Índice de Los plateados de tierra caliente de Pedro RoblesCapítulo anteriorSiguiente capítuloBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO IV

CUERNAVACA

Dejemos un momento la pluma.

Con permiso de nuestro amigo don Eugenio J. Cañas, reproduzcamos íntegro lo que escribió el año de 1887 con motivo de la visita que hizo a la gruta de Cacahuamilpa el señor general Porfirio Díaz.

Honra este libro lo mucho y bueno que contiene la narración y por ser en provecho del lector, lo tomamos con; o sin la voluntad del señor Cañas.

Nos autoriza la amistad y reconocida benevolencia del autor.


DE MÉXICO A CACAHUAMILPA

En febrero de 1874, el señor presidente Lerdo de Tejada, hizo una excursión a la célebre gruta de Cacahuamilpa; alguno de sus compañeros de viaje tuvo la curiosidad de preguntar qué pueblos eran los que veía desde la ventanilla del carruaje; tomó nota de sus nombres, y comunicados a un estimable escritor, aparecía consignado en un libro de geografía para 1875, que las principales poblaciones de Morelos eran Huitzilac; Tlatenango, Atlacholoaya y otras de una importancia muy secundaria.

Por si alguno de los discretos viajeros que hoy se dirigen a la misma grdta deseare saber cuáles son los puntos principales que toca su itinerario sin necesidad de preguntarlo ni padecer las mismas equivocaciones, vamos a tener la honra de acompañarlo desde las puertas de la capital hasta la entrada de la caverna.

Nada verdaderamente digno de llamar la atención en las cuatro leguas que del Valle de México mide el camino, a no ser ese vetusto edificio, a unos centenares de metros a la derecha, a cuyo lado se levanta modesto monumento, y a cuyo derredor se agrupan pobres casas; es el antiguo Huitzilopochco, hoy San Mateo Churubusco, nombre que para todos los mexicanos condensa las ideas del patriotismo, heroísmo y honor. Este, como los demás pueblecillos y haciendas que hasta la hermosa de Coapa bordan los flancos de la vía pertenecen a la municipalidad de Coyoacán, prefectura de Tlalpan del Distrito Federal; la primera posta se halla en Tepepan, lugar de 925 habitantes, perteneciente a la prefectura y municipalidad de Xochimilco, del mismo Distrito Federal.

A unos tres kilómetros de distancia comienza el ascenso a las montañas que forman la cordillera del Ajusco, esta primera cuesta, bastante penosa, se llama de San Mateo Xalpa, al acabar de encumbrarla se encuentra el pueblo que le da su nombre, y que significa lugar arenoso, nombre bastante justificado, tiene 581 habitantes, y pertenece a la misma jurisdicción que Tepepan. Sobre la derecha de la calle principal, que es la que recorren los carruajes de tránsito, se ve una casa de aspecto agradable, muy superior en construcción a todas las demás del pueblo; es la escuela que mandó levantar a sus expensas la infortunada Carlota Amalia.

Sigue otra pendiente cuyo acceso es más penoso aún que el anterior; al terminarla se encuentra el pueblo de San Miguel Topilejo, 1.031 habitantes, de la prefectura y municipalidad de Tlalpan. Unas tres leguas más de subida y se llega al Guarda, segunda posta y medianía del camino entre México y Cuemavaca. Entre Topilejo y el Guarda se tiene uno de los puntos de vista más hermosos sobre el Valle de México.

A la derecha, dando la vista al Valle, se elevan el Popocatépetl y el Ixtaccíhuatl; a la izquierda en primer término, el Ajusco, más allá los montes de las Cruces, perdiéndose su prolongación entre la bruma hacia el nordeste; al frente las serranías de Pachuca y el Real del Monte; circuído de esas cordilleras en el fondo, el valle con sus tersos lagos, sus ciudades, sus pueblos y haciendas; en el centro del valle la sierra de Guadalupe.

La Cruz del Marqués. Estamos en los límites del Distrito Federal y el Estado de Morelos; sois nuestros huéspedes; esa tosca cruz de piedra marca la línea divisoria: pero no es la circunstancia que hace notable ese sitio. Sobre la carretera de México a Acapulco es este el punto culminante; las aguas pluviales que caen sobre este sitio, mientras las que se deslizan al norte van a perderse en las corrientes que desaguan en el Atlántico, las que resbalan hacia el sur, van a engrosar al Amacusac, aumentan el volumen del Mescala y entran al Pacífico en el río Balsas.

Esa cruz, si hemos de creer a la tradición, señalaba también el límite de los dominios del marqués del Valle, el fiero conquistador. Según Alejandro de Humboldt, en el tiempo en que viajó por la Nueva España, éste era el punto más alto del globo terrestre sobre el nivel del mar, donde rodaban carruajes. Desde aquí hasta Cacahuamilpa, salvo algunas ligeras subidas de las cuales la principal es la de Santa Teresa al término del viaje, todo es descenso. Al acabar de recorrer ese hermoso bosque con cuya salvaje belleza sólo rivalizan en las cercanías de la capital, el de las Cruces y el de Río Frío, hallamos ese grupo de chozas llamado Zacapexco, y desde él descubrimos como en extenso panorama, todo el Estado de Morelos y parte de los de México a la derecha, Guerrero al frente y Puebla a la izquierda. Las abruptas montañas que al poniente elevan al cielo sus enhiestas cimas, ocultan entre sus replieges un bellísimo valle, célebre por estar allí el santuario de Chalma, el ingenio de Jalmolonga, segundo del país en antigüedad, y la villa de Malinalco del distrito de Tenancingo, Estado de México. Bajo las bóvedas del Santuario nace el bello río que vais a pasar en Puente de Ixtla.

Al suroeste se levanta gigantesco el cerro de Tasco; casi a su pie está el famoso mineral que dio a Borda una fortuna de cuarenta millones de pesos; pertenece a Guerrero.

Al sur cierra el horizonte la cordillera de Cerrofrío; detrás está el fértil valle de Iguala.

Al oriente, en primer lugar, el Popocatépetl y el Ixtaccíhuatl, desgarran la celeste bóveda con sus altivas frentes, ceñidas de nívea diadema: ellos dominan por completo este espléndido paisaje.

Al sureste sobre el fondo violáceo de esas montañas que dividen los distritos de Jonacapetec (Morelos) y Matamoros (Puebla), veis levantarse dos rígidos peñones; el uno inaccesible, es una curiosidad geológica; se llama el peñón de Santa Clara, por estar cerca del ingenio de este nombre; el otro es el de Jantetelco; a su pie está el pueblo del mismo nombre, del cual era cura el héroe Matamoros; allí se ciñó la espada abandonando el hisopo.

Aquí, casi a vuestros pies, un poco a la derecha, vuelve a levantarse esa cadena de rocas ciclópeas que viniendo de Chalma parece que sólo se ha abatido para abriros paso; va a terminar, siempre altiva, en Tlayacapan con el cerro del Sombrerito, otra curiosidad geológica. Por todas partes inaccesible, remeda gigantesco conjunto de elevados torreones de antiguas fortalezas; los veis a cuatro leguas, si estuvierais al pie observaríais que no les faltan ni almenas, ni cornisas, ni troneras. En el fondo de esa inconmesurable grieta que forma al bifurcarse, hay un reducido pero fértil valle inclinado donde se reclina Tepostlán; iguala los más bellos paisajes suizos, en los hijos de ese pueblo se retrata la naturaleza de su suelo: altivos, independientes, idólatras de sus derechos; ese nido de águilas ha sido muchas veces el refugio de los campeones de la libertad.

Ved por fin allá abajo, al frente, aquella agrupación de casas, de árboles que parecen divididos por ancha cinta: es Cuernavaca atravesada en toda su longitud por la carretera de Acapulco. Aquí, allá, más allá, por todas partes observad entre las rigurosidades de una inmensa alfombra, como en el centro de esos anchos campos que con su verdor esmaltan el cuadro, se levantan altas chimeneas de las cuales se escapan densas columnas de humo: son los grandes ingenios que pueblan el Estado. Pensad antes de abandonar este excelso observatorio, cuánta riqueza de todo género encierra ese jirón de la patria que se llama Estado de Morelos, y a qué lugar tan distinguido le llaman sus productos, su situación geográfica y la paz, el trabajo y la civilización.

¡En marcha! Llegamos a Huitzilac; nada notable sino su excelente situación, su expléndido horizonte; ¡ah! y su intenso frío, sí, su altura le coloca entre los pueblos glaciales. Pero en una hora recorreremos las cuatro leguas que mide la pendiente rápida de aquí a Cuernavaca y habremos pasado en tan corto tiempo y por tan escaso trayecto a la zona tórrida; aquí los productos de nuestras tierras frías: el maguey, la cebada, como típicos, allá el plátano, el mango, el naranjo, el café, la caña de azúcar; pasamos por todas las temperaturas medias posibles; cada kilómetro recorrido marca una diferencia sensible en el termómetro.

Los puntos notables entre Huitzilac y Cuernavaca, son: primero, el pueblo de Santa María, algunas de cuyas casas se agrupan a uno y otro lado del camino: a la derecha, una legua adelante, la fábrica de aguardiente Buenavista, propiedad del señor Ramón Portillo; ya se ven plátanos en la huerta de esa finca; también hay frutales de tierra fría; aquí los productos se confunden.

Una legua más abajo está el risueño pueblo de Tlaltenango. A la derecha el santuario de una imagen milagrosa, de la devoción especial de los habitantes de Cuernavaca. Enfrente un derruido portal entre antiguos paredones. Los paredones pertenecieron al primer ingenio que explotó en el país la caña de azúcar; fue después trasladado al barrio de Amatitlán, al oriente de Cuernavaca; sufrió una última traslación y hoy es el de Atlacomulco, una legua al sureste de Cuernavaca; perteneció desde su primera fundación al conquistador Cortés; y hoy a sus sucesores los duques de Terranova y Monteleone, sus productos están dedicados al sostenimiento del Hospital de Jesús de México. En el portal, según la leyenda, hubo una hospedería, dos jóvenes dejaron en cierta ocasión a guardar en ella una caja cerrada; pasó tiempo y no volvieron por ella; pero de la caja se escapaban suavísimos aromas; algunas tranquilas noches se percibían, partiendo de ella, dulcísimas armonías; aureolas indescriptibles de divina luz solían circundar la misteriosa caja; en un tiempo tan lleno de creencias maravillosas, estos rumores bastaron a decidir la apertura de la caja en medio de solemnidades, hízose y hallóse dentro la escultura que hoy se venera en el santuario que se erigió.

La primera jornada ha terminado con el arribo a Cuernavaca. Esta ciudad, capital del Estado, y cabecera del distrito y municipalidad de su nombre, está situada entre barrancos profundos y sobre lomas inclinados al S. E., a los 18° 55' 2" latitud norte 0° 6' 19" longitud occidental del meridiano de México, dista 75 1/2 kilómetros de aquella ciudad, y está elevada sobre el nivel del mar 1.505 metros. Su nombre antiguo fue Cuahunahuac; significa junto al monte; en los tiempos anteriores a la conquista, la parte principal de la población estaba radicada en lo que hoy es uno de los barrios, el pintoresco pueblo de Acapantzingo, sitio que elegió Maximiliano de Hapsburgo para construir una casa de campo que no llegó a terminar, actualmente está allí la escuela regional de agricultura. Cuahunahuac fue un señorío independiente. Después de la muerte de Chimalpopoca, quinto rey de México, a manos del tirano Maxtla, este rey de Azcapotzalco sitió la ciudad de México para destronar a Ixcóhuatl, sucesor de Chimalpopoca auxiliado el monarca mexicano por Netzahualcóyotl, el célebre rey texcocano, Maxtla fue derrotado y muerto, y como consecuencia de estos sucesos, el señorío de Cuahunahuac quedó agregado a la corona de México por el año de 1430.

Cuando la conquista, los habitantes de esta comarca, muy poblada entonces, huyeron despavoridos a las selvas, la conducta prudente de Cortés, y la influencia del cacique Axayatli, hicieron volver a la mayor parte. Perteneció primero a la jurisdicción de Tasco, habiendo adquirido nueva importancia, declarada villa, tuvo de nuevo jurisdicción propia anexa a la intendencia de México. Después de la independencia formó parte del Estado de México y fue cabecera del distrito de su nombre, cuyo territorio era el mismo que hoy forma Morelos. Cuando la guerra de intervención, dividido el Estado de México en tres distritos militares y administrativos, fue la capital del tercero, reincorporado éste en 1867 al Estado de México, fue de nuevo cabecera del que hoy es distrito de Cuernavaca, y erigido el Estado de Morelos, fue declarada capital de él, en 15 de junio de 1874 los poderes, debido a causas políticas, trasladaron su residencia a Cuautla, pero en 6 de enero de 1876 volvieron a Cuernavaca. Hoy se estima su población en doce mil habitantes próximamente, inclusos los barrios, la municipalidad tiene diez y siete mil.

Tiene unas novecientas casas, seis plazas y plazuelas, cerca de ochenta calles y callejones, ocho fuentes públicas, cinco templos católicos y dos protestantes.

Los barrios de San Antón, San Pablo, Acapantzingo y Gualupita que rodean la ciudad, son bellísimos, en el primero hay una cascada de unos cien pies de altura, conocida con el nombre de Salto de San Antón, que acaba de ser descrito en un folleto por la elegante pluma de Jorge Hammeken y Mexía, recomendamos a nuestros lectores tan florida descripción. En Acapatzingo existe, como hemos dicho, una casa de campo hecha construir por el desgraciado archiduque de Austria, por sus recuerdos históricos, por su situación encantadora y por estar allí la escuela regional de agricultura, merece visitarse.

En Gualupita están los manantiales de agua que surten la parte oriental de la ciudad, el pueblo les llama poéticamente los ojos de Gualupila, y es fama que los que apagan la sed en los cristalinos arroyos que brotan en aquel rincón perdido del edén, toman tanto cariño a Cuernavaca que o no le abandonan o siempre suspiran a su recuerdo. Aquel sitio romancesco, con sus rosales, sus floripondios, sus elegantes y flexibles otates, sus corpulentos ahuehuetes, sus tupidos platanares, toda su exhuberante flora, y la multitud de límpidos arroyuelos que lo cruzan en sonora cadencia, era el favorito de la hija del rey de los belgas, donde con frecuencia iba a entregarse a la caza de mariposas.

La iglesia parroquial merece mencionarse por ser una de las primeras de importancia fundadas en el país. En 1529, el 2 de enero, diez frailes de la orden de San Francisco llegaron a Cuernavaca a fundar el convento, la torre del templo no se concluyó sin embargo hasta el año de 1718, existe en ella un reloj que se dice fue regalado por Felipe II. El palacio de Cortés es otro edificio notable, pero solamente por su nombre histórico, fundado por el conquistador, no se terminó sino hasta el 8 de julio de 1767. En él están actualmente el congreso y el Tribunal Superior del Estado, sus oficinas y las de la municipalidad. Desde la torre de la parroquia y la azotea del palacio de Cortés, se descubren paisajes hermosísimos. Es igualmente digno de mención el jardín que hizo construir Borda y que conserva su nombre; aunque muy deteriorado, es todavía muy bello.

El clima de la población aunque variable no es extremado, pues la temperatura más alta, al abrigo, que hemos podido observar en ocho años, en la época de los más fuertes calores, es de 30 centígrados, y la más baja, a la intemperie en los inviernos más fríos, como el último, ha sido de 10 centígrados.

Y ya que de la capital de Morelos hablamos, digamos algo de todo el Estado. Su territorio antes de la conquista perteneció a varios señoríos independientes, de los cuales los principales fueron además del Cuahunahuac, Yuhatepec, Tololapan, Xiuhtepec, Tepozjlán y Yecapichtla, hoy Cuernavaca, Yautepec, Totolapam, Tepoxtlán, Jiutepec y Yecapixtla, cabeceras el primero hoy del distrito, los demás, de municipalidad de su nombre. Sometido por los mexicanos a su dominio, el territorio después de la conquista española perteneció a la intendencia de México; a la independencia fue distrito Cuernavaca del Estado de México, a la guerra de la intervención, tercer distrito militar y por último, Estado soberano por decreto del Congreso de la Unión, del 17 de abril de 1869. Tiene 4.500 kilómetros cuadrados de superficie. Está dividido actualmente en cinco distritos políticos, Cuernavaca, Morelos, Tetecala, Yautepec y Jonacatepec, subdivididos en veintisiete municipalidades. El último censo oficial en 1872, da 150.000 habitantes próximamente, pero como el de 1869, fue alterado por motivos de política, ninguno es exacto, las personas que asignan una población entre 110 y 120 mil habitantes se aproximan a la verdad. El valor de la propiedad raíz no es conocido, actualmente trabaja el gobierno en conocerlo, pero puede estimarse aproximadamente en doce millones de pesos. Los presupuestos para gastos municipales, del Estado y de la federación, montan anualmente a cuatr

La parte norte del Estado es fría o templada, la central y meridional caliente, se tienen en él, a pesar de su corta extensión, todos los productos de las tierras frías, templadas y calientes. Contiene su territorio 5 ciudades, 10 villas, 118 pueblos, 48 haciendas y 53 ranchos. Varios ríos, de los cuales son los más importantes el Amacusac, Chalma, Yautepec y Morelos lo fertilizan.

Tres gobernadores constitucionales ha tenido Morelos desde su erección: de 15 de agosto de 1869, a 23 de noviembre de 1876, el señor general Francisco Leyva; de 5 de mayo de 1877, a 31 de septiembre de 1880 el señor general Carlus Pacheco, y desde el 10 de octubre de 1880 a la fecha, el señor Carlos Quaglia.

El bartio de Chipitlán es el que nos despide de Cuernavaca en la segunda jornada, a dos leguas hallamos la hacienda de Temisco, propiedad del señor Pío Bermejillo, ese río que desde el puente que está a tres kilómetros antes de la hacienda corre a la izquierda del camino, es el Apatlaco, nacido entre las umbrías e impenetrables selvas que circundan el pintoresco llano de Tepeite, al suroeste de Huitzilac, después de Temisco encontramos a Acatlipa, en el camino, entre la hacienda y el pueblo, podemos ver, a ocho o diez kilómetros a la derecha, el célebre cerro de Xochicalco, en sus flancos, sobre su cima, están las famosas ruinas del Castillo de flores. Desde que contemplando las enormes piedras, llevadas allí del fondo de la barranca de Tetlama, hemos pensado en los esfuerzos que necesitaría nuestra mecánica moderna para elevar aquellas moles, creemos en los cíclopes. Entre las entalladuras de ellas han crecido verdaderos árboles. Si, como decía el señor Orozco y Berra, esas ruinas son toltecas, la historia del águila mexicana, devorando sobre el nopal a la serpiente, hecho fijado por Sigüenza y Góngora el 18 de julio de 1327, se convierte en dudoso, supuesto que entre los innumerables relieves labrados sobre las piedras de Xochicalco, está un águila semejante a la emblemática de Tenochtitlán.

Después de Acatlipa, la hacienda del Puente, propiedad del señor Ramón Portillo y Gómez, a un kilómetro; Xochitepec, cabecera de la municipalidad del mismo nombre, distrito de Cuernavaca. Existen en esta villa unas fuentes sulfurosas que brotaron en 1875, después de haber consternado a sus habitantes con los ruidos subterráneos que precedieron a su aparición. A la salida de Xochitepec está el río de su nombre. Como todos los del Estado, en esta época el caudal de sus aguas es pobre, en la estación de lluvias suele ser terrible. Adelante se llama río de Tetelpa, riega los campos de las haciendas de San Nicolás y Zacatepec, se une en Jojutla con el Higuerón y ambos con el Amacusac.

A poco más de una legua de Xochitepec está otro río y otro pueblo. El pueblo es Alpuyeca y el río lleva su nombre, ha nacido en las vertientes orientales de los montes de Ocuila, corriendo entre profundas barrancas, ha llegado aquí por las de Tetlama y Colotepec.

De Alpuyeca a Puente de Ixtla, el camino nada tiene de notable, bien fastidiosas son esas cuatro leguas en que ni las accidentaciones del terreno dan variedad al paisaje, apenas se distinguen sobre la izquierda de la hacienda de Chiconcuac y los pueblos de Tetecalita y Atlacholoaya, al llegar al punto llamado Tierra Blanca, se ve la hacienda de San José Vistahermosa al mismo lado, bien merece su nombre, pues desde las azoteas de la finca, la vista se recrea con el panorama que se descubre, allí está la poética laguna de Tequesquitengo, descrita en uno de los números del Correo; a la izquierda se distingue el pueblecito de Ahuehuecingo, que ya pertenece al distrito de Tetecala, como todo lo que falta por recorrer.

En Puente de Ixtla, pasamos el río que hasta ese punto se ha llamado Chalma y al que viene unido el Tembembe, al cual los ixtleños llaman Río chiquito. El Chalma, como dijimos, nace bajo las bóvedas que forman el pavimento de ese suntuoso santuario tan lleno de leyendas, y cuya erección pretenden algunos que ha costado cerca de un millón de pesos. El río Chalma, cuando cruza en Ixtla, ya ha regado los campos de las haciendas de Jalmolonga, Cocoyotla, Actopan, Santa Cruz y San Gabriel, ha llevado la vida a las poblaciones de Coatlán del Río, Tetecala, San Miguel Cuautla y Coachichinola, ha fertilizado extensas, riquísimas y poéticas vegas, sembradas de arroz, de caña de azúcar, de inmensos platanares, de palmas de coco, de sandiales, y de todas las plantas que producen los ardientes climas tropicales. El Tembenbe que se le ha unido, ha recorrido el fondo de la grandiosa barranca de Tato, besó los pies del histórico Xochicalco, regó los campos de Miacatlán de Mazatepec, de Acatzingo y Ahuehuecingo; hoy llevan la abundancia y la vida, suelen traer en sus terribles avenidas la ruina y la muerte.

San Gabriel, la alegre, la risueña hacienda, es el término de la segunda etapa. Fue fundada por el rico hacendado don Gabriel de Yermo, es creencia general entre los habitantes de aquellos lugares, que en la guerra de independencia, cuando los insurgentes atacaron la hacienda, habiendo faltado proyectiles con que cargar los cañones, se cargaron con pesos de plata. San Gabriel es hoy propiedad del señor Ignacio Amor y Escandón, allí encontraréis la franca, cordial y fina hospitalidad del ilustrado señor Wilfrido Amor, hábil ingeniero, hijo del dueño de la finca, y la del administrador señor Alejandro Oliveros, tío Alejo, como le llamamos cariñosamente, cuantos tenemos la fortuna de conocerle y tratarle, ambos sólo dejarán de hacer en obsequio vuestro lo humanamente posible.

La jornada tercera nada presenta de interesante, acaso porque todo lo reserva para el gran espectáculo: las grutas, tal vez vayais a pasar por Amacusac, el último pueblo, rumbo a Guerrero, de Morelos, ¡ojalá! así tendréis ocasión de conocer ese río, nacido bajo la gruta de Cacahuamilpa, el más importante del Estado por el caudal de sus aguas, y que como enamorado del simpático pueblo, le ciñe en estrecho abrazo. Una extensa llanura de más de cuatro leguas, cuajada de cuautecomates que forman un inmenso bosque que os lleva hasta la barranca de Santa Teresa; parte de esa llanura de los Guarines, la otra, la próxima a Cacahuamilpa, estancia de Michapa. En esta barranca de Santa Teresa, cuyas aguas vais a cruzar, termina el territorio de Morelos y comienza el de Guerrero; unos pocos kilómetros, agua arriba de la barranca, se confunden los territorios de los Estados de México, Guerrero y Morelos.

Después de la penosa cuesta que sigue a la barranca de Santa Teresa, hallamos exactamente sobre el desfiladero que forman los cerros, las primeras casas del pueblo de Cacahuamilpa, extiéndense después dispersas por los taludes de las montañas que cierran aquel estrecho horizonte; es un pueblo pobre, escaso de población y de industria, que debe a los horrores de la guerra civil el miserable estado en que se halla. Cerca de dos kilómetros de camino por la falda del cerro y estamos frente a la entrada de la gruta. Nada extraordinario; nada del aspecto imponente que nos figurábamos tendría el exterior de la famosa caverna. Salvemos la pequeña hondonada que nos separa y en cuyo fondo corre arroyuelo juguetón; lleguemos al arco de entrada; arrojemos una mirada al interior, y ante tanta majestad, exclamemos como Fernando Sort en el mismo sitio y aunque fuésemos ateos: ¡Creo en Dios!


EN CACAHUAMILPA

La gruta ancha y elevada bóveda os cubre, no es ni la única, ni acaso la primera de las maravillas geológicas de estos sitios; ese pavimento herido con tanta firmeza por nuestras plantas, es la bóveda de otra gruta tan anchurosa, tan alta, acaso más que ésta que vemos. Su suelo es el lecho de un río que después de haber regado el hermoso valle de Tenacingo, de haber acariciado a la risueña ciudad, de haberse asimilado lo mismo las dulces aguas que se derraman de los azules lagos que llenan el apagado cráter del gigantesco Nevado de Toluca, que las salobres que brotan en las cálidas fuentes de Ixtapan de la Sal, se hunden en las entrañas de la tierra, cerca del Mogote, un árbol digno de figurar al lado del famoso del Tule en Oaxaca por su increíble corpulencia. Ese río es el que veis correr desde la entrada a la gruta, allá, en el fondo del abismo; desde aquí se llama el río de Amacusac, pero no va solo, precisamente al lado del grandioso arco que para salir a gozar de nuevo de la luz del sol, se ha abierto el río de San Gerónimo después de un curso subterráneo de unas cuatro leguas; envidioso sin duda de las maravillas que al empuje de sus aguas creará su rival, vino practicando enormes perforaciones y a competir con él en el mismo teatro de sus glorias. Diríase que no es sino cuando los obstáculos del camino les obligó a unir sus esfuerzos para vencerlos, después de abandonar sus lóbregas cavernas, cuando esos ríos siguen su curso en cariñoso abrazo olvidando rivalidades. Efectivamente, ahora sus aguas son relativamente escasas, tranquilas, transparentes; pero cuando las tempestades tropicales descargan su furia ya en las extensas planicies de Pilcaya y San Gerónimo sale rugiendo embravecido, y formando olas y remolinos vertiginosos; sus aguas entonces cargadas de limo que le dan un tinte oscuro le hacen parecer más terrible o bien cuando las lluvias torrenciales estrellan su ímpetu en los inmensos contrafuertes australes de la cordillera del Nevado de Toluca, el río Tenancingo hincha desmesuradamente su caudal, arrastra los ferruginosos sedimentos de las barrancas de Tecualoya, Zumpahuacán y otras, y vomita colérico bramadores torrentes de rojizas aguas. Al encontrarse repentinamente uno frente a otro, rivales, poderosos, irritados, chocan con estruendo atronador, repercutido por las altísimas rocas verticales que ciñen el lecho común, y desaparecen en la revuelta, corriendo a la margen izquierda de las rojizas aguas del Tenancingo y estrellándose contra el valladar de la derecha las sombrías de San Gerónimo.

Frente a la entrada de la gruta veis precipitarse en cascada de plata al risueño arroyo que acabais de pasar.

Notad el poder de incrustación de las aguas de ese arroyo sobre las piedras que le sirven de lecho y en los pequeños cantos que rueda, esa es la clave de la formación de las inmensas y bellas cristalizaciones que vais a admirar en el interior de las grutas.

¿Para qué ensayar describir lo indescriptible, sobre todo cuando vais a verlo? Sirviéndoos de voluntarios y afectuosos guías en la gran gruta, nos limitaremos a señalaros lo más notable entre lo maravilloso y a indicaros los nombres con que se distinguen las principales secciones de la gruta y algunos de sus monumentos. Pero antes, ¿no deseáis os diga cómo fue descubierta? Indudablemente fue muy conocida de los antiguos pobladores del país; podéis ver en el pequeño cerro que está al frente de la entrada los restos del teocalli que allí existió; igualmente lo prueban los objetos extraídos de la excavación practicada en el pavimento del primer salón por el señor Mariano Bárcena. Además, siempre ha sido conocida y frecuentada por los habitantes del pueblo que le da su nombre; había sido simplemente olvidada por la generalidad, cuando por los años de 1840 o poco después, el señor don Manuel Sáenz de la Peña, dueño de la hacienda de Actopan y muy estimado de los habitantes de Cacahuamilpa, buscó entre ellos un refugio contra sus perseguidores políticos; le dieron por asilo la gruta, él la comenzó a explorar con verdadero entusiasmo, corrió la noticia de su existencia, las caravanas de visitantes se sucedieron con frecuencia, se ponderó su belleza, se exageraron sus dimensiones y la brillantez, color y transparencia de sus concreciones; se hizo célebre.

Internémonos por fin en ese dédalo sombrío, entre cuyas negruras se levantan, se confunden, blanquean a trechos, visibles a la luz solar que débilmente penetra en el primer salón, la multitud de monumentos de todas formas, unos distintos, los más cercanos; otros vagos, indeterminados, fantásticos.

Este primer salón se llama del Chivo; debe su nombre a aquella estalagmita, de cerca de un metro de altura, la primera a la izquierda entrando, que remeda harto imperfectamente la forma de aquel rumiante; hoy está mutilado; antes que los entusiastas turistas llevaran como recuerdo de su excursión fragmentos de él, merecía mejor su nombre. La altura media de veinticinco a treinta metros que tiene la bóveda es la misma que conserva hasta el cuarto salón con algunas alternativas; su ancho varía entre cincuenta y cien metros hasta el mismo cuarto salón.

Perdida en la oscuridad, a la izquierda, y casi al comenzar a subir la falda de esa especie de montaña que divide el primer salón del segundo, la cual está formada de gradas cóncavas que en la estación de lluvias están desbordando agua purísima, hay una grandiosa estalagmita que generalmente pasa desapercibida por los visitantes; alumbradla, pero mucho, porque es muy alta y necesita verse en conjunto; es un monumento espléndido.

La enorme roca a cuyo lado desfiláis unos a la derecha, otros a la izquierda, divide el primer salón del de los confites, que es el segundo, llamado así por estar cubierto el pavimento de concreciones esféricas, libres y de un decímetro de diámetro próximamente la mayor parte; recoged algunas, son de las más bellas y menos estorbosas muestras de este lugar. Llámase el tercer salón, de la aurora; viénele el nombre de que al regresar del interior de la caverna, si se apagan las luces, adviértese hacia la boca de ella la luz solar; pero tan desvanecida, tan tenue, como lo pueden ser los primeros y más débiles rayos crepusculares, como lo es la luz zodiacal en su mínima intensidad. Entre los salones primero y tercero hay una cristalización munstruosa, al derredor de la cual han caminado varios viajeros inexpertos rodeándola varias veces, cuando creían seguir el rumbo general de la salida. El cuarto salón es el del trono; le dan su nombre las níveas estalactita y estalacmita que remedan, la primera, y si se alumbran convenientemente, hermoso dosel cuajado de brillantes, y la segunda el asiento que aquél cubre igualmente brillante.

Desde aquí la gruta se agranda en altura y latitud, en medio del sinnúmero de concreciones enormes, medianas y diminutas que desde el primer salón venimos dejando, pendientes de la bóveda, erigidas sobre el suelo, replegadas en anchos y delicados cortinajes contra las paredes, distintas, confusas, separadas, aglomeradas, blancas, amarillentas, grises, negras, con triste opacidad las unas, con brillo refulgente las otras, casi todas de formas indefinibles, encontramos en el quinto salón las incomparablemente bellas llamadas del panteón, y de las cuales, aquél deriva su denominación. Procurad ver la bóveda, parece un cielo sombrío cruzado por celajes vaporosos. Las blancas estalagmitas de este sitio han servido de tribuna a Prieto, y a otros mexicanos, honra de la patria.

Hasta aquí el camino ha sido algo difícil, pero no tan penoso como el que sigue, es el pedregal. La aglomeración de pedruscos que lo forman, y cuyas aristas os hieren los pies y la manos cuando os apoyáis en ellos, se han desprendido de la bóveda, es un hundimiento de la parte inferior de ésta. Pasamos el pedregal y entramos pisando mejor pavimento al séptimo salón, del agua bendita. Bendita sería, aunque no la hubiera vendecido como la bendijo el señor arzobispo de México, pues en las diáfanas linfas que esa fuente guarda, apaga el cansado viajero la sed y calma la fatiga que le abruman. Desde aquí el ancho de la gruta es enorme; no se ha medido, pero creemos que entre este punto y los órganos pueden llegar a trescientos metros, la altura entre cincuenta y más de cien. Al terminar este salón existe en una piedra, una inscripción que hace saber que hasta allí llegó en 1865 Carlota Amalia de Bélgica. No distante existe otra del desgraciado Comonfort. El salón del muerto próximo a éste, lleva tan tétrico nombre por haberse encontrado en él, el cadáver de un visitador de la gruta que extraviado o falto de luz pereció allí, junto al cadáver del hombre se halló el de su perro. El Palmar se llama el noveno salón, uno de los más penosos de recorrer por la desigualdad de su piso, ocasionada por los hundimientos de parte de la bóveda, las altas rectas y elegantes columnas que semejando troncos de palmera se ven allí; le hacen designar con ese nombre.

El espectáculo grandioso, la admiración en su último punto, el entusiasmo desbordándose involuntario en el corazón más indiferente está reservado para el último salón llamado de los órganos. Nada debemos decir, vais allí; sólo añadiremos que en la bifurcación que hacia la izquierda entrando, existe en ese sitio, hay maravillas que pocos de los visitadores han visto, que hacia ese lado es donde arrojando cohetes de ciento diez metros de alcance, no los hemos visto tocar la bóveda, y que en las altísimas galerías que corren, suben, se inclinan y cruzan entre las crestas de esas inconmensurables rocas que no sabemos si con la luz eléctrica llegaréis a percibir, hay todo un mundo de monumentos extraños, de edificios abigarrados con todos los órdenes de arquitectura en fantástica confusión, de vegetación pétrea, de animales mitológicos, de figuras apocalípticas, todo eso ve la menos exaltada imaginación, a quien ni los verdaderos peligros que se necesita arrostrar para llegar allí, bastan a sustraer de la influencia de lo maravilloso, cuyo dominio es completo.

No podía un lugar como la gruta, dejar de ser objeto de aserciones infundadas, dicese que se llega a un sitio donde al fondo de un abismo se ve correr un río, dícese que es tan extensa que nadie puede explorarla, que tiene salidas que sólo conocen algunos naturales del pueblo, nada de eso es cierto. Hemos explorado la gruta en todos los sentidos en compañía de los señores generales Lalanne y Angel Martínez, provistos de elementos y voluntad para llevar la exploración hasta lo humanamente posible; hemos ido más allá de donde jamás han querido aventurarse los guías; y a la altura de la bóveda, por todas las galerías y pasos donde puede aventurarse un hombre, la hemos hallado obstruida, en el sentido de su longitud, por cristalizaciones que nada ni nadie conmoverá. Después de las obstrucciones de los órganos, la gruta debe continuar, hasta el punto en que bifurcándose, el río de Tenancingo que la abrió se precipita en un lecho inferior, cavado con posterioridad, pues ese suelo que hoy pisamos y sin diferencia sensible de nivel, salvo las hechas por las concreciones y los derrumbes, fue en tiempo inmemorial, prehistórico, el suelo del río de Tenancingo. La longitud es de cinco mil metros aproximadamente de la entrada a los órganos. Deben existir grietas o estrechas comunicaciones por donde se verifica la renovación del aire, conocidas solamente de los murciélagos que habitan en los órganos, y a los que no hemos visto entrar por la gran boca de la gruta.

Ni es esta la única gruta del sitio, ni las grutas son los únicos espectáculos grandiosos del lugar; el abra de Corralejo, a dos leguas, donde hundido el suelo se ve correr el San Gerónimo en su lecho subterráneo a una profundidad espantosa; la entrada de este río cerca de Chontalcoatlán, bajo un arco que mide de sesenta a ochenta metros de altura, abierto en un acantilado que corta la montaña, de doble o triple elevación; las bocas, sitio donde salen los ríos, el hoyanco, gigante depresión circular que no es sino una caverna, cuya bóveda se hundió; montañas enteras que, gravitando con peso irresistible, se abatieron hasta desaparecer su cima en las concavidades que ocultaban; todo es admirable, digno de estudio, y prueba que en un radio de seis a ocho leguas, aquel terreno ha sido socavado, perforado en varias direcciones por los ríos, de cuyos trabajos son muestras la gruta que acabamos de ver y la llamada Carlos Pacheco, recientemente descubierta. Esta gruta era conocida por los del pueblo, pero hasta los primeros días de octubre de 1879 fue revelada su existencia al señor Pacheco. Sus cristalizaciones son superiores en belleza a las de la gran gruta, pero no en majestad; tiene varios salones; su entrada es estrecha y difícil; bájase una rampa y extiéndese a la izquierda una extensa galería de poco más de doscientos metros de largo, es la de los pebeteros, a la derecha ábrese amplio cortinaje de verdosas estalactitas y se penetra al primer salón que es el de la dama blanca, se suceden el del monje, el del pabellón, el de la virgen de la silla, que es el más amplio de la gruta, y el último, el de los volcanes, nombres todos derivados de estalactitas o estalacmitas que afectan las formas de los objetos que significan.

Sentimos que la estrechez de nuestro modesto semanario y la festinación con que se redacta un artículo de última hora que se escribe e imprime a la vez no nos permitan obsequiar a nuestros dignos huéspedes con uno escrito con menos incorrección y más detalles interesantes sobre el objeto de su visita, que se nos quedan en el tintero; sfrvanos de excusa su ilustrada bondad, nuestra insuficiencia y el deseo de manifestarles la afectuosa acogida que les hace Morelos.

Cuernavaca, marzo 18 de 1881.

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