Índice de Las Troyanas de EurípidesPersonajes de la tragediaSegunda parteBiblioteca Virtual Antorcha

PARTE PRIMERA
DE
LAS TROYANAS



Se ve en el teatro una vasta tienda de las que forman el campamento griego, y en el fondo la ciudad de Ilión y su ciudadela. Cerca de la tienda yace Hécuba, y dentro las cautivas troyanas


POSEIDÓN.- Yo, Poseidón, vengo del salado abismo del mar Egeo, en donde las Nereidas danzan en coros con sus pies bellos. Desde que Febo y yo edificamos las altas torres de piedra de este campo troyano, he favorecido siempre a la ciudad de los frigios, que ahora humea, destruida por el ejército argivo. Porque Epeo, el focense del Parnaso, fabricando por arte de Palas un caballo preñado en armas, introdujo en las torres esta carga funesta, que en adelante será llamada por los hombres el corcel bélico, por contener en su vientre ocultas lanzas. Desiertos los bosques sagrados, los templos de los dioses destilan sangre, y Príamo moribundo cayó al pie del altar de Zeus Herceo. Mucho oro y muchos despojos frigios han llevado los aqueos a sus naves; ahora esperan que sople un viento favorable que, hinchando sus velas, les proporcione el placer de abrazar a sus esposas e hijos, ya que al cabo de diez años se han apoderado de esta ciudad. Y yo, vencido por Hera, diosa argiva, y por Atenea, que juntas derribaron a los frigios, abandono la ínclita Ilión y mis altares, que si reina en ella triste soledad, sufre detrimento el culto de los dioses y no suelen ser adorados como antes. Muchos alaridos de esclavas resuenan en las orillas del Escamandro, mientras sus dueños las sortean, y unas tocan al pueblo arcadio, otras al tesalio, y otras a los hijos de Teseo, jefes de los atenienses. Todas las troyanas no sujetas a la suerte y reservadas a los principales del ejército, están aquí, y Helena con ellas, la lacedemonia, hija de Tíndaro, cautiva también, según las leyes de la guerra. Quien quiera puede contemplar a la mísera Hécuba, que yace en tierra delante de las tiendas, derramando abundantes lágrimas por la pérdida de tantas prendas amadas. Su hija Polixena ha sidú sacrificada, sin saberlo ella, sobre el túmulo de Aquiles, y también perecieron Príamo y sus hijos, mientras que el rey Apolo inspiraba el delirio en la virgen Casandra, impía y rebelde a las órdenes del dios, convertida hoy a la fuerza en esposa adulterina de Agamemnón. Adiós, pues, ciudad feliz en otro tiempo y brillantes torres; si no te hubiese arruinado Palas, la hija de Zeus, aún subsistirías sobre tus cimientos.

ATENEA.- ¿Puedo hablar a un pariente de mi padre, gran dios, y entre los dioses venerado, depuesta nuestra antigua enemistad?

POSEIDÓN.- Habla, que si los parientes se conciertan, ¡oh reina Artemisa!, pueden conciliar los ánimos discordes.

ATENEA.- Alabo tu afable respuesta; vengo a hablarte de un asunto, ¡oh rey!, que a ambos interesa.

POSEIDÓN.- ¿Acaso anunciarme nuevos mandatos de algún dios? ¿Quizá del mismo Zeus, o de algún otro?

ATENEA.- No, tráeme a tu presencia Troya, y recurro a tu poder para que me ayudes.

POSEIDÓN.- ¿Acaso no la odias ya, y te has compadecido de ella al verla devorada por las llamas?

ATENEA.- Contesta a mi primera pregunta: ¿me comunicarás tus proyectos, y querrás asociarte a los míos?

POSEIDÓN.- Sí, pero deseo conocer tu voluntad, y si has venido por favorecer a los aqueos o a los frigios.

ATENEA.- Anhelo ahora llenar de júbilo a los troyanos, mis anteriores enemigos, y que sea infortunada la vuelta del ejército aqueo.

POSEIDÓN.- ¿Cómo cambias así de parecer, y odias y amas con pasión, dejándote llevar del viento y de la fortuna?

ATENEA.- ¿No tienes noticia del insulto que han hecho a mi divinidad y a mi templo?

POSEIDÓN.- Sí, cuando Áyax arrastraba por fuerza a Casandra.

ATENEA.- Y sin embargo, nada sufrió ni aun oyó nada de los aqueos.

POSEIDÓN.- Y con tu auxilio arrasaron a Ilión.

ATENEA.- Por eso quiero afligirlos.

POSEIDÓN.- Dispuesto estoy a complacerte. Pero, ¿cuál es tu propósito?

ATENEA.- Deseo que sea infortunada su vuelta.

POSEIDÓN.- ¿Que sufran desdichas mientras permanecen en tierra, o cuando entren en el salado mar?

ATENEA.- Cuando naveguen hacia su patria desde Ilión, Zeus les enviará lluvia y fuerte granizo; el aire acumulará negras nubes, y hasta ha prometido darme su fulmínico fuego para desbandarlos e incendiar sus naves. Haz tú lo que puedas; que graves borrascas retiemblen en el Egeo, y que revuelvan sus ondas saladas, y se llene de cadáveres el estrecho puerto de la Eubea. Así respetarán los aqueos mis templos y venerarán a los demás dioses.

POSEIDÓN.- No hablemos ya más, que no es necesario. Haré lo que anhelas, y removeré el mar Egeo; las riberas de Mycon, las rocas de Delos, Esciros, Lemnos y el promontorio Cafareo se llenarán de cadáveres. Pero vete al Olimpo, recibe de manos de tu padre los fulmíneos dardos, y deja que la armada argiva desate sus cables. Necio es cualquier mortal que conquista una ciudad y abandona sus templos y sepulcros, sagrado asilo de los muertos. Inevitable es su ruina.

HÉCUBA (que se incorpora).- Alza del suelo tu cabeza, ¡oh desventurada!, levanta tu cuello; ya no existe Troya y nosotros no reinamos en ella. Sufre este nuevo golpe de la fortuna; navega siguiendo su corriente, navega por donde te lleve la suerte, y no vuelvas contra sus olas la proa de la vida, que te arrastra deidad caprichosa.

¡Ay, ay de mí! ¡Ay, ay de mí! ¿Cómo no he de llorar, sin patria, sin hijos y sin esposo? ¡Oh fastuosa pompa de mis mayores! ¡Cómo has venido a tierra! ¡Nada eras!

¡Tantas deberían ser mis quejas, tantos mis lamentos, que no sé por dónde empezar! ¡Desdichada de mí! ¡Tristemente reclino mis miembros, presa de insoportables dolores, yaciendo en duro lecho!

¡Ay de mi cabeza! ¡Ay de mis sienes y de mi pecho! ¡Cuánta es mi inquietud! ¡Cuánto mi deseo de revolverme en todos sentidos, para dar descanso a mi cuerpo y abandonarme a perpetuos y lúgubres sollozos! ¡También los desdichados entonan su canto y dan al viento tristes ayes!

ESTROFA 1a.- ¡Proas ligeras de las naves, que arribasteis con vuestros remos a la sagrada Ilión, atravesando el mar purpúreo y los abrigados puestos de la Hélade al son de las flautas y de odiosos cantos, y os sujetaron, ¡ay de mí!, en la ensenada de Troya con cables torcidos por arte egipcio para rescatar la aborrecida esposa de Menelao, deshonra de Cástor y afrenta del Eurotas, por cuya causa fue degollado Príamo, padre de cincuenta hijos, y cayó sobre mí, sobre la desdichada Hécuba, esta calamidad!

ANTISTROFA 1a.- ¡Ay de mí! ¡Funesto destino, que me obligas a habitar ahora en las tiendas de Agamemnón! ¡Llevadme, vieja esclava, de mi palacio, y lúgubre rasura me ha despojado de mis cabellos! Míseras compañeras de los guerreros troyanos, míseras vírgenes y desventuradas esposas, ¡lamentémonos, que humea Ilión! Como madre alada levanta el grito por sus hijuelos cubiertos ya de pluma, así yo comenzaré mi canto, no como en otro tiempo, apoyada en el cetro de Príamo cuando celebraba a los dioses, resonando como pocos al compás frigio mis pies ligeros.

PRIMER SEMICORO (que sale de la tienda).

ESTROFA 2a.- Hécuba, ¿a qué esos clamores?, ¿a qué esos gritos?, ¿qué pretendes? Oí en las tiendas tus lamentos y el miedo se apoderó de las troyanas, que lloran en ellas su esclavitud.

HÉCUBA.- ¡Oh hijas!, ya se mueven los remos de las naves argivas.

PRIMER SEMICORO.- ¡Ay de mí, desventurada! ¿Qué quieren? ¿Me llevarán, ¡ay mísera!, a las naves, arrancándome de mi patria?

HÉCUBA.- No lo sé, pero mucho me lo temo.

PRIMER SEMICORO.- ¡Ay, ay! ¡Infelices troyanas! Venid y sabréis los trabajos que os aguardan; salid de las tiendas; los argivos se preparan a navegar.

HÉCUBA.- ¡Ay, ay de mí! No llaméis ahora a mi lado a Casandra, ménade furiosa, que la afrentarán los argivos y doblará mi dolor. ¡Ay de ti, mísera Troya! ¡Pereciste con los desdichados que te abandonan, vivos y muertos!

SEGUNDO CORO (saliendo de la tienda).

ANTISTROFA 2a.- ¡Ay de mí! Temblando dejé la tienda de Agamemnón para oír de tus labios, ¡oh reina!, si los argivos me han condenado a muerte o si los marineros se aprestan a agitar en las popas los remos.

HÉCUBA.- ¡Oh hija, respira y reanímate! El terror embarga tus miembros.

SEGUNDO SEMICORO.- ¿Ha venido algún heraldo de los dánaos?, ¿quién será el dueño de esta mísera esclava?

HÉCUBA.- Pronto lo decidirá la suerte.

SEGUNDO SEMICORO.- ¡Ay, ay de mí! ¿Cuál de los argivos o de los ftiotas me llevará lejos de Troya a alguna isla?

HÉCUBA.- ¡Ay, ay de mí! ¿A quién serviré yo, infeliz anciana, en qué país, en qué país, abeja ociosa, mísera imagen de la muerte, trasunto de impalpables males?

¿Guardaré quizá algún vestíbulo, o cuidaré de los niños que me confíen, después de disfrutar en Troya de regios honores?

EL CORO (júntanse los dos semicoros).

ESTROFA 3a.- ¡Ay, ay de mi! ¿Qué lamentaciones bastarán para deplorar tu indigna suerte? No tejeré con la lanzadera telas ideas de varios colores. Por última vez saludo los cuerpos de mis hijos, por última vez; más graves serán mis trabajos, ya en el lecho de los helenos (¡maldita noche!, ¡funesto destino!) o miserable sierva, trayendo agua de las puras ondas de Pirene. ¡Ojalá que vayamos a la región preciara y afortunada de Teseo! Al menos que yo no vea al revuelto Eurotas, mansión odiosa de Helena, en donde serviría a Menelao, el destructor de Troya.

ANTISTROFA 3a.- Sagrada es la tierra que baña el Peneo, asiento bellísimo del Olimpo, abundante en riquezas, según dice la fama, y en sabrosos frutos. ¡Que vaya yo a ella, ya que no sea a la región sagrada y divina de Teseo! Alabáronme las coronas que premian la virtud de los habitantes de la Etnea, amada de Hefestos, enfrente de la Fenicia, y madre de los montes Sículos. Los navegantes celebran también la tierra vecina al mar Jónico, regada por el Crathis, de apuesta y blonda cabellera, que con sus sagradas fuentes le da vida, derramando la dicha en sus márgenes populosas. Pero he aqui un heraldo del ejército dánao que sin duda llega con ligeros pasos a comunicarnos nuevas órdenes. ¿Qué trae? ¿Qué dice? Ya somos esclavos de Dóride.

TALTIBIO.- Te acordarás, ¡oh Hécuba!, de haberme visto en Troya en distintas ocasiones de heraldo del ejército aqueo; yo, Taltibio, a quien tú conoces, ¡oh mujer!, vengo a anunciarte una ley sancionada por todos los helenos.

HÉCUBA.- Esto, esto, ¡oh amigas!, es lo que temía hace tiempo.

TALTIBIO.- Ya habéis sido sorteadas, si tal es la causa de vuestros temores.

HÉCUBA.- ¡Ay, ay de mi! ¿A qué ciudad de Tesalia, de Ftía, o de Beocia, a qué ciudad iré, di?

TALTIBIO.- Cada cual ha tocado a distinto dueño; una sola suerte no ha decidido a la vez de todas.

HÉCUBA.- ¿Y a quién servirá cada una? ¿Cuál de las hijas de Ilión ha sido afortunada?

TALTIBIO.- Lo sé, pero pregúntamelo poco a poco, no todo a un tiempo.

HÉCUBA.- ¿Quién será el dueño de mi hija? Di, ¿quién será el dueño de la mísera Casandra?

TALTIBIO.- La eligió para sí el rey Agamemnón.

HÉCUBA.- Para ser esclava de su lacedemonia esposa. ¡Ay de mí, ay de mí!

TALTIBIO.- No, ocultamente le acompañará en su lecho.

HÉCUBA.- ¿La virgen de Febo, a quien el dios de cabellos de oro concedió el don de vivir sin esposo?

TALTIBIO.- Hirióle Eros y se apasionó de esa fatídica doncella.

HÉCUBA.- Deja las sagradas llaves, hija, y las guirnaldas, también sagradas, que te adornan.

TALTIBIO.- ¿No es acaso honor insigne compartir el lecho del rey?

HÉCUBA.- ¿Y dónde está mi hija, la que me arrancasteis ha poco de los brazos?

TALTIBIO.- ¿Me preguntas por Polixena, o por alguna otra?

HÉCUBA.- ¿De quién será esclava?

TALTIBIO.- La han destinado al servicio del túmulo de Aquiles.

HÉCUBA.- ¡Ay de mi! ¡La que di a luz, destinada a servir a un sepulcro! Pero, ¿qué significa esa ley de los helenos? ¿Qué esa costumbre, ¡oh amigo!?

TALTIBIO.- Alégrate de la dicha de tu hija; su suerte es buena.

HÉCUBA.- ¿Qué has dicho? ¿Ve el sol mi hija?

TALTIBIO.- Esclava es del desuno, que la libra de males.

HÉCUBA.- ¿A quién tocó la mísera Andrómaca, esposa de Héctor, el de la broncinea loriga?

TALTIBIO.- El hijo de Aquiles la eligió también para sí.

HÉCUBA.- Y yo, ¿cuya esclava soy, cuando para sostener mi blanca cabeza necesito de un báculo que me ayude a andar?

TALTIBIO.- Odiseo, rey de Itaca, es tu dueño, y tú serás su esclava.

HÉCUBA.- ¡Ay, ay de mí! Golpea tu cabeza rasurada, desgarra con las uñas tus mejillas. ¡Ay, ay de mi! La suerte me obliga servir a un hombre abominable y pérfido, enemigo de la justicia, que desprecia las leyes, y todo lo trastrueca y resuelve con su engañosa lengua haciéndonos odiar lo que más amábamos. Lloradme, ¡oh troyanas! Yo he muerto, ¡desventurada de mi! ¡Yo he muerto! ¡No puede ser más funesto mi destino!

EL CORO.- Ya sabes, ¡oh mujer venerable!, lo que te aguarda, pero, ¿cuál de los aqueos o de los helenos es mi dueño?

TALTIBIO.- ¡Ea, servidores! Llevaos de aquí cuanto antes a Casandra, para que yo la entregue a nuestro jefe, y las demás a sus distintos dueños. ¡Ah! ¿Qué antorcha arde allá dentro? ¿Incendian las troyanas la tienda, o qué hacen? ¿Quizá por no ir a Argos desde aqui se abrasan voluntariamente, ansiosas de morir? Trabajo nos cuesta, cuando somos libres, sufrir tales desdichas. Abre, abre, no sea que su interesada resolución perjudique a los aqueos y me obliguen a responder de ella.

HÉCUBA.- No es eso; nada incendian; es mi hija Casandra que, arrebatada por su delirio, viene hacia aquí corriendo.

ESTROFA.- Levántala en alto, vuélvela a un lado, trae la luz; mirad, mirad; yo venero con antorchas, yo ilumino este templo. ¡Oh Himeneo, oh rey Himeneo! Feliz esposo y feliz yo, que entre los argivos celebraré nupcias reales. ¡Oh Himeneo, oh rey Himeneo! Ya que tú, ¡oh, madre!, lloras y suspiras por mi difunto padre, por mi patria amada, yo, en mis bodas, enciendo esta antorcha en loor tuyo, para que tú brilles. ¡Oh Himeneo, Himeneo! Derrama tu luz, ¡oh Hécate!, y alumbra las nupcias de las vrrgenes según costumbre.

ANTISTROFA.- Que tu pie hienda el aire, ¡oh tú que vas al frente de los coros! ¡Viva, viva, viva, como en los tiempos en que era feliz mi padre! Sagrado es el carro, guíalo tú, Febo: en tu templo, ceñida de laurel, yo soy sacerdotisa, Himeneo, ¡oh Himeneo! Danza, madre, alza tu pie, danza conmigo a uno y otro lado, que mi amor es grande. Celebrad el himeneo de la esposa con alegres cantares y sonoros vítores. Andad, vírgenes frigias de bellos peplos; cantad al esposo destinado fatalmente a acompañarme en el lecho, después que se celebren nuestras bodas.

EL CORO.- ¿No sujetarás, ¡oh reina!, a esa doncella delirante, no se precipite en su veloz carrera en medio del ejército argivo?

HÉCUBA.- Tú, Hefestos, llevas sin duda la antorcha en las nupcias de los mortales; pero funesta es la llama que agitas ahora y contraria a nuestras pomposas esperanzas. ¡Ay de mí, hija! ¡Cómo había yo de pensar en cierto tiempo que celebraras estas bodas entre soldados enemigos y bajo la lanza argiva! Dame la antorcha, que la tuerces, ¡oh hija!, corriendo delirante a una y otra parte, y todavía no está sano tu juicio. Guardadla (da la antorcha a sus servidores para que la guarden en la tienda), troyanas, y contestad con lágrimas a sus cánticos nupciales.

CASANDRA.- Orna, madre, mi sien victoriosa, y alégrate de mis regias nupcias, y guía mis pasos, y si no te obedezco pronto, arrástrame con violencia, porque si Apolo existe, más funesto que el de Helena será el himeneo que contrae conmigo Agamemnón, ese inclito rey de los aqueos. Yo lo mataré y devastaré su palacio, pagándome lo que me debe por haber dado muerte a mi padre y a mis hermanos. Pero pasemos esto por alto: no hablaré de la segur, que herirá mi cuello y el de otros, ni de las luchas parricidas, que brotarán de mis nupcias, ni de la ruina de la familia de Atreo; sólo me detendré en esta ciudad, más feliz que sus enemigos (que el dios me inspira, y el delirio me dejará libre algunos instantes), los cuales, por la posesión de una mujer, por perseguir a Helena, perdieron a muchos. Su mismo general, tan prudente, sacrifica lo que más ama en aras de los que más detesta, trueca los goces domésticos que le ofrecen sus hijos por una mujer, y los vende a su hermano, y eso que huyó de grado, no robada por fuerza. Y murieron muchos después que llegaron a las orillas del Escamandro, no por defender su país, ni sus elevadas torres; y los que mató Ares, no vieron sus hijos, ni fueron vestidos por última vez por manos de sus esposas, sino yacen en país extranjero. Iguales desdichas acaecían en sus hogares: sus mujeres morían viudas, y otras perdían sus hijos, habiéndolos criado en vano, sin ofrecer sacrificios en su sepulcro. ¡Seguramente merece alabanza tan desastrosa expedición! Más vale callar ahora todo esto y que mi musa no cante tales infamias. En cambio los troyanos deban la vida por su patria, que es la más pura gloria, y al menos los muertos en la guerra eran llevados a sus casas por sus amigos, y cubríalos después una capa de su tierra natal, y vestíanlos las manos de sus parientes. Los frigios que no morían en la batalla vivían con sus esposas e hijos, placer negado a los aqueos. En cuanto al destino de Héctor, tan cruel a tus ojos, has de saber que murió después de alcanzar por su valor renombre famoso. Y lo debió a la llegada de los argivos, pues a no venir, su esfuerzo quedaría ignorado; Paris se casó con la hija de Zeus, y de no ser así, acaso en su país hubiese contraído algún oscuro himeneo. El hombre prudente debe evitar la guerra; pero si se llega a ese extremo, es glorioso morir sin vacilar por su patria, e infame la cobardía. Así, madre, no deplores la ruina de Troya ni tampoco mis bodas, que perderán a los que ambas detestamos.

EL CORO.- ¡Cuán dulcemente sonríes pensando en tus desdichas domésticas! Profetizas lo que acaso no suceda.

Índice de Las Troyanas de EurípidesPersonajes de la tragediaSegunda parteBiblioteca Virtual Antorcha