Índice de Vera o los nihilistas de Oscar WildeAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Acto tercero.

Escena: Es la misma del Acto primero. La misma situación. Un hombre, vestido de amarillo, con una espada desenvainada, en la puerta.

Contraseña, afuera: Vae tyrannis (¡Ay de los tiranos!).

Respuesta: Vae victis -se repite tres veces- (¡Ay de los vencidos!).

Entran los conspiradores, que forman un semicírculo, enmascarados y embozados.

Presidente.- ¿Qué hora es?

Primer consipirador.- La hora de herir.

Presidente.- ¿Qué día?

Segundo conspirador.- El día de Marat.

Presidente.- ¿De qué mes?

Tercer conspirador.- El mes de la libertad.

Presidente.- ¿Cuál es nuestro deber?

Cuarto conspirador.- Obedecer.

Presidente.- ¿Nuestro credo?

Quinto conspirador.- Parbleu, Monsieur le president, nunca supe que ustedes tuvieran uno.

Conspiradores.- ¡Un espía! ¡Un espía! ¡Quítenle la máscara! ¡Quítenle la máscara! ¡Un espia!

Presidente.- Cierren las puertas. Hay personas que no son nihilistas.

Conspiradores.- ¡Quítenle la máscara! ¡Quítenle la máscara! ¡Mátenlo! ¡Mátenlo! (Los conspiradores enmascarados se quitan las máscaras). ¡Principe Pablo!

Vera.- ¡Demonio! ¿Quién lo indujo a entrar en la guarida del león?

Conspiradores.- ¡Mátenlo! ¡Mátenlo!

Príncipe Pablo.- En vérité, Messieurs, no son ustedes excesivamente hospitalarios en su bienvenida.

Vera.- ¡Bienvenida! ¿Qué bienvenida podemos darle si no es una daga o un dogal?

Príncipe Pablo.- Realmente, no sospechaba que los nihilistas fueran tan selectivos. Permitame asegurarle que si yo no hubiera tenido siempre una entrée a la mejor sociedad y a las peores conspiraciones, nunca hubiera podido ser Primer Ministro de Rusia.

Vera.- El tigre no puede cambiar su naturaleza, ni la serpiente puede perder su veneno. ¿Y usted se ha convertido en amigo del pueblo?

Príncipe Pablo.- Mon Dieu, non, Mademoiselle. Prefiero habtlar de chismes en un salón que de traición en un sótano. Además, odio a la chusma vulgar, que huele a ajo, fuma mal tabaco, se levanta temprano y cena un solo plato.

Presidente.- ¿Qué tiene usted entonces que ganar con una revolución?

Príncipe Pablo.- Mon ami, no me queda nada que perder. Ese chiquilin cabeza de chorlito, el nuevo Zar, me ha desterrado.

Vera.- ¿A Siberia?

Príncipe Pablo.- No, a París. Me ha confiscado mis propiedades, me ha despojado de mi cargo y de mi cocinero. No me queda nada fuera de mis condecoraciones. Estoy aquí para vengarme.

Presidente.- Entonces tiene derecho a ser uno de nosotros. También nosotros nos reunimos aquí para vengarnos.

Príncipe Pablo.- Ustedes necesitan dinero, por supuesto. Nadíe que lo tenga entra jamás en una conspiración. Aquí tienen. (Arroja el dinero sobre la mesa). Ustedes tienen tantos espías que pienso que necesitan información. Bueno, comprobarán que yo soy el hombre mejor informado de Rusia sobre los abusos de nuestro gobierno. Yo mismo los hice casi todos.

Vera.- Presidente, no confío en este hombre. Nos ha causado demasiado mal en Rusia para dejarlo marcharse tranquilamente.

Príncipe Pablo.- Créame, Mademoislle, está equivocada. Seré un aporte sumamente valioso para este círculo; y en cuanto a ustedes, caballeros, si no pensase que me serían útiles, no hubiera arriesgado mi pescuezo viniendo a meterme en medio de ustedes, o no hubiera cenado una hora antes de lo usual para llegar a tiempo.

Presidente.- Sí, si él hubiera querido espiarnos, Vera, no hubiera venido en persona.

Príncipe Pablo (aparte).- No, hubiera mandado a mi mejor amigo.

Presidente.- Además, Vera, es precisamente el hombre indícado para darnos la lnformación que necesitamos acerca de ciertos asuntos que tenemos en manos esta noche.

Vera.- Será así, si usted lo desea.

Presidente.- Hermanos, ¿es vuestro deseo que el Príncipe Pablo Maraloffski sea admitido y preste el juramento de los nihilistas.

Conspiradores.- ¡Sí lo es, sí lo es!

Presidente (presentándole una daga y un papel).- Príncipe Pablo, ¿la daga o el juramento?

Príncipe Pablo (sonríe sardónícamente).- Prefiero aniquilar que ser aniquilado. (Toma el papel).

Presidente.- Recuerde: traiciónenos, y mientras la tierra tenga prisiones o acero. mientras los hombres puedan herir o las mujeres traicionar, no eseapará a la venganza. Los nihilistas nunca olvidan a sus amigos ni perdonan a sus enemigos.

Príncipe Pablo.- ¿Realmente? No pensaba que fueran ustedes tan civilizados.

Vera (paseándose de un lado a otro por detrás).- ¿Por qué no está aquí? No se quedará con la Corona. Lo conozco bien.

Presidente.-Firme. (El Príncipe Pablo firma). Usted dijo que creía que no teníamos credo. Estaba equivocado. ¡Léalo!

Vera.- Esto es peligroso, Presidente. ¿Qué podemos hacer con este hombre?

Presidente.- Podemos usarlo. Tiene valor para nosotros, esta noche y mañana.

Vera.- Quizás no habrá mañana para ninguno de nosotros; pero le hemos dado nuestra palabra; está más seguro aquí que en su palacio.

Príncipe Pablo (leyendo).- ¡Los derechos de la humanidad! En los vIejos tiempos, los hombres ejercían por sí mismos sus derechos a medida que vivían, pero hoy día cualquier bebé parece nacer con un manifiesto social más grande que él en la boca. La naturaleza no es un templo sino un taller; exigimos el derecho de trabajar. ¡Ah! Estoy dispuesto a renunciar a mis derechos, en este aspecto.

Vera (paseándose de un lado al otro).- ¡Oh! ¿No Ilegará nunca? ¿No llegará nunca?

Príncipe Pablo.- La familia, por ser subversiva de la verdadera unidad socialista y comunal, tiene que ser aniquilada. Sí, Presidente, estoy enteramente de acuerdo con el artículo 5. Una familia es un tremendo estorbo, especialmente cuando uno no está casado. (Tres golpes a la puerta).

Vera.- ¡Alexis, por fin!

Contraseña.- Vae tyrannis!

Respuesta.- Vae victis! (Entra Miguel Stroganoff).

Presidente.- ¡Miguel, el regicida! Hermanos, honremos al hombre que ha dado muerte a un rey!

Vera (aparte).- ¡Oh, todavía vendrá!

Presidente.- Miguel, ha salvado a Rusia.

Miguel.-- ¡Sí, Rusia quedó libre por un momento, cuando cayó el tirano, pero el sol de la libertad ha vuelto a ponerse, como la falsa aurora que engaña nuestros ojos en el otoño!

Presidente.- La terrible noche de la tiranía no ha pasado aún para Rusia.

Miguel (apretando su cuchillo).- Un golpe más, y el fin habrá llegado.

Vera (aparte).- ¡Un golpe más! ¿Qué quiere decir? ¡Oh, imposible! ¿Pero, por qué no está con nosotros? ¡Alexis! iAlexis! ¿por qué no estás aquí?

Presidente.- ¿Pero cómo escapaste, Miguel? Dijeron que te habían apresado.

Miguel.- Llevaba el uniforme de la Guardia Imperial. El Coronel que estaba de servicio era un hermano, y me dio el santo y seña. Con él, crucé a salvo por entre las tropas, y, gracias a mi buena suerte, llegué a la muralla antes de que cerraran las puertas.

Presidente.- ¡Qué suerte que se asomara al balcón!

Miguel.- ¿Suerte? La suerte no existe. Fue el dedo de Dios el que lo condujo allí.

Presidente.- ¿Y dónde has estado estos tres días?

Miguel.- Escondido en la casa del sacerdote Nicolás, en el cruce de los caminos.

Presidente.- Nicolás es un hombre honesto.

Miguel.- Sí, bastante honesto para un sacerdote. Estoy aquí para vengarme de un traidor.

Vera (aparte).- ¡Oh Dios! ¿No llegará nunca? ¡Alexis! ¿Por qué no estás aquí? ¡No puedes haberte convertido en un traidor!

Miguel (viendo al Príncipe Pablo).- ¡El Príncipe Pablo Maraloffski aquí! ¡Por San Jorge, una captura afortunada! ¡Esto tiene que haber sido obra de Vera! Ella es la única que puede haber inducido a esta serpiente a meterse en la trampa

Presidente.- El Príncipe Pablo acaba de prestar el juramento.

Vera.- Alexis, el Zar lo ha desterrado de Rusia.

Miguel.- ¡Bah! ¡Un pretexto para engañarnos! Lo retendremos aquí al Príncipe Pablo. y le encontraremos algún oficio en nuestro reino del terror. Está bien acostumbrado, para estas fechas, al trabajo sangriento.

Príncipe Pablo (acercándose a Miguel).- Fue un buen tiro largo, mon camarade.

Miguel.- He tenido mucha práctica en el tiro, desde niño, con los osos salvajes de Vuestra Alteza.

Príncipe Pablo.- ¿Mis guardabosques están, entonces, como los topos, siempre dormidos?

Miguel.- No, Príncipe, yo soy uno de ellos, pero, como usted, soy muy aficionado a robar lo que confían a mi custodia.

Presidente.- Ésta debe ser una atmósfera nueva para usted, Príncipe Pablo. Aquí nos decimos la verdad los unos a los otros.

Príncipe Pablo.- Pues les debe resultar algo muy desconcertante. Tiene usted una extraña mezcla aquí, Presidente.

Presidente.- ¿Reconoce usted muchos buenas amigos, supongo?

Príncipe Pablo.- Sí, en una aristocracia siempre hay más oropel que cerebro.

Presidente.- Pero usted también está aquí.

Príncipe Pablo.- ¿Yo? Como no puedo ser Primer Ministro, tengo que ser nihilista. No hay alternativa.

Vera.- ¡Oh, Dios mío! ¿No llegará nunca? El reloj está por dar la hora. ¿No llegará nunca?

Miguel (aparte).- Presidente, ¿sabe qué tenemos que hacer? Es mal cazador el que deja vivo el lobezno para que vengue a su padre. ¿Cómo podemos hacer para llegar a ese muchacho? Tiene que ser esta noche. Mañana, arrojará al pueblo algún plato de sopa con sus reformas, y será demasiado tarde para ser República.

Príncipe Pablo.- Tiene mucha razón. Los buenos reyes son el único enemigo peligroso que tiene la democracia, y si ha comenzado por desterrarme, puede estar seguro de que se propone ser un buen patriota.

Miguel.- Estoy harto de reyes patriotas; lo que Rusia necesita es una República.

Príncipe Pablo.- Messieurs, les he traído dos documentos que creo les interesarán: la proclama que este joven Zar proyecta hacer pública mañana, y un plano del Palacio de Invierno, donde duerme esta noche. (Les entrega el papel).

Vera.- No me atrevo a preguntar qué están tramando. ¡Oh! ¿Por qué no estará aquí Alexis!

Presidente.- Príncipe, es una información sumamente valiosa. MIguel, tenías razón. Si no es esta noche, será demasIado tarde. Lee esto.

Miguel.- ¡Ah! Una tajada de pan arrojada a una nación muerta de hambre. Una mentIra para engañar al pueblo. (La rasga). TIene que ser esta noche. No le creo. ¿Hubiera retenido su corona si amara al pueblo? ¿Pero .cómo podremos llegar hasta él? , ¿y nosotros, que no pudimos soportar el látIgo del padre, sufriremos el azote del hIjo? ... no; sea lo que fuere, tiene que ser destruído; sea lo que fuere, es malo.

Príncipe Pablo.- Las llaves de la puerta prIvada que da a la calle. (Entrega las llaves).

Presidente.- Principe, estamos en deuda con usted.

Príncipe Pablo (sonriendo).- Esa es la condición normal de los nihilistas.

Miguel.- Sí, pero ahora estamos pagando nuestra deuda con intereses. Dos emperadores en una semana. Eso equilibra el balance. Hubiéramos derribado un primer ministro si no hubiera venido usted.

Príncipe Pablo.- Ah, siento que me lo haya dicho. Despoja a mi visita de todo su pintorequismo y aventura. Pensé que ponía en peligro mi cabeza viniendo aquí, y me dice usted que la he salvado. Uno puede estar seguro de decepcionarse si trata de encontrar romance en la vida moderna.

Miguel.- No es tan romántico perder la cabeza, Príncipe Pablo.

Príncipe Pablo.- No, pero muchas veces tiene que ser muy pesado conservarla. ¿No le sucede asi a usted, a veces? (El reloj da las seis).

Vera (hundiéndose en una silla) - ¡Oh, ha pasado la hora! ¡Ha pasado la hora!

Miguel (al Presidente).- Recuerde que mañana será demasiado tarde.

Presidente.- Hermanos, la hora ha llegado. ¿Quién de nosotros falta?

Conspiradores.- ¡Alexis! ¡Alexis!

Presidente.- Miguel, lee la Regla 7.

Miguel.- Cuando un hermano desobedece a una citación para que comparezca, el presidente preguntará si hay algo contra él.

Presidente.- ¿Hay algo contra nuestro hermano Alexis?

Conspiradores.- ¡Lleva una corona! ¡Lleva una corona!

Presidente.- Miguel, lee el Articulo 7 del Código de la Revolución.

Miguel.- Entre los nihilistas y todos los hombres que llevan corona, hay una guerra a muerte.

Presidente.- Hermanos, ¿qué decís? Alexis, el Zar; es culpable o no?

Todos.- ¡Es culpable!

Presidente.- ¿Cuál ha de ser su castigo?

Todos.- ¡Muerte!

Presidente.- Preparen el sorteo; ha de ser esta noche.

Príncipe Pablo.- ¡Ah, esto se está poniendo realmente interesante! Ya temía que las conspiraciones fueran tan aburrídas como las cortes.

Profesor Marfa.- Mi fuerte es más bien escribir panfletos que disparar tiros. Con todo, un regicida siempre tiene un lugar asegurado en la historia.

Príncipe Pablo.- Debería recordar además, Profesor, que si lo toman preso, como probablemente lo tomarán, y lo ahorcan, como ciertamente lo harán, no quedará nadie para leer sus artículos.

Presidente.- Hermanos, ¿estáis listos?

Vera (levantándose bruscamente).- Todavía no. todavía no. Tengo una palabra que decir.

Miguel (aparte).- ¡Que la peste se la lleve! Ya sabía yo que sucedería esto.

Vera.- Ese muchacho ha sido nuestro hermano. Noche tras noche ha puesto en peligro su vida por venir aquí. Noche tras noche, cuando cada calle estaba llena de espías y cada casa de traídores. Criado delicadamente, como hijo de un rey, ha vivido entre nosotros.

Presidente.- Sí, bajo un nombre falso. Nos mintió desde el comienzo. Nos miente hasta el final.

Vera.- Juro que es leal. No hay aquí ningún hombre que no le deba su vida un millar de veces. Cuando los sabuesos estaban sobre nosotros, aquella noche, ¿quién nos salvó de la cárcel, la tortura, la flagelación, la muerte, sino ése que vosotros tratáis de matar?

Miguel.- ¡Matar a todos los tiranos es nuestra misión!

Vera.- Él no es ningún tirano. ¡Lo conozco bien! El ama al pueblo.

Presidente.- Nosotros también lo conocemos: es un traidor.

Vera.- ¡Un traidor! Hace tres días podía haber traicionado a todos los que estamos aquí, y el cadalso hubiera sido vuestra sentencia. Él os dio a todos la vida una vez. Dadle un poco de tiempo ... una semana, un mes, unos pocos días; pero ahora ... ¡Oh Dios mío, ahora no!

Conspiradores (blandiendo las dagas).- ¡Esta noche!, ¡esta noche! ¡esta noche!

Vera.- ¡Silencio, víboras repletas de comida!

Miguel.- ¿No estamos aquí para aniquilar? ¿No cumpliremos nuestro juramento?

Vera.- ¡Vuestro juramento! ¡Vuestro juramento! ¡Estáis ávidos de lucro! Todas las manos están ansiosas por el botín del prójimo, todos los corazones están lanzados al pillaje y a la rapiña. ¿Quién de vosotros, si le pusieran una corona en la cabeza, entregaría un imperio a la turba para que se lo disputaran a la arrebatiña? El pueblo todavía no está preparado para tener una República en Rusia.

Presidente.- Todas las naciones están preparadas para la República.

Miguel.- Ese hombre es un tirano.

Vera.- ¡Un tirano! ¿No ha expulsado acaso a sus malos consejeros? El cuervo de mal agüero que acompañó la vida de su padre se encontró con las alas cortadas y con las garras cercenadas, y tuvo que venir aquí graznando venganza. ¡Oh, tened piedad de él! ¡Dadle una semana de vida!

Presidente.- ¡Vera abogando por un rey!

Vera (altivamente).- No abogo por un rey sino por un hermano.

Miguel.- Por un traidor a su juramento, un cobarde que debió arrojarles la púrpura a los necios que se la dieron. No, Vera, no. La casta de los hombres no ha muerto todavía ni la tierra perezosa se ha enfermado de dar a luz hijos. En Rusia, ningún hombre coronado contaminará el aire que hizo Dios viviendo en él.

Presidente.- Una vez nos pediste que te probásemos. Te hemos probado, y te hemos encontrado en falta.

Miguel.- Vera, yo no soy ciego; conozco tu secreto. Tú amas a ese muchacho, a ese joven príncipe de cara bonita, cabello enrulado, manos suaves y blancas. ¡Eres una tonta! ¡Te dejas engañar por una lengua mentirosa! ¿Sabes lo que hubiera hecho contigo ese muchacho que tú crees que te amaba? Te hubiera hecho su amante, hubiera usado tu cuerpo a su placer, te hubiera tirado a un lado cuando se cansase de ti; de ti, la sacerdotisa de la libertad, la llama de la revolución, la antorcha de la democracia.

Vera.- Lo que hubiese hecho conmigo importa poco. Con el pueblo, al menos, será leal. Ama al pueblo; a lo menos, ama a la libertad.

Presidente.- Entonces, jugaría al rey-ciudadano, ¿no es cierto?, mientras nosotros nos morimos de hambre. Nos halagaría con dulces palabras, nos engañaría con promesas, como su padre, nos mentiría, como nos ha mentido toda su raza.

Miguel.- Y tú, cuyo solo nombre ha hecho temblar por su vida a todo.s los déspotas, tú, Vera Saburoff, ¡quieres traicionar a la libertad por un amante y al pueblo por un enamorado.

Conspiradores.- ¡El sorteo! iEl sorteo!

Vera.- Miguel, ¡tu boca miente! Yo no lo amo. Él no me ama.

Miguel.- ¿Tú no lo amas? Entonces, ¿tiene que morir?

Vera (con un esfuerzo, retorciéndose las manos).- Sí, es justo que muera. Ha violado su juramento. No debe haber en Europa ningún hombre con corona. ¿No lo juré as!? Para ser fuerte, nuestra República debe estar impregnada de la sangre de los reyes. Como murió el padre, así también tiene que morir el hijo. Pero no esta noche, no esta noche. Rusia, que ha soportado siglos de injusticia, puede esperar la libertad una semana. Dadle una semana.

Presidente.- No queremos saber nada contigo. Déjanos, y vete con ese joven que amas.

Miguel.- Aunque lo encuentre en tus brazos, lo mataré.

Consipiradores.- ¡Esta noche! ¡Esta noche! ¡Esta noche!

Miguel (levantando su mano).- ¡Un momento! Tengo algo que decir. (Se acerca a Vera; habla en voz muy baja). Vera Saburoff, ¿has olvidado a tu hermano? (Se detiene para ver el efecto; Vera se estremece). ¿Has olvidado aquella cara joven, pálida de hambre; esos miembros jóvenes retorcidos por la tortura; las cadenas de hierro con que lo hicieron caminar? ¿Qué semana de libertad le dieron? ¿Qué piedad le mostraron durante un día? (Vera se desploma en una silla). ¡Oh, entonces hablabas bien locuazmente de venganza, bien locuazmente de libertad. Cuando dijiste que querías venir a Moscú, tu anciano padre te tomó por las rodillas y te suplicó que no lo dejaras morir sin hijos y solo. Todavía me parece que oigo resonar sus gritos en mis oídos, pero tú te mostraste tan sorda con él como las rocas que están al borde del camino. Tú dejaste a tu padre aquella noche, y tres semanas después murió de dolor. Tú me escribiste que te siguiera. Así lo hice; primero fue porque te amaba; pero pronto me curaste. Todos los sentimientos benévolos que había en mi corazón, el amor, la humanidad, los marchitaste y los destruiste, como el gusano devora el trigo. Me ordenaste que expulsara de mi corazón el amor como una cosa vil; convertiste mi mano en hierro y mi corazón en piedra; me dijiste que viviera para la libertad y la venganza. Así lo hice. ¿Pero qué has hecho tú?

Vera.- ¡Que se saquen las suertes! (Los Conspiradores aplauden).

Príncipe Pablo (aparte).- ¡El Gran Duque llegará al trono antes de lo que esperaba! Con seguridad será un buen rey, bajo mi guia. Es muy cruel con los animales y nunca cumple su palabra.

Miguel.- Ahora vuelves por fin a ser tú misma, Vera.

Vera (permanece de pie en el centro sin moverse).- ¡El sorteo, el sorteo! Ya no soy más una mujer. Mi sangre parece haberse convertido en hiel; mi corazón está frío como el acero; mi mano será más mortífera. Desde el desierto y la tumba, la voz de mi hermano prisionero clama a gritos y me ordena descargar el golpe por la libertad. ¡El sorteo, el sorteo!

Presidente.- Estamos listos, Miguel, tú tienes el derecho de sacar la suerte el primero; eres un regicida.

Vera.- ¡Dios mío, que venga a mis manos! ¡A mis manos! (Sacan las suertes de una urna que tiene en la tapa una calavera).

Presidente.- ¡Abrid las cédulas!

Vera (abriendo su cédula).- ¡La suerte es mía! Ved, el signo de la sangre está en mi cédula! Dimitri, hermano mío, ahora tendrás tu venganza.

Presidente.- Vera Saburoff, has sido elegida para el regicidio. Dios ha sido bueno contigo. ¿La daga o el veneno? (Le presenta la daga y la ampolla).

Vera.- Confío más en mi mano con la daga. Nunca falla. (Toma la daga). Voy a atravesarle el corazón, como él me lo atravesó a mí. ¡Traidor!, ¡dejarnos por un cintajo, por una hojalata, por una chuchería, mentirme cada dia que vino aqui, olvidarnos en una hora! Miguel tenia razón, no me amaba, ni tampoco al pueblo. Me parece que si llegara a ser madre y tuviera un varón, envenenaría mi pecho, para que no se convirtiera en un traidor o un rey. (El Príncipe Pablo dice algo en voz baja al Presidente).

Presidente.- Sí, Príncipe Pablo, ése es el mejor modo. Vera, el Zar duerme esta noche en su propia alcoba, en el ala norte del palacio. Aquí está la llave de la puerta privada que da a la calle. Se te dirá la contraseña de los guardias. Sus servidores personales serán narcotizados. Lo encontrarás solo.

Vera. Está bien. No fallaré.

Presidente.- Esperaremos afuera, en la Plaza de San Isaac, debajo de la ventana. Cuando el reloj dé las doce en la torre de San Nicolás, harás la señal de que el perro está muerto.

Vera.- ¿Y cuál será la señal?

Presidente.- Nos arrojarás la daga ensangrentada.

Miguel.- Chorreando con la vida del traidor.

Presidente.- Si no lo haces, sabremos que te han arrestado, nos abriremos paso al ínterior del palacio, y te arrancaremos de sus guardias.

Miguel.- Y lo mataremos en medio de ellos.

Presidente.- Miguel, ¿tú nos guiarás?

Miguel.- Sí, yo os guiaré. Procura que la mano no te falle, Vera Saburoff.

Vera.- ¡Tonto! ¿Es tan difícil matar a un enemigo?

Príncipe Pablo (aparte).- Esta es la tercera conspiración en la que he participado dentro de Rusia. Siempre termInan en un voyage en Siberia para mis amigos y una nueva decoración para mí mismo.

Miguel.- Ésta es la última conspiración, Principe.

Presidente.- A las doce en punto, la daga ensangrentada.

Vera.- Sí, roja con la sangre de ese corazón falaz. (De pie en medio de la escena). Sofocar cualquier sentimiento que haya en mí, no amar ni ser amada, no tener piedad ni merecerla, ni amar ni ser amada ¡Sí, es un juramento! ¡Un juramento! Me parece que el espíritu de Carlota Corday ha entrado ahora en mi. Esculpiré mi nombre en el mundo y me contarán entre las grandes heroinas. Si, el espiritu de Carlota Corday late en cada una de mis venas más pequeñas, y endurece mi mano de mujer para herir, como yo endureci mi corazón de mujer para odiar. Aunque seria en sueños, no vacilaré. Aunque duerma apaciblemente, no erraré mi golpe. Alégrate, hermano mio, en tu celda sofocante; alégrate y riete esta noche. Esta noche ese Zar que acaba de echar las plumas, saldrá por la posta con los pies ensangrentados para el infierno, y se saludará alli con su padre ... ¡EI Zar! ¡Oh traidor, mentiroso, infiel a su juramento, infiel a mi! ¡Jugar al patriota entre nosotros y ahora llevar una corona; vendernos como Judas por treinta piezas de plata, traicionarnos con un beso! (Con más pasión) ¡Oh, Libertad, oh madre poderosa del tiempo eterno, tu manto está empurpurado con la sangre de los que murieron por ti! Tu trono es el Calvario del pueblo, tu corona, una corona de espinas. ¡Oh, madre crucificada! El déspota ha atravesado con un clavo tu mano derecha, y el tirano lo ha hecho con tu izquierda! Tus pies están taladrados por el hierro. Cuando estabas sediento, llamaste a los sacerdotes para que te dieran agua, y te dieron una bebida amarga. Te clavaron una lanza en el costado. Se burlaron de ti en tu agonia a través de las edades. Aqui, en tu altar, ¡oh Libertad, me consagro a tu servicio; haz conmigo lo que quieras! (Blande la daga). Ahora ha llegado el final, y por tus sagradas heridas, ¡oh madre crucificada, oh Libertad, te juro que Rusia se salvará!


TELÓN

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