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XV

IMPORTANClA EDUCATIVA DE LOS JUGUETES

Semana de fiestas (Escrito a fines del año 1932, en vísperas del día de Reyes, de la fiesta de los juguetes. (N. del T.); muy frecuentemente melancólicas para los adultos; semana bendita para los niños: es la semana de los juguetes, que va a renovar y enriquecer su mundo, ya que el mundo de los pequeños es el mundo de los juguetes. Salvo en el caso en que también se contagien por alguna epidemia de yo-yo, los adultos se preocupan muy poco de estas fruslerías que consideran frívolas e indignas de su respetable atención. No tienen la más remota idea de cuánto les debe su personalidad a esos juguetes, ya que son los que poco a poco nos han modelado, en gran parte, tal como somos hoy.

No sólo en la historia del individuo, sino también en la de la civilización, los juguetes ocupan un lugar de verdadera importancia. En el mundo actual, tan radicalmente transformado, si no desde el punto de vista espiritual (el bruto primitivo sigue latiendo todavía bajo la ligera capa de barniz que le recubre), al menos del punto de vista material, el juguete constituye uno de los elementos que más nos ligan al pasado. El reino de los juguetes es el reino de lo conservador. Muchos, entre ellos, no sólo son, siguiendo la fórmula consagrada, renovación de los griegos, sino que proceden de la más remota antigüedad, y conservan vestigios de costumbres primitivas. Por ejemplo: el sencillo chupador está adornado con un cascabel, que tenía antiguamente la misión de asustar y rechazar los demonios que intentaran acercarse al bebé; en ciertas tribus salvajes, los hechiceros curan las enfermedades agitando un chupador sobre la cabeza del paciente; era al son de su cascabeleo como los sacerdotes sagrados de Baco e Isis provocaban el delirio sagrado, y él ha sido origen de la marotte, con sus cintas y campanillas, atributo de los bufones de Corte durante la Edad Media.

El yo-yo -considerado como una novedad- figura ya representado en las pinturas de antiguos vasos griegos. Su nombre actual indica algo de su historia. Traído de Oriente en 1790, este juego hizo furor en París en los momentos de la emigración; de ahí el nombre de emigrette consignado por Littré. De este modo pasó a los países germánicos, donde persistía aún en 1850, designándosele sencillamente joujou, o mejor todavía, iouiou. Yo-yo no es más, claro está, que una alteración de joujou.

Determinados juguetes han tenido, pues, en ciertos momentos auge extraordinario y han invadido la sociedad adulta con fantasías de otras épocas. De ahí que al comienzo de cada siglo se haya contaminado la exaltación por determinado juguete: en el siglo XVII fueron los boliches (con súbita resurrección cien años más tarde); en el siglo XVIII son los muñecos, los peleles que se encontraban colgados en todas las chimeneas; en el siglo XIX, el diábolo, traído de China por un inglés; juguete del cual dice un cronista de la época: La gran preocupación del momento (1812) no es el cometa que se aproxima rápidamente a la tierra, ni apenas el ruido de los preparativos gigantescos que hace el Imperio para ir a morir a Rusia; lo que ante todo absorbe el pensar del momento, lo que es obsesión de todos los espíritus ¡es el diábolo! Juguete que ha resurgido en varios países hace unos diez años.

Estos hechos demuestran hasta qué punto puede un juguete dejar huella indeleble en nuestro espíritu y con mayor motivo en el niño.

Los juguetes interesan incluso a la historia de la civilización, ya que han servido a veces de sugerencia para importantes descubrimientos; los pequeños thaumatropios del siglo pasado han originado el cinematógrafo; fue jugando con los cristales cóncavos y convexos de un gallo de campanario como el hijo de un obrero holandés descubrió por azar la lente de aumento; fueron niños, divirtiéndose en el patio del Louvre en transmitirse ruidos de un extremo al otro de una viga, quienes hicieron nacer en el espíritu de Laennec (René Laennec, médico francés que adquirió gran renombre. 1781-1826. (N. del T.) la idea del estetoscopio aplicado a la auscultación.

Pero no se trata más que de fenómenos accidentales, y para delimitar claramente la verdadera función de los juguetes hay que comprender la del juego en general.

Hasta el siglo pasado los juegos infantiles no habían atraído la atención de los investigadores. Es necesario llegar a Spencer para encontrar una teoría que quisiera ser explicativa: el juego se debe a un exceso de energía. Los jóvenes (animales lo mismo que hombres), no teniendo necesidad de gastar calorías en acciones vitales, puesto que son alimentados y protegidos por sus padres, invierten sus reservas en movimientos diversos que son los que constituyen los juegos. Esta concepción seduce a primera vista, pero es insuficiente: no explica ni la forma determinada de los juegos, ni el hecho de que un niño convaleciente, es decir, sin energía superflua, sea capaz de absorberse en juegos diversos, ni tampoco el hecho de que un animal juega más cuanto más se eleva en la escala zoológica.

En 1896, Karl Groos, entonces profesor en Basilea, propuso una teoría más satisfactoria: el juego sería un ejercicio preparatorio para las actividades que el joven tendrá que desarrollar más tarde, por lo tanto tendría verdadera utilidad en la vida del individuo. Groos había tenido un precursor en la persona del célebre fisiólogo Magendie, quien, en 1825, ya aceptaba creencia análoga, y Froebel tuvo también la intuición del valor funcional del juego infantil. Sin embargo, sólo Groos aportó a esta tesis argumentos convincentes. El juego tiene además otras funciones: agente de compensación para los sentimientos de inferioridad del niño; permite la expresión del yo, o por la menos ciertas virtualidades del mismo a las cuales la vida ordinaria no proporciona alimento suficiente; multiplica en proporciones considerables el campo de experiencia del niño, le hace adquirir conciencia de sus fuerzas, de sus recursos, de sus relaciones con las cosas; le proporciona armas para la lucha por la vida, etc. El estudio y crítica de las teorías del juego las expone CIaparède con su habitual maestría en el capítulo IV, página 418 de su Psicología del niño, 1927, Beltrán, editor. Madrid, (N, del T.)

Las múltiples funciones del juego nos harán ver ahora fácilmente cuáles son las de los juguetes. Sirven ante todo para estimular el juego; son al mismo tiempo instrumento de esta gimnasia que conduce a la destreza de movimientos, a la habiliadd manual. Pero además de fomentar la actividad motriz, son también ocasión y motivo de actividad intelectual, especialmente de imaginación creadora. Poseer una muñeca o una locomotora será germen para la incitación a innumerables descubrimientos. Precisará crear un medio y circunstancias apropiadas a la vida de estos juguetes: la muñeca deberá estar vestida, alimentada, castigada si es tonta, cuidada si está enferma; es, según decía un escritor, H. Rigault: la encantadora comedia de la maternidad que para su propio provecho representa la mitad, por lo menos, de la educación de la niña.

Y la locomotora tendrá que arrastrar los vagones, atravesar estaciones y túneles; todo ello gracias a la fantasía del muchacho. Fijémonos que esta función estimulante de la imaginación se realiza mejor cuanto más sencillos sean los juguetes; los excesivamente perfeccionados dejan menos margen a la iniciativa y al espíritu de combinación. Se venden muñecas que hablan, pero no es más que un lujo superfluo, porque el niño se encarga de hacer hablar las muñecas mejor que todos los mecanismos del mundo. Si bien el juguete significa un llamamiento a la fantasía, tiene además y simultáneamente otra función diametralmente opuesta, pero no por ello menos preciosa para el desarrollo infantil: adapta éste a lo real. La actividad de nuestro espíritu está, en efecto, dominada por dos tendencias antagónicas, pero que deben trabajar de acuerdo, y que son como los dos tiempos de nuestra respiración mental: la imaginación y la preocupación por lo real. Aquélla fecundiza ésta. El juguete enseña al niño a tener en cuenta los datos de la realidad, la resistencia de las cosas. Le obliga a plegarse, aún jugando, a los datos de la experiencia y a las exigencias del mundo exterior.

Otra utilidad del juguete es el permitir al niño la manifestación libre de sus aptitudes. ¿Prefiere los juguetes mecánicos?, ¿los soldados de plomo?, ¿las herramientas de carpintero?, ¿el ajedrez?... Ello debe interesar a los padres. Hay que confesar que a ese respecto nuestra ignorancia es grande, por carencia de observaciones continuas y numerosas, de correlaciones entre la preferencia por determinado juego y las aptitudes manifestadas más tarde en la vida. Sería interesante conocer los juegos que atrajeron en su niñez a los que más tarde han sido grandes hombres. Goethe era un apasionado de la marionette. Sin embargo, hasta hoy carecemos de posibilidad objetiva para conceder a la preferencia de determinados juegos un valor de pronóstico certero.

Todo juego tiene un alcance educativo. Se denominan, sin embargo, juegos educativos aquellos que están compuestos de manera que ejerciten especialmente determinadas funciones mentales. Indiquemos la reedición del pequeño volumen en el cual el llorado Dr. Decroly, de Bruselas, muerto inesperadamente en septiembre de 1932, expone la serie de juegos tan ingeniosos que imaginó para ejercitar la atención de los niños normales y retrasados. (DECROLY ET MONCHAM: L'initiation à l'activité par les jeux éducatifs, Delachaux, editor.) Personalmente he podido comprobar y convencerme de que dichos juegos son ejecutados con interés sostenido por aquellos a quienes están destinados.

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