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SONETOS

William Shakespeare

Segunda parte

DEL XXXI AL LX


XXXI

En el pecho atesoras corazones
que yo di por perdidos y por muertos:
allí reina el amor, todas sus partes,
y amigos que creía sepultados.

¡Cuánta lágrima sacra y funeraria
el amor ha arrancado de mis ojos
en memoria de muertos que hoy parecen
sólo ausencias que allí yacen ocultas!

Eres tumba en que amor sepulto vive,
ornada con trofeos de amores idos
que sus partes de mí a ti cedieron,
y lo que fue de muchos hoy es tuyo.

Imágenes amadas en ti veo,
y soy todo de ti (de todas ellas).


XXXII

Si a mis días dichosos sobrevives,
cuando Muerte, ese patán, cubra mis huesos
de polvo, si relees por ventura
los versos toscos de un difunto amigo,

compáralos con los talentos nuevos,
y si los sobrepuja toda pluma
valora el amor y no las rimas
superadas por otros más felices.

Dedícame este dulce pensamiento:
Si en estos tiempos prósperos viviese,
su amor mejor vástago engendrara,
para marchar entre mejores huestes.

Si ha muerto, y poetas hay mejores,
de él leo el amor y no el estilo
.


XXXIII

Muchas regias mañanas vi agraciando
altas cumbres con ojo soberano,
besando con faz rubia prados verdes,
dorando arroyos con celeste alquimia,

mas luego consentir que nubes negras
la faz celestial oscurecieran,
ocultando al consternado mundo
cómo huía humillada hacia el Poniente:

También brilló mi sol una mañana
bañándome en gloriosos esplendores,
mas ay, lo tuve apenas una hora
pues nubes turbulentas lo velaron.

Mas mi amor lo perdona: sol del mundo,
mejor puede empañarse que el del cielo.


XXXIV

¿Por qué me prometiste un día claro,
dejando que viajara sin abrigo,
y pusiste en mi senda nubarrones
que velan tu esplendor con brumas turbias?

No basta que ahora asomes entre nubes
y me seques la lluvia de la cara,
pues bálsamo que cura las heridas
mas no la humillación no es buen remedio.

De poco sirven ahora tus rubores,
pues compensan en poco mis agravios:
la pena del que ofende no da alivio
a quien sufre la carga de la ofensa.

Mas las lágrimas que tu amor derrama
son perlas que la pérdida compensan.


XXXV

Deja de llorar por lo que has hecho:
la rosa tiene espinas, cieno el agua,
los eclipses empañan sol y luna
y los brotes más tiernos motea el cancro.

Todos fallan, y yo más que ninguno:
con símiles tu falta justifico
y así por perdonarte me corrompo,
disculpando en exceso tus pecados.

A tu culpa sensual hallo sentido.
Y fiscal y abogado al mismo Tiempo
abro contra mí pleito difícil,
en tal guerra civil de amor y odio

En cómplice por fuerza me transformo
de ese dulce ladrón que me despoja.


XXXVI

En dos partes debemos separarnos
aunque nuestro amor siga indiviso;
así esa mancha quedará conmigo,
por mí sólo llevada, sin tu ayuda.

Aunque nuestros dos amores sean uno,
un algo afrentoso los separa
que si bien el amor altera en poco
al deleite amoroso roba horas.

Nunca más podré reconocerte
para no agraviarte con mis culpas,
ni podrás honrarme frente a otros
sin causarte deshonras a ti mismo.

Mas no lo hagas, pues te amo de tal suerte
que si eres mío, mío es tu buen nombre.


XXXVII

Como el padre postrado se complace
en el brío del hijo que retoza,
yo cojeo afrentado por fortuna
y en tu honra y virtudes me consuelo.

Si belleza, cuna, oro o ingenio,
o de ellos uno, o todos, o más dones,
son entre tus gracias justos Reyes,
injerto mi amor en tu riqueza:

No soy cojo, pobre o desdichado
pues brinda esta sombra tal sustancia
que yo con tu opulencia me contento
y vivo de una chispa de tu gloria:

Procura lo mejor, te lo deseo,
si lo obtienes, diez veces soy dichoso.


XXXVIII

¿Cómo puede faltar tema a mi musa
mientras tanto tú insufles en mis versos
tu argumento, tan dulce y excelente
que en vulgares papeles se destaca?

Agradece a ti mismo si algo mío
resulta tolerable a tu lectura,
gran torpeza sería no escribirte
si tú mismo iluminas el ingenio.

Musa décima, diez veces más valiosa
que las nueve a que aluden los poetas:
quien te invoque produzca eternas rimas,
que al curso de los siglos sobrevivan.

Si mi musa ligera es deleitable
sea mío el trajín, tuya la fama.


XXXIX

¿Cómo cantar con discreción tus gracias
cuando eres de mí lo más preciado?
¿De qué pueden valerme mis elogios
si es mío cuanto en ti estoy elogiando?

Separémonos pues, por esa causa,
y nuestro amor ya deje de ser uno:
si estás lejos quizá pueda entregarte
el tributo que sólo tú mereces.

Ausencia cruel, tormento fueras
si tus ocios amargos no alumbraran
pensamientos de amor que dulcemente
distraen las nostalgias y las horas.

Me enseñas a volver dos partes una
cantando a quien siempre está conmigo.


XL

Mis amores, amor, tómalos todos:
¿qué tienes que antes no tuvieras?
No amor que amor pueda llamarse,
pues ya era todo tuyo el amor mío.

Si por amor de mí amor recibes
no puedo inculparte, mi amor tomas;
te inculpo si engañándote a ti mismo
gustas algo a disgusto, por capricho.

Gentil ladrón, el robo te perdono,
aunque es a ti a quien robas mi pobreza:
y aún así el amor sabe que más duele
la injuria del amor que la del odio.

Gracia lasciva, en quien el mal es bueno,
no seas mi enemigo aunque me hieras.


XLI

Los gráciles males en que incurres
si de tu corazón estoy ausente
convienen a tu edad y tu belleza,
pues doquiera que vas eres tentado.

Eres gentil, y galardón valioso,
eres bello, y todas te cortejan.
¿Qué hijo de mujer a las mujeres
podría consentir vanos suspiros?

Mas respeta, ay de mí, mis propios fueros
y reprende tu juventud fogosa,
pues te arrastra a tales frenesíes
que incurres en prejuicio doblemente.

Por ella, a quien por bello me quitaste,
por ti, que me fuiste infiel por bello.


XLII

No me apena tanto que sea tuya
aun cuando la amaba con afecto;
me aflige hondamente que seas de ella,
la pérdida de amor más dolorosa.

Amantes, vuestro agravio os perdono:
la amas por que sabes que la amo,
y sé que por mi amor ella me injuria
tolerando por mí que tú la aceptes.

Si yo te pierdo a ti, ella te gana,
y en cuanto la perdí tú la encontraste.
Cuando ambos se encuentran, pierdo a ambos,
y esta cruz por mi amor ambos me imponen.

Mas que dicha, ser uno con mi amigo,
pues entonces es mío el amor de ella.


XLIII

Al cerrarse mis ojos ven más claro,
pues el día les es indiferente,
ya que siempre en mis sueños te contemplan
y brillan con tu brillo en la penumbra.

Si iluminas las sombras con tu sombra,
qué dichoso espectáculo ofrecieras
a la luz, con tu luz tanto más clara,
tú que así por la noche me encandilas.

Qué aventura, pienso, si mis ojos
a viva luz del día te encontraran,
si de noche, entre las sombras muertas,
se fija tu esplendor en ojos ciegos.

Cada día es noche sin tu imagen,
y si en sueños te veo es día la noche.


XLIV

Si mis carnes fueran pensamiento
no valdrían distancias injuriosas:
dondequiera estés te seguiría
a despecho de límites y espacios;

aun si mi pie hollara entonces
las tierras de ti más alejadas
con sólo pensar dónde te encuentras
brincara sobre océanos y reinos.

Mas no soy pensamiento, pienso airado,
y no puedo franquear millas de un salto;
modelado con agua y tosca arcilla,
debo aguardar gimiendo, lentas horas.

De elementos tan bajos sólo obtengo,
emblemas del dolor, lágrimas turbias.


XLV

Los otros, aire leve y fuego puro,
dondequiera yo esté viajan conmigo,
pensamiento y deseo, inapresables,
con raudo movimiento van y vienen.

Y cuando estos ligeros elementos,
embajada de amor, hasta ti vuelan,
mi vida, hecha de un cuarto, con dos solos
agoniza en tenaz melancolía.

En tanto mi vital arquitectura
no restauran entrambos mensajeros,
que regresan al punto con las nuevas
de tu buena salud, y me las dicen.

Me alegro, mas ay, que dicha breve:
los envío de vuelta y entristezco.


XLVI

Mis ojos y mi pecho en mortal guerra
disputan el botín de tu belleza:
se arrogan mis ojos tu semblante,
trofeo por mi pecho reclamado.

Uno alega que en él feliz habitas
en cofre que los ojos no atraviesan
argumento que la otra parte niega
afirmando ser dueña de tu imagen.

Un jurado de dulces pensamientos,
huéspedes del pecho, se pronuncia
y con su veredicto se decide
cuál parte de cuál es pertenencia.

A mis ojos se debe tu figura,
y tu amor a mi pecho corresponde.


XLVII

Mis ojos y mi pecho han concertado
un pacto para mutuo beneficio,
ya unos languidezcan por tu rostro
o suspiros de amor el otro exhale:

si mis ojos se hartan de tu imagen,
mi pecho al festín es invitado;
otras veces mi pecho los recibe
compartiendo amorosos pensamientos.

Tu imagen y tu amor así preservan,
y aunque lejos estés, estás presente,
pues de los pensamientos huir no puedes
y yo con ellos voy, y ellos contigo.

O si duermen, tu imagen en mis ojos
a mi pecho despierta, y ambos gozan.


XLVIII

Con cuánta cautela emprendí el viaje,
poniendo a buen recaudo cada objeto
para hallarlo intacto a mi retorno,
de manos traicioneras protegido.

Mas tú, de mis tesoros el más bello,
dignisimo consuelo, cruel congoja,
mi bien más entrañable y más valioso,
a ladrones vulgares te has expuesto.

No te quise encerrar en otro cofre,
sino en el que no estás aunque estés siempre:
la cárcel sin rigores de mi pecho,
de donde entras y sales a tu propio antojo.

Y temo que aun de allí seas llevado,
pues por ti aun la verdad seria ladrona.


XLIX

Por si llega el momento (si llegare)
en que juzgues, severo, mis defectos
y tu amor cierre el último balance
por prudentes consejos incitado,

por si llega el momento en que tú pases
rehusándome el sol de tu mirada,
o tu amor, renunciando a lo que era,
actúe con reserva desdeñosa,

por si el momento llega hoy me consuelo
admitiendo que es poca mi valía
y alzo contra mí acusaciones
que mantengan las leyes de tu parte.

Si te vas, ay de mí, la ley te ampara,
nada puedo alegar en mi descargo.


L

Continúo la marcha tristemente,
pues el fin de este viaje fatigoso
al reposo y quietud ha de mostrarle
cuántas millas de ti me he distanciado.

El bruto va llevándome despacio,
cargando con las penas que me agobian,
cual si el pobre supiera por instinto,
que el jinete no quiere apresurarse.

No lo azuza la punta enrojecida
que a veces mi furor le hunde en el flanco,
a lo cual él responde con gruñidos
más filosos que el hierro de mi espuela.

Pues con cada gruñido me recuerda
que mi pena se acerca y tú te alejas.


LI

Mi amor excusa así los pasos tardos
del caballo, cuando de ti me alejo:
¿Para qué apurar esta distancia?
ya habrá de galopar cuando regrese
.

¿Mas qué excusa tendrá mi pobre bestia
cuando toda premura me sea poca?
Entonces aun al viento espolearía,
el paso más alado sería lento.

¿Qué bestia correrá cual mi deseo?
Mi perfección de amor, sin traba alguna,
relinchará en frenética carrera
y dará nueva excusa a mi caballo.

Si al ir lejos de ti supo ir al trote,
cuando yo vuele a ti que él vuelva al paso.


LII

Soy pues como el rico cuya llave
le guía hasta el recóndito tesoro
que no quiere mirar a cada instante
por no mellar el filo de su goce.

Tal las fiestas, solemnes e infrecuentes,
con su raro fulgor visten el año
y cual piedras lucientes se destacan,
o cual joya mejor en gargantilla.

Así tus ausencias son un arca
o un cofre donde ricas vestiduras
aguardan circunstancias especiales
para lucir su orgullo encarcelado.

Cuán grande es tu valor, bendito seas:
das júbilo si estás, si no esperanza.


LIII

¿De qué rara sustancia estás compuesto
que millones de sombras te rodean?
Cada cual tiene una, sólo una,
mas tú, siendo uno, prestas todas.

Adonis, si con arte es perfilado,
imita pobremente tu figura;
si de Helena se pinta el bello rostro
eres tú con griega indumentaria.

Si ves la primavera, o el otoño,
una es apenas sombra de tus dones
y el otro evoca tu generosidad,
pues estás presente en cada forma.

De toda gracia externa participas,
mas a nadie semejas en constancia.


LIV

Oh, cuánto más bella es la belleza
si tiene la verdad por dulce ornato;
la rosa, si admirable, más se admira
por la dulce fragancia que despide,

las flores de la zarza lucen tintes
profundos, cual la rosa perfumada,
también tienen espinas y retozan
si la brisa entreabre sus capullos;

mas toda su virtud es apariencia:
germinan apartadas, se marchitan,
y mueren solas. Mas la rosa deja
un dulce aroma tras su dulce muerte.

Y tú joven bello y adorable,
si te agotas, aquí estás destilado.


LV

Ni el mármol ni los áureos monumentos
de príncipes serán más perdurables
que esta arca de tu esplendor luciente,
recia rima, jamás piedra opacada.

Cuando la guerra atroz derrumbe estatuas
y las turbas destruyan las murallas,
ni la espada de Marte ni hostil llama
abatirán esta memoria viva.

A la muerte, y al enconado olvido,
podrás vencer, y en estas alabanzas
los ojos de los hombres venidos
hasta el juicio final verán tu imagen.

Así, hasta que seas convocado,
aquí vivirás, y en tiernos ojos.


LVI

Renueva, amor, tus bríos, no se diga
que eres más endeble que el deseo,
cuya fiebre voraz, hoy aplacada,
mañana se agudiza nuevamente.

Si hoy tus ojos hambrientos se han hartado,
amor, aunque ahítos parpadeen,
mañana también mira, no destruyas
por torpeza el espíritu amoroso.

La ausencia sea océano que aparta
a fogosos amantes que a la orilla
se acercan diariamente para verse
y las ansias recíprocas inflaman.

Sea invierno tan lleno de cuidados
que triple bienvenida dé al estío.


LVII

Esclavo soy, y esclavas son mis horas,
del arbitrio y afán de tu deseo,
pues vanas son las horas de mi vida
en que tú no requieres mis servicios.

No me atrevo a llamar lenta la espera
cuando miro el reloj mientras te aguardo,
ni a juzgar amargas tus ausencias
cada vez que despides a tu siervo,

ni inquiero con preguntas recelosas
dónde estás, qué haces o discurres.
Melancólico esclavo, en nada pienso
salvo en ti, y en la ventura de otros.

Tan necio es el amor, que tus caprichos
acepta dócilmente aunque lo hieras.


LVIII

El dios que de ti me ha esclavizado,
prohibe que vigile tus placeres
o pida cuenta alguna de tus ocios,
pues tu vasallo soy y te obedezco.

Estando a tu merced, soporto luego
la cárcel soledosa de tu ausencia
y ofrezco dócilmente ambas mejillas
sin acusarte de injusticia alguna.

Es tu privilegio ir donde gustes
y disponer sin trabas de tus horas
para hacer cuanto quieras, y aun puedes
indultarte por daños a ti mismo.

Yo espero, aunque esperar sea un infierno;
actúes bien o mal no he de acusarte.


LIX

Si nada es nuevo y todo antes ha sido,
¿no es vana ilusión de nuestro ingenio
engendrar novedosas invenciones,
cuando alumbra criaturas ya nacidas?

Si mi alma retroceder pudiera
del sol quinientas vueltas en el cielo
quizá tu imagen viera en libro antiguo
con prístinas palabras acuñado.

Sabría cómo antaño describían
la grácil maravilla de tus formas,
si escribimos mejor, o lo hacían ellos,
o la revolución es semejante.

El ingenio de otrora, estoy seguro,
a peores asuntos cantó elogios.


LX

Tal cual ruedan las olas a la playa
discurren hacia el fin nuestros minutos.
Cada cual reemplaza al precedente
y todos en tropel van progresando.

La criatura en mar de luz nacida
se arrastra a la adultez, y es coronada
por pérfidos eclipses que oscurecen
las dádivas que antaño le dio el Tiempo.

El Tiempo transfigura cuanto ofrece
y en las frecuentes más bellas abre grietas,
devora las rarezas de Natura
y el filo de su hoz lo siega todo.

Mas en futura edad, en estos versos
tú serás alabado a tu despecho.

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