conscience de la ressemblance et de la différence chez l'enfant. (Arch. de Psychologie, 1918). Mi colega J. Piaget ha encontrado esta ley en el desarrollo del pensar: un niño, por ejemplo, es incapaz de definir una palabra que conoce muy bien: actúa como si la conociera mucho antes de tomar conciencia de la misma. Un pequeño sabe perfectamente que un gran trozo de madera (por lo tanto muy pesado) flota en el agua, mientras que una piedrecilla (mucho más ligera) se hunde; sin embargo dice que la piedra va al fondo por ser más pesada. Es como si practicara ya la noción de densidad antes de que su conciencia tome participación de la misma.

d) Ley de anticipación.
Toda necesidad que por su naturaleza corre riesgo de no poder ser satisfecha con urgencia, aparece anticipadamente. Es decir, antes de que esté en peligro la vida. De ahí que el hambre se manifieste mucho antes del momento en que pudiéramos perecer de inanición. Ciertos ayunadores pueden resistir tres semanas sin comer. ¡Se podría, por tanto, decir que comemos con tres semanas de adelanto! Por idéntica razón cabe afirmar que dormimos con una anticipación de tres o cuatro días. Fácil es comprender la razón de ese tiempo de margen entre la percepción subjetiva y la necesidad orgánica objetiva: sirve para que el individuo no sea cogido por sorpresa. Es evidente que si no sintiéramos hambre más que unos segundos antes de morir de inanición, pocas veces lograría satisfacerse dicha necesidad y salvar la vida.
Esta ley de anticipación (que está en cierto modo incluída en la de extensión de la vida mental) nos permite comprender cuál es la verdadera función de ésta: función de previsión. El pensamiento sirve para preparar la acción. Dicha ley nos hace además comprender el lugar que ocupa la vida mental en relación con las necesidades vitales del organismo: es un aparato de señales.
Se podría representar nuestra actividad global como dividida en dos zonas:
Una zona profunda, zona vegetativa y orgánica, cuyos procesos se desarrollan automática e inconscientemente. Es la zona de las verdaderas necesidades o necesidades endógenas.
La otra zona está en comunicación más íntima con el mundo exterior, zona psicológica, más inestable y que manifiesta también rupturas de equilibrio. Necesidades, pero necesidades por anticipación, necesidades despertadas gracias a los agentes exteriores. Se la podría llamar zona de los apetitos o de las necesidades exógenas. La vista de una fruta jugosa despierta en nosotros un apetito, en tanto que la zona vegetativa no siente todavia ninguna necesidad orgánica.
Es en esta última donde reside la curiosidad, que es también un apetito, por manifestarse cuando no tenemos necesidad: es el saber para obrar.
Ser curioso es desear saber por anticipación -por prever una situación que quizá no se presente jamás-. Observamos curiosamente en un telescopio los cráteres de la luna; pero, ¿cuándo realizaremos un viaje a dicho satélite que haga realmente útiles tales conocimientos de geografía astral? Decía hace un momento que comemos con tres semanas de anticipación. ¡¡Los sabios que cultivan la ciencia por la ciencia misma son individuos que piensan con años, quizá con siglos, de anticipación!!... ¿Y los metafísicos?

e) Ley del interés moméntáneo.
Ya formulada por mí en 1905. Dice así: Un organismo actúa en cada instante siguiendo la línea de su mayor interés. He podido comprobar en un perro de San Bernardo cómo la necesidad de libertad (necesidad o instinto del cual apenas se habla y que, sin embargo, es de gran importancia) es capaz de adquirir momentáneamente supremacía sobre la necesidad de alimento, sobre el hambre. Estando el perro sujeto, tiraba de la cadena sin cesar olvidándose de los alimentos que tenía delante; pero en cuanto se le soltaba, tras unos saltos por el jardín, se dirigía ávidamente a la comida. Es como si la satisfacción de la necesidad de libertad hubiera dejado el campo libre a la necesidad de alimentación.
Éste y otros muchos hechos semejantes son bien conocidos de los psicólogos. (Ya Locke afirmaba lo que nos impulsa a obrar es la mayor necesidad presente en el momento.) Pero la psicología no había subrayado su importancia formulando la ley.
El tiempo apremia y no es posible hacer la exposición de otras muchas leyes de la conducta: del tanteo, de reproducción de lo semejante, de la autonomía funcional, etcétera. (Véase la exposición detallada en mi libro La educación funcional. Calpe, Madrid, 1932, páginas 49 a 84. A las leyes allí especificadas pueden aún añadirle otras. Ley del menor esfuerzo: un animal tiende a satisfacer una necesidad siguiendo la línea de menor resistencia. Ley de sustitución: cuando no se puede lograr una finalidad mediante determinada técnica o actuación, se sustituye ésta por otra que tienda al mismo fin.)

Espero, sin embargo, que lo expuesto basta para poner de manifiesto el interés práctico que el criterio funcional tiene en psicología. Y a modo de resumen:

1) El punto de vista funcional es útil y cómodo, porque nos permite delimitar los fenómenos y percibir relaciones que escapan a la concepción estructural, estableciendo leyes y aplicaciones prácticas.

2) El punto de vista funcional no implica ninguna adhesión al finalismo. ¡Tanto mejor si estas coordinaciones adaptadas pueden explicarse de un modo mecánico! El espíritu científico se satisface siempre mejor con razonamientos mecanicistas.

3) El hombre de ciencia debe liberarse de todo dogmatismo, de todo prejuicio, y aceptar cualquier hipótesis que le sea cómoda para relacionar los hechos entre sí y poderlos prever.

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