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LIBRO III

XVI

En el que el Pensador refiere el entierro de Perico, y otras cosas que lleven al lector por la mano al fin de esta ciertísima historia

A los dos días se procedió al funeral, haciéndole las honras con toda solemnidad, y concluidas, se llevó el cadáver al camposanto, donde se le dio sepultura por especial encargo que me hizo.

El sepulcro se selló con una losa de tecal, especie de mármol que compró para el efecto su confesor, haciendo antes esculpir en ella el epitafio y la décima que el mismo difunto compuso antes de agravarse.

Aquél era latino y los pondré por si agradare a los lectores.

Hic lacet
Petrus Sarmiento
(Vulgo)
Periquillo Sarniento
Peccator vita
Nihil morte.
Qvisqvis ades
Devm ora
Vt
In aeternum valeat

Lo que en castellano dice:

Aquí yace
Pedro Sarmiento.
Comúnmente conocido por
Periquillo Sarniento.
En vida
no fue más que un
Pecador:
Nada en su muerte.
Pasajero,
seas quien fueres,
ruega a Dios le conceda
el eterno descanso.


DÉCIMA

Mira, considera, advierte,
por si vives descuidado,
que aquí yace un extraviado
que al fin logró santa muerte,
no todos tienen tal suerte;
antes debes advertir,
que si es lo común morir
según ha sido la vida,
para no errar la partida
lo seguro es bien vivir.

A todos sus amigos agradaron estas producciones del difunto por su propiedad y sencillez. El padre Pelayo tomó un carbón del incensario, y en la blanca pared del camposanto escribió, currente cálamo, o de improviso, el siguiente

SONETO

Yace aquí Periquillo, que en su vida
fue malo la mitad, y la otra bueno;
cuando de la virtud estuvo ajeno,
hasta llegó a intentar el ser suicida.
Tocole Dios; la gracia halló acogida
en su pecho sensible y lo hizo ameno
vergel de la virtud. Él murió lleno
de caridad bien pura y encendida.
¡Cuántos imitadores, oh querido,
tienes en la maldad! Pero no tantos
enmendados hasta hoy te habrán seguido.
¿Vamos tras del error y sus encantos
de mil en mil, y al hombre arrepentido
lo imitan muchos? No, sólo unos cuantos.

Con razón o sin ella alabamos todos el soneto del padre Pelayo, unos por cumplimiento y otros por afecto o inclinación al poeta. A imitación de éste, escribió su amigo Anselmo la siguiente

DÉCIMA.

Ante ese cadáver yerto
me avergüenzo de mi trato;
fui con él amigo ingrato,
y le debo, aun cuando muerto,
mis alivios. Bien advierto
que fue mi mejor amigo,
y creo Dios lo perdonó,
pues en mí favoreció
perdonó a su enemigo.

Como tenemos todos un poco de copleros a lo menos, fuimos escribiendo en la humildísima pared los versuchos que nos venían a la imaginación y a la mano. Leída la décima anterior, tomó el carbón su amigo don Jacobo, escribió esta

OCTAVA

A este cadáver, que una losa fría
cubre de polvo, yo debí mi suerte;
encontréme con él un feliz día;
me libró del oprobio y de la muerte.
Dicen que malo fue, no lo sabía;
su virtud sólo supe, y ella advierte
que el que del vicio supo retirarse
es digno de sentirse y de llorarse.

Don Tadeo le quitó el carbón a Jacobo y escribió la siguiente

QUINTILLA

Yace aquí mi buen amigo
que me calumnió imprudente;
fui de su virtud testigo;
él me socorrió clemente,
y hoy su memoria bendigo.

Se le rodaban las lágrimas al maestro Andrés, al leer los elogios de su amo, y el padre Pelayo, conociendo cuánto debía de amado, por ver lo que producía, le dio el carbón, y por más que el pobre se excusaba de recibirlo, nos rodeamos de él, instándole a que escribiera alguna cosita. Ello nos costó trabajo persuadido pero, por fin, hostigado con nuestras súplicas, cogió el tosco pincel y escribió esta

DÉCIMA

Me enseñó a rasurar perros
este mi amo; a sacar muelas
a las malditas agüeras,
y cuatrocientos mil yerros.
Pero no tendrá cencerros
de escrúpulos el mortuorio,
porque también es notorio
que me enseñó buenas cosas,
y tendrá palmas gloriosas
al salir del Purgatorio.

Celebramos como era justo la décima del buen Andrés, y seguí yo a escribir mi copla, pero antes de comenzar me dijo el padre clérigo:

- Usted ha de escribir un soneto, pero no libre, sino con consonantes que finalicen en ente, ante, unto y anto.

- Eso es mucho pedir, padre capellán -le dije-. Sobre que me conozco chamboncísimo para esto de versos, ¿cómo quiere usted que haga soneto?, y luego con consonantes forzados. Sin tantas fuerzas es la composición del soneto el castigo que Apolo envió a los poetas, según dijo Boileau; conque ¿qué será con los requisitos que usted pide? A más de que los acrósticos, laberintos, pies forzados, equívocos, retruécanos y semejantes chismes ya prescribieron, y con mil razones, y sólo han quedado para ejemplares de la barbaridad y jerigonza de los pasados siglos.

- Todo eso está muy bien y es como usted lo dice -me contestó el padrecito-; pero como va usted a escribir esto entre amigos en un camposanto, y no para lucir en ninguna academia, está usted autorizado para hacer lo que pueda y darnos gusto. Algo hemos de hacer mientras que se acaba de colocar la piedra del sepulcro.

Parecióme impolítico porfiar, y así, contra mi voluntad, tomé el carbón y escribí este endemoniado

SONETO

Por más que fuere el hombre delincuente,
por más que esté de la virtud distante,
por más malo que sea y extravagante,
desesperado no debe neciamente.
Si se convierte verdaderamente,
si a Dios quiere seguir con fe constante,
si su virtud no es falsa y vacilante,
Dios lo perdonará seguramente.
Según esto, es feliz nuestro difunto,
pues si en su mocedad delinquió tanto,
después fue de virtudes un conjunto.
Es verdad que pecó; mas con su llanto
sus errores lavó de todo punto;
fue pecador en vida y murió santo.

Alabaron mi verso como los demás; ya se ve, ¿qué cosa hay, por mala que sea, que no tenga algún admirador? Con decir que alabaron el verso de Andrés y la siguiente coplilla que le hicieron escribir al indicado fiscal de San Agustín de las Cuevas, que para asistir al entierro de su amigo se vino a México luego que supo su muerte, se dijo todo.

La dicha copla, después de muchos comentarios que sobre ella hicimos a causa de que estaba ininteligible por su maldita letra, sacamos en limpio que decía:

Con ésta y no digo más:
aquí murió señor don Pegros,
que nos hizo mil favores,
so mercé no olvidaremos.

Ya no hubo quien quisiera escribir nada después que oyeron alabar la copla del Indio; y así nos entretuvimos en copiar los versos con la ayuda de un lápiz que por fortuna se encontró en la bolsa don Tadeo. Jamás esperaba yo que semejantes mamarrachos tuvieran la aceptación que lograron. De unas en otras se aumentaron tanto las copias que en el día pasan seguramente de trescientas las que hay en México y fuera de él.

Acabaron de poner la piedra, y habiendo el padre Pelayo y otros sacerdotes que fueron convidados, dicho los últimos responsos sobre el sepulcro, tomamos los coches y pasamos a dar el pésame y a cumplimentar a la señora viuda.

Todos los nueve días estuvo la casa mortuoria llena de los íntimos amigos del difunto, y entre éstos fueron muchos pobres decentes y abatidos, a quien socorría en silencio.

Pasando algún tiempo, y ya más serena la señora, le pedí los cuadernos que escribió mi amigo, para corregidos y anotarlos, conforme lo dejó encargado en su comunicado respectivo.

La señora me los dio y no me costó poco trabajo coordinarlos y corregirlos, según estaban de revueltos y mal escritos; pero por fin hice lo que pude, se los llevé y le pedí su permiso para darlos a la prensa.

- No lo permita Dios -decía la señora muy escandalizada-; ¿cómo había yo de permitir que salieran a la plaza las gracias de mi marido, ni que los maldicientes se entretuvieran a su costa, despedazando sus respetables huesos?

- Nada de eso ha de haber -le contesté-; gracias son en efecto las del difunto, pero gracias dignas de leerse y publicarse. Gracias son, pero de las muy raras, edificantes y divertidas. ¿Le parece a usted poca gracia, ni muy común, que en estos días haya quien conozca, confiese y deteste sus errores con tanta humildad y sencillez como mi compadre? No, señora; esto es muy admirable, y me atrevo a decir que inimitable. Hoy, el que hace más se contenta con conocer sus defectos, pero en eso de confesarlos no se piensa; y aun son muy raros estos conocimientos; lo común es cegarnos nuestro amor propio y obstinarnos en solapar nuestros vicios, ocultarlos con hipocresía y tal vez pretender que pasen por virtudes.

Es verdad que don Pedro escribió sus cuadernos con el designio de que sólo sus hijos los leyeran; pero por fortuna éstos son los que menos necesitan su lectura, porque sobre los buenos y sólidos fundamentos que puso mi compadre para levantar el edificio de su educación política y cristiana, tienen una madre capaz de formarles bien el espíritu, de lo que ciertamente no se descuidará.

En México, señora, y en todo el mundo, hay una porción de Periquillos a quienes puede ser más útil esta leyenda por la doctrina y la moral que encierra.

Yo no elogio la obra por su estilo ni por su método. Digo lo que puede ser, no lo que es en efecto. Mucho menos digo esto por adular a usted. Sé que su esposo era hombre, y siéndolo, nada podía hacer con entera perfección. Esto sería un milagro.

La obrita tendrá muchos defectos; pero éstos no quitarán el mérito que en sí tienen las máximas morales que incluye, porque la verdad es verdad, dígala quien la diga, y dígala en el estilo que quisiere, y mucho menos se podrán tildar las rectas intenciones de su esposo, que fueron sacar triaca del veneno de sus extravíos, siendo útil de algún modo a sus hijos y a cuantos leyeran su vida, manifestándoles los daños que se deben esperar del vicio y la paz interior y aun la felicidad temporal que es consiguiente a la virtud.

- Pues si a usted le parece -me dijo la señora- que puede ser útil esta obrita, publíquela y haga con ella lo que quiera.

Satisfechos mis deseos con esta licencia, traté de darla a luz sin perder tiempo. ¡Ojalá el éxito corresponda a las laudables intenciones del autor!

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