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Y era lo cierto que en el alma cerrada de Gertrudis se estaba desencadenando una brava galerna. Su cabeza reñía con su corazón, y ambos, corazón y cabeza, reñían en ella con algo más ahincado, más entrañado, más íntimo, con algo que era como el tuétano de los huesos de su espíritu.

A solas, cuando Ramiro estaba ausente del hogar, cogía al hijo de éste y de Rosa, a Ramirín, al que llamaba su hijo, y se lo apretaba al seno virgen, palpitante de congoja y henchido de zozobra. Y otras veces se quedaba contemplando el retrato de la que fue, de la que era todavía su hermana y como interrogándole si había querido, de veras, que ella, que Gertrudis, le sucediese en Ramiro. Sí, me dijo que yo habría de llegar a ser la mujer de su hombre, su otra mujer -se decía-, pero no pudo querer eso, no, no pudo quererlo ..., yo en su caso, al menos, no lo habría querido, no podría haberlo querido ..., ¿de otra? ¡no, de otra no! Ni después de mi muerte ..., ni de mi hermana ..., ¡de otra no! No se puede ser más que de una ... No, no pudo querer eso; no pudo querer que entre él, entre su hombre, entre el padre de sus hijos y yo se interpusiese su sombra ..., no pudo querer eso. Porque cuando él estuviese a mi lado, arrimado a mí, carne a carne, ¿quién me dice que no estuviese pensando en ella? Yo no sería sino el recuerdo ..., ¡algo peor que el recuerdo de la otra! No, lo que me pidió es que impida que sus hijos tengan madrastra. ¡Y lo impediré! Y casándome con Ramiro, entregándole mi cuerpo, y no sólo mi alma, no lo impediría ... Porque entonces sí que sería madrastra. Y más si llegaba a darme hijos de mi carne y de mi sangre ... Y esto de los hijos de la carne hacía palpitar de sagrado terror el tuétano de los huesos del alma de Gertrudis, que era toda maternidad, pero maternidad de espíritu.

Y encerrábase en su cuarto, en su recatada alcoba, a llorar al pie de una imagen de la Santísima Virgen Madre, a llorar mientras susurraba: El fruto de tu vientre ...

Una vez que tenía apretado a su seno a Ramirín, éste le dijo:

-¿Por qué lloras, mamita? -pues habíale enseñado a llamarla así.

-Si no lloro ...

-Sí, lloras ...

-¿Pero es que me ves llorar...?

-No, pero te siento que lloras ... Estás llorando ...

-Es que me acuerdo de tu madre ...

-¿Pues no dices que lo eres tú...?

-Sí, pero de la otra, de mamá Rosa.

-Ah, sí, la que se murió ..., la de papá ...

-¡Sí, la de papá!

-¿Y por qué papá nos dice que no te llamemos mamá, sino tía, tiíta Tula, y tú nos dices que te llamemos mamá y no tía, no tiíta Tula...?

-¿Pero es que papá os dice eso?

-Sí, nos ha dicho que todavía no eres nuestra mamá, que todavía no eres más que nuestra tía ...

-¿Todavía?

-Sí, nos ha dicho que todavía no eres nuestra mamá, pero que lo serás ... Sí, que vas a ser nuestra mamá cuando pasen unos meses ...

-Entonces sería vuestra madrastra -pensó Gertrudis, pero no se atrevió a desnudar este pensamiento pecaminoso ante el niño.

-Bueno, mira, no hagas caso de esas cosas, hijo mío ...

Y cuando luego llegó Ramiro, el padre, le llamó aparte y severamente le dijo:

-No andes diciéndole al niño esas cosas. No le digas que yo no soy todavía más que su tía, la tía Tula, y que seré su mamá. Eso es corromperle, eso es abrirle los ojos sobre cosas que no debe ver. Y si lo haces por influir con él sobre mí, si lo haces por moverme ...

-Me dijiste que te tomabas un plazo ...

-Bueno, si lo haces por eso piensa en el papel que haces hacer a tu hijo, un papel de ...

-¡Bueno, calla!

-Las palabras no me asustan, pero lo callaré. Y tú piensa en Rosa, recuerda a Rosa, ¡tu primer ... amor!

-¡Tula!

-Basta. Y no busques madrastra para tus hijos, que tienen madre.

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