Índice de Vera o los nihilistas de Oscar WildeAnteriorBiblioteca Virtual Antorcha

Acto cuarto

Escena: Antecámara de la alcoba privada del Zar. Grandes ventanas en el fondo, con las cortinas corridas.

Presentes: Príncipe Petrovitch, Barón Raff, Marqués de Poivrand, Conde Rrvaloff.

Príncipe Petrovich.- Ha comenzado bien, el joven Zar.

Barón Raff (encogiéndose de hombros).- Todos los Zares jóvenes comienzan bien.

Conde Ruvaloff.- Y terminan mal.

Marqués de Poivrand.- Bueno, no tengo derecho a quejarme. Sea como fuere, me ha hecho un gran servicio.

Príncipe Petrovitch.- Anuló su designación para Arcángel, supongo.

Marqués de Poivrand.- Sí, mi cabeza no hubiera estado a salvo allí ni una hora.

(Entra el General Kotemkin).

Barón Raff.- ¡Ah, General! ¿Alguna noticia de nuestro joven y romántico Emperador?

General Kotemkin.- Tiene razón al llamarlo romántico, Barón; hace una semana lo encontré divirtiéndose en una bohardilla con una compañía de cómicos ambulantes. Hoy, su capricho consiste en hacer volver a todos los convictos que están en Siberia y amnistiar a todos los que él llama presos políticos.

Príncipe Petrovitch.- ¡Presos políticos! ¡Si la mitad de ellos no son mejores que los vulgares asesinos!

Conde Ruvaloff.- ¿Y la otra mItad es mucho peor?

Barón Raff.- ¡Oh, usted es Injusto con ellos!, con seguridad, Conde. El comercio al por mayor ha sido siempre más respetable que el comercio al menudeo.

Conde Ruvaloff.- Pero realmente es demasiado romántico. Se opuso ayer a que yo tuviera el monopolio del impuesto a la sal. Dijo que el pueblo tenía derecho a disponer de sal barata.

Marqués de Poivrand.- ¡Oh, eso no es nada! ¡Con decirle que se opone a que haya un banquete oficial todas las noches porque hay hambre en las provincias del sur.

(El joven Zar entra sin ser visto y escucha todo lo que sigue).

Príncipe Petrovitch.- Quelle bêtise! Cuanto más hambre tiene el pueblo, mejor. Les enseña la autoabnegación, una excelente virtud, Barón.

Barón Raff.- Así me lo han dicho muchas veces.

General Kotemkin.- Habló también de un parlamento, y dijo que el pueblo tendrá diputados que lo representen.

Barón Raff.- ¡Como si no hubiera ya suficiente camorra en las calles! Ahora tenemos que darle al pueblo un recInto para hacerlo. Pero, Messieurs, lo peor falta aún. Amenaza con una reforma completa del servicio público, con el fundamento de que el pueblo sufre demasiados impuestos.

Marqués de Poivrand.- No puede decirlo en serio. ¿para qué sirve el pueblo sino para sacarle dinero? Pero hablando de impuestos, mI querido Barón, tiene usted que darme mañana cuarenta mil rublos; mi esposa dice que necesita imprescindiblemente un nuevo brazalete.

Conde Ruvaloff (aparte al Barón Raff).- Supongo que es para hacer juego con el que le dio el Príncipe Pablo la semana pasada.

Príncipe Petrovitch.- Necesito disponer en seguida de sesenta mil rubIos, Barón. Mi hijo está abrumado de deudas de honor que no puede pagar.

Barón Raff.- ¡Qué hijo excelente! ¡Con qué esmero imita a su padre!

General Kotemkin.- Ustedes siempre consiguen dinero. Yo nunca logro un simple kopeck. Es inaceptable. ¡Es ridiculo! Mi sobrino está por casarse. Tengo que conseguirle la dote.

Príncipe Petrovitch.- Mi querido General, su sobrino debe ser un turco perfecto. Aparece casándose regularmente tres veces por semana.

General Kotemkin.- Bueno, quiere una dote para consolarse.

Conde Ruvaloff.- Estoy harto de la ciudad. Quiero una casa de campo.

Barón Raff.- Lo siento por ustedes, Caballeros. Está fuera de cuestión.

Príncipe Petrovitch.- ¿Y mi hijo, Barón?

General Kotemkin.- ¿Y mi sobrino?

Marqués de Poivrad.- ¿Y mi casa de la ciudad?

Conde Ruvaloff.- ¿Y mi casa de campo?

Marqués de Poivrand.- ¿Y el brazalete de diamantes de mi esposa?

Barón Raff.- ¡Caballeros, imposible! El antiguo régimen ha muerto en Rusia; el funeral comienza hoy.

Conde Ruvaloff.- Entonces esperaré que resucite.

Príncipe Petrovitch.- Sí, pero, en attendant, ¿qué vamos a hacer?

Barón Raff.- ¿Qué hemos hecho siempre en Rusia cuando un Zar propone reformas? ... nada. Usted olvida que somos diplomáticos. Los hombres de pensamiento no deben tener nada que ver con la acción. Las reformas, en Rusia, son siempre muy trágicas, pero siempre terminan en una farsa.

Conde Ruvaloff.- Quisiera que el Principe Pablo estuviera aquí. Dicho sea de paso, creo que este chico es demasiado ingrato con él. Si ese viejo astuto del Principe no lo hubiera proclamado inmediatamente Emperador, sin darle tiempo para pensarlo, creo que hubiera entregado la corona al primer zapatero remendón que encontrase por la calle.

Príncipe Petrovitch.- ¿Pero cree usted, Barón, que el Príncipe Pablo se irá realmente?

Barón Raff.- Ha sido desterrado.

Príncipe Petrovitch.- Sí, ¿pero se irá?

Barón Raff.- Estoy seguro; por lo menos me contó que había enviado dos telegramas a París para encargar la cena.

Conde Ruvaloff.- ¡Ah, eso cierra la cuestión!

Zar (adelantándose) .- El Príncipe Pablo hubiera hecho mejor enviando un tercer telegrama y ordenando (los cuenta) seis cubiertos más.

Barón Raff.- ¡El diablo!

Zar.- No, Barón, el Zar. ¡Traidores! En el mundo no habría malos reyes si no hubiera malos ministros, como ustedes. Los hombres como ustedes son los que hacen naufragar los poderosos imperios contra la roca de su propia grandeza. Nuestra madre, Rusia, no tiene necesidad de hijos tan desnaturalizados. Ahora ya es tarde para repararlo. La tumba no puede devolver los muertos ni el cadalso las víctimas que ustedes hicieron. Pero yo seré más misericordioso. ¡Les concedo la vida! Esa es la maldición que echo sobre ustedes. Pero si alguno de ustedes se encuentra en Moscú mañana a la noche, las cabezas de todos no quedarán sobre los hombros.

Barón Raff.- Es maravilloso como nos recordáis a vuestro padre, Señor.

Zar.- Os destierro a todos de Rusia. Vuestras propiedades quedan confiscadas en favor del pueblo. Podéis llevaros los títulos con vosotros. Las reforrnas, en Rusia, Barón, siempre terminan en una farsa. Tendrá usted una gran oportunidad, Principe Petrovich, para ejercitar la autoabnegación, esa virtud excelente. ¿De modo que piensa usted, Barón, que un Parlamento en Rusia no sería nada más que un local para las camorras? Bueno, me encargaré de que le envíen regularmente las actas de cada sesión.

Barón Raff. - Señor, añadís un nuevo horror al exilio.

Zar.- Pero ahora tendrá usted mucho tiempo para la literatura. Olvida que es usted un diplomático. Los hombres de pensamiento no deben tener nada que ver con la acción.

Príncipe Petrovitch.- Señor, sólo hablábamos en broma.

Zar.- Entonces, os destierro por vuestros chistes malos. Bon voyage, Messieurs. Si apreciáis en algo vuestras vidas, tomaréís el primer tren para París. (Salen los Ministros). Rusia tiene suerte al líbrarse de hombres como éstos. Son los chacales que siguen el rastro del león. No tienen valor más que para el robo y el pillaje. De no ser por esos hombres, y por el Principe Pablo, mi padre hubiera sido un buen rey, y no hubiera muerto de un modo tan terrible como murió. ¡Qué extraño! ¡Las partes más reales de la propia vída siempre parecen un sueño! ¡La reunión del Consejo, la terrible ley destinada a matar al pueblo, el arresto, el grito en el patio, el tiro de pistola, las manos ensangrentadas de mi padre, y luego ... la corona! Uno puede, algunas veces, estar vivo durante años sin vivir en absoluto, y de pronto toda la vida viene a condenarse en una sola hora. No tuve tiempo de pensar. Antes de que el espantoso grito de muerte de mi padre hubiera muerto en mis oídos, me enconntré con la corona en la cabeza, el manto de púrpura envolviéndome, y me escuché llamar rey. Entonces lo hubiera abandonado todo; me parecía sin ningún valor; pero ahora, ¿puedo abandonar? ¿Sí, Coronel? (Entra el Coronel de la Guardia).

Coronel.- ¿Qué santo y seña desea Vuestra Imperial Majestad que se dé esta noche?

Zar.- ¿Santo y seña?

Coronel.-- Para el cordón de guardias, Señor, que custodian de noche el palacio.

Zar.- Puede retirarlos. No los necesito. (Sale el Coronel). (Se dirige hacia la corona depositada sobre una mesa) ¿Qué sutil poder está oculto en esta baratija brillosa, la corona, que le hace a uno sentirse un dios cuando la lleva? Tener en la mano este mundo de colores encendidos, extender el brazo hasta los confines últimos de la tierra, ceñir los mares con el propio galeón; convertir al país en una carretera para los propios invitados; ¡eso es llevar una corona! ¡Llevar una corona! El más humilde siervo de Rusia, si es amado, está mejor coronado que yo. ¡Hasta qué punto el amor inclina la balanza! ¡Qué pobre parece el más vasto imperio de este aúreo mundo cuando se lo compara con el amor! Enjaulado en este palacio, con espías que husmean cada uno de mis pasos, no he sabido nada de ella; no la he visto desde aquella hora terrible, hace tres días, .cuando me encontré repentinamente convertido en el Zar de este vasto desierto, Rusia. ¡Oh, si pudiera verla por un momento, decirle ahora el secreto de mi vida que nunca me atreví a formular antes; decirle por qué llevo esta corona, cuando había jurado guerra eterna contra todos los coronados! Esta noche hubo una reunión. Recibí la citación por una mano desconocida ... ¿pero cómo podía ir? Yo, que había faltado a mi juramento ¡que había faltado a mi juramento!

(Entra un Paje).

Paje.- Son más de las once, Señor. ¿Me haré cargo de la primera guardia en vuestra alcoba, Señor?

Zar.- ¿Para que habria de guardarme, muchacho? Las estrellas son mis mejores centinelas.

Paje.- Su Imperial Majestad, vuestro padre, deseaba que no lo dejaran nunca solo mientras dormía.

Zar.- Mi padre era molestado por malos sueños. Vete a la cama, muchacho; es cerca de la medianoche, y estas horas tan avanzadas echarán a perder esas rojas mejillas. (El Paje trata de besarle la mano). ¡No, no! Hemos jugado demasiadas veces juntos para que hagas eso. ¡Oh! ¡Respirar el mismo aire que ella y no verla! La luz parece haberse marchado de mi vida, el sol se ha ido de mis días.

Paje.- Señor ... Alexis, ¡dejad que me quede con vos esta noche! ¡Os amenaza algún peligro! ¡Tengo el presentimiento de que es así!

Zar.- ¿Por qué habría de temer? He desterrado de Rusia a todos mis enemigos. Pon el brasero aquí, cerca de mí, hace mucho frío y quisiera sentarme junto a él un rato. Vete, muchacho; tengo muchas cosas que pensar esta noche. (Se dirige al fondo de la escena. Descorre un cortinado. Una vista de Moscú iluminado por la luna). Ha caído mucha nieve desde la puesta del sol. ¡Qué blanca y fría parece mi ciudad bajo esta luna pálida! ¡Y, sin embargo, qué corazones ardientes y fogosos laten en esta gélida Rusia, con toda su escarcha y su nieve! ¡Oh, verla un momento! ¡Decírselo todo! ¡Decirle por qué soy rey! Pero ella no duda de mí; dijo que confiaba en mí. Aunque he violado mi juramento, tendrá confianza. Hace mucho frío. ¿Dónde está mi capa? Dormiré una hora. Luego he pedido mi trineo, y aunque muera en ello, tengo que ver a Vera esta noche. ¿No te dije que te fueras, muchacho? ¿Qué? ¿Tendré que jugar al tirano tan pronto? ¡Vete, vete! No puedo vivir sin verla. Mis caballos estarán aquí dentro de una hora. ¡Una hora entre yo y el amor! ¡Qué pesado está el humo de este carbón! (Sale el Paje. Se acuesta en un sofá junto al brasero).

(Entra Vera, envuelta en una capa negra).

Vera.- ¡Dormido! ¡Dios, eres benévolo! ¿Quién lo librará ahora de mis manos? ¡Aquí está! ¡EI demócrata que quería hacerse rey, el republicano que ha usado una corona, el traidor que nos ha mentido. Miguel tenía razón. No amaba al pueblo. No me amaba a mí. ¡Oh! ¿Por qué habrá un veneno tan mortífero en unos labios tan dulces? ¿No tenía ya suficiente oro en sus cabellos, que quíso desluclrlo con esta corona? Pero mi día ha llegado; ¡el día del pueblo, de la libertad, ha llegado! ¡Tu día, hermano, ha llegado! Aunque he sofocado todos mis sentimientos, no hubiera pensado que era tan fácil matar. Un golpe ... y todo ha terminado; y luego puedo lavar mis manos en el agua. ¡Vamos! yo salvaré a Rusia. Lo he jurado! (Levanta la daga para dar el golpe).

Zar (levantándose bruscamente, la toma de ambas manos).- ¡Vera, tú aquí! Mi sueño no era un sueño. ¿Por qué me deja.ste tres días solo, cuando más te necesitaba? ¡Oh Dios! ¿Piensas que soy un traidor, un mentiroso, un rey? Lo soy, por amor a tl. Vera, fue por ti que violé mi juramento y llevo la corona de mi padre. Quisiera poner a tus pies esta poderosa Rusia, que tú y yo hemos amado tanto; quisiera darte esta tierra por escabel de tus pies, poner la corona en tu cabeza. El pueblo nos amará. Lo gobernaremos con el amor, como un padre gobierna a sus hijos. Habrá libertad en Rusia para que todos piensen como les dicta el corazón. He desterrado a los lobos que nos depredaban; he traído a tu hermano de Siberia; he abierto las fauces lóbregas de la mina. El correo ya está en camino. Dentro de una semana, Dimitri y todos los que están con él, se hallarán en su tierra. El pueblo será libre ... ya es libre ahora. Cuando me dieron esta corona, se las hubiera arrojado de vuelta, a no ser por ti, Vera. ¡Oh Dios! En Rusia los hombres acostumbran llevar regalos a la que aman. Yo me dije, llevaré a la mujer que amo, un pueblo, un imperio, ¡un mundo! Vera, es por ti, solamente por ti que conservo esta corona; sólo por ti soy rey. ¡Oh, te he amado más a ti que a mi juramento! ¿Por qué no quieres hablarme? ¿No me amas? ... ¡No me amas! Has venido para advertirme de algún complot contra mi vida. ¿Qué vale la vida sin ti? (Los Conspiradores murmuran afuera).

Vera.- ¡Oh! ¡Estás perdido! ¡Perdido! ¡Perdido!

Zar.- No, aquí estás a salvo. Faltan todavía cinco horas para el amanecer. Mañana, te presentaré a todo el pueblo ...

Vera.- ¡Mañana ...!

Zar.- Te coronaré con mis propias manos emperatriz en esa gran catedral que construyeron mis padres.

Vera (suelta violentamente las manos, y se pone de pie de un salto).- ¡Soy nihilista! ¡No puedo llevar una corona!

Zar (cae a sus pies).- No soy un rey ahora. Solamente soy un niño que te amó más que a su honor, más que a su juramento. Por amor al pueblo, yo hubiera sido un patriota. Por amor a ti, he sido un traidor. Vayámonos juntos, viviremos entre la gente común. No soy rey. Trabajaré para ti como un campesino o como un siervo. ¡Oh, ámame tú también un poco! (Los Conspiradores murmuran afuera).

Vera (apretando la daga).- Sofocar todos los sentimientos que haya en mí, ni amar ni ser amada, ni tener piedad mi ... ¡Oh! ¡Soy una mujer! ¡Dios se apiade de mí, soy una mujer! ¡Oh, Alexis, también yo he violado mi juramento; soy una traidora. Te amo. ¡Oh, no hables, no hables ... (lo besa en los labios) ... la primera, la última vez. (Él la aprieta en sus brazos;. se sientan juntos en el diván).

Zar.- Ahora podría morir.

Vera.- ¿Qué tiene la muerte que hacer en tus labios? Tu vida, tu amor, son enemigos de la muerte. No hables de muerte. Todavía no, todavía no.

Zar.- No sé por qué la muerte ha entrado en mi corazón. Quizá la copa de la vida está demasiado llena de placeres para durar. Ésta es nuestra noche de bodas.

Vera.- ¡Nuestra noche de bodas!

Zar.- Y si la muerte viniera en persona, me parece que podría besar su boca pálida y libar su dulce veneno en ella.

Vera.- ¡Nuestra noche de bodas! ¡No, no! La muerte no debe sentarse al banquete. No existe la muerte.

Zar.- No existirá para nosotros. (Los Conspiradores murmuran afuera).

Vera.- ¿Qué es éso? ¿No oíste nada?

Zar.- Solamente tu voz, ese reclamo de cazador que seduce mi corazón y lo lleva como a un pobre pajarito hacia la rama impregnada con la liga.

Vera.- Me pareció que alguien reía.

Zar.- Era solamente el viento y la lluvia; la noche está llena de tempestad. (Los Conspiradores murmuran afuera).

Vera.- Debió de ser eso. ¡Oh! ¿Dónde están tus guardias? ¿Dónde están tus guardias?

Zar.- ¿Dónde iban a estar sino en su casa? No viviré enjaulado entre las espadas y el acero. El amor a su pueblo es la mejor guardia personal de un rey.

Vera.- ¡El amor de un pueblo!

Zar.- Querida. Estás a salvo aqui. Nada puede dañarte. ¡Amor mio, yo sabia que confiabas en mi! Tú dijiste que confiarias en mi.

Vera.- He tenido confianza. Amor mio, el pasado parece solamente un sueño gris y pesado, del cual han despertado nuestras almas. Esto es la vida, por fin.

Zar.- ¡Si, por fin la vida!

Vera.- ¡Nuestra noche de bodas! ¡Oh, déjame beber hasta saciarme de amor esta noche! No querido, todavía no. ¡Qué silencio! y sin embargo, me parece que el aire estuviera lleno de música. Es algún ruiseñor, que cansado de estar en el sur, ha venido para cantar en este norte yermo, para los amantes como nosotros. Es el ruiseñor. ¿No lo escuchas?

Zar.- ¡Querida, mis oídos están cerrados para todos los sonidos dulces, excepto tu voz, y mis ojos están ciegos a todas las imágenes, menos a la tuya; de lo contrario, hubiera escuchado ese ruiseñor y hubiera visto al sol de la mañana, con su vestidura de oro, salir furtivamente del oriente sombrío antes de su hora, por los celos que siente de que tú seas dos veces más hermosa.

Vera.- Sin embargo, quisiera que hubieses escuchado el ruiseñor. Siento que ese pájaro no volverá a cantar.

Zar.- No es un ruiseñor. Es el amor, que canta extático de alegría porque tú te has ligado a él con un voto. (El reloj comienza a dar las doce). ¡Oh, escucha querida! Es la hora del amor. Ven, salgamos afuera y escuchemos cómo una torre tras otra responden al toque de medianoche por encima de la vasta ciudad blanca. ¡Nuestra noche de bodas! ¿Qué es éso? ¿Qué es éso? (Fuertes murmullos de los Conspiradores en la calle).

Vera (se separa bruscamente de él y se precipita a través de la escasa escena).- ¡Los invitados a la boda han llegado ya! ¡Ah, sí, tendrán su señal! (Se hunde el puñal en el cuerpo). ¡Tendrán su señal! (Se precipita hacia la ventana).

Zar (la intercepta lanzándose entre ella y la ventana y le arranca la daga de las manos).- ¡Vera!

Vera (abrazándose a él).- ¡Devuélveme la daga! ¡Devuélveme la daga! En la calle hay hombres que vienen por tu vida! ¡Tus guardias te han traicionado! Esta daga ensangrentada es la sefial de que estás muerto. (Los Conspiradores comienzan a gritar en la calle). ¡No hay un momento que perder! ¡Arrójala! ¡Arrójala! Ya nada puede salvarme. Esta daga está envenenada. Siento ya la muerte en mi corazón. No había otro camino que éste.

Zar (manteniendo la daga fuera de su alcance).- La muerte está en mi corazón; moriremos juntos.

Vera.- ¡Oh amor, amor, amor! ¡Ten compasión de nosotros! Los lobos te asedian... ¡tienes que vivir, por la libertad, por Rusia., por mí! ¡Oh, tú no me amas! Me ofreciste una vez tu imperio! ¡Dame ahora esa daga! ¡Oh, eres cruel! ¡Mi vida por la tuya! ¿Qué importa? (Fuertes gritos en la calle, ¡Vera, Vera! ¡Al rescate! ¡Al rescate!).

Zar.- La amargura de la muerte ya ha pasado para mí.

Vera.- ¡Oh, ya se abren camino por la puerta! ¡Mira! ¡Un hombre cubierto de sangre está detrás de ti! (El Zar se da vuelta por un instante) ¡Ah! (Vera le arranca la daga y la arroja fuera por la ventana).

Conspiradores (abajo).- ¡Viva el pueblo!

Zar.- ¿Qué has hecho?

Vera.- ¡He salvado a Rusia! (Muere).


TELÓN

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