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SONETOS

William Shakespeare

Tercera parte

DEL LXI AL XC


LXI

¿Es tu voluntad que me desvele
tu imagen en la noche de fatiga?
¿Eres tú quien mis sueños interrumpe
con sombras que se burlan de mis ojos?

¿Es tu espíritu el que desde ti envías
tan lejos de tu hogar para espiarme
y buscar un secreto en mi descanso,
raigambre y sustento de tus celos?

Oh no, tu amor no es tan intenso;
es mi amor quien me tiene desvelado,
mi amor fiel que me priva del reposo
y acude en tu nombre a vigilarme.

Por ti velo, y tú sigues despierto,
alejado de mi, muy cerca de otros.


LXII

El pecado de amarme me enceguece
y mi alma posee, y cada parte;
para este pecado no hay remedio,
con tal fuerza se hincó dentro del pecho.

No hallo rostro grácil como el mío,
ni formas tan discretas o tan nobles,
y mis propios elogios me confirman
que su mérito nadie sobrepuja.

Mas cuando el espejo me revela
mis facciones curtidas y rugosas
el amor por mí se trueca en odio:
amar ese despojo fuera inicuo.

Es a ti (que eres yo) a quien adoro
pintando en mi vejez tus bellos años.


LXIII

Si mi amor, como yo, es afrentado
por el Tiempo y su mano injuriosa,
y las horas su sangre debilitan
tallándole arrugas cuando trepe

por la noche escarpada de los años,
cuando tanta belleza que hoy gobierna
ya esté marchitándose, o marchita,
y el tesoro de abril haya perdido,

para entonces, ahora me preparo
contra el acero torvo y revoltoso,
para que nunca siegue el recuerdo
su beldad, aun llevándose su vida.

Su beldad será vista en negras líneas,
y ellas vivirán, y él siempre en ellas.


LXIV

Cuando veo la cruel mano del Tiempo
borrar pompas de épocas pasadas,
cuando veo caer altivas torres
y el bronce eterno esclavo de la ruina;

cuando veo el océano voraz
avanzar en el reino de la costa,
y tierras que en el piélago se internan
medrando con las pérdidas ajenas;

cuando veo tal mudanza en los estados
y estados tan revueltos y caducos,
aprendo presenciando estos estragos
que el Tiempo querrá un día arrebatarte.

Pensamiento de muerte y que me incita
a llorar por perdido lo que tengo.


LXV

Sin bronce, piedra, tierra y mar extenso
son doblegados por la triste muerte,
¿Qué podrá contra su ira la belleza,
que a una flor no supera en magras fuerzas?

¿Cómo vencerá el fragante estío
el asedio feroz de días aciagos
si batientes de acero y altas rocas
los embates del Tiempo no resisten?

¡Atroz meditación! ¿Cómo ocultarle
al Tiempo la mejor gema del Tiempo?
¿Qué mano detendrá sus pies alados
o impedirá que la belleza arruine?

Ninguna, salvo ocurra este milagro:
que mi amor perdure en negra tinta.


LXVI

Ya harto, el descanso de la muerte
pediría, viendo al mérito mendigo,
y lo nulo e indigno engalanado,
y la pura confianza defraudada,

y la honra adjudicada erróneamente,
y la casta virtud prostituida,
y lo digno y perfecto envilecido,
y la fuerza vejada por deformes,

y el arte injustamente amordazado,
y al necio doctoral juez del talento,
y la simple verdad vuelta simpleza,
y el bien del prepotente mal cautivo.

Ya harto de pesares, partiría,
mas si muero a mi amor dejaré solo.


LXVII

¿Debe cohabitar con lo corrupto
y agraciar la impiedad con su presencia,
de modo que el pecado con él medre
y se ornamente con su compañía?

¿Por qué han de imitarlo los afeites
robando un color muerto a tonos vivos,
y hoy luce la belleza rosas mustias
que parodian su rosa mustias?

¿Por qué ha de vivir cuando Natura,
ya en quiebra, y exangüe y agotada;
sólo en él conserva su opulencia
y sólo en él subsiste, aunque alardee?

Sólo él es muestra de riquezas
que ella tuvo antaño, en días mejores.


LXVIII

Sus mejillas evocan tiempos idos
de belleza lozana cual las flores,
antes que bastardas hermosuras
osaran coronar las frentes vivas.

Antes que las trenzas de los muertos,
bienes de sepulcro, renacieran
a vivir vida ajena en testa ajena,
y un muerto vellón fuera frescura,

en él reviven las antiguas horas
cuando todo era genuino y verdadero.
Cuando ajeno verdor no hacía veranos
y lo viejo a lo nuevo no ensalzaba.

Emblema es de Natura, en que ella opone
la belleza de antaño al artificio.


LXIX

Las partes que de ti presencia el mundo,
no hay halago que pueda embellecerlas;
las lenguas todas (voces de las almas)
respetan la verdad, aun siendo enemigas.

Tu figura exterior es coronada;
con elogio exterior, mas esas lenguas
hablan coh acentos diferentes
cuando miran no sólo con los ojos.

Sondean la belleza de tu alma
y le miden de acuerdo con tus actos,
y si antes te admiraban ahora añaden
a tu flor de belleza aromas agrios.

Tu perfume es indigno de tu aspecto
porque creces rodeado de malezas.


LXX

No es tu culpa que seas difamado
pues siempre se calumnia a la belleza;
la injuria es el adorno de lo grácil,
el cuervo que atraviesa un cielo limpio.

La calumnia te halaga, siendo honesto,
por saber resistir las tentaciones,
pues si el cáncer codicia lo más puro
tú exhibes una flor inmaculada.

La emboscada de días más lozanos
franqueaste, según dicen, victorioso,
mas no hay mérito que sea suficiente
para acallar las voces de la envidia.

Si no te echara sombra una sospecha
los corazones todos dominaras.


LXXI

No llores por mí cuando haya muerto
y oigas las lúgubres campanas
anunciar al mundo que he partido
del vil mundo a morar con vil gusano.

Si lees esta línea, no recuerdes
qué mano la escribió. Tanto te amo
que prefiero me entregues al olvido
a que sufras dolor por recordarme.

Si miraras, acaso, estos versos
cuando yo en la arcilla esté disuelto,
olvida el eco humilde de mi nombre
y deja que tu amor también se pudra.

No vea el sabio mundo tu congoja
y se burle de ti por culpa mía.


LXXII

Por si el mundo pidiera que describas
los méritos presuntos que en mí amabas,
olvídame, amor, en cuanto muera,
pues no hallarás en mí nada encomiable.

A menos que piadosamente urdieses
mentiras que enaltezcan mis virtudes
y de mí prodigaras alabanzas
que la avara verdad me negaría,

tildarían tu honesto amor de falso
si hablaras falsamente por amarme:
sepúltese mi nombre con mi cuerpo,
y con él la causa del oprobio.

Pues para mí hay oprobio en lo que escribo
y para ti en amar cosas indignas.


LXXIII

En mí ves esa época del año
cuando hojas mustias, pocas o ninguna,
con el frío tiritan en las ramas,
capillas derruidas y sin cantos.

En mí ves el crepúsculo del año,
cuando el sol agoniza en Occidente
y la noche lo cubre muy despacio,
segunda muerte, sello de reposo.

En mí ves los fulgores del rescoldo
que dormita en las jóvenes cenizas
como en lecho de muerte, consumido
por lo que antes sirvió para avivarlo.

Esto ves, y tu amor se fortalece
pues pronto perderás, lo que ahora amas.


LXXIV

Mas cálmate cuando ese cruel arresto
de ti me lleve sin fianza alguna;
lo valioso de mí son estas líneas
y estas líneas quedarán contigo.

Releerás, cuando esto releyeres,
la parte que te estaba consagrada:
el polvo vuelve al polvo, su veneno,
mas te dejo mi espíritu, que es tuyo.

De mí habrás perdido sólo el cuerpo,
las heces, la heredad de los gusanos,
presa ruin de un mísero cuchillo
algo vil e indigno del recuerdo.

Lo valioso de él, lo que contiene,
es esto, y esto quedará contigo.


LXXV

Se nutre de ti mi pensamiento
como el suelo de abril del aguacero,
y por tenerte en paz libro batallas
como el avaro frente a sus riquezas;

ya soberbio y feliz, ya temeroso
de que la edad taimada lo despoje,
ya dispuesto a estar contigo a solas
ya inclinado a mostrarte a todo el mundo,

a veces ya colmado de tu vista,
y de pronto por ti desfalleciendo,
y no tengo ni quiero más delicias
de las que tú me das o me reservas.

Día a día me sacio y muero de hambre,
ya me atoro de ti, ya languidezco.


LXXVI

¿Por qué mi verso elude nuevas galas,
de modas y mudanzas alejado?
¿Por qué no me inclino con el Tiempo
a lo nuevo, crisol de extravagancias?

¿Por qué escribo lo mismo, y sin un cambio
se atiene mi invención al mismo estilo,
con palabras que casi me delatan
proclamando su origen y modelo?

Por que siempre de ti, amor, escribo,
y tú mismo y amor son mi argumento;
con nuevo atuendo visto frases viejas,
trillando nuevamente lo trillado.

El viejo sol es nuevo cada día;
también mi amor, diciendo lo ya dicho.


LXXVII

El espejo dirá cómo declinas,
el reloj, cómo huyen los minutos,
las hojas serán huella de tu mente,
y acaso una lección te brinde el libro.

Cada arruga que muestre el fiel espejo
evocará el bostezo de la tumba,
y el reloj te hablará con paso tardo
del Tiempo sigiloso, irrevocable.

Cuantas cosas no fije tu memoria
confía a estas pizarras: verás luego
tus hijos del cerebro bien criados
para darte a conocer mejor tu alma.

Revisa estos oficios con frecuencia,
tú y el libro saldrán enriquecidos.


LXXVIII

A menudo te invoco como musa,
y tanto participas en mis versos
que las plumas ajenas ya me imitan
e inspirándose en ti escriben poemas,

tus ojos, que pusieron voz al mudo
y a la arrogante ignorancia dieron vuelo,
a las alas del sabio añaden plumas
y doble majestad dan a lo grácil.

Mas puedes ufanarte de mi oficio
pues tú lo modelaste y alumbraste.
De otros perfeccionas el estilo
y las artes mejoras con tu gracia,

mas todo mi artificio es tu persona,
y mi bárbara pluma tornas culta.


LXXIX

Cuando yo solamente te invocaba
sólo nús versos poseían tus gracias,
mas ahora nú pluma ha decaído
y a nú musa agotada sustituyes.

Un asunto tan noble, amor, por cierto
merece los esfuerzos del más digno,
si bien las invenciones del poeta
no hacen más que pagarte lo robado.

Te llama honesto, y esa honestidad
le has inspirado; y si te da belleza
la tomó de tu rostro; cada elogio
no hace más que entregarte lo que es tuyo.

No agradezcas, luego, lo que él dice
pues tú saldas la deuda que él contrajo.


LXXX

Ay, cómo desfallezco al mencionarte
sabiendo que un ingenio más dotado
en elogios prodiga su talento
y cantando tu fama me amordaza.

Mas tu virtud, oceánica planicie,
tolera verla humilde o arrogante.

Mi barca audaz, aunque se sabe indigna,
boga obstinada en la llanura undosa.

Tu ola más sutil me tendrá a flote
mientras él surca abismos insondables.
Si me hundo, soy sólo una chalupa,
él, alto bajel y arboladura.

Y si luego él prospera y yo naufrago,
por culpa de mi amor me habré perdido.


LXXXI

Sea yo quien escriba tu epitafio,
o aún vivas mientras yo me pudro en tierra,
no será de la muerte tu memoria
aunque olvido postrero sea mi suerte.

Tu nombre durará inmortalizado
cuando yo haya muerto para el mundo,
pues el suelo común será mi tumba,
mas tu cripta los ojos de los hombres.

Monumento será mi gentil verso
que leerán los no nacidos ojos,
y en las lenguas futuras tendrás vida
aunque de nuestra edad ya nadie aliente.

Vivirás (tal virtud hay en mi pluma)
donde alienta el aliento de otras bocas.


LXXXII

No te uniste a mi musa en matrimonio
y puedes, por lo tanto, sin rubores,
leer cuanto dicen los poetas
que realzan sus obras al nombrarte.

Eres digno en aspecto y agudeza,
y tu mérito excede mi alabanza;

te ves luego obligado a procurarte,
nueva estampa de tiempos más floridos.

Procúrala, mi amor, y así comprueba,
ya exhaustos los retóricos afanes,
que tus ciertas virtudes son más ciertas
en las llanas palabras de tu amigo.

Prodíguense afeites en mejillas
exentas de color, mas no en las tuyas.


LXXXIII

Afeites no creí que requirieras
y afeites no añadí a tu hermosura;
vi (o creí ver) que tú excedías
las ofrendas humildes de un poeta.

De manera que opté por el silencio,
para que así, mostrándote, enseñaras
hasta qué extremos las modernas plumas
hablando de lo digno son indignas.

Tú viste un pecado en mi silencio
y a él debo mi gloria, pues callado
no estorbé tu belleza, a la que otros
sepultaron queriendo darle vida.

Más vida hay en uno de tus ojos
que en las lisonjas de tus dos poetas.


LXXXIV

¿Quién puede decir más sino quien diga
que sólo tú eres tú, máximo elogio?
Pues sólo tú encierras la sustancia
capaz de ilustrar tus perfecciones.

Cuán menesterosa es esa pluma
que al asunto no presta alguna gloria,
mas quien de ti escribe, con que diga
qué sólo tú eres tú, ya lo ennoblece.

Bástale copiar lo que Natura
escribió claramente, no enturbiado
y tal imitación le dará fama
y un estilo admirado por doquiera.

Bendita es tu belleza, y la maldices
amando adulaciones que te agravian.


LXXXV

Mi musa amordazada gentil calla
mientras sumas riquísimos elogios
consignados con cálamo de oro
en frases trabajadas por las Musas.

Otro escribe, yo pienso pensamientos,
y digo Amén cual clérigo iletrado
a cada himno que ese talento forja
con forma bien pulida y culta pluma.

Al oír tus elogios, los apruebo
y aún a los mayores algo añado,
mas en mi pensamiento, que te ama
(aun corto de palabras) más que a nada.

Por la airosa palabra admira a otros,
a mí por mi pesar, que te habla mudo.


LXXXVI

¿El velamen soberbio de sus rimas
navegando hacia ti, rico tesoro,
encerró en mi seso el pensamiento
y volvió sepultura un vientre fértil?

¿Su espíritu me ha tenido muerto,
por fuerzas no mortales inspirados?
No; ni él ni los cofrades que en la noche
lo asisten, mis versos acallaron.

Ni él ni ese fiel demonio amigo
que le brinda nocturna inteligencia
pueden alardear de mi silencio,
pues, cuando enmudecí no fue por miedo.

Mas como él se apropió de tu semblante,
mi voz perdió su fuente y quedó exhausta.


LXXXVII

¡Adiós! No merezco poseerte
y conoces, por cierto, tu valía.
Tus méritos te han dejado libre
y todos mis derechos caducaron.

¿Cómo retenerte si no accedes,
por qué he de merecer tanta riqueza?
Carezco de argumentos y razones,
de modo que mi plazo está vencido.

Te diste a mí ignorando tus virtudes
o ignorando a quién las entregabas;
don precioso, cedido erróneamente,
que hoy me quitas, con juicio más sensato.

Te tuve cual quien duerme y desvaría,
en sueños Rey, en la vigilia nadie.


LXXXVIII

Cuando estés dispuesto a escarnecerme
despreciando lo que antes admirabas,
me opondré a mí mismo por tu causa
llamándote virtuoso aunque seas falso.

Conociendo mis íntimas flaquezas,
expondré por ti toda una historia
de velados defectos y traiciones,
para que ganes gloria si me pierdes.

Y yo también saldré favorecido,
pues tuyo es mi amoroso pensamiento:
si ultrajándome a ti te beneficio
a mí me beneficio doblemente.

A tal punto te amo, soy tan tuyo:
por tu bien no hay mal que no sufriera.


LXXXIX

Acúsame de faltas y traiciones
y yo seré abogado de tu causa;
menciona mis torpezas, y callado,
me dejaré inculpar sin defenderme.

No podrás, amor, ser tan severo
para lograr el cambio que deseas
como yo, que atento a tus motivos
me apartaré, cortando nuestros lazos.

Y olvidaré tu trato y seré esquivo:
de ti estaré ausente, y en mi lengua
no habitará tu amado y dulce nombre
por miedo a difamarte y profanarlo.

Por tu causa me ensañaré conmigo,
pues nunca sabré amar a quien tú odias.


XC

Ódiame si quieres, más ahora,
cuando el mundo conmigo se encarniza;
sé el aliado de la fortuna impía,
mas no sumes tu pérdida a otras penas.

No agregues, cuando yo mi pecho alivie,
un mal nuevo a los males superados.
No postergues mi ruina, y luego añadas
a una noche inclemente alba lluviosa.

Si has de abandonarme, no lo hagas
cuando hayan culminado mis zozobras,
mas ahora, y sufriré primero
el desaire mayor de la fortuna.

Las penas que hoy saben tan amargas
tras haberte perdido sabrán dulces.

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