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PARTE SEGUNDA
DE
LAS TROYANAS



TALTIBIO.- Si Apolo no trastornase tu juicio, no amenazarías impunemente a mis capitanes con tus fatídicos augurios. Los ilustres, y los que llama el vulgo sabios, en nada aventajan a los más humildes, si observamos que aquel gran rey de todos los panhelenos, el hijo amado de Atreo, sólo se enamora de esta ménade, cuya mano rechazaría yo, a pesar de mi pobreza. El aire (pues tu razón está sana) se llevará tus maldiciones contra los argivos y tus alabanzas a los frigios. Mas sígueme ahora a las naves, bella esposa de mi jefe. Tú Hécuba, harás lo mismo cuando lo mande el hijo de Laertes; serás esclava de una mujer casta, según dicen los que han venido a Ilión.

CASANDRA.- Cruel es sin duda, el siervo; ¿qué quiere decir, heraldos? Aborrecidos son de todos estos mensajeros de reyes y ciudades. ¿Aseguras tú que mi madre irá al palacio de Odisea? ¿Y los oráculos de Apolo, según los cuales ha de morir aquí? Ya no te insultaré más. ¡Infeliz Odisea! Ignora los males que ha de sufrir, tan codiciados como el oro serán después por él los míos y los de los frigios. Diez años de penalidades le restan, además de las que aquí ha experimentado, y volverá solo a su patria; errante atravesará los escollos del angosto estrecho, en donde habita la cruel Carybdis, y verá al Cíclope, que mora en los montes y se alimenta de carne humana, y a la Ligústica Circe, que transforma a los hombres en cerdos, y naufragará en el mar salado, y le aguardan el apetecido loto y los bueyes sagrados de Helios, cuya carne dará voces amargas para Odisea. En una palabra: irá en vida al reino de Hades, y después de escapar de los peligros de la mar, sufrirá en su palacio innumerables desdichas. Pero, ¿a qué referir los trabajos de Odisea? Anda, llévame a celebrar mi himeneo en el Hades. Como eres malvado, ¡oh general de los dánaos!, te sepultarán de noche, no de día, aunque, a tu juicio, te sonría la más envidiable suerte. Y mi desnudo cadáver, el de la sacerdotisa de Apolo, será arrojado también a los valles que riega el agua del torrente, cerca del sepulcro de mi esposo, para servir de pasto a las fieras. Adiós, coronas del dios más querido, fatídicas galas; adiós, fiestas que antes me deleitaban. Lejos de mí, arrancadas con violencia, que, puro todavía mi cuerpo, las entrego, ¡oh rey profeta!, a los alados vientos, para que te las lleven. ¿En dónde está la nave del general? ¿Adónde he de subir? Ahora no esperarás con impaciencia viento favorable que hinche tus velas, porque, al arrebatarme de esta tierra, te acompañará una de las tres Erinnias. Adiós, madre mía, no llores; ¡oh cara patria, y vosotros, hermanos, que guarda la tierra, hijos todos de un mismo padre!, pronto me veréis llegar vencedora a la mansión de los muertos, después de devastar el palacio de los Atridas, autores de nuestra ruina. (Retírase con Taltibio).

EL CORO.- Vosotras, las que cuidáis de la mísera anciana Hécuba, ¿no la habéis visto caer en tierra sin habla? ¿No la sostenéis? ¿Consentiréis que así padezca esa anciana, ¡oh mujeres negligentes!? Levantadla de nuevo.

HÉCUBA (postrada en tierra).- ¡Dejadme en tierra, ¡Oh doncellas!, que no me placen vuestros cuidados! En tierra debo yacer, víctima ahora de estos males, y antes y después, ¡Oh dioses!, bien sé que no me favorecéis, pero debemos, no obstante, invocaros cuando la adversidad se enseña en alguno de los nuestros. Agrádame recordar los bienes de que he disfrutado, y así será mayor la lástima que exciten mis males presentes. Fui reina y me casé en real palacio, y en él di a luz nobilísimos hijos, no sólo por su número, sino porque fueron los más esclarecidos de los frigios. Ninguna otra mujer troyana, helena ni bárbara, podrá vanagloriarse nunca de haberlos procreado iguales. Y sucumbieron al empuje de la lanza aquea, y yo los vi muertos y corté estos cabellos que miráis para depositarlos en sus tumbas; lloré también a su padre Príamo, no porque otros me contasen su muerte, sino presenciándola con estos ojos, cuando fue asesinado junto al ara de Zeus Herceo, mientras se apoderaban sus enemigos de la ciudad. Las vírgenes, destinadas a ser la más preciosa joya de sus esposos, educadas fueron para deleite de mis enemigos, y las arrancaron de mis brazos, y no abrigo la más remota esperanza de que vuelvan a verme, ni yo tampoco a ellas. Y el último, mi mal más grave, es que yo vaya ahora a la Hélade, esclava y anciana, y que en mi vejez sufra intolerables trabajos, ya guardando las puertas y las llaves, cuando soy madre de Héctor, ya amasando el pan y reclinando en el duro suelo mi arrugado cuerpo, después de haber descansado en regio lecho, y cubriéndolo de viles andrajos, que deshonran y envilecen a los que antes fueron felices. ¡Oh desventurada de mí! Por sólo una mujer, ¡cuántos males he sufrido y sufro! ¡Oh hija de Casandra, bacante que habla con los dioses! ¡Qué desdicha incomparable acaba al fin con tu castidad! Y tú mísera Polixena, ¿en dónde estás? ¡Ninguna de mis hijas ni de mis hijos, siendo tantos, me socorre en mi aflicción! ¿A qué, pues, me levantáis? ¿Cuál será mi esperanza? Guiad mis pies, delicados ha poco en Troya y ahora esclavos a mi vil lecho, y llevadme a un precipicio para lanzarme en él y morir allí consumida por las lágrimas. No creáis nunca que los opulentos son dichosos hasta no llegar su última hora.

ESTROFA.- Entona, ¡oh musa!, canto fúnebre y nuevos versos acompañados de lágrimas, deplorando la suerte de Ilión, porque ahora comenzaré en su alabanza con voz clara triste canción, y lloraré su ruina y mi funesta suerte, cautiva en la guerra, merced al caballo de madera que abandonaron los aqueos a las puertas con sus dorados arreos, llenas sus entrañas de armas. Y el pueblo exclamó desde la roca Troade: Andad, que libres ya de trabajos podéis traer a Ilión esta imagen sagrada de la virgen hija de Zeus. ¿Qué doncella no fue? ¿Qué anciano no abandonó su hogar? Animados con alegres cánticos, se precipitaron ciegos en el abismo que había de perderlos.

ANTISTROFA.- Todos los frigios acorren a las puertas ansiosos de llevar al templo de la diosa, la dolorosa ofrenda labrada por los argivos en silvestre abeto, instrumento de muerte para Dardania, presente grato a la virgen inmortal que desconoce el himeneo; ciñéronlo con lazos de retorcido lino, como si fuese el negro casco de una nave, y arrastrándolo se encaminaron a la suntuosa morada de Palas, funesta enemiga de mi patria. Apenas había terminado esta fiesta nos envolvieron las tinieblas de la noche, y en toda ella no dejaron de oírse la flauta líbica y los alegres cánticos de las vírgenes frigias al compás de sus danzas ruidosas, mientras en las casas daba negro resplandor a los que dormían, la luz de las antorchas.

EPODO.- Yo entonces, formando coros celebraba en mi albergue a la virgen que habita los montes, a la hija de Zeus. Voz funesta se oyó a la sazón en la ciudad, morada de los hijos de Pérgamo, y los tiernos niños, agarrándose de los vestidos de sus madres, extendían aterrados sus brazos, y Ares salió de su emboscada por obra de la virgen Palas. Alrededor de los altares morían los frigios, y en los aposentos destinados al sueño, y en el silencio de la noche, nos arrebataban nuestros esposos y nos vencía la Hélade, madre de jóvenes guerreros, y llenaba de perpetuo luto a la patria de los frigios.

¿Ves, Hécuba, a Andrómaca en peregrino carro? Contra tu pecho palpitante estrecha al caro Astiamax, tierno hijo de Héctor.

HÉCUBA.- ¿Adónde te llevan asi, ¡oh mujer desdichada!, confundida con las armas de bronce de Héctor y con los despojos de los troyanos, ganados en la guerra, que servirán al hijo de Aquiles para coronar los templos ftióticos?

ANDRÓMACA.- Llévanme mis señores los aqueos.

HÉCUBA.- ¡Ay de mí!

ANDRÓMACA.- ¿A qué gimes, cuando yo debo entonar fúnebre canto?

HÉCUBA.- ¡Ay, ay de mi!

ANDRÓMACA.- Por estos dolores ...

HÉCUBA.- ¡Oh Zeus!

ANDRÓMACA.- Y por esta calamidad.

HÉCUBA.- ¡Hijos míos!

ANDRÓMACA.- En otro tiempo lo fuimos.

HÉCUBA.- Adiós dicha, adiós Troya.

ANDRÓMACA.- ¡Infeliz!

HÉCUBA.- Adiós, nobles hijos.

ANDRÓMACA.- ¡Ay, ay de mí!

HÉCUBA.- ¡Ay también de mí! ¡Cuán deplorables son mis ...!

ANDRÓMACA.- Males.

HÉCUBA.- Calamidad funesta.

ANDRÓMACA.- De la ciudad ...

HÉCUBA.- Que humea.

ANDRÓMACA.- ¡Vuelve a mis brazos, oh esposo!

HÉCUBA.- ¿Llamas a mi hijo, que está debajo de la tierra, ¡oh desventurada!?

ANDRÓMACA.- ¡Escudo de tu esposa!

HÉCUBA.- Mas tú, azote en otro tiempo de los aqueos, tú, que eres mi primogénito, llévame al Hades y descansaré al lado de Príamo.

ANDRÓMACA.- ¡Tal es nuestro anhelo! ¡Tan sensible su falta! Tantos los dolores incesantes que sufrimos, asolada nuestra patria, desde que los dioses nos fueron adversos, y se libró tu hijo de la muerte, el que arruinó los alcázares de Troya con su odioso himeneo. Cadáveres ensangrentados yacen junto al templo de Palas, para servir de pasto a los buitres, y Troya sufre el yugo de la esclavitud.

HÉCUBA.- ¡Oh patria desdichada! Te deploro al dejarte (ya ves mi triste fin), al abandonar mi palacio, en donde nacieron mis hijos, ¡Oh prendas amadas!, vuestra madre, sin hogar, se separa de vosotros. ¡Cómo las lamentaciones, cómo las lágrimas suceden a las lágrimas en nuestra familia! Pero el que muere, ni llora ni siente los dolores.

EL CORO.- ¡Qué gratos son a los afligidos los sollozos y el lúgubre luto, y los cantos que expresan su pena!

ANDRÓMACA.- ¡Oh madre de Héctor, guerrero que en otro tiempo mató con su lanza a muchos argivos! ¿Tú contemplas esto?

HÉCUBA.- Veo que los dioses ensalzan lo que nada vale, y humillan lo que parece de más precio.

ANDRÓMACA.- Me llevan con mi hijo, como parte del botín, y mi libertad se trueca en servidumbre, víctima de horribles mudanzas.

HÉCUBA.- Inevitable es la necesidad; ahora poco me arrancaron por fuerza a Casandra.

ANDRÓMACA.- ¡Ay, ay de mí! Algún otro Áyax, según parece, tropezó con tu hija, pero varios son los males que te afligen.

HÉCUBA.- Y para mí no tienen término ni medida; espantosa es mi lucha.

ANDRÓMACA.- Pereció tu hija Polixena, sacrificada en el túmulo de Aquiles, ofrenda hecha a exánime cadáver.

HÉCUBA.- ¡Ay de mi, desventurada! Este es el enigma a que aludió hace poco Taltibio, oscuro entonces y ahora claro.

ANDRÓMACA.- Yo misma la vi, y descendi de este carro, la cubrí con su peplo, y lloré sobre su cadáver.

HÉCUBA.- ¡Ay, ay hija mía, impio sacrificio! ¡Ay, ay de mí otra vez; triste ha sido tu muerte!

ANDRÓMACA.- Murió, como sabemos, pero más feliz en su suerte que la mía, aunque yo viva.

HÉCUBA.- No es lo mismo, ¡oh hija!, vivir que morir; la muerte es la nada, y a la vida queda la esperanza.

ANDRÓMACA.- ¡Oh madre! ¡Oh tú, que siempre lo fuiste mia! Óyeme atenta, y que mis consoladoras palabras mitiguen tu amargura. Yo aseguro que el que no nace es igual al que se muere; pero más vale morir que vivir con trabajos, que asi no se sienten los males. El mortal feliz que experimenta una calamidad languidece de tristeza recordando su anterior dicha; pero Polixena ha muerto como si no hubiese visto la luz; casi no tuvo tiempo para llorar sus infortunios; pero yo, que llegué a la cumbre de la felicidad y alcancé no escasa gloria, caigo despeñada por la fortuna. Yo, en el palacio de Héctor, cumplía las santas obligaciones propias de mi estado. En primer lugar, como mancilla la buena fama de las mujeres no estar en su casa, ya falten, ya no, renuncié a salir, y vivía encerrada en ella, no me agradaba el trato de amigas elegantes; mi única maestra era mi conciencia, naturalmente pura, y en verdad bastábame con ella; callábame delante de mi esposo y siempre le sonreía; sólo en ocasiones sostuve mi parecer, cediendo otras. Perdióme mi reputación de honesta esposa, que llegó hasta el ejército aqueo, porque después de cautivarme ha querido casarse conmigo el hijo de Aquiles, y serviré en el palacio de los que mataron a mi marido. Y si me olvido de mi amado Héctor y abro mi corazón a mi nuevo esposo, creerán que le falto; si, al contrario, le aborrezco, me odiarán mis dueños. Verdad es que, según dicen, basta una sola noche para que la mujer deponga su odio en el lecho conyugal; mas yo detesto a la que pierde a su primer amante y ama pronto a otro. Ni aun la yegua que se separa de su compañera, con la cual fue alimentada, lleva sin trabajo el yugo, aunque sea bestia y muda y carezca de razón y en sus afectos no pueda compararse con el hombre. Esposo sin igual fuiste para mí, ¡oh Héctor querido!, por tu prudencia, por tu linaje, por tus riquezas y por tu valor, y al recibirme pura del palacio de mi padre, fuiste también el primero que te acercaste a mi tálamo virginal. Y tú pereciste, y yo navego esclava a sufrir en la Hélade dura servidumbre. La muerte de Polixena, que tú deploras, ¿no es acaso un mal inferior a los míos? Ni aun esperanza me queda, último bien de los mortales, ni me engaño a mí misma hasta pensar que gozaré algún día de mejor fortuna, cuando sólo el creerlo sería grato.

EL CORO.- Tu calamidad es igual a la mía; al llorar tu suerte me recuerdas mis penas.

HÉCUBA.- Jamás entré nave alguna, y sólo las conozco por haberlas visto pintadas, y por lo que de ellas me han contado. Pero si los marineros sufren la tempestad que no se desencadena en toda su furia, y por salvarse trabajan contentos, y el uno atiende al timón, el otro a las velas y el otro desagua la sentina del buque, y cuando la mar se revuelve con violencia se resignan y se abandonan a merced de las olas, así yo también, presa de tantos males, estoy muda, y me someto a mi desgracia, y renuncio a las lamentaciones, cediendo a la mísera borrasca que han enviado los dioses. No te cuides, ¡oh hija!, de la muerte de Héctor, que no le devolverán la vida tus lágrimas; respeta ahora a tu señor, y sedúcelo con los dulces atractivos de tu cariñoso trato. Y si lo hicieres, llenarás de alegría a tus amigos, y podrás educar a este hijo del que lo fue mío, última esperanza de Ilión, para que tus descendientes reedifíquenla y vuelva a existir nuestra ciudad. Pero mientras nos desahogamos en no interrumpidos coloquios, ¿qué heraldo aqueo se acerca, mensajero de nuevas órdenes?

TALTIBIO.- Tú que fuiste en otro tiempo esposa de Héctor, el más esforzado de los frigios, no me aborrezcas, que contra mi voluntad vengo a anunciarte los públicos decretos de los dánaos Pelópidas.

ANDRÓMACA.- ¿Qué sucede? Tus palabras me anuncian nuevos males.

TALTIBIO.- Han decretado que este niño ... ¿Cómo lo diré?

ANDRÓMACA.- ¿Que no sea el mismo su dueño y el mío?

TALTIBIO.- No será esclavo de ningún aqueo.

ANDRÓMACA.- ¿Dejan aquí al único frigio que sobrevive?

TALTIBIO.- No sé cómo dulcificar la pena que voy a causarte.

ANDRÓMACA.- Alabo tu temor, a no ser que me participes faustas nuevas.

TALTIBIO.- Matarán a tu hijo; tal es la terrible desdicha que te amenaza.

ANDRÓMACA.- ¡Ay de mí! ¡Cuánto peor es esto que un nuevo himeneo!

TALTIBIO.- El parecer de Odiseo triunfó en la asamblea de los panhelenos ...

ANDRÓMACA.- ¡Ay, ay de mí otra vez! ¡No es igual nuestro infortunio!

TALTIBIO.- Sosteniendo que no debía vivir el hijo de tan esforzado guerrero.

ANDRÓMACA.- Ojalá que así triunfe cuando se trate de los suyos.

TALTIBIO.- Será precipitado desde las torres de Troya. Así se hará, y tú parecerás más prudente si no lo retienes obstinada y sufres con fortaleza tu desdicha, no creas que, siendo impotente para oponerte a sus órdenes, conseguirás nada; nadie te socorrerá. Recuerda que pereció tu ciudad y tu esposo, que tú eres esclava y nosotros bastante fuertes para dominar a una sola mujer; no te resistas ni cometas torpezas, que te harán odiosa, ni maldigas tampoco a los aqueos. Porque si tus palabras excitan el furor del ejército, ni este niño será sepultado, ni podrás llorarlo; pero si callas te resignas, no quedará insepulto su cadáver y los aqueos serán contigo más complacientes.

ANDRÓMACA.- ¡Oh hijo de mis entrañas, oh hijo muy querido, morirás por mano de tus enemigos, abandonando a tu mísera madre! La nobleza de tu padre, fuente de salvación para otros, es causa de tu muerte, y su valor te es funesto. ¡Oh lecho mío infeliz, oh himeneo que me trajiste en otro tiempo al palacio de Héctor, no para dar la vida a una víctima de los dánaos, sino un soberano a la fértil Asia! ¡Oh hijo! ¿Lloras? ¿Presientes acaso tu desdicha? ¿Por qué te agarras de mí y estrechas mi vestido, tierno hijuelo, que te cobijas bajo mis alas? ¿No vendrá Héctor a salvarte, empuñando su famosa lanza y pasando de la luz a las tinieblas? ¿No los parientes de tu padre, no el poder frigio? ¿Exhalarás el alma, cayendo sín conmiseración desde las alturas, precipitado en letal salto? ¡Oh dulce hálito! ¡En vano, pues, envuelto en estos pañales te alimentó mi pecho; en vano sufrí por tu causa y me acabaron los trabajos maternales! ¡Ahora (nunca más será) abraza a tu madre, acércate a la que te dio a luz, échame tus bracitos al cuello, dame un beso! ¡Oh helenos, autores de bárbaros males! ¿Por qué matáis a este niño inocente? ¡Oh hija de Tíndaro! No era tu padre Zeus: muchos fueron en verdad: algún mal Genio, después la Envidia, el Asesinato y la Muerte y todos los males que produce la tierra. ¡Nunca diré que te engendró Zeus para perder a tantos bárbaros y helenos! ¡Que tú mueras, que tus bellísimos ojos devastaron torpemente los ínclitos campos de los frigios! Ea, pues, lleváoslo; precipitadlo, si queréis; devorad sus carnes; mátannos los dioses, y no podremos librar a mi hijo de la muerte. Ocultad mi cuerpo miserable y llevadme a la nave: ¡feliz himeneo el mío, perdiendo antes a mi hijo!

EL CORO.- ¡Mísera Troya; por una mujer, por odiosas nupcias, murieron innumerables guerreros!

TALTIBIO.- Anda, niño, deja ya los dulces brazos de tu desventurada madre, y sube a las altas almenas de las torres de tu padre, en donde rendirás el alma como han ordenado los vencedores. Lleváoslo, pues. Para anunciar tales desdichas seria preciso no tener entrañas y ser más imprudente de lo que yo soy.

HÉCUBA.- ¡Oh hijo, oh hijo de mi hijo desdichado! Inicuamente nos arrancan tu vida a mí y a tu madre. ¿Qué haré? ¿Qué haré yo por ti, ¡oh desventurado!? ¡Sólo estas heridas en nuestra cabeza y estos golpes en nuestro pecho! ¡Sólo podemos esto! ¡Ay de mí, ay de mi ciudad! ¡Ay de mí por tu causa! ¿Qué mal no sufrimos, cuál nos falta, para que acaben de una vez conmigo? (Retirase Taltibio, Andrómaca y Astianax).

ESTROFA 1a.- ¡Oh Telamón, rey de Salamina, abundante en abejas y cercada del mar, próxima a la santa colina en donde enseñó Atenea el primer ramo de verde oliva, celestial corona, gloria de la espléndida Atenas: tú viniste antes de la Hélade con el hijo de Alcmena, armado del arco, guerrero esforzadlsimo, a derribar a Ilión, nuestra ciudad.

ANTISTROFA 1a.- En cuyo tiempo capitaneó la flor de la Hélade, enfurecido por la negativa de Laomedonte de entregarle los caballos, e Ilión contempló sus naves, que cortaban las ondas, junto al Simois, de caudalosa corriente, y sujetó con los cables sus popas, y de ellas sacó las flechas que tiraba su certera mano y que dieron a Laomedonte la muerte, y demolió con la encendida tea las murallas construidas por arte de Apolo, y devastó el campo teucro. Ensangrentada lanza destruyó a Ilión dos veces en dos asaltos distintos.

ESTROFA 2a.- En vano, pues, recostado con molicie entre doradas copas, ¡oh hijo de Laomedonte!, llenas los vasos en que bebe Zeus, honroslsimo cargo; el fuego devora a la tierra que te crió. Las riberas del mar resuenan, y como el ave que clama por sus hijuelos, así lloran unas a sus esposos, otras a sus hijos, otras a sus madres ancianas. Ya no existen tus deleitosos baños, ya no existen tus gimnasios, y tú, junto al trono de Zeus, ostentas tranquilo tu semblante gracioso y juvenil, y la lanza helénica ha devastado la tierra de Priamo.

ANTISTROFA 2a.- Eros, Eros que viniste en otro tiempo al palacio de dárdano por orden de los dioses. ¡Cuán soberbiamente ensalzaste entonces a Troya! ¡Qué estrechos lazos contrajo con los dioses! No lo diré para afrenta de Zeus; pero la luz de Eos, de blancas alas, grata a los mortales, alumbra a esta región mortifera y contempla impasible la ruina de Pérgamo, aunque de aquí fuese oriundo el esposo que en su tálamo la hizo madre de sus hijos, y fue transportado entre los astros por la cuadriga dorada, consoladora esperanza de su patria, pero los amores de los dioses de nada han servido a Troya.

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