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XII

LOS RETRASADOS MENTALES: SU EDUCACIÓN

Hace apenas cien años que los médicos y educadores se preocupan por el porvenir de los niños anormales y retrasados. Antes se les abandonaba a si mismos. Algunos vagabundeaban por el campo, en los bosques, viviendo no se sabe bien de qué manera. La historia nos cuenta, en efecto, casos en que se ha recogido a estos desgraciados niños enteramente desnudos, no profiriendo más que sonidos inarticulados, y a quienes la imaginación desbordada del siglo XVIII daba el nombre de salvajes. El más célebre fué el salvaje de Aveyron encontrado en 1798 por unos cazadores que lo cogieron en el momento de encaramarse a un árbol para huir más fácilmente. Se lo condujo a París, donde el Dr. ltard consagró cuatro años a enseñarle a hablar y a educarle; no obtuvo mucho éxito. Imbuido por las ideas de Locke y de Condillac estaba Itard persuadido de que el desarrollo de la inteligencia se obtendría como consecuencia del ejercicio de los sentidos, y a ello le sometió.

Sin embargo, el trabajo de ltard no fué totalmente vano. La atención de toda Europa convergió gracias al caso del salvaje de Aveyron, hacia el problema de la educación de los anormales. El zar de Rusia ofreció a ltard una plaza de Profesor en San Petersburgo. Poco a poco se fueron abriendo aquí y allá asilos para los débiles mentales.

El impulso mayor lo dió sin duda un médico de Zurich, el Dr. Guggenbühl, cuyo famoso asilo inaugurado en 1841 en Abendberg, cerca de lnterlaken, atrajo muchos observadores. Uno de ellos, un americano, llevó la idea a los Estados Unidos, donde no tardó en ponerse en práctica y propagarse.

En estos asilos se recogían solamente los anormales profundos más o menos incurables. Pero existe una categoría de niños que si bien presentan cierto retraso en su desarrollo mental, son sin embargo susceptibles de seguir una enseñanza. Para ellos fueron creadas las clases especiales que permiten agruparles evitando de este modo que constituyan un peso muerto para las secciones ordinarias. La primera de aquéllas se abrió en Alemania, en Halle, el año 1863; Suiza inauguró el sistema en Coire el año 1881.

Los retrasados que concurren a dichas clases pertenecen a cuatro grupos:
a) Aquellos cuyo retraso mental es consecuencia de una alteración sensorial (miopía fuerte, sordera parcial) que les impide seguir la enseñanza normal.
b) Aquellos denominados retrasados pedagógicos que no presentan ninguna anomalía, pero que han tenido una asistencia escolar muy irregular o viven en ambiente familiar particularmente inculto.
c) Los retrasados por alteración del desarrollo mental; alteración que puede ser congénita o adquirida como consecuencia de un traumatismo o enfermedad.
d) Los inestables, anormales más bien por el carácter que por la inteligencia, pero que exigen a su vez educación especial.

Quizá pudiera añadirse a esta lista los retrasados por desarrollo lento. Cuando realicé hace veinticinco años una investigación acerca de la población escolar retrasada de las escuelas de Ginebra, descubrí algunos casos que no entraban en el cuadro precedente: niños que parecían normales en todos sus aspectos salvo un retraso bastante acentuado sobre su edad cronológica. Otros observardores (el Dr. Naville, en Ginebra y el Dr. Collin, en París) señalaron casos análogos. Se trataría de un retraso inicial, contrapartida natural de los casos de precocidad. El crecimiento no sigue en todos exactamente el mismo ritmo: en unos es acelerado, mientras que en otros es retardado.

¿Cómo educar e instruir a un retrasado? ¿Cómo fijar su atención inquieta? Ante todo por la actividad. Los métodos verbales y gráficos fracasan casi en absoluto. Y también puede atraérseles por la afección de que se les rodee, por la confianza que se les testimonie. La obra magnífica realizada en Ginebra hace un cuarto de siglo por Mlle. Descoeudres es un testimonio vivo de la eficacia de estas prácticas. Nuestra compatriota se ha entregado a su tarea en cuerpo y alma, sin medir el tiempo, sin preocuparse de las fatigas. Se encontrará un eco de su actividad inteligente y bienhechora en la obra L'Éducation des Arrierés, de la que se ha publicado ya la 3ª edición. (ALICE DESCOEUDRES, L'Éducation des enfants Arrierés. Tercera edición, revisada y aumentada. Delachaux, editor. Neuchâtel, 1932) Traducida a media docena de lenguas (incluso al japonés), este libro magistral posee dos cualidades esenciales; por una parte, nos facilita gran número de observaciones recogidas en el transcurso de su larga experiencia; por otro lado, sus páginas están impregnadas de un acento de caridad y simpatía apropiado para recordar a los educadores de anormales que la misión que han aceptado, más que profesión, es apostolado.

Nada tan importante -nos dice- como la personalidad moral del maestro: debe comunicar su voluntad a aquéllos que no la tienen; inspirar y guiar a sus alumnos; inclinarse ante la naturaleza v ante todos los fenómenos de la vida con tanta emoción e interés que los alumnos vibren a su vez ante la belleza y la verdad. Con todos los niños, pero más especialmente con los retrasados, la personalidad del maestro es el factor importante por excelencia.

Rigor experimental, talento de observación minuciosa y de aptitud experimental, todo ello unido a tesoros de abnegación; he aquí la fisonomía espiritual de Mlle. Descoeudres. Su notoriedad es grande -pese a su modestia- en los medios psicológico y pedagógico del mundo entero. En muchas obras americanas, alemanas y aún francesas se cita con elogio su nombre y sus experiencias. Fué la primera en comprobar, en 1911, la escala métrica de la Inteligencia de Binet y Simon. A ella se debe un importante estudio acerca del desarrollo del niño de dos a siete años, en el cual especifica todas las etapas de la evolución del lenguaje y del enriquecimiento del vocabulario, génesis de la noción de número, y los progresos de la destreza manual. También de Mlle. Descoeudres son los famosos juegos educativos propuestos por el Dr. Decroly y que tan grandes servicios prestan para estimular la atención y la reflexión, no sólo de los retrasados, sino también de los niños normales.

Quienes hayan visitado su clase especial, en la calle de Malagnou, Ginebra, saben todo el partido que saca de dichos juegos: de lectura y cálculo, de geografía, juegos para aprender las estaciones, para la ortografía, para buscar las palabras en el diccionario, juego de homónimos, juegos de juicio moral... Se les encuentra descritos en la obra ya citada. La mayor parte están construídos en forma de loterías, según Itard había imaginado.

Desde hace largo tiempo Mlle. Descoeudres ha señalado que, contrariamente a una opinión muy extendida, los anormales tienen con gran frecuencia una vida afectiva muy desarrollada, que son capaces de demostrar celo en el trabajo, de complacencia, de sentimientos afectuosos. Concede por tanto mucha importancia a su educación moral, susceptible de excelentes resultados. La concibe bajo la forma de una enseñanza viva en relación con las grandes cuestiones del día: la guerra, los estragos del alcoholismo, el centenario de un personaje célebre (Pestalozzi, Beethoven). Sobre todo, gracias a las biografías -dice-, es posible penetrar en el corazón de nuestros retrasados y estimularles a las grandes acciones de las cuales son tan capaces como un niño normal. ¡Cuánta comprensión para la belleza moral! Cuando les contaba algunas rasgos de la vida de San Francisco a raíz de su centenario, tres de mis mayores, de doce a trece años, chicos de la calle, conocedores de múltiples cosas, indicaron unánimemente que lo que preferían de la vida del héroe era la estrofa que San Francisco añadió al cántico al sol, en honor de la muerte: Bendita sea nuestra hermana la muerte que nos conduce a la mansión del padre.

Se han planteado a veces la cuestión de si los sacrificios de toda índole que ocasiona la educación de los retrasados están en relación con los resultados obtenidos. Según las estadísticas en Suiza, el 60 por 100 de los niños salidos de las clases especiales son capaces de ganar por entero su vida, y un 35 por 100 la ganan parcialmente. Los resultados son, pues, más bien alentadores. Una colectividad civilizada no podría, por lo demás, desinteresarse de la educación de sus retrasados. El ejemplo de Mlle. Descoeudres está ahí para mostrarnos que se pueden encontrar en esta tarea, a veces ingrata, fuentes de alegría y satisfacción que no se hubiera podido sospechar en el primer momento.

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