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CAPÍTULO XXIV

RESOLUCIÓN HERÓICA

Después de la cena, con gran dificultad, pues nunca había mentido, dijo a su padre:

- Señor, me mandan llamar de Zacualpan, para asistir a un enfermo, que según se dice, está bastante grave. Consulto a usted si será conveniente ir, no porque tenga yo confianza en mis conocimientos, sino porque desean mi presencia; así al menos tendrán algún consuelo, sobre todo, son personas que siempre nos han favorecido con sus amistades y no creo que debo desairados; ¿qué opina usted?

- Apruebo de todo corazón tu viaje a Zacualpan -contestó don Martín-, y quedo rogando a Dios te ilumine y seas feliz en la curación.

Muy de madrugada, después que Enrique examinó el estado de salud de su padre, marchó para el rancho de Atotonilco a incorporarse a sus amigos, haciendo especial recomendación que cuidasen al enfermo con esmero.

Llegó al lugar de la cita y al poco sus amigos se encontraban todos reunidos. Les puso de manifiesto la angustiosa situación en que se encontraba, habiendo dejado a su padre enfermo, sin poderlo atender en los días que tuviera que permanecer en el rancho. Todos los concurrentes unánimemente acordaron que ellos se encargarían de recoger el ganado para que se ocupara de atender al señor Sedeño.

Por ningún motivo quería Enrique aceptar la oferta hasta que a reiteradas instancias de sus amigos, convino en ir con ellos para resolver en vista de las circunstancias.

En el rancho sólo permaneció un día; sus amigos dispusieron turnarse en los trabajos del campo.

Otros rancheros, al tener noticia de lo que se trataba, se prestaron de muy buena voluntad a cumplir los deseos del joven.

Enrique volvió a su casa, bastante avanzada la noche, inmediatamente se informó de la salud de su padre e informado de que nada notable había ocurrido, se dirigió a su habitación, encargando que se le comunicara cualquier contratiempo; y que no avisaran a don Martín que había regresado.

Al otro día, no salió de su habitación, para disimular mejor que permanecía con su enfermo; pero informándose constantemente de la salud de su padre.

Al segundo día no pudo resistir el deseo de ver a éste y fingiendo que llegaba de su expedición, se dirigió a la recámara del enfermo.

Fue muy agradable para don Martín la presencia de Enrique, le interrogó sobre la enfermedad de su cliente, el resultado de su visita y otras nimiedades, a lo cual tuvo que contestar, forjando un cuento con gran pena de su alma, porque su hidalguía y nobleza resistían la mentira.

En el rancho había encontrado a Juan, hijo del caporal, que acompañaba a Chagollan, y que se le había separado por unos días, para visitar a Crisanto, su padre. A ambos les encargó que sus amigos fuesen tratados con todas las atenciones debidas y que procuraran recoger el mayor número posible de reses poniéndolas en venta lo más pronto posible.

Crisanto y su hijo cumplieron con religiosidad el encargo que se les había hecho, llegando Juan después de ocho días a Jantetelco trayendo una cantidad, producto de la venta del ganado.

Además el viejo caporal cobró algunas sumas que, según tenía noticias, adeudaban a don Martín.

Varias de las personas a las que se les cobró, aunque habían pagado ya a don Protasio, no hicieron observación alguna al hacerles el cobro, porque supieron la penuria en que se encontraba Sedeño, a quien de esa manera le prestaban un servicio importante y oportuno.

Muy poco, relativamente, era lo que Juan entregó, mas en aquellas circunstancias bastaba para salvar la situación.

Inmediatamente que Enrique recibió la cantidad, se dirigió a la habitación de su padre.

- Señor -le dijo-, la persona a quien mediciné, se encuentra ya en estado completo de alivio. Afortunadamente atiné en la curación, y fuera de peligro ha tenido la bondad de mandarme decir que pase yo a Santa Clara por unas libranzas. Ignoro qué cantidad representen esas letras; pero sea lo que fuere, pienso que las gastemos en un viaje a México, para que mudando de temperamento, se mejore la salud de usted que es cuanto en este mundo deseo. Estoy seguro que allá las distracciones y el cambio de temperamento contribuirán muchísimo a la mejoría de usted, ¿qué le parece mi resolución?

- Hijo mío -contestó el anciano-, mis males no son del cuerpo, sino del alma. Otro clima, otros aires y no los de México, me pondrán bueno para siempre. Deploro con todo mi corazón, no poder como antes, tener lo suficiente para que vayas a México a continuar tus estudios; pero ¡ya lo ves!, somos pobres y al marchar a la capital, sólo conseguiremos agravar nuestra situación, Alguna vez me dijiste que puedes labrarte un porvenir; desarrollando en la prensa las ideas del siglo; me has dicho que el pueblo mexicano necesita que se le anime, para que sostenga con fe y brío la lucha que ha emprendido en defensa de la democracia; que necesita luz, para no caer en la red, tendida por los enemigos del progreso, por eso hombres que trabajan en la sombra y se deslizan como reptiles, cubiertos con el manto de la hipocresía, empujando a sus adeptos a su ruina, a quienes han puesto la venda del fanatismo. Marcha a México, agrúpate a los grandes hombres que han encendido la antorcha que ha de dar luz de un rincón a otro de la República iluminando nuestro cielo con sus destellos; pero ve solo, Enrique, que un pobre viejo como yo, de nada te servirá sino de estorbo, déjame vivir aquí con mis recuerdos, que no serán de mucha duración, te lo aseguro.

- ¡Padre mío -replicó Enrique-, dejarlo yo! ¡abandonar a mi padre! Eso nunca. Si me ama usted aún, vamos, que su presencia me dará ánimos, sus consejos robustecerán mis ideas, trabajaré con fe y sin descanso, que estando usted conmigo, nada temo. ¿Qué haría yo solo, sin norte, ni guía y sabiendo que mi padre no tenía cerca de sí persona a quien comunicar sus penas? Más que todo, padre querido, ¿es usted tan egoísta que deje a su Enrique metido en ese maremagnum, en ese laberinto donde el más listo se pierde?

Quiero ser grande, contribuir a que mi patria prospere, desenmascarar a los hipócritas que comercian con la sangre de nuestros hermanos en cambio de escapularios y cruces; pero de nada me servirá la gloria si usted no participa de mis triunfos.

La actitud del joven era tan gallarda, sus palabras tan llenas de fuego, en su mirada se notaba tanta sed de gloria, y brillante porvenir, que don Martín, doblegado ante el razonamiento de Enrique, tuvo que sucumbir y animado con el ejemplo de su hijo, se levantó vigoroso.

- Iremos, hijo, donde quieras, dispuesto estoy, me reanimas, me das fuerzas, contigo voy a la felicidad y moriremos de hambre si es preciso, contigo voy a la inmortalidad o a la nada.

- Gracias, padre mío. En tal caso, descanse usted que yo voy a Santa Clara a recoger lo que se me ofrece.

Juan no quiso abandonar la casa y aunque tenía compromiso de acompañar a Martín Sánchez Chagollan, primero eran sus protectores, y por eso se resolvió a estar cerca de ellos. Su valor era proverbial entre sus compañeros.

Audaz como pocos, no exageraba cuando dijo para sí, me basto y me sobro contra ese canalla, y sin más ni más, arregló sus armas para defender hasta morir la casa de sus amos.

Se dispuso la marcha de don Martín y Enrique para México y los bravos y adictos mozos Macario y Juan, les hicieron compañía hasta llegar a la capital aunque con algunas dificultades.

Una vez instalados aquellos en la capital, regresaron los mozos a Jantetelco, quienes después de varios proyectos que formularon, convinieron en hacer cuanto estuviera de su parte para recoger en el rancho el mayor número de ganado para remitir dinero a don Martín.

¡Raro contraste entre don Protasio y estos sencillos, honrados, cuanto agradecidos rancheros!

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