Índice de Sonetos de William ShakespeareCuarta parteBiblioteca Virtual Antorcha

SONETOS

William Shakespeare

Quinta parte

DEL CXXI AL CLIV


CXXI

Mejor ser vil que ser vilipendiado
si te acusan de ser lo que no eres
y se pierde el placer, según decide
lo que ven los demás, no lo que sientes.

¿Por qué miradas falsas y vulgares
en lo sensual conmigo se comparan
o espías culposos de mis culpas
lo que tengo por bueno juzgan malo?

Yo soy quien soy, y aquellos que se midan
con mis faltas, las propias enumeran;
tal vez soy recto aunque ellos sean torcidos;
su ruin pensar no es vara de mis actos.

A menos que los guíe este principio:
medran en el mal todos los hombres.


CXXII

Tu regalo, tu agenda, está grabada
con trazo indeleble en mi memoria,
que sobrevivirá a este bien caduco
largo Tiempo, quizá hasta lo eterno,

o al menos mientras corazón y mente
subsistan por obra de Natura.
Mientras ambos no sean despojados
del recuerdo de ti, no han de perderse.

Ese pobre registro abarca poco
y yo puedo guardar tu amor sin tarjas;
tuve pues la audacia de obsequiarla
por fiarme de agenda más precisa.

Usar objetos para recordarte
sería abrir las puertas al olvido.


CXXIII

No podrás ufanarte de mis cambios
oh Tiempo, que pirámides eriges
que no son novedad y no me asombran,
pues sólo reedificas cosas vistas.

Fugaz es nuestro paso, y admiramos
lo que es viejo creyéndolo reciente,
pensando que nació para nosotros
aun cuando de antiguo se lo nombra.

A ti y tus testimonios desafío,
reniego del presente y del pasado,
pues tus crónicas y todo cuanto vemos
son engaños que urde tu premura.

Prometo, y es promesa eterna,
ser leal a pesar de tu guadaña.


CXXIV

Si mi amor naciera de ambiciones
sería cual bastardo de fortuna,
al Tiempo y sus mudanzas sometido,
flor o vil maleza a conveniencia.

Mas no es fruto vano y azaroso
tentado por los fastos sonrientes,
ni es víctima del mundo descontento
al que invitan las modas pasajeras.

No teme a la política, esa hereje,
que aprovecha afanosa horas contadas,
sirve en cambio a un íntegro gobierno
al que soles o lluvias no varían.

Los bufones del Tiempo sean testigos,
que si mueren por bien, por mal vivieron.


CXXV

¿Por qué tu pabellón sustentaría,
lo exterior celebrando externamente,
o echaría cimientos sempiternos
que serán pronto ruinas y despojos?

¿No he visto a quienes aman la apariencia
perderlo todo y más despilfarrando
por gustar de sabores azarosos
en ávidas miradas consumidos?

Prefiero que en el pecho me recibas
y aceptes mi oblación, si humilde franca,
harina pura y sin más artificios
que un recíproco don, la entrega mutua.

¡Fuera, intrigante! Cuanto más acuses
a un alma leal, menos la dañas.


CXXVI

Oh joven adorable, has detenido
las horas el espejo, la hoz del Tiempo,
y creciendo embelleces, más lozano
cuando más se marchitan tus amantes.

Si Natura, señora de la ruina,
te retiene aunque sigas avanzando
una meta persigue: que tu ingenio
agravie al Tiempo, mate los minutos.
Mas témele, aunque seas su dilecto,
pues no guardará siempre su tesoro.

Aun morosa, tendrá que rendir cuentas
y sólo tú podrás saldar la deuda.


CXXVII

Antaño la negrura no era hermosa,
o si lo era, no la decían bella,
más lo negro hoy sucede a la belleza,
con bastardas afrentas difamada.

Pues como todos el poder se arrogan
de velar la fealdad con artes falsas,
la belleza perdió el sagrado nombre
y vive, profanada, en la ignominia.

Negro es pues el cabello de mi amada,
y negros como cuervos son sus ojos,
enlutados porque esos artificios
con falsedad difaman lo creado.

Y tanto los endiosa el negro luto
que hoy se dice que la belleza es negra.


CXXVIII

Cuando pulsas, mi música, el teclado
con la danza aleteante de tus dedos
y le arrancas con grácil movimiento
acordes que seducen mis oídos,

envidio a los listones que dan brincos
por besarte la palma de la mano,
y la audacia de la madera inerte
a mis tímidos labios ruboriza.

Por esa sensación se trocarían
en las teclas que rozas con dulzura,
dando airosamente al leño muerto
lo que a labios vivientes has negado.

Si tus dedos los hacen tan dichosos,
dáselos, y a mí dame tus labios.


CXXIX

En cúmulo de afrentas afán vano
es activo el deseo, que inactivo
ya es perjuro, malvado y ultrajante,
pérfido, salvaje, cruel y extremo.

Apenas has gozado lo desprecias;
primero, a la razón se lo prefiere
y más que la razón es luego odiado,
señuelo que arrastra a la locura.

Es locura el asedio y la conquista,
los trabajos del antes y el durante,
es júbilo deseado y triunfo amargo,
alegría primero, después sueño.

y sabiéndolo todos nadie sabe
sortear el cielo que nos da ese infierno.


CXXX

Los ojos de mi amada no son soles,
el coral es más rojo que sus labios,
no tiene pechos níveos, mas morenos,
y pelo renegrido, no hebras de oro;

he visto rosas rojas, rosas blancas,
mas no vi rosa alguna en sus mejillas,
y hay aromas que son más deleitables
que el aliento que exhala mi señora.

Me encanta oída hablar, mas a mi juicio
la música es más grata a los oídos.
Jamás he visto diosas os lo juro,
pues ella al caminar pisa la tierra.

Pero es beldad tan rara cual las otras
con símiles falaces exaltadas.


CXXXI

Tiránica, siendo como eres,
eres como quienes por ser bellas
son crueles, pues sé bien que no ignoras
que en mi pecho eres joya muy preciada.

Y a fe que algunos dicen, al mirarte,
que nadie gemiría por tu rostro;
si a negar cuanto dicen no me atrevo
a solas juro que ellos se equivocan,

y que no juro en vano mil gemidos
que exhalo por tu rostro lo atestiguan,
y agolpándose claman que lo negro
altísima belleza es a mi juicio.

Eres negra tan s6lo por tus actos,
y de allí que poseas negra fama.


CXXXII

Amo esos ojos que apiadados
del tormento que tu desdén me inflige
se han vestido de negro y dulcifican
cual un bálsamo tierno mis dolores.

Y en verdad, ni el sol de la mañana
en las grises mejillas. del Oriente
ni la lúcida estrella vespertina
en el Poniente y su serena gloria,

brillan cua1 tus ojos enlutados.
También tu corazón se digne entonces
llorar por mí, si el luto te es propicio,
compartan tu piedad todas tus partes.

Y juraré que la belleza es negra,
y detestables los matices claros.


CXXXIII

Maldito el corazón que me tortura
con herida infligida doblemente,
pues no contento con atormentarme
esclavo de un esclavo hace a un amigo.

Con tu ojo cruel me trastornaste
y luego me quitaste a quien me amaba,
de él, de mí y de ti soy despojado,
y un triple padecer sufro tres veces.

Enciérrame en la cárcel de tu pecho
mas suelta a quien tienes prisionero
y deja que en mi pecho lo encarcele,
que allí de tu rigor estará a salvo.

Aunque no lo estará: soy tu cautivo
y cuanto hay en mí por fuerza es tuyo.


CXXXIV

He admitido que él te pertenece
y quedo hipotecado a tu deseo;
a mí mismo renuncio, esperanzado
de que tú me devuelvas lo que es mío.

Más no lo harás, ni él accedería,
pero tú eres codiciosa, y él amable;
por mi causa ha firmado una fianza
que ahora a tus arbitrios lo sujeta.

Cobrarás cuanto rinda tu belleza,
usurera que todo usufructúas,
y entablarás un pleito por mis deudas
a quien perdí en dudosas transacciones.

Yo lo perdí, tú posees a ambos,
y aunque él salde la deuda me encadenas.


CXXXV

Aunque otra satisfaga sus deseos
tienes a tu Will, y en demasía:
a tal punto desbordo que el mío sumo
a tu Will, acopio de dulzura.

Teniendo un Will tan vasto y espacioso.
¿No querrás cobijar en él mi Will?
¿Tan grácil te parece el Will de otros
y a mi Will no darás favor alguno?

El mar, con ser agua, no desdeña
la lluvia que acrece su abundancia;
aunque te sobre Will, agrega ahora
mi propio Will, y ensancharás el tuyo.

No rechaces a pretendiente alguno,
con todos haz un Will, y yo entre ellos.


CXXXVI

Si tu alma mi intimidad rechaza
a tu alma ciega di que soy tu Will,
y a Will, sabe tu alma, he de admitirlo,
colmando mis deseos amorosos.

Will luego con amor ha de colmarte
llenándote de Wills y de Will solo.
En caudal abundante se ve claro
que entre muchos nada cuenta uno:

deja pues que yo pase inadvertido,
apenas uno más en tu inventario;
nada cuento; si en cuenta me tomaras
esta nada sería un algo dulce.

Ama mi nombre, y ámalo de veras,
pues a mí me amarás: mi nombre es Will.


CXXXVII

Amor ciego, ¿qué hiciste con mis ojos
que miran y no ven lo que están viendo?
Pues saben qué es lo bello, dónde hallarlo,
mas confunden lo peor y lo perfecto.

Si los ojos, la vista adulterada,
echan anclas en pública bahía,
con esa distorsión ¿por qué forjaste
un señuelo que me ha torcido el juicio?

¿Por qué mi corazón ha de creerse
dueño exclusivo de común terreno,
o mis ojos negar lo que presencian
viendo bella una faz aborrecible?

El corazón, los ojos, han errado
y hoy sufre esta peste de falsía.


CXXXVIII

Si mi amada jura que es sincera
yo le creo aunque sé que está mintiendo,
y así ve en mí a un joven candoroso
que ignora las mundanas sutilezas.

Finjo creer que ella me cree joven,
cuando ella sabe que pasó mi estío;
doy crédito al engaño con simpleza
y la simple verdad los dos callamos.

¿Mas por qué ella no admite su falsía,
y por qué yo no admito que soy viejo?
Oh, estas farsas al amor complacen,
los amantes no aman contar años.

Yo miento pues con ella, ella conmigo,
y mintiendo halagamos nuestras faltas.


CXXXIX

No me pidas que justifique el daño
que infligen tus perfidias a mi alma;
hiérame tu lengua, no tus ojos,
a la fuerza recurre, no a tus artes.

Di que amas a otro, mas aparta
los ojos cuando estés en mi presencia;
no es preciso herirme con astucias
si basta tu poder para aplastarme.

Así te excusaré: mi amada sabe
que sus bellas miradas son hostiles
y desvía de mí a mis enemigos
para ponerme a salvo del estrago.

Mas no lo hagas; ya que estoy muriendo
que tus ojos acorten mi agonía.


CXL

Sé cauta en tu crueldad: no abuses
de mi muda paciencia en tus desaires,
no sea que el dolor me dé palabras
que dan voz a mi herida lastimera.

Escucha este consejo: es más prudente,
aunque mientas, decirme que me amas,
tal como al enfermo moribundo
los doctores prometen mejoría.

Pues enloqueceré si desespero,
y hablaré mal de ti en mi locura,
y hoy el mundo está tan desquiciado
que se da mayor crédito a los locos.

Evita mi demencia y mis injurias,
si infiel el corazón, rectos los ojos.


CXLI

En verdad te amo con los ojos,
que descubren en ti mil fealdades,
pero este corazón, que desvaría,
adora lo que ellos más desprecian.

Tu voz no me deleita los oídos;
tampoco te codicia el tierno tacto
ni ansían el gusto y el olfato
una fiesta sensual contigo a solas.

Mas no pueden el juicio ni el sentido
disuadir a un corazón imbécil
que desbarata a un simulacro de hombre
haciéndome tu esclavo y tu vasallo.

Sólo me conforta, en tal flagelo,
que purgo mi delito al cometerlo.


CXLII

Amor es mi pecado, y tu virtud
es odio por mi amor pecaminoso,
mas compara tu estado con el mío
y verás qué injusto es tu reproche.

Es injusto, al menos, en tus labios
que al igual que los míos, con frecuencia
rubricaron contratos traicioneros
que a otros lechos las rentas esquilmaron.

Deja pues que te ame cual tú amas
a quien ávida sigues con los ojos.
Cultiva la piedad, y por piadosa
tal vez merezcas que de ti se apiaden.

Si buscas que te den lo que a otros niegas,
quizá te perjudique el propio ejemplo.


CXLIII

Como un ama de casa presurosa
corre tras el pájaro que escapa
y en su prisa a un lado deja al crío
por apresar el ave que se aleja,

mientras el niño abandonado llora
por llamar la atención de quien se afana
en seguir al alado fugitivo
sin cuidarse del llanto del pequeño,

tú persigues a quien volando huye
mientras yo como un niño lloriqueo.
Mas si capturas a quien buscas vuelve,
sé mi madre, bésame y arrúllame.

Y rogaré que colmes tu deseo
si luego acudes a calmar mi llanto.


CXLIV

Dos amores, consuelo y sufrimiento,
me rondan como espíritus tenaces:
ángel bondadoso un varón rubio,
espíritu del mal una hembra oscura.

Por lanzarme al infierno, mi demonio
a mi custodio aleja, tentadora,
y ansiando convertir al santo en diablo
su pureza corteja procazmente.

Si mi ángel en diablo se ha trocado
no puedo asegurar, aunque sospecho,
los dos lejos de mí, los dos amigos,
que uno conoció el infierno de otro.

Mas sólo lo sabré con certidumbre
si el ángel es purgado por el fuego.


CXLV

Los labios que amor mismo fabricara
diciéndome te odio han injuriado
a quien por serles fiel languidecía.
Mas vio ella mi estado doloroso

y piedad, en su pecho despertando,
reconvino a esa lengua que tan dulce
era siempre en sus juicios ordinarios.
Enseñóle, pues, nuevo saludo,

y trocado así por el te odio
llegó éste cual rosáceo día
tras la noche que como un demonio
despeñada es del cielo a los infiernos.

Desechó con odio ese te odio
y me salvó, diciéndome es a otro.


CXLVI

Oh centro de mi tierra pecadora,
manceba de contrarias potestades,
¿Por qué, alma, por dentro languideces
y por fuera te pintas tan festiva?

Siendo el plazo tan breve, ¿por qué vistes
de ornatos tu morada transitoria?
Los gusanos serán quienes la hereden
y engorden con las galas de tu cuerpo.

Vive pues a costa de tu cuerpo,
aumenta con sus cuitas tus caudales;
compra lo eterno al precio de las heces,
por dentro rica, despojada fuera.

Por la muerte voraz alimenta,
la muerte matarás y no habrá muerte.


CXLVII

Mi amor es como fiebre que delira
por el mal que agudiza el sufrimiento,
nutriéndose de cuanto el mal preserva
por aplacar deseos enfermizos.

Mi razón, que en el trance me atendía,
al ver su prescripción no respetada
me abandonó, furiosa, y desespero
pues deseo es muerte sin remedio.

Soy enfermo sin cura ni cordura,
y presa de morbosas crispaciones.
Desvarío en palabra y pensamiento
y en vano la verdad me habla al oído,

pues te he jurado bella, y mi luz clara,
y negro infierno eres, noche oscura.


CXLVIII

¿Qué ojos el amor puso en mi frente
que no atinan a ver lo verdadero?
Y si lo ven ¿qué me trastorna el juicio
que no sabe juzgar lo que ellos muestran?

Si bello es cuanto a ellos los deleita
¿por qué afirma el mundo lo contrario?
Si no lo es, amor mismo revela
que el amor ve menos que los hombres.

¿Cómo puede amor ver claramente
cuando mira con ojos lagrimeantes?
No me asombra que lo confunda todo:
aun el sol ve mal en cielo turbio.

Taimado amor, los ojos me humedeces
para volverme ciego a tus defectos.


CXLIX

¿Cómo dices, cruel, que no te amo
cuando estoy en mi perjuicio de tu parte?
¿No pienso en ti cuando estoy olvidado
de mí mismo, oh tirana, por tu causa?

¿Acaso llamo amigo a quien te odia?
¿Acaso adulo a quienes tú desdeñas?
Y si frunces el ceño ¿no me encono
conmigo mismo para complacerte?

¿Qué propias facultades enaltezco
que no están consagradas a servirte
si mis partes mejores idolatran
tus defectos, a una orden de tus ojos?

Pero ódiame, amor, ya te comprendo:
tú amas a quien ve, mas yo soy ciego.


CL

¿Qué potestad te han dado los poderes
que me hacen flaquear a tal extremo
que niego el testimonio de mis ojos
y juro que la luz no exalta el día?

Las cosas más mezquinas enalteces
de tal modo, que aun en actos viles
demuestras tanta gracia y excelencia
que tomo tus defectos por virtudes.

¿Cómo puedes lograr que más te ame
si más razones tengo para odiarte?
Mas si amo lo que otros aborrecen
no debieras, como otros, despreciarme.

Si tus indignidades me enamoran,
más digno soy, amor, de tus amores.


CLI

Si el amor es niño e ignora la conciencia
por amor la conciencia es engendrada,
deja pues, traidora, de acusarme,
que quizá seas culpable de mis faltas.

Pues tú con tus traiciones incitaste
al cuerpo a traicionar mis partes nobles.
Mi alma a mi carne le sugiere
que goce del amor, y ella la escucha.

Si te nombro se yergue, te señala
como su galardón, y con orgullo
se complace en servirte cual esclavo
luchando hasta caer desfalleciente.

No impide mi conciencia que amor llame
a aquella en quien mi amor vierte las fuerzas.


CLII

Sabes que al amarte soy perjuro,
mas tu amor lo ha sido doblemente:
tus votos traicionaste en juramentos
que hoy quebrantes jurando que me odias.

Pero qué son dos votos cuando a veinte,
máximo perjuro, yo he faltado,
pues por ti he mentido tantas veces,
que la honra he perdido por tu causa.

Pues he jurado que eras una dama
cariñosa y leal, fiel y constante;
por ti di visión a mi ceguera
y mis ojos negaron lo evidente.

Pues te he jurado bella. ¡Ojo perjuro,
ultrajar la verdad con tal infamia!


CLIII

Una ninfa de Diana vio a Cupido
durmiendo con la tea a su costado;
tomó el fuego de amor, y apresurose
a arrojado del valle en fuente fría,

e inflándose en el fuego sacrosanto
hirvió con un calor inextinguible
y el cambio se dio porque buscamos
la cura soberana a extraños males.

Mas la tea de amor volvió a alumbrarse
de mi amada en los ojos, y a encenderme,
y el baño saludable me procuro,
enfermo destemplado y sin remedio.

Remedio sólo hallara en esos ojos
que a la tea amorosa dieron flama.


CLIV

El dios pequeño, habiéndose dormido,
al costado dejó su tea ardiente.
Acercáronse ninfas sigilosas:
de las castas doncellas la más rubia

a la mano del dios quitó la llama
que legiones de almas ha inflamado,
y quien es general de las pasiones.
Desarmado quedó por mano virgen.

La tea fue empapada en fresca fuente
que ardió de amor con un calor perpetuo,
convirtiéndose en baño saludable
para hombres dolidos. Afán va.

Fui allí en busca de cura y hallé sólo
hirvientes aguas que el amor no enfrían.

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