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CAPÍTULO VIII

DÍA ONOMÁSTICO EN PROVINCIA

Amaneció el domingo, último día de la permanencia de Enrique en Jantetelco y cumpleaños de Sara.

Como de costumbre en esos casos durante la noche, se adornó el interior de la casa de Sedeño con arcos de flores colocados en las puertas de las habitaciones; ramas de árboles, tallos de plátanos y carrizos en los corredores. Se mandó traer una buena música y como la mejor que era, se componía de violín, flauta, bandolón y vihuela. Mas no por ser la mejor lo hacía bien, pues cada filarmónico jalaba por su lado.

A las cuatro de la mañana, la mala y disonante música, tocaba diana a la puerta de la recámara de Sara, cohetes y cámaras completaban la felicitación que se hacía; mejor dicho, a esa hora y con tales músicos, más bien parecía una cencerrada con que se obligaba a Sara a despertarse.

Siempre me ha parecido de muy mal gusto, e impertinente sobre todo, celebrar el cumpleaños de una persona haciendo que se despierte a las cuatro de la mañana. Se le hace levantar a esa hora para recibir a los que vienen a felicitarla; sin embargo, no hay más que resignarse a seguir la corriente, so pena de caer en público desagrado.

Sara hizo lo que todos en iguales circunstancias; obsequiar y agradecer a quienes se tomaron la molestia de levantarse tan temprano.

En aquella época se obsequiaba a la concurrencia con rebanadas de pan, queso, catalán, vino jerez y mixtelas de anís, rosa y canela.

El mezcal era para la gente pobre, que madrugadora por costumbre, concurre a la novedad, y al husmo de hacer gratis la mañana, sin importarle lo que se celebra, ni a quién se tiene que agradecer aquel trago de mezcal tan de madrugada.

Los músicos como los niños, siempre con su natural disposición de tomar todo lo que se les da a cualquier hora, engulleron una buena cantidad de comestibles y campechana -como entonces se llamaba a la mezcla de catalán y jerez-. Los demás concurrentes, sólo probaron el licor al momento del brindis que se pronunció por la felicidad de la joven.

No faltó quien brindara, deseándole que Dios concediese a Sara mil años de vida; es decir, la vida del cuervo, que en verdad si Dios accediera a semejante antojo, no sería mal tecolote quien tantos años tuviera que soportar en este pícaro mundo.

Enrique obsequió a su prima con un cintillo en que constaba la fecha del regalo, y con un prendedor con el nombre de Sara. Prendedor que le costó después no pocos desvelos y aflicciones, porque quería usar éste, así como el medallón que contenía el retrato de Enrique.

Los dos prendedores no podían usarse a la vez por lo que le era imposible a Sara resolverse a cuál de los dos daba la preferencia.

No se acostumbraba entonces colocar los regalos en la mesa del centro de la sala para que los concurrentes los admirasen poniendo en tela de juicio y criticando la tacañería o largueza del obsequiante. Pero aunque tal hubiera sido la moda, Sara no hubiera hecho más de lo que hizo: guardar muy cuidadosamente el regalo que de México trajo Enrique y que en secreto lo había tenido reservado hasta ese día.

La concurrencia se retiró después del desayuno -porque también es costumbre dar desayunos a los amigos- quedando todos convidados a tomar la sopa, con gran contento de aquellos que para recibir un convite, dan felicitaciones, aunque jamás hayan conocido a la persona felicitada.

Don Martín comisionó a Enrique y a don Protasio, para que hicieran las invitaciones correspondientes.

Sara suplicó a su primo que aceptase una listita de aquellas amigas por quienes se interesaba y que tomase empeño en comprometer a sus padres, a fin de que no faltaran.

Enrique quedó conforme y esperó la lista.

A poco rato vino la joven trayendo un papel en que constaba el nombre de sus amiguitas.

Enrique leyó la lista y como notara que Carolina no estaba incluida, preguntó a Sara:

- ¿Has omitido a Carolina por olvido o a propósito?

- Muy adrede primo mío, a no ser que tengas interés; pues en tal caso, puedes invitarla, no me opongo para que estés contento.

El joven, que comprendía lo que pasaba en el alma de su prima contestó.

- Hermanita, si extrañé que Carolina no estuviese en la lista, no fue por otra cosa; sino porque como sabes, la familia de esa joven lleva muy buena amistad con la nuestra y al excluirla del convite equivale a un rompimiento que siendo sin motivo, será doloroso para nuestros padres.

- ¡Conque no hay motivo! -replicó Sara con precipitación- pero en fin, tú sabes más que yo, haz como quieras.

- No, Sarita -contestó Enrique-, se hará lo que tú mandes, se cumplirá lo que has determinado, y que sobre mí pese lo que venga, no me faltará una respuesta y una excusa satisfactorias para salvar mi falta. Adiós, hermana mía.

- Pero por último -insistió Sara-, ¿irá o no Carolina?

- No, niña, ¡no faltaba más que tú que eres el santo de la fiesta, estuvieses contrariada durante la comida!

- Gracias Enrique, hasta luego ¿vienes pronto, no es así?

- Sí Sara, no dilato, vuelvo pronto.

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