Índice de Vera o los nihilistas de Oscar WildeAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Acto Primero.

Escena: La casa de la calle Tchernavaya 99, Moscú. Una gran buhardilla iluminada por una lámpara de aceite que cuelga del techo. Algunos hombres enmascarados están de pie, en silencio y distantes unos de otros. Un hombre con una máscara escarlata escribe en una mesa. Una puerta en el fondo. Un hombre vestido de blanco, con una espada, junto a la puerta. Se escuchan golpes en la puerta. Entran ftguras con capas y máscaras.

Contraseña: Per crucem ad lucem.

Respuesta: Per sanguinem ad libertatem. (Por la cruz a la luz. Por la sangre a la libertad).

Un reloj da la hora. Los conspiradores forman un semicírculo en medio de la escena.

Presidente.- ¿Cuál es la palabra?

Primer conspirador.- Nabat.

Presidente.- ¿La respuesta?

Segundo conspirador.- Kallt.

Presidente.- ¿Qué hora es?

Tercer conspirador.- La hora de sufrir.

Presidente.- ¿Qué día?

Cuarto conspirador.- El día de la opresIón.

Presidente.- ¿Qué año?

Quinto conspirador.- El año de la esperanza.

Presidente.- ¿Cuál es nuestro número?

Sexto conspirador.- Diez, nueve y tres.

Presidente.- El Galileo tuvo menos para conquistar el mundo; pero ¿cuál es nuestra misión?

Séptimo conspirador.- Dar la libertad.

Presidente.- ¿Cuál es nuestro credo?

Octavo conspirador.- Aniquilar.

Presidente.- ¿Nuestro deber?

Noveno conspirador.- Obedecer.

Presidente.- Hermanos, las preguntas han sido bien respondidas. Sólo hay nihilistas presentes. Veámonos las caras. (Los conspiradores se quitan las máscaras.) Miguel, recita el juramento.

Miguel.- Sofocar cualquier sentimiento que haya en nosotros; ni amar ni ser amados; ni tener piedad ni recibirla; ni casarse ni ser dado en matrimonio, hasta que llegue el final; apuñalar secretamente de noche; poner veneno en la bebida; volver el padre contra el hijo y a la mujer contra el marido; sin miedo, sin esperanza, sin futuro, sufrir, aniquilar, vengarse.

Presidente.- ¿Estamos todos de acuerdo?

Conspiradores.- Estamos todos de acuerdo. (Se reparten en distintas direcciones por el escenario).

Presidente.- Ya ha pasado la hora, Miguel, y ella todavía no ha llegado.

Miguel.- ¡Ojalá estuviera aquí! Poco podemos hacer sin ella.

Alexis.- ¿No la habrán detenido, Presidente? La policía le sigue el rastro, lo sé.

Miguel.- Tú pareces siempre muy enterado de los movimientos de la policía de Moscú ... demasiado enterado para ser un conspirador leal.

Presidente.- ¡Si esos perros la han tomado, la bandera roja del pueblo ondeará en una barricada en cada calle, hasta que la encontremos! Ha sido una imprudencia de ella el ir al baile del Gran Duque. Asi se lo dije, pero ella respondió que queria alguna vez ver cara a cara al Zar y a toda su maldita ralea.

Alexis.- ¡Fue al Baile de Palacio!

Miguel.- Yo no tengo mIedo. Es tan dificil de apresar como una loba, y el doble de peligrosa; además, está bien disfrazada. Esta noche es un baile de máscaras. ¿Pero tenemos alguna noticia del Palacio, presidente? ¿Qué hace ahora el sangriento déspota, además de torturar a su propio hijo? Y a propósito, ¿qué clase de mozo es el Zarevitch? ¿Alguno de ustedes lo ha visto? Se cuentan de él historias extrañas. Dicen que ama al pueblo, pero un hijo de rey nunca lo hace. Es imposible criarlos asi.

Presidente.- Desde que volvió del extranjero, hace un año, su padre lo ha tenido en rigurosa prisión en el palacio.

Miguel.- ¡Una excelente preparación para hacer de él un tirano cuando le llegue el turno! ¿Pero hay alguna novedad?

Presidente.- Mañana se reunirá el Consejo, a las cuatro, para tratar un asunto secreto que el Comité no ha podido averiguar.

Miguel.- Una reunión de Consejo en el palacio de un rey es seguramente para algún crimen. ¿Pero en qué sala se reunirá?

Presidente (leyendo una carta).- En la sala amarilla, la de los tapices, que lleva el nombre de la Emperatriz Catalina.

Miguel.- No me interesan los nombres largos. Quiero saber dónde está.

Presidente.- No puedo decirtelo, Miguel. Yo sé más del interior de las prisiones que de los palacios.

Miguel (dirigiéndose súbitamente a Alexis).- ¿Dónde está ese salón, Alexis?

Alexis.- En el primer piso, mirando al patio interior. Pero, ¿por qué lo preguntas, Miguel?

Miuel.- ¡Por nada, por nada, muchacho! Simplemente me interesa mucho la vida y los movimientos del Zar, y sabia que tú podias decirme todo lo que se refiere al palacio. Cualquier pobre estudiante de medicina de Moscú conoce todo lo que hay que saber de las casas del rey. Es su obligación, ¿no es cierto?

Alexis (aparte).- ¿Es posible que Miguel sospeche de mi? Esta noche se porta de una manera extraña. ¿Por qué no viene ella? Todo el fuego de la revolución parece convertirse en cenizas amodorradas cuando ella no está aqui.

Miguel.- ¿Has atendido muchos enfermos en tu hospital últimamente, muchacho?

Alexis.- Hay uno que está enfermo de muerte y que me agradaria curar, pero no puedo.

Miguel.- ¿Si? ¿Y quién es?

Alexis.- Rusia, nuestra madre.

Miguel.- La euración de Rusia es trabajo para un cirujano, y tiene que hacerse con el cuchillo. No me gusta tu método de medicina.

Presidente.- Profesor, hemos leido las pruebas de su último articulo; de veras es muy bueno.

Miguel.- ¿De qué trata, Profesor?

Profesor.- El tema, querido hermano, es el asesinato considerado como método de reforma politica.

Miguel.- No creo mucho en la pluma y el papel para las revoluciones. Un puñal hace más que cien epigramas. De todos modos, leamos la última producción de nuestro sabio. Dénmela. La leeré yo mismo.

Profesor.- Hermano, tú nunca respetas la puntuación; deja que lo lea Alexis.

Miguel.- Sí, tiene la palabra tan suelta como si fuera algún joven aristócrata; por mi parte, no me interesan los signos de puntuación si el sentido es claro.

Alexis (leyendo) .- El pasado ha pertenecido al tirano, y lo ha profanado; el futuro es nuestro, y nosotros lo santificaremos. ¡Si santifiquemos el futuro que haya al menos una revolución que no haya sido concebida en el crimen y criada en el asesinato!

Miguel.- Ellos nos hablaron con la espada, y con la espada les responderemos. Tú eres demasiado delicado para nosotros, Alexis. Aquí sólo deben estar hombres cuyas manos estén encallecidas por el trabajo o manchadas por la sangre.

Presidente.- ¡Tranquilo, Miguel, tranquilo! ¡Alexis es el corazón más valiente que hay entre nosotros.

Miguel (aparte).- Esta noche tendrá que ser muy valiente.

Se escuchan el sonido de los cascabeles de un trineo.

Una voz (afuera).- Per crucem ad lucem. (Respuesta del hombre que está de guardia): Per sanguinem ad libertatem.

Entra Vera cubierta con una capa. Cuando se la saca, aparece en traje de baile de gala.

Vera.- ¡Dios salve al pueblo!

Presidente.- ¡Bien venida, Vera, bien venida! Estábamos descorazonados hasta que te vimos; pero ahora siento que la estrella de la libertad ha venido para sacarnos de la noche.

Vera.- ¡Es de noche, ciertamente, hermano! ¡Una noche sin luna ni estrellas! Rusia está sacudida hasta lo profundo de su corazón! ¡El hombre Iván, al que todos llaman Zar, hiere ahora a nuestra madre con una daga más mortal que la que ninguna tirania forjó jamás contra la vida del pueblo!

Miguel.- ¿Qué ha hecho ahora el tirano?

Vera.- Mañana, la Ley marcial será proclamada en toda Rusia.

Todos.- ¡Ley marcial! ¡Estamos perdidos! ¡Estamos perdidos!

Alexis.- ¡Ley marcial! ¡Imposible!

Miguel.- ¡Tonto! Nada es imposible en Rusia fuera de la reforma.

Vera.- ¡Sí, la Ley marcial! Los últimos derechos a los que el pueblo se aferraba le han sido arrebatados. Sin juicio, sin apelación, sin acusador siquiera, nuestros hermanos serán arrancados de sus casas, fusilados como perros en las calles, desterrados a morir de frío en la nieve, a morir de hambre en el calabozo, a pudrirse en las minas. ¿Sabes lo que quiere decir Ley marcial? Significa el estrangulamiento de toda una nación. Las calles estarán llenas de soldados día y noche. Habrá un centinela en cada puerta. Nadie se atreverá a salir de su morada, excepto los espías o traidores. Acorralados en las guaridas en que vivimos, encontrándonos furtivamente, hablando con el corazón palpitante; ¿qué podemos hacer ahora por el bien de Rusia?

Prsidente.- Podemos sufrir, por lo menos.

Vera.- Ya lo hemos hecho demasiado tiempo. Ahora ha llegado la hora de aniquilar y de vengarnos.

Presidente.- Hasta ahora el pueblo ha soportado todo.

Vera.- Porque no entendía nada. Pero ahora, nosotros, los nihilistas, le hemos dado el fruto del conocimiento para que comieran de él, y el día del sufrimiento silencioso ha terminado para Rusia.

Miguel.- ¡Ley marcial, Vera! Nos trae nuevas terribles.

Presidente.- Es la orden de muerte para la libertad en Rusia.

Vera.- O la señal de la revolución.

Miguel.- ¿Estás segura de que es cierto?

Vera.- Aquí está la proclama. Se la robé yo misma en el baile de esta noche, a un joven tonto, uno de los secretarios del Principe Pablo, quien se la había entregado para que la hiciera copiar. Por eso llegué tan tarde.

Vera entrega la proclama a Miguel, quien la lee.

Miguel.- Para asegurar la seguridad pública ... Ley marcial. Por orden del Zar, padre de su pueblo. ¡Padre de su pueblo!

Vera.- ¡Sí! Un padre cuyo nombre no ha de honrarse, cuyo reino tiene que cambiarse en República, cuyas deudas no deben perdonarse, porque nos ha despojado del pan nuestro de cada día; que no tiene poder, ni justicia, ni gloria, ahora y por los siglos de los siglos.

Presidente.- Alrededor de esta hora tiene que reunirse el Consejo mañana. La proclama no ha sido firmada aún.

Alexis.- No lo será mientras yo tenga una lengua con que argumentar.

Miguel.- O mientras yo tenga manos con las que herir.

Vera.- ¡Ley marcial! ¡Oh Dios, qué fácil es para un rey matar su pueblo de a millares, pero nosotros no podemos librarnos de un solo hombre coronado en toda Europa! ¿Qué aterradora majestad tienen esos hombres, que hace insegura la mano, traicionera la daga, inocuo el disparo de pistola? ¿No son hombres con pasiones como nosotros, vulnerables a las mismas enfermedades, de carne y hueso, no distintos a nosotros? ¡Qué hizo temblar a Olgiatti en el momento de crisis suprema de la vida de Roma, y qué hizo que le faltase el vigor a Guido, cuando debía ser de hierro y aoero? ¡Malditos sean esos tontos de Nápoles, Berlín y España! Creo que si yo estuviera frente a frente con algunos de los hombres con corona, mis ojos verían con más claridad, mi golpe sería más seguro, mi cuerpo cobraría una fuerza y poder que no son propios! ¡Oh! ¡Pensar qué es lo que se interpone entre nosotros y la libertad de Europa! ¡Unos cuantos hombres ancianos, llenos de arrugas; unos cuantos viejos chochos, débiles, temblequeantes, a los que un niño podria estrangular por un ducado, o una mujer apuñalar en una sola noche! ¡Eso nos separan de la libertad! Pero ahora pareciera que la casta de los hombres ha muerto y que la tierra, inactiva, se ha cansado de dar a luz sus hijos, pues de lo contrario ningún perro coronado corromperia el aire de Dios viviendo en él.

Todos.- ¡Pruébanos! ¡Pruébanos! ¡Pruébanos!

Miguel.- También a ti te probaremos algún dia, Vera.

Vera.- ¡Ruego a Dios que asi sea! ¿No he sofocado todos los sentimientos que hubiera en mi, y no cumpliré mi juramento?

Miguel. (al Presidente).- ¡Ley marcial, Presidente! Vamos no hay tiempo que perder. Todavia tenemos doce horas antes de la reunión del Consejo. ¡Doce horas! Se puede derrocar una dinastia en menos de ese tiempo.

Presidente.- Si, o perder la cabeza.

Miguel y el Presidente se retiran a un ángulo de la escena y se sientan a cuchichear. Vera toma la proclama y la lee para sí. Alexis la observa y repentinamente se precipita hacia ella.

Alexis.- ¡Vera!

Vera.- ¡Alexis!, ¿qué haces aqui? ¡Chiquillo tonto! ¿No te habia rogado que te apartaras de nosotros? Todos los que nos hallamos aqui estamos condenados a morir antes de tiempo, nuestro hado es expiar mediante el sufrimiento el bien que hagamos; pero tú, con tu alegre cara de niño, eres aún demasiado joven para morir.

Alexis.- Nunca se es demasiado joven para morir por la patria.

Vera.- ¿Por qué vienes aqui noche tras noche?

Alexis.- Porque amo al pueblo.

Vera.- Pero tus compañeros estudiantes pueden echarte de menos. Ya sabes cuántos espias hay en la universidad. ¡Oh, Alexis, tienes que irte! Ya ves qué desesperados nos ha hecho el sufrimiento. No hay lugar aquí para un ser como tú. No debes volver.

Alexis.- ¿Por qué tienes tan mala opinión de mi? ¿Por qué he de vivir mientras mis hermanos sufren?

Vera.- Tú me hablaste una vez de tu madre. Dijiste que la amabas. ¡Piensa en ella, por favor!

Alexis.- Ya no tengo más madre que Rusia, mi vida le pertenece, para quitármela o dejármela; pero esta noche estoy aqui para verte. Me han dicho que sales mañana para Novgorod.

Vera.- Debo hacerlo. Allí están perdiendo ánimo, y tengo que atizar la llama de la revolución hasta que se convierta en un resplandor que enceguezca a todos los reyes de Europa. Si se aprueba la Ley marcial, me necesitarán todavía más allí. No hay límite, parece, para la tiranía de un solo hombre; pero tiene que haber un límite para el sufrimiento de todo un pueblo. Son demasiados los nuestros que han muerto en el patíbulo o en las barricadas: ahora les ha llegado el turno a ellos de ser victimas.

Alexis.- Dios sabe que estoy contigo. Pero no debes ir. La policía vigila todos los trenes buscándote. Cuando te arresten, tienen órdenes de encerrarte sin juicio en los calabozos más profundos del palacio. Yo lo sé ... no interesa cómo. ¡Oh! Piensa que sin ti nuestra vida se queda sin su sol, ¡cómo el pueblo perderá a su guía y la libertad perderá a su sacerdotisa! ¡Vera, no debes ir!

Vera.- Tienes razón; me quedaré. Viviré un poco más por la libertad, viviré un poco más por Rusia.

Alxis.- Cuando mueras, Rusia quedará conmovida; cuando tú mueras, yo perderé toda esperanza ... toda. Vera, las nuevas que traes son espantosas ... ¡Ley marcial! ... es demasiado terrible. ¡No lo sabía! ¡Por mi vida, que no lo sabía!

Vera.- ¿Cómo podias saberlo? Es un plan demasiado cuidado. Ese gran Zar Blanco, cuyas manos están rojas con la sangre del pueblo que ha asesinado, cuya alma está ennegrecida por la iniquidad, es el conspirador más astuto de todos nosotros. ¡Oh! ¿Cómo es posible que Rusia haya dado a luz dos corazones como el tuyo y el suyo!

Alexis.- Vera, el Emperador no ha sido siempre así. Hubo un tiempo en que amaba al pueblo. Es ese demonio, al que Dios maldiga, el Príncipe Pablo Maraloffski, el que lo ha llevado a ser lo que es. Te juro que abogaré por el pueblo ante el Emperador.

Vera.- ¡Abogar ante el Zar! ¡Chiquillo tonto! Sólo los condenados a muerte ven a nuestro Zar. Además, ¿qué le importaría una voz que clama miserícordia? El grito de una nación que agoniza no ha conmovido ese corazón de piedra.

Alexis (aparte).- Con todo, le pediré clemencia. No puede hacer más que matarme.

Profesor.- Aquí están las proclamas, Vera. ¿Te parece que servirán?

Vera.- Las leeré. ¡Qué hermoso está! Me parece que nunca tuvo un aspecto tan noble como esta noche. ¡Feliz la libertad que tiene un amante como éste!

Alexis.- Bueno, Presidente, ¿qué cavila usted?

Miguel.- Estamos pensando en el mejor modo de matar osos. (Susurra algo al Presidente y lo lleva aparte).

Profesor (a Vera).- ¿Y las cartas de nuestros hermanos de París y Berlín? ¿Qué respuesta debemos enviarles?

Vera (las toma mecánicamente).- Si yo no hubiera sofocado mís sentimientos, si no hubiera jurado no amar ni ser amada, me parece que habría podido amarlo. ¡Oh! ¡Soy una necia! ¡Yo misma soy una traidora! ¿Pero por qué vino a sumarse a nosotros con su cara joven y hermosa, su corazón inflamado por la libertad, su alma blanca y pura? ¿Por qué me hace sentir a veces que podría aceptarlo como mi rey, aunque soy republicana? ¡Oh, necia, necia, necia! ¡Infiel a tu juramento! ¡Débil como el agua! ¡Haberlo hecho! ¡Recuerda lo que eres ... nihilista, nihilista!

Presidente (a Miguel).- Pero te prenderán, Miguel.

Miguel.- Creo que no. Llevaré el uniforme de la Guardia Imperial, y el Coronel que está de servicio es uno de los nuestros. Está en el primer piso, ¿recuerda? y puedo apuntar desde lejos.

Presidente.- ¿No debo decírselo a nuestros hermanos?

Miguel.- ¡Ni una palabra, ni una palabra! Hay un traidor entre nosotros.

Vera.- ¡Vamos! ¿Son éstas las proclamas? Sí, están bien. Envía quinientas a Kiev, Odesa y Novgorod, quinientas a Varsovia, y que distribuyan el doble en las provincias del Sur, aunque esos estúpidos campesinos rusos no se interesan mucho en nuestras proclamaciones, y menos en nuestros martirios. Cuando se dé el golpe, tiene que ser en la ciudad, no en el campo.

Miguel.- Sí, y con la espada, no con la pluma de ganso.

Vera.- ¿Dónde están las cartas de Polonia?

Profesor.- Aqui.

Vera.- Desdichada Polonia. Las águilas de Rusia se han cebado en su corazón. No tenemos que olvidar a nuestros hermanos de allá.

Presidente.- ¿Es cierto, Miguel?

Miguel.- Sí, doy mi vida como garantía.

Presidente.- Entonces, que se cierren las puertas. Alexis Ivanacievitch, que entraste en nuestros registros como estudiante de medicina en Moscú. ¿Por qué no nos avisaste de este sanguinario proyecto de Ley marcial?

Alexis.- ¿Yo, presidente?

Miguel.- ¡Sí, tú! Armas como éstas no se forjan en un día. ¿Por qué no nos informas? Una semana antes habia para colocar la mina, para alzar la barricada, para dar por lo menos un golpe de defensa de la libertad. Pero ahora el momento ha pasado. ¡Es tarde, demasiado tarde! ¿Por qué lo guardaste en secreto, te pregunto?

Alexis.- ¡Miguel, hermano mio! ¡Por la mano de la libertad te aseguro que eres injusto conmigo! No sabía nada de esta ley repugnante. ¿Cómo podía saberlo?

Miguel.- ¡Porque eres un traidor! ¿A dónde fuiste al salir de aquí la última noche que nos reunimos?

Alexis.- A mi casa, Miguel.

Miguel.- ¡Mentiroso! Yo te seguí. Saliste de aquí una hora después de medianoche. Envuelto en una gran capa, cruzaste el río en un bote, una milla después del segundo puente, y diste al botero una moneda de oro, ¡tú, el pobre estudiante de medicina! Giraste dos veces, y te escondiste en una arcada tanto tiempo que casi había decidido darte muerte con mi puñal inmediatamente, sólo que me gusta cazar. ¿Así que pensaste que habías eludido cualquier seguimiento? ¡Tonto! Yo soy un sabueso que nunca pierde el rastro. Te seguí de calle en calle. Al fin te vi cruzar rápidamente la Plaza de San Isaac, susurrar al centinela una contraseña secreta, entrar en el palacio por una puerta privada con tu propia llave.

Conspiradores.- ¿Al palacio?

Vera.- ¡Alexis!

Miguel.- Aguardé. Una espantosa guardia tras otra, a lo largo de nuestra larga noche rusa, aguardé, para matarte con tu salario de Judas todavía caliente en tus manos. Pero nunca regresaste; nunca saliste de aquel palacio. Vi al sol, rojo como la sangre, levantarse a través de la niebla amarillenta sobre la ciudad lóbrega; vi amanecer un nuevo día de opresión sobre Rusia; pero nunca regresaste. ¿De modo que pasas tus noches en el palacio? Conoces la contraseña de los centinelas; tienes una llave de la puerta secreta. Eres un espía ... nunca confié en ti, en tus manos suaves y blancas, tu cabello enrulado, tus lindos modales. No tienes ninguna marca de sufrimiento; no puedes ser del pueblo. ¡Eres un espía ... un espía ... traidor!

Todos.- ¡Mátalo! ¡Mátalo!

Vera (precipitándose para ponerse delante de Alexis) .- ¡Atrás, Miguel, te digo! ¡Atrás todos! ¡No os atreváis a ponerle una mano encima! ¡Es el corazón más noble que hay entre nosotros!

Todos.- ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Es un espía!

Vera.- ¡Poned un dedo sobre él, y os abandono a vuestra suerte!

Presidente. -Vera, ¿no escuchaste lo que Miguel dijo de él? Pasó toda la noche en el palacio del Zar. Tiene la contraseña y una llave privada. ¿Qué puede ser sino un espía?

Vera.- ¡Bah! No le creo a Miguel. ¡Es mentira! ¡Es mentira! Alexis, di que es mentira.

Alexis.- Es verdad; Miguel ha contado lo que vio. Pasé la noche en el palacio del Zar. Miguel ha dicho la verdad.

Vera.- ¡Atrás, os digo! ¡Atrás! Alexis, no me importa. Confío en ti: tú no nos traicionarás; tú no venderías al pueblo por dinero. ¡Tú eres honesto, leal! ¡Oh, di que no eres un espía!

Alexis.- ¿Espía? Vosotros sabéis que no. Estoy con vosotros, hermanos, hasta la muerte.

Miguel.- Sí, hasta la muerte.

Alexis.- Vera, tú sabes que soy leal.

Vera.- Lo sé bien.

Presidente.- ¿Por qué estás aquí, traidor?

Alexis.- Porque amo al pueblo.

Miguel.- ¿Entonces puedes ir al martirio por él?

Vera.- Tienes que matarme primero, Miguel, antes de poner un dedo sobre él.

Presidente.- Miguel, no podemos perder a Vera. Está encaprichada en hacer que este muchacho viva. Podemos retenerlo aquí esta noche. Hasta este momento no nos ha traicionado.

Ruido de pasos de soldados afuera. Golpean la puerta.

Una voz.- ¡Abran, en nombre del Emperador!

Miguel.- Nos ha traicionado. ¡Esto es obra tuya, espía!

Presidente.- ¡Vamos, Miguel, vamos! No hay tiempo para degollarnos uno a otro mientras tenemos que salvar nuestras cabezas.

Voz.- ¡Abran, en nombre del Emperador!

Presidente.- Hermanos, ponéos las máscaras. Miguel, abre la puerta. Es nuestra única posibilidad.

Entran el General Kotemkin y soldados.

General.- Todos los ciudadanos honestos deben estar en sus casas una hora antes de medianoche, y no puede haber reuniones de más de cinco personas. ¿Conocen ustedes la proclama, amigos?

Miguel.- ¡Sí! Ustedes han ensuciado todas las paredes de Moscú con ella.

Vera.- ¡Tranquilo, Miguel, tranquilo! No, señor, no la conocemos. Somos una compañía de actores ambulantes que vamos de Samara a Moscú para divertir a su Majestad Imperial el Zar.

General.- Pero yo escuché gritos antes de entrar. ¿Qué eran?

Vera.- Estábamos ensayando una nueva tragedia.

General.- Tus respuestas son demasiado honestas para ser verdaderas. Vamos, ¡déjenme ver quiénes son! ¡Quítense esas máscaras de comediantes! ¡Por San Nicolás, preciosa! Si tu cara es como tu cuerpo, debes ser un bocado elegido. ¡Vamos, hermosa, quiero ver tu cara primero que la de los demás!

Presidente.- ¡Dios mío! ¡Si ve que es Vera, todos estamos perdidos!

General.- Nada de coqueterías, muchacha. Vamos, quitate la máscara, te digo, o le diré a mis guardias que lo hagan por ti.

Alexis.- ¡Atras, General Kotemkin!

General.- ¿Quién eres tú, amigo, que hablas con una lengua tan rápida a tus superiores? (Alexis se quita la máscara.) ¡Su Alteza Imperial el Zarevitch!

Todos.- ¡EI Zarevitch! ¡Estamos perdidos!

Presidente. -Yo sabía que era un espía. Nos entregará a los soldados.

Miguel (a Vera).- ¿Por qué no me dejaste matarlo? ¡Vamos, tenemos que luchar hasta la muerte para hacerlo!

Vera.- ¡Tranquilo! No nos traicionará.

Alexis.- Es un capricho, General. Usted sabe cómo mi padre me aleja del mundo y me tiene encarcelado en el palacio. Me aburriría mortalmente si no pudiera salir disfrazado de noche y tener algunas aventuras románticas en la ciudad. Me encontré con estos honrados comediantes hace unas horas.

General.- ¿Son actores, Príncipe?

Alexis.- Si, y muy ambiciosos. Sólo les interesa actuar delante de los príncipes.

General.- Os juro, Alteza, que tenia la esperanza de haber hecho una buena redada de nihilistas.

Alexis.- ¿Nihilistas en Moscú, General? ¿Con usted al frente de la policía? ¡Imposible!

General.- Eso le digo siempre a vuestro padre el Emperador. Pero en la reunión de Consejo de hoy se dijo que esa mujer, Vera Saburoff, ha sido vista en esta ciudad. La cara del Emperador se puso tan blanca como la nieve que hay afuera. No creo haber visto nunca un hombre tan aterrorizado.

Alexis.- ¿Entonces es una mujer peligrosa esa Vera Saburoff?

General.- La más peligrosa de Europa.

Alexis.- ¿La vio usted alguna vez, General?

General.- Si. Hace cinco años, cuando yo era un simple Coronel, en una posada; ella era una vulgar camarera. Si entonces hubiera sabido en qué habria de convertirse, la hubiera azotado hasta la muerte en el camino. No es una mujer: es una especie de demooio. Durante los ú1timos dieciocho meses la he estado persiguiendo, y logré verla una vez, en septiembre, en las afueras de Odesa.

Alexis.- ¿Cómo la dejó escapar, General?

General.- Iba solo, y mató de un tiro a uno de mis caballos cuando estaba a punto de alcanzarla. Si la vuelvo a ver otra vez, no perderé la oportunidad. El Emperador ha prometido veinte mil rubIos por su cabeza.

Alexis.- Espero que lo logre, General. Pero mientras tanto usted está aterrorizando a esta pobre gente y estropeando la tragedia. Buenas noches, General.

General.- Si, pero me gustaria verles las caras, Alteza.

Alexis.- No, General; no debe usted pedir eso. Usted sabe cómo son estos gitanos. No les gusta que los miren.

General.- Si. Pero, Alteza ...

Alexis (altivamente).- General, son amigos mios, y eso basta. ¡Buenas noches! Y, General, ni una palabra de mi pequeña aventura aqui.

General.- No lo olvidaré, Principe. ¿Pero no desea que lo acompañemos al Palacio? El Baile del Estado está casi terminando y lo esperan a usted.

Alexis.- Alli estaré, pero volveré solo. Recuerde: ni una palabra sobre mis actores ambulantes.

General.- ¿O de vuestra hermosa gitana, eh, Principe? ¡Vuestra hermosa gitana! La verdad, me hubiera gustado verla antes de irme: tiene unos ojos muy hermosos; por lo que se ve a través de la máscara. Bueno, buenas noches, Alteza; buenas noches.

Alexis.- Buenas noches, General.

Salen el General y los soldados.

Vera (arrancándose la máscara).- ¡Salvados! ¡Y por ti!

Alexis (tomando su mano).- ¿Confiáis ahora en mi, hermanos?


TELÓN

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