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VII

Cada vez resonaban más las canciones, las voces y las risas. Los grupos se iban engrosando con gentes que venían de los pueblecillos vecinos. Los mozos hacían mil disparates y se divertían grandemente. De vez en cuando sonaba una canción improvisada por los cosacos. De pronto, de un grupo salió la voz de un muchacho que se puso a cantar a grandes voces y adrede una canción desentonada. Una carcajada general recompensó su genialidad. Se abrieron aquí y allá las ventanitas, y las enjutas manos de las viejucas que quedaron haciendo compañía a los juiciosos padres asomaron mostrando salchichones y pedazos de torta. Las mozas y los jóvenes se apiñaban disputándose la presa. Más allá, un corro de mozalbetes cercaba un grupo de muchachas y resonaban con gran algarabía los gritos alborozados. Uno tiraba bolas de nieve; otro quería apoderarse del saco en que iban las provisiones. Las muchachas por su parte corrían para atrapar a un mozo, y haciéndole tropezar le hicieron caer de bruces con saco y todo. Todos parecían dispuestos a pasar la noche de diversión en diversión. ¡Y la noche se mostraba tan espléndida y resplandeciente! ¡La luna, al reflejarse en la nieve, parecía aún más blanca!

El herrero se detuvo con sus sacos. Le pareció oír que salía del grupo aquel la voz y la risa de Oksana. La sangre se agolpó en sus venas haciendole tambalear. Tiró al suelo los sacos con tal fuerza, que el diácono no pudo por menos de lanzar un gemido de dolor, y al alcalde le entro de nuevo el hipo. Con el saco pequeño sobre los hombros echó a andar hacia Ios jóvenes que perseguían al grupo de muchacbas, del que le pareció oír salir la voz de Oksana.

¡Sí, era ella! ¡Tiene ei mirar de zarina! Sus ojos brillan oyendo los chistes que le cuenta aquel mozo. ¡Y ahora ríe a carcajadas! ¡Siempre ríe!

Sin querer y sin darse cuenta el herrero se abrió paso entre el grupo y se encontró al lado de Oksana.

-Hola, Vakula, ¿qué tai estás? -dijo la hermosa joven; sonriendo con aquella sonrisa que hacía perder el juicio al herrero-. Qué, ¿has recogido mucho en tu saco? ¡Vaya un saco ridículo! ¿Me trajiste ya los zapatitos de la zarina? Pues tráemelos y me casaré contigo ...

Y soltando una carcajada echó a correr con sus compañeras.

El herrero se quedó perplejo.

¡No, ya no puedo más! Esto es superior a mis fuerzas -exclamó después de un rato-. ¡Dios mío, por qué será tan hermosa! ¡Su mirada, su charla y todo, todo, me enloquece y me abrasa! ¡Ya no me es posible resistir más! ¡Hay que acabar de una vez aunque mi alma se condene! ¡Me tiraré al río y que Dios me perdone!

Resueltamente echó a andar y, alcanzando de nuevo al grupo, se acercó a Oksana, diciéndole de un modo firme:

-¡Adiós, Oksana! ¡Búscate otro novio, búrlate de él cuanto quieras, pues a mí ya no me volverás a ver en este mundo!

La linda moza quedó asombrada, Intentando decírle algo; pero el herrero, con gesto desesperado, huyó de allí.

-¿Adónde vas, Vakula? -le gritaron sus amigos viéndole correr con tanta ansia.

-¡Adiós, amigos míos! -les contestó éste-. Dios haga que nos veamos en el otro mundo, pues en éste ya no volveremos a divertirnos juntos. ¡Adlós! ¡Perdonadme! Y decid al padre Condrat que diga las oraciones para la salvación de mi alma. Ya no tengo tiempo de pintar los candelabros de la Santa Virgen ni los de San Nicolás. ¡Que Dios me perdone! Todo lo que se encuentre en mi cofre lo dejo en legado a la iglesia. ¡Adiós!

Diciendo esto, el herrero volvió a echar a correr con el saco a cuestas.

-¡Se ha vuelto loco! -dijeron los mozos.

-Un alma que se pierde -musitó piadosamente una vieja que acertaba a pasar por allí-. Es preciso contar que el herrero se ahorcó.

Entre tanto, Vakula, después de atravesar algunas calles, se paró para tomar aliento.

¿Adónde me dirijo? -pensó-. ¡No parece sino que realmente hubiese perdido toda esperanza! Probaré el último remedio: iré a ver al zaporogo (14) Pazuk el Ventrudo. Dicen que él conoce a todos los espíritus del mal y que le es dado hacer cuanto quiere. ¡Iré! ¡De todos modos se ha de perder mi alma!

Al oír esto el diablo, que llevaba tanto tiempo inmóvil, lleno de júbilo se puso a saltar dentro del saco. Pero el herrero, creyendo que era él quien lo había tocado descuidadamente, produciendo este movimiento, le dió un golpe con su robusto puño y, enderezándoselo sobre el hombro, se dirigió a casa de Pazuk el Ventrudo.

Pazuk fue realmente en su juventud un zaporogo. Nadie supo si lo echaron de Zaporogie o si él huyó de allí. Hacía ya lo menos diez o quince años que vivía en Dikanka. Al principio vivió como un zaporogo auténtico: no trabajaba, dormía tres cuartas partes del día, comía como séis gañanes y se bebía casi un cubo de aguardiente de una sentada. Tenía cabida para todo esto, pues aunque era bajo, las carnes le hacían casi cuadrado. Además llevaba unos charovari tan anchos, que aunque echase un paso largo no se le podían ver los pies, y enteramente parecía al andar un barril rodando por la calle. Tal vez por esto le llamaban el Ventrudo. Llevaba apenás unas semanas en el pueblo cuando corrió la voz de que era un curandero. En cuanto alguien se sentía enfermo llamaba a Pazuk, y éste con sólo murmurar unas cuantas palabras curaba de su mal al enfermo. Una vez, a un noble comiendo pescado se le atravesó una espina. Pazuk supo con tal maestría darle un puñetazo en la espalda, que la espina tomó el camino derecho; sin causar el menor daño en el paciente. Ahora ya no se le veía por ningún sitio, y tal vez era debido a su pereza, o más bien a su gordura, pues cada vez le costaba más trabajo pasar por las puertas, que eran apenas suficientes para su humanidad. Desde entonces los vecinos tuvieron que acudir a su casa cuando le necesitaban para algo.

El herrelo empujó la puerta con cierta timidez, y se encontró a Pazuk sentado en el suelo al modo turco. Delante de él había un barrilito, sobre el cual se veía una fuente llena de galuchki (15). La fuente estaba al nivel de su boca, y sin mover siquiera un dedo, inclinando un poquitín la cabeza, bebía el jugo, cogiendo con los dientes de vez en cuando las galuchki.

Pues, señor -pensó para sus adentros Vakula-, éste es aún más perezoso que Chub; aquél por lo menos usa cuchara para comer, mientras que éste ni siquiera mueve las manos.

Por cierto que Pazuk estaba tan ocupado y tan pendiente de su comida, que no pareció parar mientes cuando entró el herrero, quien al pisar el umbral de la puerta le saludó ceremoniosamente.

-He venido, Pazuk, a ver a vuestra señoría -dijo Vakula haciendo una nueva reverencia.

Entonces el gordo Pazuk levantó la cabeza para mirarle, y en seguida volvió a sus galuchki.

-Pues dicen ..., no te enfades, pues no está en mi ánimo ofenderte; pues dicen -continuó el herrero sacando fuerzas de flaqueza -que tienes algún parentesco con el demonio.

Al concluir de decir esto Vakula estaba asustado, pensando si habría ido demasiado lejos en sus expresiones, y esperaba que Pazuk le tirase a la cabeza a renglón seguido el barril con fuente y todo. Hizo ademán de parar el golpe, tapándose al mismo tiempo la cabeza con el brazo, para evitar que el caldo caliente de las galuchki le salpicase; pero Pazuk, mirándole de nuevo, siguió comiendo.

Entonces nuestro herrero, envalentonado, decidióse a seguir hablando.

-Vine a ti, Pazuk, y que Dios te mande en abundancia todo lo que tú desees; una buena porción de pan, por ejemplo ... -el herrero sabía de vez en cuando usar un lenguaje moderno que aprendió en Poltava cuando fue a pintar la valla deI sotnik-. Vine a ti, digo, porque mi alma ya está en pecado mortal. Nadie en el mundo podrá salvarme; pero ¡sea lo que Dios quiera! Es el caso que tengo que pedir consejo al mismísimo demonio. ¿Qué me aconsejas tú, Pazuk? -le dijo Vakula, impaciente ante su constante silencio-. ¿Qué debo hacer?

-Si necesitas al diablo, vete en busca suya -contestó al fin Pazuk, sin levantar esta vez la vista, y continuó devorando las galuchki.

-Precisamente por eso vine a consultarte -dijo el herrero, haciéndole otra reverencia-; pues creo que nadie mejor que tú puede indicarme dónde puedo encontrarle.

Pero Pazuk guardó silencio y siguió atareado en su afán de comer todo lo que quedaba.

-¡Ten la bondad, hombre! Creo que no te negarás a complacerme, y no seré avaro contigo. Si quieres, te daré salchichón, lomo, harina de trechel, tela, mijo o cualquier otra cosa que necesites ... pues esto es corriente entre personas de todas clases; pero ¡dime al menos dónde podré ir a buscar al diablo!

-¡No tiene necesidad de afanarse en ir muy lejos quien le lleva encima, sobre sus hombros! -dijo con indiferencia Pazuk sin cambiar de postura.

Vakula se le quedó mirando como para descifrar en su frente el significado de aquellas palabras. ¿Qué habrá querido decir?, parecían preguntar sus asombrados ojos; y con la boca semiabierta parecía querer tragar, como si fuese una galachki, las primeras palabras que profiriese Pazuk; pero éste seguía en su obstinado silencio.

Entonces vió Vakula que ya no tenía delante ni el barril ni la fuente de galuchki, y que en su lugar habían puesto dos grandes fuentes de madera: una con vareniki y la otra con nata agria. Involuntariamente siguió mirando a los dos platos mientras se decía:

Vamos a ver cómo come Pazuk los vareniki; de seguro que no intentará hacerlo directamente del plato como hacía con las galuchki, pues además, al tener que remojarlos antes en la nata agria, es imposible.

No acababa de hacerse estas reflexiones cuando vió cómo Pazuk abría la boca más y más, hasta que un vareniki, saltando por arte mágico a la fuente de nata agria y emborrizándose previamente con ella, se coló luego en la boca de el Ventrudo, quien se lo comió, volviendo, a abrir la boca del mismo modo para que se repitiera la suerte. Así es que no tenía más molestia que masticar y tragar.

¡Qué milagro, señor! -pensó el herrero, a quien el asombro hizo abrir la boca; y en el mismo instante notó que tenía dentro de ella un vareniki que le había manchado los labios con nata.

Mientras escupía y se limpiaba la boca, se puso a considerar los milagros que se operaban en el mundo y a qué artes empujaban los espíritus malignos, y se afianzaba más y más en la idea de que sólo Pazuk podría serle útil.

Le volveré a saludar para que me dé más explicaciones ...; pero, ¡qué diablo!, hoy es día de ayuno, y éste está comiendo vareniki como si fuese un día corriente. En realidad estoy hecho un tonto, y no pienso que al estar aquí aumento mis pecados. ¡Atrás, pues!

Y el herrero salió escapado de la barraca como alma en pena, completamente trastornado.

Pero el diablo, que ya se había sentado en el saco y que se felicitaba de antemano al poder conseguir tal presa, no se resignaba a perderla. Cuando Vakula abandonó el saco en el suelo, saltando de él se le montó a caballo sobre los hombros. El herrero, sobrecogido, palideció y un escalofrío le recorrió por todo el cuerpo; pensó en persignarse; pero en aquel momento el diablo se inclinó y, poniéndole su hocico de perro en el oído derecho, le dijo:

-Soy yo, tu amigo; y haré todo lo que pueda en favor tuyo, ¡querido compañero! Te daré todo el dinero que necesites -le susurró en el oído izquierdo-; hoy mismo Oksana será nuestra -le cuchicheó otra vez del otro lado.

El herrero se quedó pensativo.

-Bueno -dijo al fin-, a tal precio soy tuyo.

El diablo batió palmas de gozo y se puso a bailar sobre los hombros de Vakula.

-Ya te tengo atrapado -pensó para sus adentros-; ahora, amigo mío, he de vengarme de todas tus pinturas y de todas las injurias que hiciste a los demonios. ¡Será de ver el asombro de mis compañeros cuando vean que el hombre más piadoso de la aldea cayó en mis garras!

Y así pensando, el diablo se puso a reír, calculando el asombro de toda la caterva infernal y en lo rabioso que se pondría el Diablo Cojuelo, que pasaba por ser el más astuto y el que mejor inventaba díabluras.

-Pero ya sabes, Vakula -le dijo de nuevo al oído y sin bajarse de su cuello, como si temiese que se le escapase-, que yo no hago nada sin contrato.

-Estoy dispuesto -dijo Vakula-. He oido que vosotros los firmáis con sangre. Espera. que aqui llevo en el bolsillo un clavo y lo sacaré.

Y al decir esto, cogió con la mano el rabo del diablo.

-¡Qué gracioso eres! -exclamó éste riendo-. No hagamos ya más tonterías.

-¡Aguarda un momento, amigo! -gritó el herrero-. Y esto, ¿qué es?- Y así diciendo, hizo la señal de la cruz, que obligó al otro a ponerse dócil como un cordero. -Vamos, pues -dijo Vakula cogiéndole por el rabo y lanzándole al suelo-; ¡ahora te haré ver cómo se puede hacer pecar a los cristianos honrados!

Y el herrero se le montó a caballo y levantó la mano para perslgnarse.

-Perdóname, Vakula -gimió tristemente el diablo-; yo haré todo lo que tú quieras; deja sólo en paz mi alma. ¡No me hagas la espantosa señal de la cruz!

-¡Ah, ahora sí que cantas bien, maldito alemán! ¡Ahora sé lo que tengo que hacer! ¡Llévame inmediatamente así, sobre tus espaldas! ¿Sabes? ¡Vuela como si fueras un pájaro!

-¿Y adónde quieres que te lleve? -contestó, contristado, el diablo.

-A San Petersburgo, y directamente al palacio imperial.

Y Vakula se quedó pasmado al sentirse elevado en el aire.

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