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SONETOS

William Shakespeare

Cuarta parte

DEL XCI AL CXX


XCI

De su cuna u oficio aquel se ufana,
aquel de su fortuna o corpulencia,
aquel de su vestuario extravagante,
aquel de sus balcones o caballos.

A cada humor placeres corresponden
en que se regodea más que en otros,
mas no son estos bienes mi medida
pues cada bien con lo mejor comparo.

Y tu amor es mejor que el abolengo,
más valioso que ropas o dineros
y más grato que halcones o corceles:
poseyéndote a ti lo tengo todo.

Mas si esa riqueza me quitaras
yo sería más mísero que nadie.


XCII

Mas aunque tú te empeñas en dejarme
eres mío y lo eres de por vida,
pues mi vida de ti vive pendiente
y si dejas de amarme ha de extinguirse.

No temo, pues, el mal más formidable
cuando fin me daría el mal más leve.
Me veo en condiciones más propicias
que antes, sometido a tus antojos.

Tu inconstancia no puede atormentarme,
pues si me traicionaras moriría.
¡Oh dicha venturosa que poseo
tan dichoso en tu amor como en mi muerte!

Pero no existe perfección sin tacha:
acaso me traicionas y lo ignoro.


XCIII

Y viviré creyéndote sincero
cual marido engañado que no advierte
que la faz del amor es engañosa:
que cuando estás conmigo en mí no piensas.

En tus ojos jamás anida el odio
y no sabré por ellos si has cambiado;
en todos los semblantes la falsía
traza líneas, arrugas y visajes,

mas los cielos al crearte decretaron
que en tu faz sólo dulce amor viviera,
y sean cuáles fueren tus anhelos
en tu rostro no habrá más que dulzura.

¡Cual la fruta de Eva es tu belleza
si eres dulce tan sólo en apariencia!


XCIV

Quienes pueden herir y no lo hacen,
y el acto que aparentan no ejecutan,
quienes, pétreos, conmueven a los otros
mas son fríos, serenos e impasibles,

bien emplean las dádivas del cielo,
no derrochan los bienes de Natura,
son dueños y señores de sus rostros,
los otros, meros siervos de sus dones;

la flor es la dulzura del estío
aunque ella viva y muera sin saberlo,
mas apenas la flor se contamina
la maleza más vil es más airosa.

Pues se torna más rancio lo más dice:
nada hiede peor que el lirio enfermo.


XCV

¡Qué adorable tornas el oprobio
que cual el cáncer a la fragante rosa
corrompe la belleza de tu nombre!
¡Qué dulzura encubre tus pecados!

La lengua que de ti cuenta la historia
añadiendo lascivos comentarios
sólo puede ultrajarte con elogios
pues nombrándote injuria es alabanza.

¡Qué mansión poseen esos vicios
que en ti han fijado su morada,
pues allí la belleza extiende un velo
que todo lo hermosea ante los ojos!

Ten cuidado con ese privilegio,
al acero mejor mella en mal uso.


XCVI

Ya te inculpan por joven y ligero,
ya te elogian por joven y por grácil,
mas tus gracias y culpas son amadas,
pues las culpas en gracias transformaste.

El anillo más vil es elogiado
si en un dedo de Reina resplandece:
así se traducen tus desvíos
en verdades, y en cosas verdaderas.

¡El lobo a cuánta oveja perdería
si pudiera en oveja transformarse!
¡A cuántos que te admiran tú arruinaras
si de todas tus gracias te valieras!

Mas no lo hagas, pues te amo de tal suerte
que si eres mío, mío es tu buen nombre.


XCVII

Ausentarme de ti fue un crudo invierno,
oh deleite del año fugitivo.
¡Qué heladas padecí, qué días oscuros,
qué diciembre tan yermo y desolado!

Y viajé sin embargo en el estío
y el otoño, henchido con el fruto
engendrado en fecunda primavera
cual un vientre grávido enviudado.

Pero en tal descendencia sólo he visto
esperanza de huérfano, zozobra,
pues eres regocijo del verano
y sin ti, aun las aves enmudecen,

o cantan con tan lúgubres acentos
que las hojas se agrisan, temerosas.


XCVIII

Me alejé de ti en la primavera,
cuando el feraz abril, engalanado,
infundió tal juventud al mundo
que aun el grave Saturno retozaba.

Mas ni el canto de aves ni el aroma
de flores coloridas y diversas
de júbilo pudieron embriagarme
o incitarme a arrancarlas de los prados.

No admiré la blancura de los lirios
ni elogié las encendidas rosas,
esas dulces figuras deleitables
que tomaban tu imagen por modelo.

Mas era como invierno, y en tu ausencia
jugué con ellas como con tu sombra.


XCIX

Acusé a la violeta de este modo:
dulce ladrona, cuyo olor tan dulce
tomaste del aliento de quien amo,
y el purpúreo orgullo de tu rostro.

Culpé al lirio de hurtar tu mano blanca,
de quitarte el cabello a la sarilla;
las rosas erizaron las espinas,
con rubor una, pálida la otra.

Ni blanca ni roja, una tercera
a tu hálito unía ambos colores,
mas no puede ufanarse de su robo;
la corrompía el cáncer, vengativo.

Y no vi flor alguna que no hubiese
arrancado de ti color o aroma.


C

Oh musa, ¿dónde estás que has olvidado
celebrar la fuente de tus fuerzas?
¿Dilapidas tu ingenio en vil asunto,
alumbrando bajezas te oscureces?

Redime presurosa, en versos nobles,
esas horas, oh musa, que perdiste;
canta a quien estima tus canciones
y a tu pluma inspira arte y argumento.

Observa, musa, el rostro del amado,
y si el Tiempo de arrugas lo surcara
al Tiempo satiriza, y sus estragos
haz blanco de tus burlas desdeñosas.

Más alada que el Tiempo sea la fama,
rescatando a mi amor del curvo acero.


CI

Oh musa perezosa, ¿por qué olvidas
a la verdad teñida de belleza?
Belleza y amor se dignifican
en mi amor, y tú por su intermedio.

Responde, musa. ¿Me dirás acaso:
Ofende a la verdad un tinte ajeno,
no hay pincel que revele la belleza,
lo óptimo es mejor estado puro
?

¿Porque él es inefable serás muda?
No excuses tu silencio, pues depende
de ti que él a la tumba sobreviva
y lo alaben los tiempos venideros.

A tu oficio, musa, he de enseñarte
a volver perdurable lo caduco.


CII

Más fuerte es hoy mi amor, y no más débil,
aunque haya cambiado en apariencia;
amor es mercancía si el amante
pregona en todas partes cuánto vale.

Cuando el nuestro era joven yo cantaba,
celebrado en mis aires sus primicias
igual que en los albores del estío
canta Filomela, y calla luego,

mas no porque el estío no sea grato
como cuando entonaba himnos nocturnos
sino porque esa música salvaje,
cual placer repetido, cansaría.

Como ella, a veces enmudezco,
pues no quiero aburrirte con mi canto.


CIII

Qué pobreza mi musa ha demostrado
en un campo a la gloria tan propicio
si el asunto al desnudo es más valioso
que al lado de añadidas alabanzas.

¡No me culpes a mí si más no escribo!
Acércate al espejo, allí hay un rostro
que supera mis torpes invenciones
y quitándoles brillo me avergüenza.

¿Para qué incurrir en fealdades
por querer enmendar lo irreprochable?
Mis versos no tienen más designio
que pregonar tus gracias y tus dones

y mucho, mucho más que en mis palabras
verás en el espejo, si en él miras.


CIV

Para mí, amigo mío, no envejeces
pues mis ojos han visto desde siempre
intacta tu belleza: tres inviernos
estragaron tres fértiles estíos.

Y tres veces fue otoño primavera;
si en tal decurso de las estaciones
tres fragancias de abril consumió junio,
tú preservas tu fresca lozanía.

Mas tal como la aguja sigilosa
que las horas señala lentamente
acaso tu belleza, que veo inmóvil,
sufre cambios que mi ojo no percibe.

Si es así, escucha, edad futura:
la perfección murió y no habías nacido.


CV

No se llame a mi amor adolatría
ni se muestre como ídolo a mi amado
porque todos mis cantos y alabanzas
consagro siempre al único y al mismo.

Gentil es hoy mi amor, gentil mañana,
constante en admirables excelencias
y mis versos, cautivos de constancia,
expresan con porfía el mismo asunto.

(Gentil, leal y bello) es mi argumento,
(gentil, leal y bello) si varío,
pues en tal variación mi ingenio agoto,
tres temas en un tema que es fecundo,

tres virtudes que si han vivido aisladas
nunca antes en uno armonizaron.


CVI

Cuando veo en las crónicas pasadas
descritas las personas admirables
que prestaron belleza a antiguas rimas,
damas muertas y apuestos caballeros.

Que en todo eran blasón de la belleza,
manos y pies, ojos, frente y labios,
admito que esa pluma habría expresado
con toda maestría aun tus virtudes.

Sus elogios son meras profecías
que anticipan la época presente,
mas con visión de augur te contemplaban,
sin poder alabar tu gracia toda.

Y aún hoy, que deleitas a los ojos,
las lenguas amordazan tu hermosura.


CVII

Ni el alma profética del mundo
ni mis miedos, el porvenir soñando,
de mi amor leal prevén el plazo
aunque tan inminente parecía.

La fatídica luna ya eclipsada,
mófase el augur del vaticinio;
el periodo incierto ha culminado
y la paz con olivos se corona.

El rocío de ésta era jubilosa
renueva mi amor, vence a la muerte,
pues yo seguiré vivo en verso humilde
mientras turbas incultas ella estraga.

Y tú tendrás un monumento
cuando tumbas de bronce sean escombros.


CVIII

¿Qué nociones alojo en el cerebro
que mi espíritu fiel no haya vertido,
qué palabras nuevas, o qué frases,
para expresar mi amor y tu nobleza?

Ninguna, amigo mío. Como un rezo
repito cada día el mismo asunto
como si fuera nuevo: que eres mío,
y como en horas idas aún soy tuyo.

Así el eterno amor, siempre lozano,
los reveses del Tiempo no sopesa
ni mide las arrugas injuriosas,
mas la edad trasforma en su criada,

nutriéndose de amor en las primicias
que el Tiempo y la apariencia dan por muerta.


CIX

No me digas jamás que he sido esquivo,
que la ausencia mi ardor ha mitigado:
de mí mismo jamás podría apartarme
ni de mi alma, que guardas en tu pecho,

mi morada de amor: aunque me vaya
siempre vuelvo a él cual peregrino,
a Tiempo y no cambiado por el Tiempo,
y mis faltas conmigo mismo excuso.

No creas nunca, aun si me dominan
impulsos de los débiles sentidos,
que podría trocar por algo indigno
tu suma de virtudes venturosas.

Pues del vasto universo nada importa
salvo tú, rosa mía, que eres todo.


CX

Es cierto que erré de un lado a otro
y me expuse al escarnio de las gentes,
vendiendo a precios viles lo más caro
y trabando ofensivas relaciones.

Muy cierto es que he mirado a la constancia
de soslayo, con aire desdeñoso,
mas rejuvenecí con mis desvíos
y a lo bueno volví por mala senda.

Toma pues lo que es tuyo para siempre,
ya nunca tentaré mis apetitos
para herirte con nuevas experiencias,
mi dios de amor, mi dueño verdadero.

Recíbeme, mi casi paraíso,
en tu puro y muy amante pecho.


CXI

Si me amas, reprocha a la fortuna,
diosa culpable de mis actos viles,
no brindarme sino medios vulgares
que vulgares modales me enseñaron.

Esa marca mi nombre lleva impresa,
y me tiñe igual que los colores
que impregnan la tez del tintorero.
Compadéceme, ansía que yo cambie,

mientras yo, cual un paciente dócil
con sorbos de vinagre el mal combato:
ninguna amargura sabrá amarga
ni penitencia alguna rigurosa.

Compadéceme, amigo, y te aseguro,
tu piedad bastará para curarme.


CXII

Tu amor y tu piedad borran la marca
que escándalo vulgar grabó en mi frente.
¿Pues qué importa mi fama, mala o buena,
si tú mi bien exaltas, mi mal cubres?

Para nú eres el mundo, y de tu lengua
quiero oír las críticas y elogios.
No cuenta nadie más, nadie podría
torcer por bien o mal mis intenciones.

Arrojo en un abismo tan profundo
las voces de los otros, que mi oído
es sordo a reproches y lisonjas;
mas excuso así mi negligencia.

Con tal fuerza estás en mí arraigado
que el mundo, salvo tú, parece muerto.


CXIII

Sin ti, tengo los ojos en mi mente,
y aquellos que me guían paso a paso
sus funciones las cumplen sólo en parte;
creen ver, mas en verdad son ciegos.

Pues forma alguna al corazón revelan
de ave, flor o bulto perceptible;
ni a la mente objetos comunican
ni en sí mismos retienen las visiones,

pues vean trazo tosco o delicado,
rostro dulce o deforme criatura,
la montaña o el mar, el día o la noche,
el cuervo o la paloma, ven tus rasgos.

De ti ebria, mi mente verdadera
es fábrica de turbias falsedades.


CXIV

O mi mente, contigo coronada,
bebe lisonjas, perdición de Reyes,
o bien mis ojos ven visiones ciertas
y tu amor le enseñó esta alquimia.

De fabricar con monstruos indigestos
querubines que imitan tu dulzura,
creando algo perfecto con lo espurio
al reunirse objetos en sus rayos.

Ay, son lisonjas vanas, y mi mente
como un monarca incauto apura el trago,
pues bien saben mis ojos qué prefieren
y a su gusto preparan el brebaje.

Si hay veneno, no es delito grave,
pues mis ojos lo probarán primero.


CXV

Mienten los versos que escribí hasta ahora
si afirman que más no podía amarte,
mi juicio no sabía de razones
que avivaran aún mi llama ardiente;

mas pensado en el Tiempo, que azaroso
anula votos y decretos regios,
la belleza corrompe, tuerce afanes,
y doblega al espíritu inflexible.

¿Por qué por temor a ese tirano,
no debí afirmar que así te amaba,
certeza sobre toda certidumbre
a despecho del porvenir dudoso?

Amor es niño, no debí afirmarlo
para dar más brío a lo que aún crece.


CXVI

No admiro impedimentos al enlace
de almas fieles; el amor no es amor
si por cualquier mudanza es demudado
o se desvía ante el menor desvío.

Oh no, es señal fija que contempla
inconmovible la borrasca oscura,
astro que guía a la barcaza errante,
misterioso, aunque a altura mensurable.

No es bufón del Tiempo, cuyo acero
siega labios rosados y mejillas,
ni se altera en horas y días breves
mas perdura hasta el mismo umbral del juicio.

Si yerro, y así me lo demuestran,
nunca escribí, jamás amó hombre alguno.


CXVII

Acúsame si quieres de avaricia,
pues no fui dispendioso con mis horas
y olvidé un amor al que me atan
día a día, lo sé, todos los lazos.

Y de haber frecuentado gente indigna
poniendo en otras manos lo que es tuyo,
de haber izado velas a los vientos
que más lejos de ti me arrastrarían.

Consigna mis errores y mis culpas
y acumula los cargos en mi contra
clavándome tus ojos furibundos,
mas no lances los dardos de tu odio.

Pues esta apelación reza que he actuado
por probar tu virtud y tu constancia.


CXVIII

Así como la gula estimulamos
tentando al paladar con las especias,
y males invisibles prevenimos
con purgas que acarrean males ciertos,

ya harto degustar de tus dulzuras
tomé por alimento salsas rancias,
y enfermo de salud creí adecuado
procurarme un remedio innecesario.

Y así mi decisión de anticiparme
a un mal inexistente acarreó males
que mi buen salud deterioraron
y en mi busca de alivio me hice daño.

Mas luego esta lección aprendí al menos:
al enfermo de ti nadie lo cura.


CXIX

¿Bebí poción de llanto de sirenas
destilado de horribles alambiques
que confundo el temor y la esperanza
y pierdo cuando creo haber ganado?

¿Qué error mi corazón ha cometido
si antes tanta dicha lo colmaba?
¿Por qué desorbitados son mis ojos
en arrebatos de maligna fiebre?

Oh feliz desventura: ahora descubro
lo bueno por el mal perfeccionado,
y la casa de amor, reconstruida,
es más bella, más fuerte y espaciosa.

Vuelvo castigado a mi contento,
la dicha triplicada por mis males.


CXX

Tu vieja crueldad ahora me aplaca,
y por ese dolor que sufrí entonces
de mi delito debo arrepentirme,
pues no soy de bronce o duro acero,

y si mi acto cruel te ha lastimado
como el tuyo a mí, te di un infierno
y, déspota, no me he detenido
a recordar mis propios padeceres.

La noche de pesar debió evocarme
cuánto muerde el dolor cuando es severo,
y pronto, igual que tú, te habría llevado
el bálsamo que sana un pecho herido.

Mas tu crimen ahora es mi fianza,
mutuamente debemos indultarnos.

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